Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Como si aquella palabra hubiese activado un resorte mágico, Akame empezó a ver a aquel jōnin con otros ojos. Concretamente, los del miedo y el respeto; si el tipo era Uchiha, eso significaba que debía ser formidablemente poderoso. «Por las tetas de Amaterasu, quién sabe si podría haberme enseñado algo más de los secretos del clan... ¡Maldita sea mi estampa! ¿Por qué hemos tenido que encontrarnos en esta situación?» Sea como fuere Raito ya parecía tener una opinión formada sobre él, y no era buena. Akame tampoco podía culparle; conforme el efecto de los calmantes se pasaba y el dolor volvía, empezaba a ser consciente de lo que había hecho. No sólo había atacado deliberadamente a un compañero —por mucho duelo que estuviesen librando, lo del sello explosivo tenía difícil justificación—, sino que además lo había hecho por motivos puramente viscerales.
Se sintió avergonzado. Tremendamente avergonzado.
Tal vez precisamente por eso, cuando Raito les dio a cada uno el expediente del otro y les anunció su sentencia, Akame sintió una grave opresión en el pecho. No eran las vendas, sino pura desazón. «¿Por qué me siento así?» Sus manos temblaban sujetando el expediente. Tenía la venganza al alcance de los dedos, podía arruinar la carrera de Datsue y expulsarlo de la Villa para siempre. Una retribución justa para el daño que él le había causado a Akame con su revista de chismorreos.
El Uchiha levantó el expediente ante sus ojos, como si no pudiese creer lo que estaba viendo. Entonces lo agarró con fuerza, arrugando las esquinas del folio, y apretó los dientes...
Shiiiish.
El expediente de Datsue cortó el aire, volando hasta aterrizar en el regazo de su dueño. Akame mantenía la cabeza gacha, las mandíbulas y los puños apretados.
Datsue se quedó mirando con expresión extraña el expediente que tenía en la mano. Lo sujetaba con extrema delicadeza, apenas apretando, como si aquel simple papel contuviese la vida de alguien.
En cierta parte, así era.
Sacrificarse o sacrificar, esa era la cuestión. Una cuestión sencilla para Datsue. Entre su pellejo y el de otro, la decisión era fácil. Siempre lo había sido. Se trataba de simple supervivencia. Pero, entonces, ¿por qué no había rasgado ya el pergamino? ¿Por qué se estaba demorando tanto?
«Si no lo haces tú, él lo hará… No seas…»
Shiiiish.
Su propio expediente cayó como una hoja caída de un árbol sobre su regazo. Sus ojos, abiertos como platos, pasaron del folio a Akame. Primero sorprendido, luego furioso. ¿Por qué narices lo había hecho? Hubiese preferido que lo hubiese roto. Que le hubiese culpado. Gritado. Cualquier excusa que le permitiese rasgar el maldito expediente de él. Que le permitiese tomar el camino fácil.
«Maldito hijo de puta…» De haber estado en su lugar, él lo hubiese rasgado sin dudarlo. Había usado el nombre de su difunto amigo por simple beneficio. Le había acusado de traicionarle. Había sacado a la luz el mayor momento de intimidad que podría haber tenido. Y aún así, no le vendía. Le odió. Le odió como nunca antes había odiado a nadie.
Entonces tuvo que apartar la mirada hacia la pared contraria. Algo debía habérsele metido en los ojos, porque los tenía húmedos.
—Un ninja debe tener un código. —La autora de aquellas palabras había muerto hacía mucho tiempo, pero, por lo visto, no había podido evitar que algunas de sus enseñanzaa quedasen grabadas a fuego y sangre en su alma.
Sí, por raro que pudiese parecer, Datsue tenía un código. Tan estricto e inflexible como el de cualquier otro. Tomó ambos expedientes con la mano…
…y rompió su código. Con un ademán, lanzó los expedientes, intactos, a Raito. Le hubiese gustado decir que, por una vez, se sintió bien de hacer lo correcto. Pero lo cierto era que fue más bien lo contrario. Sintió el mismo vértigo que cuando saltas de un tejado a otro y te arrepientes, al instante, al comprender que no te has impulsado lo suficiente para llegar al otro lado.
