Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Todo lo que tenía ante mí parecía etereo, inexistente, inmaterial y sin ninguna importancia ante el hecho de que había incluso más mierda tras la cortina de basura que yo había visto en el examen de chunin. ¿Es que esto no iba a parar? ¿Cada vez que intentase pisar en otro lado para esquivar una mierda iba a aparecer otro charco de lodo mugriento y maloliente aún más profundo?
Aparté todo lo que había delante mio para evitar distracciones mientras miraba a Datsue con una seriedad impropia de mi.
—Aiko. Keisuke. Ellos… Ellos no son así.
— Ya, ¿y qué le hacen a los que no son así? Keisuke lo mandaron matar y Aiko más de lo mismo. Pero olvida eso, ¿qué piensa hacer Hanabi? Porque algo habrá que hacer ¿no? ¿Y Akame?
No era el momento de ponerse sensiblero por los muertos, sino de ver qué hacer con los vivos.
Nabi podía tener muchas cosas, pero el tacto no era una de ellas. Por mucho que luego le echase en cara ser demasiado rudo con Eri.
—Aiko no está muerta —rebatió con fuerza, apretando los puños. Se quedó serio, perdido en la superficie del caldo de su plato. Se le habían quitado las ganas de comer. Suspiró, y su cuerpo pareció relajarse con ello—. Ven a mi habitación y te respondo… y sigo contando. Sucedieron más cosas, Nabi. Cosas gordas. —A Datsue le habían oído demasiadas veces cosas importantes como para seguir hablando de aquello en medio del bar.
Se levantó, y ni ganas tuvo de regatear el precio. Pagó lo que debía sin rechistar y se fue directo a la habitación que el posadero le indicó, tras subir por unas escaleras e internarse en un pasillo que daba acceso a, al menos, otros diez habitáculos.
La habitación era de lo más sencilla: una cama estrecha, una percha pegada a una pared y una pequeña mesita de noche. Tanto las paredes como el suelo estaban hechos de madera, y una ventana circular dejaba pasar la luz de la luna.
El Uchiha tiró la mochila al suelo, quitó el pijama y se cambió. Era un pijama de lana, beis, que contaba con un gorrito con el símbolo de Uzu, en rojo, como accesorio.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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—. Ven a mi habitación y te respondo… y sigo contando. Sucedieron más cosas, Nabi. Cosas gordas.
Sentí que Datsue estaba más serio de lo que era recomendable, pero cuando se fue hacía el posadero y pagó lo que le dijo sin regatear, sin quejarse y sin intentar timar a nadie, un inexplicable escalofrío. Sin duda, la seriedad no era buena en ninguna de sus vertientes. Me bebí el caldo, ya más frio que mi pie, y seguí a Datsue.
Fuimos hasta su habitación, donde se desnudó, para mi desgracia, y se puso el pijama. Tenía que ser bonito ir tan sobrado por la vida para llevarse un pijama en un viaje. Yo llevaba un par de mudas y poco más en cuanto a indumentaria se refería.
— ¿Y bien?
Le pregunté por si se había olvidado de que tenía que contarme más cosas gordas, MÁS. No veía superable todo lo que había ocurrido hasta ahora, pero con ese tema casi era mejor no hacer ningún supuesto.
Me crucé de brazos mientras esperaba de pie a la información del chunin.
El Uchiha se sentó en medio de la cama y se cruzó de piernas.
—Es mejor que te sientes —le aconsejó, dando un par de palmadas sobre el colchón—. O te caerás de culo cuando te lo cuente.
¿Exageraba? Lo hacía en incontables ocasiones, pero Inuzuka Nabi estaba a punto de descubrir que aquella no era una de ellas. Bajó la voz, hasta convertirla en un leve susurro:
—Hanabi-sama quiere que mantengamos un perfil bajo. Que no la liemos. Pero hay un problema, un problema de los gordos. Estamos en peligro, Nabi. En un peligro mortal. —Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y el mentón sobre las manos entrelazadas. Se oyó el chirrido del muelle de la cama, sufriendo—. Verás, Daruu… tiene la habilidad de teletransportarse en Uzushiogakure no Sato. —¡BAM! Directa al corazón uzujin—. Unos sellos de mierda, y de repente, de estar a kilómetros y kilómetros de distancia, a estar dentro de nuestras jodidas puertas. Y con compañía, si es que así lo desea.
Era una brecha en la seguridad tremenda. Una herida abierta permanente. Una desventaja táctica tal que, de haber guerra, podría ser su perdición.
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—Es mejor que te sientes. O te caerás de culo cuando te lo cuente.
