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—Vamos, que te espera la mejor pizza de tu vida. —Y además, añadió—: Y cuanto antes cenemos, antes podremos irnos a dormir y averiguar lo que está pasando aquí y si realmente Hibagon se ha cruzado medio mundo.
Kaido asintió, y sin más dilaciones, le acompañó en el descenso.
Poco después, ambos genin se encontraban compartiendo una buena pizza. Pero Daruu no pudo evitar cavilar un poco sobre el altercado de hacía unos minutos. Porque, por alguna razón, si dejaba dilatar el asunto probablemente fuese a terminar enemistado con el tiburón. Cosa que extrañamente, no había sucedido aún.
El escualo le escuchó, y con gesto sorprendido, dejó de comer.
—Kaido —dijo—. Estoy acostumbrado a tus faltas de respeto continuas. Pero de ahí a hablar sobre lo pura y bebible que es el agua de mi novia, pues... Te has pasado, debes reconocerlo. Entiendo que eres un bromista pero ¿nunca te cansas?
—Oye, pero yo no me refería a nada vulgar. Fue sólo un símil de nuestro cla... —de repente abatió sus manos restando importancia al asunto—. sabes qué, tienes razón. Debería bajarle unas tres marchas a eso de ir tocando los cojones a todo dios.
Mordió su pizza, y vio a los lados, mientras masticaba e intentaba hablar al mismo tiempo.
—¿Tshu chreeesh q... que alguien de aquí podría decirnos algo? quizás han oído acerca de, ya tu sabes quién.
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Daruu entendió que no había pretendido ofender, sino que se trataba de una broma —mal hecha— sobre la procedencia familiar de ambos ninjas, pero admitió la rectificación de Kaido porque en verdad a veces era cargante tener atrás a alguien mordiéndote el culo continuamente. Y aquél escualo tenía dientes de sierra.
—¿Tshu chreeesh q... que alguien de aquí podría decirnos algo? quizás han oído acerca de, ya tu sabes quién —le preguntó Kaido, a mitad de devorar su pizza.
Daruu asintió y suspiró.
—Seguramente sí. La verdad, estaba intentando dejarlo pasar hasta mañana. Estoy reventado. Pero supongo que lo mejor será preguntar ahora, ¿no? —dijo, comenzando a levantar la mano para llamar al joven que les había atendido—. ¡Disculpe!
El chico se acercó enseguida. Parecía nervioso.
—¿Hayh algúhn prohblemah?
—No, no. Simplemente quería preguntarte una cosa. Mira... Venimos de Amegakure y escuchamos el rumor de que un monstruo baja todas las semanas a robar comida a la ciudad. ¿Es cierto o es un cuento de brujas que se ha inventado algún gracioso? —preguntó, falseando una risa.
—Ohhhh, nohh nohh. Es ciertoh. Peroh noh se si ez un monshtruoh o alguienh dihfrazadoh. Mañanah hay unah reuniónh de gobernanteh en el ayuntamientoh, ze suponeh que vanh a discutirh el temah y desidir algoh.
—Oh, vaya. Bueno, pues a ver si se arregla el asunto. Qué preocupante.
—Síh, síh. Todoh loh Tsuchiyōbih por la noshe asaltan todoh Yukioh. Ya vahn doh meseh asín. A veh si hacen algo anteh de este Tsuchi, que ehtamoh ya a Mizuyobi. Buenoh, si me disculpanh...
—Claroh claroh, veh tranquiloh.
El camarero se alejó. Daruu sacudió la cabeza.
—Joder, qué cansancio escucharle, y casi se me pega su forma de hablar.
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Sin miramientos ni tapujos, Daruu avaló la sugerencia de Kaido al llamar al energúmeno analfabeta que les hubo atendido tras su llegada al Patito Frío. El genin le inquirió de forma concisa acerca de los rumores que habían escuchado allá en los Kunai cruzados, y el bobalicón no pudo hacer más que constatarlos, admitiendo sin embargo que existía la posibilidad de que fuera algún listillo disfrazado que por las razones que fuese quisiera poner en vela a toda una ciudad con sus robos esporádicos de alimento.