Tragó saliva. Raito había cazado los expedientes al vuelo y los miraba con expresión ceñuda. Sin embargo, en la comisura de sus labios, ambos gennins pudieron captar el amago de una… ¿sonrisa?
—Pasado mañana, a las cuatro de la tarde —ordenó, lacónico. Dejó la silla en la que se había sentado en su posición original, y se aproximó a la ventana—. En el Estadio de las Celebraciones.
Aquellas fueron sus últimas palabras. No hubo más aclaraciones. Ni explicaciones sobre lo que les iba a pasar. Simplemente, saltó por la ventana y desapareció.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Los segundos siguientes fueron los más tensos de toda su vida shinobi hasta ese momento, como si Datsue hubiese ganado de repente la capacidad de dilatar el tiempo a su antojo y hacer parecer siglos a unos pocos instantes. Akame estaba esperando que su compañero hiciera lo que mejor sabía hacer; sacar tajada de una situación provechosa. ¿Qué más podía pedir? Le había ofrecido la oportunidad de acabar con aquella disputa de una vez por todas. Todo lo que Datsue tenía que hacer era destruir el expediente de Akame...
El sonido del papel rasgando el aire voló hasta sus oídos, y Akame no pudo contener un suspiro aliviado. Alzó la vista para ver cómo Raito el Jōnin —como había decidido llamarle— cazaba ambos expedientes al vuelo. La cara del shinobi formó una expresión difícilmente descifrable, y no precisamente por sus cicatrices, que acabó convirtiéndose en un tenue amago de sonrisa. Finalmente, les citó al día siguiente en el Estadio de Celebraciones.
«¿Qué quiere decir con eso?»
Akame decidió no darle más vueltas. Le dedicó una última mirada a Datsue —que no podía interpretarse sino desde la más extrema confusión— y se dio media vuelta, cerrando los ojos.
Pronto el mundo de los sueños le dio la bienvenida...
13/10/2017, 17:24 (Última modificación: 13/10/2017, 17:25 por Uchiha Datsue.)
Dos días después...
Datsue atravesaba a grandes zancadas el túnel que conducía al interior del estadio. Vestía sus habituales ropas, esta vez con los cabellos envueltos en un simple moño, y tenía el antebrazo derecho cubierto de vendas. Caminaba decidido y resuelto, como si supiese exactamente a qué habían sido convocados allí, y no estuviese nervioso por ello.
Por supuesto, ambas cosas eran falsas. Pero el Uchiha tenía una máxima: si estás nervioso, al menos aparenta no estarlo.
—¿Por qué narices eligió este lugar para reunirnos? —preguntó, a Akame, que caminaba a su lado—. No será para… luchar, ¿no? —Un escalofrío recorrió su espina dorsal solo de pensarlo. A Datsue le habían dicho que guardase reposo absoluto durante una semana, además de visitas periódicas al médico para ver su evolución y cambiarle los vendajes. Un entrenamiento con un jōnin, no entraba, ni mucho menos, dentro de las indicaciones que le habían dado.
Entonces les llegó una súbita luz, seguida del sonido de un trueno, que retumbó por las paredes del pasillo como si hubiese caído allí mismo. Datsue detuvo su paso por un momento. Hubiese jurado que el cielo estaba tan claro y azul como los ojos de Uzumaki Eri cuando abandonaron el hospital en dirección al estadio. ¿Tan rápido se podía formar una tormenta?
Otra luz; y otro trueno, que hizo vibrar el aire y ponerle los pelos de punta. No por miedo, sino por la electricidad estática acumulada en el aire. «¿Qué cojones…?»
Cuando el pasillo se acabó al fin, adentrándose en las entrañas del estadio, ambos Uchihas descubrieron el causante de tanto revuelo. Dos ninjas luchaban en un encarnizado combate en el centro. Uno, reconoció en seguida Datsue, era Raito. El otro… era más bien otra. Una kunoichi de pelo negro. Poco más pudo distinguir de ella, salvo que le envolvía una capa de chakra eléctrico, visible incluso sin sharingan, y que se movía tan rápido que a sus ojos apenas era una mancha borrosa que se movía de un lado a otro, bailando alrededor de Raito.