— Deja de exagerar y suéltalo ya.
Era completamente imposible que fuese algo peor a lo que ya sabía, total e irremediablemente imposible. No improbable ni poco probable, no, IMPOSIBLE. Amegakure no solo había intentado matar a nuestro jinchuriki y nos había tirado a sus perros kuseños encima, sino que había intentado apuñalar a traición a nuestro segundo jinchuriki cuando acababa de salvar a la suya. Es decir, UNA PUTA LOCURA.
Me quedé de pie. Era el más macho de esa habitación y tenía que demostrarlo, si algo podía aguantar un verdadero macho uzunes de pelo en pecho era una información tensa.
—Hanabi-sama quiere que mantengamos un perfil bajo. Que no la liemos. Pero hay un problema, un problema de los gordos. Estamos en peligro, Nabi. En un peligro mortal. Verás, Daruu… tiene la habilidad de teletransportarse en Uzushiogakure no Sato. Unos sellos de mierda, y de repente, de estar a kilómetros y kilómetros de distancia, a estar dentro de nuestras jodidas puertas. Y con compañía, si es que así lo desea.
Son esta clase de momentos los que más se exageran siempre, debería haber saltado con una exclamación tremenda, haber salido expulsado de la habitación por una onda de choque que ni una bijuudama encerrada en una canica podría superar, ese había sido el nivel de la revelación de Datsue.
Sin embargo, no hubo nada de eso. No hubo sacudida violenta, no hubo explosión tras de mi, nada de nada. Palidecí y una única gota de sudor cayó por el lateral derecho de mi frente hasta la barbilla. Entonces acepté el asiento que me había ofrecido el Uchiha.
Apoyé los codos en las rodillas y me incliné hacia delante, sin decir nada todavía. Con las manos me sujeté la cabeza, intentando que no se me despegase del cuerpo de tanta confusión que estaba sintiendo.
— Me estás diciendo. Que el mismo loco. Que intentó matar a Akame. Puede colarse impunemente en la villa. Con otros, además.
Me pasé las manos por la cara intentando aclararme.
— Estamos jodidos.
Lo veía todo del mismo color que Ayame tenía que haber visto la mierda de Stuffy.
Inuzuka Nabi no reaccionó como se había esperado Datsue. No empezó a tirarse de los pelos. Ni se puso a chillar y vocear durante media hora. Ni amenazó con tirarse por la ventana por la locura que acababa de oír. Ni siquiera soltó algún insulto gratuito hacia los amejines. Nada. Simplemente sintió el peso de la realidad sobre sus hombros, que se vinieron abajo, hasta que finalmente tuvo que sentarse.
Aquello había dejado de ser una broma de mal gusto para convertirse en algo mucho más serio.
—Estamos jodidos. —Ninguna otra frase lo hubiese definido mejor.
—No mientras estemos juntos —El Uchiha colocó una mano sobre el hombre de Nabi y le dio un apretón amistoso. Quería subirle los ánimos, pero ni él mismo se lo creía. Sí, estaban jodidos pero bien—. No sé a cuántos puede llevar consigo, pero mínimo a uno —le explicó—. Si su técnica funciona como la de Akame, a más. Intenté convencer a Hanabi-sama para que me permitiese localizar a Daruu y sonsacarle el funcionamiento de su jutsu con un interrogatorio… a lo amejin —Interrogatorio a lo amejin era la descripción perfecta—. Pero no me lo permitió. Lo ve demasiado arriesgado. Quiere que mantengamos perfil bajo y evitar cualquier posible follón.
En parte, lo entendía. Por otra... le parecía que no arriesgarse era el mayor riesgo que podían tomar.
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Datsue hizo algo que no solía ver en él. Mentir por intentar consolarme, lo normal era que mintiese por escaquearse de algo. Sin embargo, no dejaba de ser una mentira, más falsa que los compromisos de un amenio. Por lo que me explicó, seguía siendo tan imprudente como antes, puedes sacar a Datsue del Intrépido, pero no el Intrépido de Datsue.
— ¡Claro que no te dejó! ¿Eres consciente de la posición que ocupas? ¿Quien te dice que Daruu no puede meterte en su villa igual que se mete en la nuestra? Si no sabemos como funciona esa mierda mejor no arriesgarnos tanto como para mandarte a ti, que además estás metido en esto hasta el cuello.
Pensé en decirle algo del palo, "en la villa estarás más seguro" pero ni eso nos valía ahora.
— ¿Qué sabes de Daruu y su técnica? Dices que podría meter a alguien en la villa, ¿en cualquier sitio? ¿A cualquier persona? ¿Eso es lo que intentaba al lanzarse a Ayame en el examen? A lo mejor no funciona con jinchurikis, ¿no?