Lo realmente preocupante de su respuesta, no obstante, fue el hecho de que el ayuntamiento hubiera ya concretado una reunión vecinal para discutir el asunto. O el hecho de que Hibagon bajase sólo al quinto día de la semana.
Eso tenía que significar algo, ¿pero qué?
—¿Escuchaste? —dijo, viendo al camarero halejharze de su mesa—. nuestro amigo sólo desciende los días quinto, y por la noche. ¿Eso te dice algo a ti? porque en lo que a mí respecta...
Puso su mejor cara de intelectual, con porte detectivesco. Pero lo cierto es que sólo quería lucir meditabundo e interesante mientras Daruu arrojaba alguna idea, porque a él no se le ocurría una mierda ni partida por la mitad.
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Daruu negó con la cabeza.
—A mí lo único que me dice eso es que de ser Hibagon, que te recuerdo que aún no está confirmado —señaló, levantando su dedo índice—, se le acaba la comida todos los Tsuchiyobi y tiene que bajar a por más. Eso no me dice nada más.
Se acarició la barbilla y se dejó caer en la mesa apoyando un codo, pensativo.
—Eso sí —añadió—. ¿No crees que esa reunión de gobernantes resulta preocupante? Podrían decidir dar caza al ladrón. Si de verdad es Hibagon, podría ocurrir una desgracia.
Daruu se encogió de hombros, y tomó un nuevo trozo de pizza. Ya casi se estaba acabando.
—Igual deberíamos ir a buscar nosotros al culpable antes del Tsuchiyobi. Eso implicaría subir a las montañas... Claro. A ciegas. Bueno... quizás mis ojos ayuden, pero sin un rastro, nos va a ser complicado.
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—A mí lo único que me dice eso es que de ser Hibagon, que te recuerdo que aún no está confirmado; se le acaba la comida todos los Tsuchiyobi y tiene que bajar a por más. Eso no me dice nada más.
El gyojin chasqueó la lengua, poco conforme. Que sucediera todas las noches de un día específico de la semana le daba cierta certeza de que quizás no se tratase de Hibagon después de todo, pues no creía capaz a la abominable bestia de los Dojos de organizar las compras como para que le acabase siempre durante los Tsuchiyobi. ¿Y si el camarero tenía razón al suponer que se trataba de alguien disfrazado? ¿Habían viajado hasta Yukio para nada? tendrían que averiguarlo pronto, pues los gobernantes no tendrían la misma disposición que la que tuvieron ellos en su momento cuando aquel Yeti les obligó a preparar una pizza. A ellos no iba a amedrentarles un pam pam en el coco, ni mucho menos.
—No se me ocurre otra alternativa que esa, la verdad. Lo único, que tal vez no tengamos que subir tooooda la montaña. Es más fácil para él, si está allá arriba, bajar hasta nosotros. Podríamos tratar de atraerle con nuestras voces, o con... una deliciosa pizza. No sé, estoy divagando.
Arrojó el borde de su último pedazo al cartón y soltó un suspiro de obeso mientras se sobaba la más que reciente y aún prematura panza de comelón.
—En fin, sugiero que lo meditemos con la almohada. No habrá mejor consejera que esa.
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Daruu agitó la mano delante de sí mismo, soltando una risilla.
—Oh, sí, claro. Nos ponemos a las faldas de la montaña y gritamos HIBAGOOOOOOOOOOOOOOOOON, BAJA Y NO SEAS HUEVOOOOOOOOOOOOÓN —dijo, imitando un megáfono con sus manos—. No seas ridículo, hombre.
Tomó el borde que no se había comido Kaido y empezó a mordisquearlo.
—¿No te comes los bordes? Psché —dijo, decepcionado.
—En fin, sugiero que lo meditemos con la almohada. No habrá mejor consejera que esa.
—Sí, será lo mejor... Y tal vez mañana podamos coger unas cuantas provisiones y tomar el camino hacia las montañas. Tengo la sensación de que vamos a tener que investigar por allá arriba.
