Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
24/07/2018, 17:28 (Última modificación: 24/07/2018, 17:33 por Uchiha Akame.)
Akame no pudo evitar alzar una ceja, inquisitivo, mientras se guardaba de nuevo su cajetilla de tabaco; tal vez Datsue no estaba de humor para fumar un cigarrillo, o simplemente no le gustaba. Lo que sí que no gustaba al mayor de los Hermanos del Desierto era aquella puntilla que su semejante le había lanzado deliberadamente.
—Todos los shinobi tenemos secretos, ¿no? —replicó, con aire casual. Ni idea tenía de a qué se estaba refiriendo, en realidad, Datsue—. Y no, el chico no sabía nada de utilidad más allá de que fue nuestro amigo Cara Cortada quien le contrató en un tugurio de mala muerte de la ciudad. No saqué nada en claro, otro callejón sin salida, para variar.
Apuró el cigarrillo y lo tiró al suelo, aplastándolo con el tacón de sus botas ninja.
—Pero ahora sí que tenemos un hilo del que tirar —se permitió sonreír—. No puedo esperar a tener unas palabras con el tal Jefe...
Mientras caminaban, el denso bosque iba abriéndose para acomodar un paisaje menos verde; el del sendero que ya se ensanchaba, señal de que estaban llegando a uno de los caminos principales.
¿Qué todos los shinobis tenían secretos? Hombre, pues…
—Unos más que otros —replicó, sin poder evitar que cierto malestar reverberase en su voz. Es que no podía quitárselo de la cabeza. No podía creerse que, tras ese aire tranquilo, esa mente metódica y profesional y esa pasión por la obediencia y las normas, se escondiese un traidor. ¿Cómo era posible? Tenía que ser un error. Tome le había engañado. Había jugado con su mente. Había…
Negó con la cabeza. No, una parte de él sabía que, por mucho que le doliese, Tome había contado la verdad. Una parte de él quizá lo había sospechado desde antes.
¿Qué hacer ahora? Hablar con cualquiera supondría la muerte de su Hermano. Un traidor, pero un hermano al fin y al cabo. ¿También si lo hablaba con él? Ahora que lo pensaba, tendría que haberle preguntado aquello a Tome. Pero intuía que la respuesta era sí.
Perdido en sus propios pensamientos, el Uchiha tuvo que hacer un esfuerzo colosal para volver a la realidad y seguir la conversación de su compadre.
—Eh, sí… Claro… El Jefe parecía estar bien protegido. Me da que va a ser tan difícil dar con él como con el Centinela —dijo, recordando la aventura que habían vivido para saldar la Marca del Hierro—. Y hablando de dificultades… —suspiró—. ¿De verdad te merece la pena? ¿No sería más fácil dejarlo correr? ¿Qué puedes sacar de todo esto, aparte de una puñalada en la espalda?
Con la Marca del Hierro había sido distinto. Datsue se había forjado un acuerdo comercial con uno de los herreros más importantes de Oonindo. Pero, ¿con aquello? Era todavía más peligroso, y el Uchiha no veía beneficio alguno que pudiesen sacar aún resolviendo todo el entramado. ¿Reconocimiento? Quizá. ¿Saciar su curiosidad? Por supuesto. Pero, ¿dinero, que era lo que de verdad importaba? Lo dudaba. Lo dudaba mucho.
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Aquella fue la tercera vez que Datsue le daba una contestación extremadamente extraña, fuera de lugar. Akame se detuvo en seco y clavó la mirada en su Hermano, cruzándose de brazos.
—¿Pero se puede saber qué demonios te pasa? Acabamos de completar exitosamente una de las misiones más difíciles que hemos hecho nunca, ¿a qué viene esa cara larga? —exigió saber—. El Jefe, ¿bien protegido? No sé si lo recuerdas, pero cuando les cazamos con las manos en la mesa apenas eran cuatro rateros en un cubil recóndito. Y ninguno de ellos parecía ser ninja.
El jōnin sacudió la cabeza. Empezaba a dolerle después de lo vivido aquella noche.
—Supongo que tienes razón, será mejor que no le subestimemos...
¿Y en cuanto a qué esperaba sacar él de todo aquello? La pregunta cogió con la guardia baja a Akame. «¿Qué espero yo sacar de todo esto?» No supo qué responder. Simplemente, no lo sabía. Había tenido la sensación de que aquel asunto era sumamente importante, de que lo que se escondía detrás de ese símbolo era una trama de misterios y poder, influencia, sangre y mentiras que él debía desentrañar...