Necesitaba un ápice de luz en la situación tan negra en la que estábamos.
Aguantó con estoicismo la bronca de Nabi. ¡Nabi, diciéndole cosas responsables! Bufó. Ya lo había visto todo en aquella vida. Pero tenía algo de razón. Siendo quien era, era un peligro enfrentarse a alguien que podía teletransportarle en cualquier momento. Pero el Uchiha no había propuesto un uno contra uno —que, sin duda, le parecía una locura—, sino un dos contra uno junto a su Hermano.
Con semejante ventaja numérica, Datsue no lo veía tan arriesgado.
—¿Qué sabes de Daruu y su técnica? Dices que podría meter a alguien en la villa, ¿en cualquier sitio? ¿A cualquier persona? ¿Eso es lo que intentaba al lanzarse a Ayame en el examen? A lo mejor no funciona con jinchurikis, ¿no?
—Lo único que sé es que me teletransportó al embarcadero, Nabi. Así que sí, sí funciona con jinchurikis. Y creemos que era lo que intentaba hacer con Ayame, sí. Pero que por alguna otra razón falló. Eso es lo irrefutable. Luego, hay teorías. Akame tiene una muy consistente, pero Hanabi-sama no quiso darle demasiado crédito.
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—Lo único que sé es que me teletransportó al embarcadero, Nabi. Así que sí, sí funciona con jinchurikis. Y creemos que era lo que intentaba hacer con Ayame, sí. Pero que por alguna otra razón falló. Eso es lo irrefutable. Luego, hay teorías. Akame tiene una muy consistente, pero Hanabi-sama no quiso darle demasiado crédito.
— Akame puede ser muchas cosas, pero no creo que tenga el don de la palabra, de hecho, le vi bastante como yo, más que como tú. De cualquier manera, no deberíamos estar pensando en eso, si puede hacerlo, es casi como un ataque a nuestra seguridad. Deberíamos hacer un ataque preventivo o algo. ¿No podemos separar la peninsula del resto del continente y hacer como el Pais del Agua?
El inicio de la guerra era inminente. Muy inminente. Ya nadie confiaba ni en el tato, a la mínima que Amegakure se inventase una prueba más falsa que su honestidad en nuestra contra y se la enseñase a Kusagakure, ellos les creerían sin pensarselo dos veces. Y entonces, colorín colorado, con la guerra hemos topado. Dos villas contra una, nos colaran el jinchuriki en nuestra puta cara y pum. Fin de la guerra.
—Akame puede ser muchas cosas, pero no creo que tenga el don de la palabra, de hecho, le vi bastante como yo, más que como tú. De cualquier manera, no deberíamos estar pensando en eso, si puede hacerlo, es casi como un ataque a nuestra seguridad. Deberíamos hacer un ataque preventivo o algo. ¿No podemos separar la peninsula del resto del continente y hacer como el Pais del Agua?
Datsue estalló en una carcajada ante la ocurrencia de Nabi. Sin duda, poder separarse del continente hubiese sido un puntazo.
—Pues no sé, dímelo tú, que eres el experto en Doton —le respondió, devolviéndole el guante—. Aunque, ¿por qué irnos nosotros? Que se larguen ellos, coño. Como los repudiados y odiados amejines que deberían ser.
»Bueno, ¿y tú qué? Te he puesto al día en miles de cosas. ¿Tú no tienes nada que contarme?
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—Pues no sé, dímelo tú, que eres el experto en Doton. Aunque, ¿por qué irnos nosotros? Que se larguen ellos, coño. Como los repudiados y odiados amejines que deberían ser.
— Bueno, pues que se vayan ellos con su mal fario y su constante lluvia, ¿qué más da? La cuestión es que no nos toquen más los cojones, joder. ¿Tan difícil era mantener la paz? Si solo era no hacer nada. Qué ganas de liarla, coño.
»Bueno, ¿y tú qué? Te he puesto al día en miles de cosas. ¿Tú no tienes nada que contarme?
Repasé unos segundos mi vida, y no parecía ser para nada interesante en ningún aspecto.
— Desde luego, nada tan importante como que hay un amenio capaz de colarse en la villa. Gracias a ti hasta parece que he tenido una vida tranquila.
En comparación, lo mio era un cuento infantil. Datsue tenía traiciones, engaños, estafas, más engaños, intentos de asesinato, corrupción, más engaños y desgracias, muchas desgracias.
Datsue suspiró, inclinándose hacia atrás y dejando reposar la espalda sobre el cabecero de la cama.