Los muchachos terminaron de asentar la pizza en el estómago y subieron a la habitación. Daruu cerró la puerta tras de sí y se fue al baño para cambiarse... a un pijama negro con miles de pequeños trozos de pizza. El chico, desde luego, tenía una obsesión muy peculiar.
Se tumbó en la cama, se tapó hasta el cuello y tiritó.
—Menos mal que hemos traído ropa abrigada —dijo—, si aquí hace este frío, ya verás allá arriba. —Se giró y miró por la ventana, observando las cumbres más cercanas a Yukio con desconfianza.
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Asintió. La verdad es que estaba siendo un poco ridículo, pero todo lo que embocara en no tener que subir la maldita montaña le parecía una mejor idea, por estúpida que fuese. Por suerte, las virutas del destino le habían puesto como compañero al chico insigne de Amegakure, un miembro inteligente y capaz, con grandes habilidades y un pésimo sentido del humor. Daruu era el filtro perfecto para su continuada estupidez.
Se complementaban bien, nadie podía poner aquello en duda.
. . .
Kaido tuvo que taparse el rostro con la fuerza de mil hombres para sopesar la ahogada carcajada que se le anudó silente en la garganta, en cuanto vio a Daruu salir del cuarto de baño con su particular pijama, ataviado de cientos de pequeños trozos de pizza. Le pareció gracioso y repulsivo, y aunque no dijo ni una palabra al respecto, no pudo evitar pensar en lo gracioso que sería que vistiese él, por las risas, un pijama con miles de pescados en ella. Hizo nota mental de ello, y se tumbó a su cama, también.
Luego cerró los ojos, y antes de que Daruu divagara respecto al frío, los ronquidos de Kaido dominaron la habitación. Porque sí, eh, roncaba como si no hubiera mañana.
. . .
—¡Daruu, despierta! —gritó, mientras hacía flexiones en el gélido suelo al lado de su cama. Subía y bajaba, subía y bajaba, tratando de filtrar el frío y no perder la costumbre de hacer sus rutinas diarias. Lo curioso era que se hubiera levantado primero que Daruu dada su ya sabida costumbre de quedarse pegado a las sábanas, pero en aquella ocasión, algo le había obligado a despertar sumamente temprano. Fuera la emoción que le generaba desvelar el misterio tras los robos de Yukio, o de poder encontrarse nuevamente a Hibagon—. ¡Arriba coño, arriba! que hace un frío de cojones esperándonos allá afuera. Parece que el clima se enteró de nuestro pequeño plan y empeoró las condiciones, ¡ja! ¡ja! te haré mi perra, clima de mierda. ¡Mi perra!
A su lado, un termo de café consumido por la mitad. La razón de la hiperactividad del pobre pescado.
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Daruu nadaba en lo más hondo del profundo océano de la monotonía. Y estaba disfrutando como un puto enano.
Estaba tumbado en la cama de su hogar, en Amegakure. Bostezaba con la boca más grande que el final de las tuberías de los canales de la ciudad. Con una mano, sujetaba el mando de la televisión, y con la otra se dedicaba al noble y obsceno oficio de aliviar los picores de sus santos portaobjetos. Allí no habían misiones, ni complicadas expediciones a la montaña en busca de fantasmas con pelo, de dos metros, y que hacían pam pam en el coco cuando algo no les gustaba.
Sólo había un problema.
La película era muy aburrida.
Le dio al botón de cambiar canal. Tras un pequeño destello blanco, en la pantalla apareció un familiar pero borroso rostro, un rostro que ahora que lo veía bien, entrecerrando sus perezosos ojillos blancos, era más bien pálido. Tal vez fuera la retroiluminación de la pantalla, pero hubiese jurado que era un poco azul. Se le oía muy bajo, como si los altavoces estuvieran debajo del agua. «Hay que cambiar de tele pronto», pensó, «porque esto no es normal, madre mía.»
Subió el volumen con el mando. Casi se entendía lo que quería decir.
—¡Dafuu, dfpiefta!
«¿Cómo?»
—¡Afiba, coño, afiba! Que hace un frío de cojon...