De vez en cuando, un grito, agudo y fuerte, como el que se da cuando se hace un súbito esfuerzo físico. Ese grito solía preceder a un golpe por parte de la kunoichi, que, de dar en su objetivo, a buen seguro le hubiese partido en dos. Pero no daba. Pese a que Raito apenas se moviese de su sitio, parecía evadir todos y cada uno de esos puñetazos, patadas o rodillazos que volaban como saetas directas hacia él.
Ella era violenta y furiosa como una tormenta. Un derroche de poderío físico sin igual. Él era calmado y tranquilo como la superficie de un estanque. Economizaba sus movimientos como si por cada gesto de más tuviese que pagar una fortuna en impuestos. Era huidizo e inalcanzable, como el amor platónico que no te corresponde, pero que te da esperanzas. Siempre tan cerca que piensas que puedes atraparle… y a la vez tan lejos.
—¡Yay! —otro grito; otra embestida. Pero esta vez Raito dejó a un lado el capote con el que la toreaba y utilizó el estoque.
Datsue no supo distinguir muy bien qué había pasado, pero la kunoichi salió catapultada en dirección contraria como si la hubiesen golpeado con un enorme martillo de guerra. Raito, a su vez, permaneció en su sitio. Donde siempre había estado desde que los Uchihas habían entrado al estadio.
—Sigues sin aprovecharlo. —La voz estricta de Raito llegó a los oídos de ambos. Luego, al éste reconocerles, vieron cómo les hacía un ademán para que se acercaran—. Descanso de diez minutos, Yume.
Yume, que había permanecido tirada en el suelo hasta entonces, chasqueó la lengua, irritada. Pero no protestó. En su lugar, se reunió con Raito y los dos gennins, que ya se habían acercado como les habían pedido. Fue entonces cuando los ojos de Datsue se fijaron más en ella. Uchiha Datsue hubiese podido decir muchas cosas de aquella chica, pero lo que más le llamó la atención fue su…
… colorido. Sí, su colorido, porque Yume era una almogama de colores muy diferenciados entre sí. Tenía el pelo blanco y largo que le caía hasta más allá de sus hombros. En la frente, y haciendo que sus cabellos cayesen hacia atrás, una cinta de color marrón. Pero no era la típica bandana ninja, pues aunque sí tenía el símbolo de la Aldea en ella —coloreada en rojo—, no poseía placa metálica alguna, sino que todo era de una tela parecida al cuero. Tenía ojos de distinto color. ¿Heterocromía? Ni mucho menos. Su ojo izquierdo era de color ámbar; su derecho, rojo y con tres tomoe alrededor de la pupila. Su tez no era morena ni pálida. Sus labios, rojos por la sangre que salía de su boca y discurría, como un pequeño río, por su piel hasta desaparecer bajo la ropa. Por si aquello no bastase, una pluma de color azul, anudada en un lateral de su bandana, le caía por encima de donde debía estar su oreja hasta rozarle el hombro. Tenía las uñas pintadas de color morado, varios tatuajes en los dedos —y seguramente más repartidos por otros puntos de su cuerpo—, y vestía con una larga túnica marrón y roja que cubría la mayor parte de su figura.
—¿Son los responsables de que me quedase sin entrenamiento anteayer? —preguntó, mientras se colocaba la bandana de tal forma que ocultase su ojo derecho. Respiraba de forma entrecortada, como si le faltase el aire, y varias gotas de sudor corrían por su piel. Entonces, escupió un esputo sanguinolento a un lado.
—Esos modales —le corrigió Raito, con voz severa, pero no tan severa como la que había empleado para reprender a los dos gennins días atrás—. Te presento a Uchiha Datsue y Uchiha Akame.
Por un momento, Datsue odió a Akame más que a cualquier otro hombre en su corta existencia. Porque el rostro de ella había cambiado al oír el nombre de su compañero, y no el suyo propio.
—El campeón del torneo. —Le miró de arriba abajo, como un cliente miraría de arriba abajo al caballo que le quieren vender, tratando de averiguar si vale la fortuna que piden por él. Frunció los labios, y emitió un leve sonido de decepción—. Te imaginaba más alto —dijo Yume, que, pese a notarse ser un par de años mayor a él, era de su misma estatura.
—Os presento a Yume, Chūnin de Uzushiogakure no Sato —continuó Raito, ajeno a la interrupción. Entonces la miró—. ¿Nos das un momento?