—¡Me pasa que te interpusiste! —estalló—. ¡Joder, hubiésemos tenido a los dos! ¡Tome, Cicatrices, y puede que incluso a la gema que guardaba Iekatsu! La muy zorra se debió llevar el poder que contenía, fuese lo que fuese. ¿Y todo por qué? —le señaló con un dedo, acusador—. ¡Porque te pusiste en medio! ¡Porque la protegiste, joder! ¿¡Por qué mierda lo hiciste!?
Oh, pero Datsue sabía la respuesta. Claro que la sabía. Pero por el bien del corazón de su Hermano —literalmente—, mejor no darla él mismo.
—Y sí, recuerdo perfectamente que estaba rodeado de cuatro rateros de poca monta, ¡además de un ninja que nos hubiese cortado la cabeza a ambos sin despeinarse de quererlo! —¿Y si se había agenciado con un ninja igual de letal? Nada les aseguraba lo contrario.
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Entonces Datsue explotó como una caja de petardos a la que alguien, descuidadamente, arrima una cerilla prendida. Akame incluso retrocedió un paso, inconscientemente, sorprendido por el repentino ataque de su compadre. Claro, él había esperado que aquel "insignificante" detalle hubiese pasado desapercibido para Datsue, pero ahora se daba cuenta de que había sido demasiado optimista.
«¿¡Por qué tuve que defenderla!? Joder, Kunie-sensei, ¿cómo pudo bajar la guardia de esa manera?»
El Uchiha sacó otra vez su cajeta de tabaco y se puso un nuevo cigarro en la boca con manos nerviosas. Tuvo que intentarlo tres veces antes de que el mechero encendiese correctamente y pudiera calentar lo suficiente la punta del tabaco como para prenderla. Luego fumó tres hondas caladas, ni una más, ni una menos.
—Porque... Porque ella... —balbuceó—. Porque ella es una vieja conocida, ¿vale? Trabajó con mi padre en varias ocasiones, hace ya unos cuantos años, y desde entonces es... Conocida de la familia. Fue ella quien convenció a mi viejo para que me dejara alistarme, ¡se lo debía!
Akame nunca había soltado una mentira tan gorda en toda su vida. Y mucho se temía que, ante el Rey de los Engaños, iba a ser penosamente insuficiente.
No estaba del todo seguro, pero apostaría un par de fajos a que ni él mismo había contado en su vida una mentira tan gorda. Claro que, en su caso, seguramente la habría adornado más. Sazonado con sal y pimienta, con drama y romanticismo. Cualquier cosa que hubiese ayudado a hacerla más convincente.
Porque no, ni aunque Tome no le hubiese contado la verdad, se hubiese tragado semejante historieta. Datsue se detuvo junto a él, con la mirada perdida en el fino hilo de humo que desprendía el cigarrillo.
Tardó un rato en hablar.
—¿Cuántas aventuras hemos vivido juntos, compadre? ¿Cuántas veces nos hemos librado de la muerte por un solo pelo? ¿Cuántas veces hemos luchado codo con codo por nuestras vidas? —Seguramente ambos habían perdido la cuenta para todas ellas—. Juntos logramos proezas que los bardos sueñan con algún día componer. Ascendimos a jōnin a una edad en la que la mayoría sigue rescatando gatitos de lo alto de un árbol. Aplastamos a un Kage —su voz se convirtió en el siseo de una serpiente en la oscuridad—. Los Dioses saben que juntos podríamos volver a hacerlo de quererlo. Nos confiamos nuestras vidas en cada misión. Nos llaman Hermanos. Y, aún así…
Negó con la cabeza.
—Y aún así tú no confías en mí. —La ira que antes había reverberado en su voz se había transformado en abatimiento. En tristeza. Había pensado en verdad que eran Hermanos. Que no había secreto que se guardasen el uno del otro.
Pero todo había sido una ilusión. Un bonito pero falso Genjutsu.
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Estaba claro que no iba a librarse de aquella mintiendo. Al lado de Datsue, él era apenas un babeante babuino que acababa de aprender a juntar dos sílabas. Akame trató de mantenerse firme, con ayuda de un par de caladas más a su cigarrillo, ante la réplica de su Hermano, pero no pudo. El discurso de Datsue fue como un alud imparable que hubiese arrasado con el pequeño, insignificante refugio de montaña de Akame. Uno en el que él, por un momento y presa de su ignorancia, se había creído seguro.