—Pues no sabes la suerte que tienes —dijo, sincero—. Ojalá la mía fuese igual de tranquila. Es jodidamente frustrante, y el puto Shukaku no para de dar por culo.
Gracias a Hanabi, había dormido los últimos meses sedado hasta las trancas. Ya no poseía esas ojeras tan enfermizas, y se encontraba mucho más descansado y relajado. Salvo cuando le tocaba ir de misión, claro, como era aquel caso. En aquellos momentos no le quedaba de otra que aguantar sus sangrientas pesadillas y apenas pegar ojo.
—Bueno, tío. Pues será mejor que durmamos un poco. Mañana nos espera un largo viaje.
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—Pues no sabes la suerte que tienes. Ojalá la mía fuese igual de tranquila. Es jodidamente frustrante, y el puto Shukaku no para de dar por culo.
— Me lo imagino, si ves que te va a dar un subidon como el que le dio a Ayame, dímelo y damos una vuelta por el País de la Tormenta.
Bromeé con tan poco acierto como solía tener.
—Bueno, tío. Pues será mejor que durmamos un poco. Mañana nos espera un largo viaje.
— Sí, será lo mejor, aunque creo que vas a dormir hasta tú más que yo. Vaya noticia para dar a última hora del día. Hasta mañana, colega.
Me despedí mientras salía por la puerta sin detenerme demasiado a hacer florituras a mi salida.
— Vamos, Stuffy.
El can estaba espatarrado en una esquina de la habitación, al oír su nombre se desperezó y se arrastró hasta la puerta sin mucho ímpetu. Finalmente, cerré la puerta, dejando a Datsue solo con su demonio.
Fui hasta mi habitación y me tiré en la cama sin más. Sin cambiarme, sin acomodar nada y sin dejar de darle vueltas a los escenarios que se presentaban ante nosotros. ¿Y si volvíamos a la villa y todo estaba patas arriba? Sinceramente, no sería la primera vez que me pasaba.
Aquella noche no fue muy distinta a lo que, para su desgracia, ya estaba acostumbrado. Terribles pesadillas donde mataba a sus seres queridos. Donde el pueblo se revelaba contra él y le torturaba. Le cortaba en pedacitos. Le arrancaba los ojos. Los pulmones. El corazón.
Shukaku, siempre tan imaginativo, tiró de la información recopilada aquel día, dándole una pequeña vuelta a su habitual pesadilla. Añadiendo breves escenas nuevas sueltas aquí y allá. Vio a Eri confabulando con Ayame. Con Daruu. Con Kaido. La oyó criticarle a él y a su Hermano. Asegurando que toda la culpa era de ellos, olvidándose de los actos de los amejines. La oyó conspirar con ellos, llegando a la conclusión que Oonindo sería un mundo mejor sin la existencia de los Hermanos del Desierto.
Eri le paralizaba con un fūinjutsu y permitía que Ayame le apuñalase en el pecho, mientras esta se burlaba de él porque nunca más fuese a ver a Aiko con vida.
Eri le esposaba las manos y animaba a Daruu a que clavase sus cuchillas ocultas en los pulmones de él, mientras este le avisaba que Akame sería el próximo.
Eri le sonreía, esa sonrisa inocente y pura tan suya, y susurraba palabras envenenadas a Kaido. Kaido asentía, y le degollaba con su espada serrada con el rostro pétreo e imperturbable, tan profesional como el de su Hermano.
Eri recogía su cabeza del suelo, de la que caía sangre a borbotones por el cuello abierto, y le susurraba palabras de consuelo. Le decía que a partir de ahora todo iba a salir bien. Que lo malo ya había pasado…
… y le abría el cráneo con su ninjatō.
Luego despertaba, empapado en sudor, y algo dentro de él pensaba que ya nada volvería a ser lo mismo. Y volvía a dormirse. Y volvía a soñarlo. Así una, y otra, y otra vez, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por su ventana.
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La kunoichi se levantó temprano, si podía llamar a aquello levantarse. No había dormido del todo y se había levantado a cada hora, incapaz de alcanzar un sueño reparador, así que, decidida a dejar de perder el tiempo, se vistió, recogió sus pertenencias y bajó a tomar algo rápido que sirviese como desayuno mientras esperaba a sus compañeros.
No sabía cómo estarían tras lo del día anterior, tampoco estaba con ganas de encararlos, pero aún así se sentó en el primer asiento que encontró y pidió un té verde con el primer dulce que le ofrecieron. Así que la encontrarían sentada en una mesa apartada, comiendo lentamente y solo lo que el estómago soportaba.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100