3/09/2015, 12:41
Los días posteriores a la graduación pasaban sin mucho revuelo. Nuevos retoños ingresaron a la academia y los recién ascendidos meditaban lo que vendría después en sus vidas como shinobi. Kaido se encontraba bajo la misma vicisitud, aunque incapaz de poder dar opinión acerca de ello, tan sólo podía mantenerse expectante a que quienes controlaban los hilos desde arriba evaluaran las posibilidades que tenía con respecto a su futuro más inmediato. Misiones, equipos, encargos. Mucho que meditar. Pero para la suerte de quienes debían discutir tales menesteres, el tiburón parecía poco interesado en ese tipo de decisiones.
El que no le importase yacía en su condición de herramienta. Lo sabía. Sabía perfectamente que él era una apuesta a futuro para el clan Hozuki. Sabía que su particular encierro y posterior inserción a la aldea tenía su motivo y aprendió a no querer saberlo. Y sabía también que aunque su posición era la de un seguidor, eso no era del todo una desventaja.
Sin un pasado al cual responder, ni ataduras o lazos fraternales, su misión era vivir el día a día.
¿Qué podía ser más divertido que eso?...
Aún no llegaban noticias de su reducto. Ya había hecho de todo dentro de su aldea y no quedaba lugar que visitar por lo que llevaba un par de días sin dejar la residencia, aprovechando las instalaciones para continuar rutinas de entrenamiento muy similares a las impuestas en el Valle Aodori. Por él habría continuado haciéndolo por tiempo indefinido para retar sus propios límites pero quienes vigilaban de cerca sabían que eso no era bueno.
Fue entonces que Yarou-dono arrojó una carnada de distracción para que el tiburón pudiera relajarse un poco. No estaba de más darle algo que hacer para variar.
—Kaido —pidió el hombre con su aspereza particular—. necesito que te alistes de inmediato y armes un equipo para viajar. Tengo un encargo para ti: has de llevar este sobre a la ciudad de Taikarune y entregárselo a un hombre llamado Yimadai, quien te espera a mediados de la tarde en las adyacencias del museo. Es una tarea importante así que espero que trates el asunto con seriedad, ¿de acuerdo?
—Pero si yo soy la persona más seria del mundo Yarou-dono, ¿qué más puede esperar de mí? —tono burlón y sonrisa en ristre. El tutor, en cambio, le miró son severidad y apretó la mandíbula.
Kaido dio un paso atrás.
—Parto cuanto antes, Yarou-dono —y abandonó finalmente el lugar, luego de haber escuchado el resto de los detalles.
El viaje no tuvo ningún tipo de contratiempo. Al Gyojin le tomó gran parte de la mañana en atravesar los laureles que le llevarían finalmente hasta las zonas fronterizas con el país del fuego. De allí en adelante, los bosques verdes y soleados le abrieron plenamente los brazos, obligándole a transitar un par de senderos montañosos para poder tomar la ruta que le llevaría finalmente a Taikarune.
El reconocible arco que piedra terminaría dándole la bienvenida. Avanzó hasta dejarlo atrás y antes de que pudiera darse cuenta ya estaba pisando el interior de la ciudad. Acogedora, rural, repleta de casas de madera y gente muy servicial. Ahora tenía que encontrar a ese tal Yimadai
«¿y dónde coño se supone que está ese museo?»
El que no le importase yacía en su condición de herramienta. Lo sabía. Sabía perfectamente que él era una apuesta a futuro para el clan Hozuki. Sabía que su particular encierro y posterior inserción a la aldea tenía su motivo y aprendió a no querer saberlo. Y sabía también que aunque su posición era la de un seguidor, eso no era del todo una desventaja.
Sin un pasado al cual responder, ni ataduras o lazos fraternales, su misión era vivir el día a día.
¿Qué podía ser más divertido que eso?...
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Aún no llegaban noticias de su reducto. Ya había hecho de todo dentro de su aldea y no quedaba lugar que visitar por lo que llevaba un par de días sin dejar la residencia, aprovechando las instalaciones para continuar rutinas de entrenamiento muy similares a las impuestas en el Valle Aodori. Por él habría continuado haciéndolo por tiempo indefinido para retar sus propios límites pero quienes vigilaban de cerca sabían que eso no era bueno.
Fue entonces que Yarou-dono arrojó una carnada de distracción para que el tiburón pudiera relajarse un poco. No estaba de más darle algo que hacer para variar.
—Kaido —pidió el hombre con su aspereza particular—. necesito que te alistes de inmediato y armes un equipo para viajar. Tengo un encargo para ti: has de llevar este sobre a la ciudad de Taikarune y entregárselo a un hombre llamado Yimadai, quien te espera a mediados de la tarde en las adyacencias del museo. Es una tarea importante así que espero que trates el asunto con seriedad, ¿de acuerdo?
—Pero si yo soy la persona más seria del mundo Yarou-dono, ¿qué más puede esperar de mí? —tono burlón y sonrisa en ristre. El tutor, en cambio, le miró son severidad y apretó la mandíbula.
Kaido dio un paso atrás.
—Parto cuanto antes, Yarou-dono —y abandonó finalmente el lugar, luego de haber escuchado el resto de los detalles.
El viaje no tuvo ningún tipo de contratiempo. Al Gyojin le tomó gran parte de la mañana en atravesar los laureles que le llevarían finalmente hasta las zonas fronterizas con el país del fuego. De allí en adelante, los bosques verdes y soleados le abrieron plenamente los brazos, obligándole a transitar un par de senderos montañosos para poder tomar la ruta que le llevaría finalmente a Taikarune.
El reconocible arco que piedra terminaría dándole la bienvenida. Avanzó hasta dejarlo atrás y antes de que pudiera darse cuenta ya estaba pisando el interior de la ciudad. Acogedora, rural, repleta de casas de madera y gente muy servicial. Ahora tenía que encontrar a ese tal Yimadai
«¿y dónde coño se supone que está ese museo?»