Sin embargo, todavía había algo que no le encajaba. No supo el qué, pero estaba ahí, detrás de su cabeza. Picando como un molesto insecto.
—¡No se trata de eso! —gimió el jōnin, a quien por momentos se le estaban viniendo abajo todos los esquemas. Ni en la peor pesadilla que el Ichibi hubiera sido capaz de imaginar se veía Akame en una situación semejante—. No lo entiendes, Datsue-kun, ¡es sólo que... Que...!
Volvió a fumar, y esta vez expulsó el humo con rapidez. Las manos le temblaban, y no se dio cuenta de que había empezado a andar nerviosamente en círculos hasta un momento después.
—Esa mujer... Ella... —balbuceó—. Ella era mi maestra.
Akame hundió los hombros.
—Ella me entrenó antes de llegar a Uzushiogakure, por eso se me daban tan bien la mayoría de asignaturas. Por eso yo era El Profesional... Porque partí con ventaja al resto de alumnos —no estaba mintiendo, aunque desde luego tampoco contaba toda la verdad—. Yo... Mi carrera... Mi carrera como shinobi, Datsue-kun, ha sido demasiado buena como para echarla a perder por esto. ¿Lo entiendes, no? —preguntó, implorante.
Al fin le había arrancado una verdad. Una media verdad, para ser precisos, a base de tensar la cuerda y tocar los acordes con la destreza de un bardo. Akame cantó, si bien a su canción le faltaban demasiadas estrofas y el propio estribillo como para considerarla entera. Tan solo era un avance, un pequeño fragmento que algún día Uchiha Datsue pensaba oír por completo.
—Claro que lo entiendo —respondió.
Ahora sí lo entendía. Él no debía preocuparse por el símbolo de Uróboros, sino por el pasado de su Hermano. Averiguaría qué quería realmente Tome de Akame. Descubriría la organización que tenía detrás. Y la reduciría a meras cenizas, tal y como había reducido a Uzumaki Zoku antaño. Y debía darse prisa, o sería su Hermano quien pagase las consecuencias.
«¿Por dónde mierdas empiezo? Tome parece interesada en toda esta movida de los Uróboros, he de ponerme las pilas con esto y quizá volvamos a cruzar caminos. Y aparte… Joder, ¡Cicatrices! ¿¡Cómo soy tan imbécil!? ¡Ese tipo sabía quién era! Vale, tranquilo. Es un hombre duro. Joder, es un fiera. Me juego el tipo a que consigue escapar de los soldados. Y cuando lo haga…»
Miró de forma inconsciente a su antebrazo. Allí era donde solía poner el sello-brújula. Recordó entonces que todavía no le había dicho a Akame que le había puesto un Tsuiseki Fūin al mercenario.
No, no se había olvidado. Lo había omitido por error.
—Dame un jodido cigarro, ¿quieres? Me ha dado el mono de verte fumando tanto. —En realidad, Datsue no era muy amigo de los cigarrillos. Había probado lo que era un buen porro en Tane-Shigai, poco después de su encuentro con Aotsuki Ayame. Aquello, era harina de otro costal. Pero ya que Akame no tenía yerba, tendría que conformarse.
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El joven jōnin aguantó la respiración —literalmente— durante los breves momentos de silencio que protagonizó su Hermano. Al final Datsue se limitó a soltar una expresión que en aquel contexto sonaba sumamente ambigüa. ¿Entendía que Akame seguía mintiendo, o más bien, ocultándole la verdad? ¿Entendía que le delataría en cuanto llegaran a la Aldea? El Uchiha fumó otra calada nerviosa.
Sin embargo, Datsue se limitó a cambiar de tema y aceptarle el tabaco que antes había rechazado por omisión. Akame tuvo que contener un suspiro de verdadero alivio, porque era consciente de que Uchiha Datsue no se quedaba con una verdad a medias durante mucho tiempo. No, su compadre buscaría incesantemente completar aquel relato con las partes que el pobre Akame había omitido a conciencia. Pero allí, en ese momento, aquello le supo a victoria.