La kunoichi realizó una pequeña reverencia con la cabeza, y, tras lanzarles una última mirada que Datsue fue incapaz de descifrar, se alejó. Raito cruzó los brazos tras la espalda. Pese a que no se veía tan cansado, varias gotas de sudor también perlaban su frente.
—Y bien —dijo—, ¿por qué estáis aquí?
Al Uchiha casi se le desencaja la boca. ¿Cómo que por qué estaban allí? Lo había dicho de tal forma que parecía que no hubiese sido él mismo quien les hubiese convocado a aquella hora y a aquel lugar. ¿O acaso era un pregunta trampa?
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—No sé —contestó el mayor de los Uchiha, lacónico, mientras se internaba en el Estadio de Celebraciones.
Vestía una camiseta de manga larga y cuello alto de color azul marino, con el símbolo de su clan a la espalda. Como respondiendo a la pregunta de Datsue, su viejo ninjatō colgaba cruzado en su espalda, y llevaba también un portaobjetos atado al cinturón. Rubricaban la imagen del gennin unos pantalones largos de color arena y botas altas de shinobi, negras.
Akame había pasado dos días penosos; no porque estuviese muy herido —que lo estaba— sino porque todo lo ocurrido con Datsue le reconcomía. Por una parte sentía todavía un resquemor y coraje viejo pero intenso, como un guerrero jubilado pero todavía mortífero. Por el otro... Había tenido oportunidad de vengarse y no lo había hecho.
La bandana con el símbolo de Uzu que Akame llevaba en la frente refulgió con el destello de un rayo cuando por fin salieron del túnel. «¿¡Qué diablos...!?»
El espectáculo que se estaba desarrollando allí, frente a ellos, fue concienzudamente analizado por el Sharingan de Akame. Los movimientos, el chakra, los golpes... Todo constituía un baile del que se podía aprender mucho si sabías mirar. Y él sabía. «Es increíblemente poderoso, el maldito...» Sólo una mirada bastó para confirmar que Uchiha Raito era el luchador en el que Akame siempre había querido convertirse. Disciplinado, hábil, poderoso, inteligente. «Todo lo contrario a mí el otro día», se lamentó el gennin. Tal vez eso era lo que más rabia le daba de todo. Que Datsue había conseguido sacarle de sus casillas y hacerle pelear de forma irreflexiva.
Sea como fuere, cuando el entrenamiento terminó, el jōnin se dirigió a ellos junto con su bizarra alumna. El aspecto de ambos —uno, sobrio hasta el extremo y duro como una roca, la otra hecha un torbellino de colorines— era tan distinto que juntos formaban un cuadro de lo más cómico.
«Eso es... ¿¡Un Sharingan!?»
El Uchiha no pudo contener una exclamación de sorpresa al ver el Dōjutsu que la tal Yume llevaba en su ojo derecho. Saltaba a la vista que no había nacido con él. Akame estuvo a punto de decir algo —no muy agradable para la chica—, pero de repente Raito la presentó como chuunin de Uzu.
—Es un placer... Yume-dono —se limitó a decir el Uchiha, acompañando sus palabras de una reverencia. Dado que el jōnin no les había revelado su apellido, el nombre tendría que servir.
Luego la chuunin se retiró, y Raito les dirigió una mirada y una pregunta cuya respuesta Akame encontró insultantemente obvia.
—Porque usted me lo ordenó, Uchiha-dono —replicó, mientras sus ojos volvían a la normalidad.
Datsue iba a decir algo, pero la respuesta de Akame le pareció tan simple y a la vez perfecta que nada que fuese a añadir la hubiese mejorado.
Raito asintió, en un corto movimiento de cabeza.
—Es cierto —respondió, a la obviedad—. Aunque eso es tan solo la superficie de la verdad, y nosotros, los poseedores del sharingan, solemos adentrarnos en el alma del problema.
Pasó la mirada de uno a otro gennin.
—Estáis aquí, primero, porque algunos de vuestros senseis de la academia intercedieron por vosotros, pidiéndome que fuese comprensivo; y, segundo, porque hace dos días, cuando os di a cada uno la copia del expediente del otro, no lo rompisteis. De haberlo hecho —añadió—, ya no llevaríais esa bandana.