Algo hizo click dentro de la mente de Daruu, y esa linda monotonía desapareció de golpe. Despertó sobresaltado, jadeando, doblándose como un resorte y apoyando las dos manos contra el colchón para no volver a caerse. Quitó una de ellas de ahí para restregarse los párpados y contempló, perplejo, a un Kaido haciendo flexiones entre las dos camas. Había un termo de café medio vacío a su lado.
Daruu bajó las piernas de la cama y las apoyó en el suelo.
—Kaido, ¿estás bien? —preguntó—. Creo que deberías dejar el café. —Daruu tomó el termo, se cercioró de que todavía estaba caliente, y sin molestarse en buscar una taza donde echar el café, bebió un buen trago del mismo.
Resultaba extraño que el escualo se hubiera levantado antes que él, pero precisamente por eso se sintió terriblemente culpable de haberse quedado un tiempo extra dormido. En realidad estaba justificado, porque el puto no hacía más que despertarle con ronquidos ordenados de cualquier manera en el tiempo, imprevisibles. Tan pronto había habido silencio como un súbito estruendo que casi lo arrojaba de la cama.
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—Kaido, ¿estás bien?
—Estoy de puta madre, ¿y tú? —dijo, como si se tratase de una indagación casual—. duermes como un tronco macho. Y luego decís que ¡juf, juf! soy yo el del ¡uno, dos! sueño profundo, no te jode.
Terminó su última flexión y abandonó el ras del suelo. Tenía los brazos hinchados y la carótida palpitándole a millón mientras su sistema luchaba por quemar la cafeína. Luego miró a Daruu, sonriente; mientras observaba con candidez los remolinos uzureños que tenía el tipo en el coco.
—Ahora, jovencito, ve a lavarte los dientes y a peinarte un poco el cabello antes de salir a la calle, porque así fijo que le pinchas un ojo a alguien. Yo, en el entretanto, te espero fuera. Vamos, mueve el culo. ¡Vamos!
Torció el gesto de inmediato y comenzó a ataviarse nuevamente de los harapos que le protegerían del frío. Una vez hubiese quedado más envuelto que un burrito costeños de esos que sirven en Taikarune, abandonaría la habitación y tomaría la delantera hasta los linderos exteriores del hostal. Pisar la nueve, echar un ojo alrededor y ver qué tanto movimiento había a esas horas, que podían ser, quizás, las mejores en cuanto a condiciones climáticas que les fueran permisibles a la hora de avocarse a subir la enorme montaña. Que a la distancia, el pico de los Dojos se antojaba como un juego de niños en comparación con la cúspide de las blancas cordilleras de aquella ciudad.
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Quizás en otra ocasión, Daruu habría discutido con Kaido, habría levantado la voz, agitado los brazos y los puños y soltado algún que otro improperio. Pero a decir verdad el muchacho sólo seguía estupefacto ante la radicalmente motivada actitud del tiburón de Amegakure. De modo que en lugar de eso, se fue a lavar los dientes, y a peinarse un poco el cabello antes de salir a la calle. Pero aún así podría haberle pinchado un ojo a alguien, porque cualquiera que haya conocido a Daruu sabrá sin que yo lo diga que ese cabello era impeinable.
Daruu preparó todo lo que necesitaba para resistir al frío ambiente de Yukio y quizás el de la cordillera que había más allá. Cogió su abrigo, su gruesa capa de lana, su mochila con un termo con más café todavía más caliente que el que se habían bebido...
...y luego salió del hostal. Kaido vagabundeaba por los alrededores, oteando el ambiente.
—¿Vamos? —dijo el pelopincho, y sin esperar una respuesta, partió por entre las calles de la ciudad.
Habían tenido suerte: aquél día no era particularmente frío. Y Daruu agradeció profundamente que, bajo aquella capa de abrigo extremo, estuviese empezando a sudar. Más arriba, en la montaña, no tendría esa molestia, pero tampoco otras como dedos azules y músculos entumecidos.
Los muchachos compraron un poco de comida y partieron alejándose de la ciudad, con un par de viejecitas mirándolos mientras se alejaban, probablemente preguntándose el motivo por el que aquellas personas dementes se alejaban de aquél día tan estupendo en busca de las heladas de los acantilados.