—Claro, claro —asintió el jōnin, todavía nervioso, mientras sacaba otra vez la cajetilla y le ofrecía un pito a su compañero—. D... Datsue-kun, no debes hablar de esto con nadie, ¿eh? Si yo sé que al final va a ser una tontería, pero joder, no sé cómo se lo tomarían en la Aldea. Hanabi-sama, Raito-sensei, los profesores de la Academia... No sé, no me gustaría arriesgarme a perder mi placa por esta pamplina. ¿Eh?
Mientras hablaba, Akame le había pasado su mechero a Datsue y ahora reanudaba la caminata. Todavía les quedaba un buen rato hasta llegar al pueblo más cercano.
Datsue se llevó el cigarrillo a los labios y ahuecó una mano a un lado para impedir que el viento arrastrase consigo la débil llama que emitía el mechero de Akame.
—Es hora de comprarse otro —comentó, de pasada, al devolvérselo.
Mientras Akame hablaba, Datsue le daba una calada. Sintió el humo penetrando sus pulmones y, en aquella ocasión, no rascándole la garganta como sí le había sucedido la primera vez. Abrió la boca en forma de O mayúscula y trató de expulsar el humo en forma de anillos.
Cabe decir que todavía le quedaban unos cuantos cigarrillos que fumar para conseguirlo.
Se llevó otra vez el pitillo a los labios y dio una nueva calada. Akame —lógicamente— no quería que Datsue contase nada respecto a su maestra. El problema era que, de él no saber lo que sabía, estaba convencido de que hubiese tratado de averiguar por qué.
—¿Por qué tanta preocupación? —preguntó, jugando él tambén su papel—. Como tú dices, solo es una tontería. Al fin y al cabo, tan solo fue tu maestra por un tiempo, ¿no? No es culpa tuya que después se haya… descarriado. O… —le dio un par de toques al cigarro para tirar la ceniza al suelo y le miró de reojo—. ¿O hay algo más que deba saber?
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El Uchiha trató de disimular los nervios que nuevamente amenazaban con apoderarse de él fumando un par de pitadas y tratando de cambiar el rumbo de la conversación.
—Sí, este ya está viejo —respondió, guardando el mechero—. Me lo compré en Tane-Shigai. Para tener tanto bosque cerca, déjame que te diga, la gente allí sabe hacer un buen encendedor.
Sin embargo y como era evidente, aquello no iba a bastar para apartar a Datsue del tema candente. Con renovados argumentos, el menor de los Hermanos del Desierto quiso saber por qué su cohetáneo exhibía semejante preocupación en un tema que, a priori, no parecía tan acuciante.
—Joder, pues claro que me preocupa —replicó Akame, con falso aire ofendido—. ¿Me vas a decir que no habría quienes dirían que hice trampas? ¿Quienes pedirían que me revocaran el título de Campeón del Torneo de los Dojos? ¿El del dúo de Hermanos del Desierto? ¡Incluso mi placa de jōnin! —exclamó, y ahí si sintió verdadero pavor—. Lo que quiero decir, Datsue, coño... Es que lo he dado todo por esta Aldea, ¿me entiendes? Todo. Y no voy a arriesgarme a perderlo por una tontería como esta... Venga, joder.
«Sabe cómo moverse». Datsue estaba descubriendo que Akame era mucho más ágil de mente para soltar mentiras de lo que había sospechado. Irregular, sí, combinando meteduras de pata estrepitosas como la historieta de que Tome era una vieja amiga de su padre con momentos de ingenio. Porque, la mejor mentira de todas es aquella que contiene algo de verdad.
—Vamos, vamos, ¡exageras! Apuesto a que la mitad de nuestros compañeros fueron enseñados por sus padres shinobis antes de meterse a la academia. No hay nada de malo en eso.
—Lo que quiero decir, Datsue, coño... Es que lo he dado todo por esta Aldea, ¿me entiendes? Todo. Y no voy a arriesgarme a perderlo por una tontería como esta... Venga, joder.
Datsue se detuvo de pronto. ¿Qué lo había dado todo? ¿¡Qué lo había dado todo!? No, en aquello se equivocaba. Akame no había dado a la Aldea lo más importante. Lo único que la Villa exigía a cada habitante.
Su lealtad. Porque eso, se lo había dado a Tome.
Se obligó a soltar una carcajada seca y a reemprender la marcha.
—Estás hecho todo un dramático —dio una honda calada y dejó escapar el humo hacia el firmamento nocturno—. Pero está bien, no diré nada. A cambio —¿Alguna vez Datsue había hecho algo sin pedir nada a cambio?—, tendrás que hacer algo por mí.