Datsue tragó saliva. Había estado a tan poco de caer en la tentación… ¡De menuda buena se había librado!
—Con aquella acción demostrasteis que me equivoqué en algo que dije. No sois unos traidores —entonces frunció el ceño de forma casi imperceptible—. Pero, ¿sois camaradas? ¿Os sentís camaradas? —Raito fue un paso más allá:—. ¿Qué es para vosotros un camarada, para empezar? ¿Cuál creéis que es el origen de la palabra?
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Akame escuchó atentamente lo que les decía aquel jōnin. Aseguraba que algunos de sus antiguos maestros les habían defendido tras la pelea, y no pudo evitar que un cierto sentimiento de alivio le invadiese. Aquellas palabras casi significaban que estaban fuera de la zona de peligro y que podrían conservar su bandana un día más.
Sin embargo, lo que vino a continuación cogió al Uchiha totalmente por sorpresa. No pudo evitar que una ligera mueca de molestia asomara en la comisura de sus labios, brevemente fruncidos. Tocar el tema tan de lleno era algo que —aunque sabía que debía hacer— todavía le escocía. Especialmente porque al pensar durante aquellos dos últimos días en sus actos en el campo de entrenamiento, se había sentido profundamente avergonzado. Había mancillado casi todas las enseñanzas de la Academia dentro del perímetro de la misma.
—Un camarada es una persona en la que se puede confiar, con quien se tiene una relación amistosa y fuerte —replicó el Uchiha, escocido.
—Exacto —dijo Datsue, reafirmando la opinión de Akame. Más por no quedarse callado que por otra cosa. Como de nuevo no encontraba nada de interés que agregar, no añadió nada más.
La hendidura que había en el entrecejo de Raito se hundió todavía un poco más.
—Os quedáis de nuevo en la superficie —dijo, y el tono de su voz sonó a reprimenda—. La palabra camarada, la inventamos los Uchiha. Hyūgas, Senjus, Uzumakis… todos ellos se apropiaron del término. Incluso algunos creen que fue su estirpe quien engendró la expresión… —negó con la cabeza—. Se equivocan. De haberlo hecho, sabrían el origen de la palabra.
«Oh, no… No me digas que ahora vas a contarnos una de esas historias en las que los Uchiha se sacan el rabo para que el resto se lo coman. Una de esas que tanto le gustan a Akame» Por desgracia, no iba muy desencaminado.
—La palabra viene de cámara —enseñó la palma de una mano—, es decir, habitación, y de ada —cerró en un puño la otra mano—, que indica conjunto. —Entonces envolvió el puño con la mano que tenía abierta—. O lo que es lo mismo, compartir una cámara.
«¡Me abuuurroooo!»
—Veréis, hace mucho tiempo, antes incluso de que se formasen las primeras Villas, los ninjas se agrupaban mayoritariamente por clanes, librando las guerras de los Señores Feudales según lo que les pagasen. Esto ya lo sabréis de la academia —dijo, y Datsue asintió, dándole la razón----, pero lo que seguramente no sepáis, es que nuestro clan, el Uchiha, tenía un modo curioso de dividir su ejército. Hacían la camareta —les reveló. Al menos para Datsue, era la primera vez que oía aquel vocablo—. Es decir, se juntaban entre ocho y diez, juraban lealtad y compromiso para con el camarada, y vivían todos juntos en una cámara. Compartían los gastos, las comidas, las penurias… Así que, cuando el líder invocaba a una camarada para alguna misión, no llamaba a ocho personas… sino a un grupo. Unido. Fuerte. Con lazos que iban más allá del patriotismo. Ese fue el verdadero motivo de que nuestro clan fuese tan temido en el pasado. No por nuestro poder, sino precisamente por eso. Sí —se reafirmó, como si intuyese que los gennin no fuesen a creerle—. ¿Sabéis por qué? Porque los demás luchaban por dinero; por simple obediencia; por ideales que muchos ni siquiera llegaban a comprender… Nosotros, en el medio de la refriega, lo hacíamos por el camarada que teníamos al lado. Por esa persona que con la que habíamos compartido la vida durante tanto tiempo —hizo un ademán—. Hay muchas anécdotas que podría contaros al respecto, pero iré al grano.