—De momento, podríamos ir por ese sendero. —Señaló a un camino que se perdía entre las rocas y subía haciendo zigzag por una ladera—. Si alguien intenta esconderse allá arriba no creo que lo haga en una vía de montañismo turística, pero mira el lado bueno: quizás así conseguimos no morir —rio por no llorar—. Aunque, quién sabe. Si es Hibagon... Seguro que él no lo toma como esconderse, sino más bien aposentarse en una casa de vacaciones.
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El gyojin apuntaló a la dirección que señalaba Daruu, una ladera ascendiente que zigzageante, perdía su vislumbre hacia los costados de la montaña. Un camino aparentemente transitable y que seguramente fuese usado por los turistas y alguno que otro montañista extremo que buscase alcanzar la cúspide de aquella enorme pirámide de roca, hielo y nieve.
Asintió y comenzó a caminar, convencido de que aquel camino era la única vía posible. Más si lo decía Daruu, o también conocido como aquel que todo lo ve.
El Umikiba continuó a paso firme y renuente, aprovechando la marcha constante para mantener su cuerpo a ritmo, produciendo calor y permitiéndole omitir el clima que iba transmutando a medida de que zurcaban terrenos más inhóspitos. Se le veía muy callado e indudablemente precavido con cada uno de sus pasos, pues no era su intención acabar derrotado como aquella vez, por el impiadoso clima de una montaña templada.
De a poco Yukio empezó a convertirse en una mancha borrosa por la distancia, y la nieve que se arremolinaba a cántaros por los vientos de altura dificultaban la visión. O bueno, a él, porque a Daruu...
—¡Uffff, espera. Déjame recobrar el aliento —atizó, con las manos sobre las rodillas—. joder, ¿sabes a quién debíamos haber traído? a Aotsuki "culo frío" Koori. O a su búho parlante. Ese sí que nos hubiese podido dar un aventón hasta la cima. Nos hubiésemos ahorrado bastante
Echó un vistazo hasta arriba. No veía nada.
»¿Tus pájaros de caramelo no pueden? me extrañó que no lo hubieras sugerido, pero supongo que ha de haber sido por algo.
Empezaba a sentirse un poco inútil.
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A medida que subían por el sinuoso camino, la ventisca empezó a arreciar. Los copos de nieve prácticamente les golpeaban, y las rachas de viento les hacían bandear y abandonar los límites del sendero. Daruu no se quería ni imaginar lo que hubiera pasado si hubieran ascendido por una ruta más complicada.
Kaido, que se había quedado un poco rezagado, resollaba con dificultad. Daruu se paró y le hizo una seña para que siguiera el ritmo.
—¡Uffff, espera. Déjame recobrar el aliento. Joder, ¿sabes a quién debíamos haber traído? a Aotsuki "culo frío" Koori. O a su búho parlante. Ese sí que nos hubiese podido dar un aventón hasta la cima. Nos hubiésemos ahorrado bastante —bromeó el tiburón.
—Traer a Kōri-sensei aquí sólo hubiera empeorado las cosas —rio Daruu—. Con él alrededor, siempre hace un poco más de frío. Y lo peor es que él te haría correr más todavía que yo.
Kaido miró hacia arriba. Daruu lo imitó. Allá, sólo había blanco, y era difícil distinguir qué tonalidad de gris claro era nieve o las nubes.
—¿Tus pájaros de caramelo no pueden? me extrañó que no lo hubieras sugerido, pero supongo que ha de haber sido por algo.
—¿Bromeas? ¡Mira esta ventisca! Si ya nos costó aterrizar aquí, imagínate tratar de emprender vuelo ahora, y subir hacia el pico. Sería un suicidio.
»¡Vamos, Kaido! He visto una cueva más adelante con el Byakugan. Podremos refugiarnos de la tormenta. —Daruu hizo acopio de todas sus fuerzas y dio el paso que arrancaría un nuevo sprint hacia arriba.
Tras unos cuantos giros, los muchachos encontraron la susodicha caverna. Era un túnel que se extendía profundo, pero a ellos les bastó con entrar a unos diez metros, donde aún llegaba la luz pero no llegaba el viento ni la nieve. Daruu, totalmente exhausto, dejó la mochila de viaje en el suelo y se dejó caer encima de ella.