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Y ahí estaba. El resquicio de esperanza que necesitaba. Akame todavía no entendía cómo demonios lo había hecho, pero parecía haber conseguido que su compañero aplacara aquella nada saludable ansia de saber más. Aunque claro, todo en esta vida tiene un precio; y si se es un shinobi, suele ser bien alto.
—Claro, clar... —Akame se detuvo de repente, apresurado a acceder fue consciente de que quizás estaba metiendo más la pata. Al fin y al cabo, ¿no era Datsue el Príncipe Embaucador?—. ¿Qué es eso que quieres que haga?
El joven Uchiha se detuvo, cruzándose de brazos con el cigarrillo en la boca. Parecía habérsele olvidado el hecho de que su Hermano estaba indagando en su pasado, pero justo lo contrario; se temía que Datsue estaba, en realidad, haciéndole un quiebro intelectual para luego meterle un gol por toda la escuadra.
Datsue le observó como un cazador furtivo al ver a su presa caer en la trampa. Con la misma crueldad, triunfo y sensación de poder sobre el otro. Porque sabía que, pidiese lo que le pidiese, Akame iba a tener que concedérselo. Y lo que estaba a punto de pedirle era algo impensable, inconcebible y hasta ofensivo para el Uchiha Akame que él conocía.
Y eso era…
—Hay cierta chica —empezaría Datsue, con voz pilla y tono exageradamente misterioso—, que me ha estado preguntando por ti.
¿Cuánto hacía de lo de Koko? ¿Seis meses? Por muy cruel que sonase, Datsue quería que, si bien no simplemente pasar página, o mucho menos olvidarla, sí continuar viviendo. Más con lo que acababa de descubrir. Solo una vez Uchiha Akame había ido en contra de las cimentadas normas en las que había sido erigido. Había traicionado a un Uzukage, y no lo había hecho por la Villa, ni mucho menos por su Hermano, sino por su amada.
Era hora de abrirse de nuevo al amor.
—Su nombre es Yume, ya la conoces. —Era una Chūnin de Uzushiogakure no Sato. La habían conocido en el Estadio de Celebraciones, el día en que Raito les había citado allí tras su pequeña… diferencia de opiniones—. Pelo blanco, Sharingan en un ojo… y tan guapa que daña a la vista. —Sí, Datsue había creído hacer una descripción bastante fiel a la chica—. Yo creo que le gustaste, tío. Así que… Sí, lo único que vas a tener que hacer es dejar que haga de celestino y concierte una cita para vosotros dos —le dio una palmada en el hombro—. Fácil, ¿eh?
Ni quiebres mentales, ni trucos, ni segundas intenciones. En aquella ocasión, Datsue solo buscaba desinteresadamente lo mejor para su Hermano.
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Cuando Akame escuchó lo que su compadre tenía que pedirle a cambio de su silencio —él pensaba que Datsue no tenía idea de cuán importante era en realidad—, la mandíbula casi se le cayó al suelo. Se quedó allí plantado, con el cigarrillo humeante colgando de la comisura de sus labios y los hombros abatidos.
—Me tomas el puto pelo... —murmuró.
Entonces entendió que su compañero iba en serio. «¿Qué cojones...?» El silencio se hizo en aquel camino durante unos largos momentos hasta que Akame fue capaz de procesar una respuesta adecuada. «La puta madre que me parió, ¿esto es en serio? ¿Realmente va a dejarlo así y ya está? ¡Joder, tengo que comprar un boleto para la lotería en cuanto llegue a la Aldea!»
En otro momento Akame se habría negado en redondo, pero en ese momento una simple cita —que despacharía adecuadamente en su momento— se le antojaba un trato demasiado bueno como para siquiera pensárselo dos veces.
—¡Quiero decir, claro, claro! ¡Cómo no! —se apresuró a corregir—. Ah, y esa chavala es bien guapa eh. Sí que lo es, sí. Sí. Bueno, pues, eh, eso. Cuando volvamos a la Aldea ya me la presentas como es debido, ¿eh?
Con el ánimo renovado del reo que escapa del cadalso en el último suspiro, Akame reanudó la marcha a paso ligero. Acababa de recordar lo hambriento y cansado que estaba; cuanto antes llegaran a la posada, mejor.