»Cuando se formaron las Villas, parte de esa camaradería se perdió. Se transformó, mejor dicho. Evolucionó. Dejamos de compartir a un nivel tan íntimo. Pero en Uzu quisimos tratar de mantener esa vieja costumbre. ¿Por qué creéis que la mayoría de los alumnos de la academia son inquilinos? Podrían vivir perfectamente en casa de sus padres, como creo hacen en el resto de Villas. Pero no es así. Y no es así porque se trató de replicar esos lazos creados en el clan Uchiha, haciendo que cada promoción compartiese una misma vivienda. Un mismo techo bajo el que dormir. Que desayunasen, comiesen y cenasen juntos. Que compartiesen experiencias —suspiró—. En la mayoría de los casos, se ha creado el efecto deseado…
»Con vosotros, en cambio, se ve que no. Así que probaremos medidas más... extremas. —Su mirada se endureció por un momento, y Datsue creyó que algo muy malo estaba a punto de ocurrir—. Extended vuestras manos.
Cuando los gennin obedecieron, el jōnin descubrió sus manos —hasta ahora tras su espalda—, y apresó con una esposa las muñecas de los jóvenes. Un lado de la esposa atrapó la muñeca derecha de Akame; la otra, la izquierda de Datsue. Curiosamente, los mismos lados donde meses más tarde recibirían el Vínculo de Sangre…
—No os lo toméis como vuestro castigo, sino como vuestra… rehabilitación —resopló, como si no estuviese acostumbrado a hablar tanto de seguido—. Creo que está bastante claro todo. Si tenéis alguna duda, es el momento.
Datsue se había quedado tan a cuadros que tan solo fue capaz de abrir la boca, emitiendo un extraño sonido con la garganta. ¿Cómo que claro? ¿Qué es lo que estaba claro? ¿Qué era lo que se suponía que tenían que hacer con… aquello?
«La madre que me parió… ¿No me digas qué…?»
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Akame escuchó con atención la historia que les contaba Raito. Era uno de esa clase de relatos que al mayor de los dos Uchiha le apasionaban, sabias enseñanzas sobre la historia de su clan cuyo valor no era solo histórico y cultural sino también táctico. El Uchiha asintió varias veces durante la historia, claramente complacido por el ingenio y la astucia de sus antepasados que —como todo el mundo sabía— en la era antigua habían conformado uno de los clanes más poderosos de Oonindo... Antes de que fuese Oonindo.
Sin embargo, conforme la historia iba llegando a su final, Akame fue presagiando que todo aquello no iba a terminar en nada bueno para él. Frunció el ceño cuando Raito les dijo que ellos dos habían sido un fracaso de la camaradería, y todavía más cuando les pidió extender la mano.
«¿Qué cojones...?»
Se le pusieron los ojos como platos cuando oyó el característico clic de las esposas al cerrarse. «¿¡Pero qué mierda es esta!?» Quiso gritar, rugir de furia y hasta golpear a aquel jōnin. Pegarle puñetazos en la cara hasta dejársela todavía peor de lo que ya la tenía, destrozarle los dientes de una pedrada y...
—¿Cuándo seremos libres? —escupió sin tapujos Akame cuando aquel maquiavélico hombre les ofreció preguntar.
—Cuando seáis camaradas —respondió, escueto, el shinobi.
Datsue creyó que aquello era como decir todo y nada al mismo tiempo. ¿Es que pensaba dejarles así de manera indefinida? ¿Tendría que soportar estar pegado a Akame por… días? ¿Semanas? Se le cayó el alma a los pies. No, de ningún modo podía permitir eso.
—Raito-dono, con todos mis respetos… Este hombre de aquí —dijo, señalando a Akame con la mano libre—, se acaba de echar novia. Apartarla así de ella en estos momentos sería de una crueldad… ¡Podríamos arruinar su romance! —exclamó, con los ojos húmedos por la pena—. ¿No habría alguna manera de hacer esto sin… las esposas? ¡Seguro que hay alguna!
Por primera vez desde que lo habían visto, Raito sonrió. Era una sonrisa extraña, sin enseñar los dientes y un poco forzada, como si no estuviese acostumbrado a emplear aquellos músculos y le costase hacerlo. Puso una mano sobre el hombro de Datsue.