—Ay, por Amenokami... —se lamentó.
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—¿Bromeas? ¡Mira esta ventisca! Si ya nos costó aterrizar aquí, imagínate tratar de emprender vuelo ahora, y subir hacia el pico. Sería un suicidio —Kaido asintió. Tenía sentido, y no parecía muy dispuesto a probar la teoría. Luego volteó hacia Daruu que llamó su atención—. ¡Vamos, Kaido! He visto una cueva más adelante con el Byakugan. Podremos refugiarnos de la tormenta.
El hyuga puso quinta marcha y arrancó con fuerza hacia la colina empinada. Su virtuosa observación le permitió divisar una formación rocosa con la cual pudieran protegerse de los vientos gélidos y huracanados que parecían querer sacarlos de la montaña a toda costa. El escualo también hizo lo propio, forzándose al máximo para no perder el paso de su compañero, pues quedar separados podía resultar mortal.
Tenían que mantenerse juntos durante el ascenso, costase lo que costase.
Una vez dentro de la protección natural, se retiró la bufanda del rostro y trató de recobrar de nuevo el aliento que tanto se le resistía en volver. De más está decir que le costó horrores, dado los bajos niveles de oxígeno que decrecían con cada metro de altura que iban ganando durante su peligrosa travesía.
Terminó por tirarse al suelo también, y bebió dos sorbos de su petaca especial. Luego peinó el interior de la cueva de cabo a rabo, tratando de no dejarse ningún rincón sin revisar.
No quería que un oso polar les arrancara el pescuezo, por lo que era mejor prevenir y no lamentar.
—¡¿Holaaaaaa olaaaa laaa aaa —gritó, y su voz se convirtió de pronto en una cadena interminable de querencias que rebotaban entre las superficies rocosas de la cueva— ¡¿Hay alguien ahí ... guien ahí en a...
Resopló, hastiado, y miró a Daruu.
—De verdad espero que sea Hibagon. O sino alguien va a conocer el camino rápido, y no va a aterrizar en un maldito lago, precisamente.
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Kaido le imitó tirándose al suelo, y bebió de su petaca. Luego, empezó a gritar por la cueva para... sabe Dios para qué. Resopló y miró a Daruu, molesto, y soltó un comentario que el muchacho de ojos blancos tomó como una amenaza. Se levantó y se acercó a Kaido, quedando sólamente a unos centímetros de su rostro.
—Deja de quejarte, llevas todo el camino quejándote. —Los nervios, el cansancio y el frío hacían que tuviera menos paciencia de lo habitual—. ¡Si no te parecía buena idea venir, sólo tenías que haberlo dicho allá en Los kunai cruzados!
»¡Además, deja de gritar! ¡Vas a provocar un derrumbamiento! ¡O algo peor! ¡Maldita pes-ca-di-lla!
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¡Maldita pes-ca-di-lla!
¡ca-di-lla!
¡di-lla!
Aquella frase rebotó en su cabeza como un martillo demoledor. De lado a lado, atizándole los tímpanos y susurrándole a su cólera para que rompiera las capas de hielo que le retenían. Frunció el ceño y dejó caer su enorme mochila, subió ambas manos; y miró a Amedama como el tiburón mira a la foca antes de darle el mordisco final. Porque si las condiciones climáticas, el cansancio acumulado y la frustración del ascenso hacían de Daruu un tipo menos paciente para ciertas cosas, a Kaido le convertía en uno más irascible y cabrón que lo habitual, también.
—Yo grito cuanto me salga de los cojones, jodido ojos de escroto venoso. Y no hablaba de ti, pero con gusto puedo patear tu culo hasta que caigas empinado hasta Yukio. ¿Eh? ¡¿Eh?! —dijo, vangloriado—. ahora, ¿por qué no mejor activas tu podersito visual y me dices ¡en dónde coño está ese cabrón de Hibagon!?
Iracundo, no pudo sentir el ligero temblor que le atizó la planta de los pies. Quizás, entre tanto grito...
Daruu iba a tener razón. Como de costumbre.
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