—Nunca me gustaron los parlanchines. —Sin mediar más palabra, se alejó de ellos a grandes zancadas, en dirección a Yume. A medio camino, sin embargo, pareció acordarse de algo, y dio media vuelta—. Ah, y seguiréis trabajando para la Villa como hasta ahora. He dejado encargado a los secretarios que os den misiones en los que vayáis juntos. Os quitarán las esposas cuando las solicitéis, y os las pondrán de nuevo al volver. Nada de trucos, o… —Raito dejó la frase inconclusa, y a Datsue aquel silencio le resultó más amenazador que cualquier cosa que hubiese podido decir.
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Aquella era —muy probablemente— la respuesta más ambigüa que Akame había recibido jamás. Su rostro se desencajó en una mueca de auténtica desesperación al comprender la cantidad de tiempo que podía llegar a pasar esposado a Datsue. Que iba a pasar. Si en ese mismo momento no se cayó de rodillas al suelo del abatimiento fue precisamente por aquellos grilletes metálicos que le sujetaban a la muñeca de su compañero.
Datsue habló, y por una vez en su vida Akame estuvo totalmente conforme con que le usara como excusa para librarse de un castigo. El Uchiha se limitó a asentir con vehemencia, como si tuviese alguna esperanza de que una simple aventurilla entre adolescentes fuese a ablandar el corazón de piedra de Raito.
«¿Para esto nos llamó? ¿Para castigarnos así? ¿¡Para esto nos llamó este malparido hijo de las remil put...!?»
Acalló sus pensamientos mientras veía al jōnin alejarse para volver con su discípula. Akame suspiró, resignado. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
—¿Y ahora qué cojones hacemos? —escupió, entre abatido y furioso.
—Bueno, coincidirás conmigo en que a estas alturas solo hay una opción —le respondió, más serio de lo normal—. Que alguien de los dos se corte una mano. Así quedamos libres y al mismo tiempo demostramos que somos capaces de sacrificarnos el uno por el otro. —¡Era la solución perfecta!—. Tú sabes hacer sellos a una mano… —añadió, como quien no quería la cosa—, realmente no necesitas las dos para nada.
Era un plan magnífico, perfecto de no ser por una pequeña e insignificante fisura: Akame no aceptaría. «No, tengo que pensar en otra cosa…»
¿Cuáles habían sido las cláusulas de aquel curioso castigo? Pocas, muy pocas. El jōnin les había dado la chapa con una historia de tamaño bíblico para luego, a la hora de describirles la sanción, resumirlo en un par de frases. Seguro que había dejado algún vacío legal. Algún hueco del que aprovecharse…
«¡Ya sé!» No era la solución perfecta, pero en aquel caso dudaba que ninguna lo fuese.
—Tengo una idea. Vámonos.
• • •
Los Uchiha poco habían tardado en darse cuenta de que aquel castigo iba a ser mucho más pesado de lo que habían creído. Ya solo el hecho de volver sobre sus pasos, atravesando el pasillo interior del estadio, les costó. Cuando Akame echaba la mano hacia adelante, en el típico balanceo al caminar, Datsue lo hacía al revés, dando como resultado que se molestasen el uno al otro hasta en una acción tan trivial. Minutos más tarde, llegó el primer problema de verdad.
—¿A dónde vas? —preguntó, cuando Akame quiso torcer a la izquierda y él a la derecha. Obviamente, las esposas se lo impidieron—. Vamos directos a mi casa. Ya esto es una putada como para que aún por encima toda la Villa se mofe de nosotros. Tenemos que pensar en algo para disimular esta mierda.
»Ah, pero lo que había pensado —se acordó—. ¿Recuerdas que el tipo dijo que nos quitarían las esposas al solicitar misiones? Pues estoy pensando que tú y yo deberíamos empezar a hincharnos a ellas... Ya sabes, para ayudar a la Villa. No sé si me sigues… —añadió, mientras miraba a un lado y a otro para asegurarse que nadie estaba espiando—. Y curiosamente, Akame, curiosamente… Cuando vas a solicitar una misión pasadas las seis de la tarde sueles poder empezarla al día siguiente… —Supuso que ahora sí le seguía.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Akame arqueó una ceja ante la "propuesta" de Datsue. Sintió ganas de golpearle en el rostro, pero a fin de cuentas era una pelea lo que les había llevado hasta aquella situación. Dudaba mucho que otra disputa fuese a mejorar las cosas, de modo que cuando su compañero anunció que tenía otra idea, Akame simplemente suspiró con resignación y le siguió sin más remedio.
—
Nada más salir del Estadio apareció el primer conflicto. La casa de Akame estaba en dirección izquierda, mientras que la de Datsue estaba a la derecha. Cuando su compañero le increpó como si estuviese a punto de cometer la mayor estupidez del mundo, el Uchiha replicó con el mismo tono molesto.
—¿A tu casa? Ni hablar —cortó—. Debemos ir a la mía. Tengo mantas y ropa de sobra, la nevera llena y un juego de toallas adicional... Es claramente la mejor opción.
Poco le importó a Akame quedar de pedante. Por lo que Koko le había contado alguna vez de pasada, la casa de Datsue era poco más que un caos desordenado, repleto de suciedad y desperdicios. «Me recuerda a la de alguien», pensó el Uchiha al rememorar sus vivencias con Haskoz. Y aquello le sacó, incluso en ese momento, una sonrisa.
Luego su compañero le comentó el plan que había ideado, y el Uchiha no tuvo más remedio que concederle la brillantez que se merecía.
—Hum, desde luego, es una buena idea... —admitió—. Podríamos pedir una de rango C, que suelen ser más largas.
17/10/2017, 19:19 (Última modificación: 17/10/2017, 19:20 por Uchiha Datsue.)
«¿La nevera llena?»
El rostro de Datsue fue expresando distintas emociones, a medida que sus neuronas iban conectando. Primero, el total desacuerdo. Después, un asomo de duda. Finalmente, la comprensión, como cuando un alumno en la academia comprendía al fin el funcionamiento de un genjutsu. Se daba en raras ocasiones, pero cuando sucedía, era de lo más reconfortante.
—Bueno… Está bien. Tú ganas esta vez —dijo, tratando de que no se le notase el cambio súbito de opinión. ¿Comida gratis? ¡Pues claro que era mejor ir a casa de Akame!
Pero antes, tenía que contarle su pequeña idea para escaquearse… durante al menos unas noches. A Akame no solo le pareció bien, sino que propuso solicitar misiones de rango C, que solían durar más. «Y no solo eso, sino que acostumbran a ser fuera de la Villa.»
—Sí… me parece bien. —Lo dijo con la boca pequeña, sin embargo. Las misiones C les venían mejor, cierto, pero también eran más peligrosas. Y todo aquello que conllevaba un peligro no gustaba a Uchiha Datsue el Intrépido. «Aunque pagan el doble…»
Suspiró. Nada en aquel mundo salía gratis.
—Bueno, pues… escoge la ruta menos transitada que haya a tu casa —pidió—. De hecho, si podemos ir de tejado en tejado mejor. Como nos vean más de dos o tres personas se correrá el rumor y seremos el hazmerreír de la Villa entera.
»Y yo tengo una reputación que mantener.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Algo brilló en los ojos de Datsue al cambiar súbitamente la expresión de su rostro cuando aceptó, sin reservas, las exigencias de Akame. Éste sospechó al principio, pero pronto se dio cuenta de que tenía demasiados problemas y preocupaciones ya como para también andarse creando otros. Conforme, tiró de su compañero para virar hacia la izquierda y no volvió a mencionar el tema.
Pero pronto el gennin con sueños de reportero del corazón hizo otra sugerencia. «¿Por los tejados? ¿Encadenados? ¡Está loco!» No sólo era probable que tardasen el doble —o el triple— de tiempo en llegar, sino que además se jugaban un mal tropiezo, una caída y tal vez un hueso roto.
—Nada de tejados —cortó Akame, y no pudo evitar soltar una risilla malévola cuando el otro aludió a su reputación—. Ah, sí, Datsue el Intrépido —añadió con especial sorna la última palabra—, tranquilo, héroe de guerra, tengo la solución.
Ni corto ni perezoso Akame se subió a cabrito a la espalda de Datsue y realizó unos cuantos sellos con su mano libre. Con un característico "puf", el mayor de los Uchiha se transformó en una mochila militar de tela marrón, grande y de apariencia muy pesada.