5/01/2019, 01:03
(Última modificación: 5/01/2019, 01:06 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Pero no le harán daño, ¿verdad? —preguntó Daruu, al cabo de algunos segundos.
—No, no lo creo. Yui quiere devolver a Ayame de vuelta, simplemente quiere hacer las cosas... a su manera —respondió Kiroe.
—No. No mientras recuerden que ese cuerpo sigue siendo de Ayame, y que ella sigue estando encerrada en su interior —añadió Zetsuo, sombrío.
Y ni siquiera escuchó las siguientes palabras que pronunció Daruu, aunque Kōri asintió, algo ausente. Simplemente se levantó y se dirigió a la salida de la pastelería sin pronunciar palabra alguna, acompañado de su hijo mayor. Y mientras subían en ascensor de camino, mientras introducía la llave en la puerta y la giraba, mientras atravesaba los pasillos de su casa a oscuras de camino a su habitación, mientras se tiraba en la cama sin siquiera desvestirse su cerebro seguía rumiando, tratando de digerir todo aquello.
Habían pasado cosas. Demasiadas cosas. Todas ellas difíciles de asimilar. Su hija había sido poseída por el monstruo que había estado guardando en su interior. Y la habían abandonado en un calabozo oscuro y frío, a la espera de una solución que ni siquiera estaban seguros de que llegaría. Su alma de shinobi acerado sabía que aquello había sido lo correcto, que no podían dejar que el Bijū correteara libre por la aldea o existiera la mínima posibilidad de que volviera a escapar, pero no podía quitarse del pecho aquella opresiva sensación. Una sensación que se afanaba por apartar una y otra vez. Pero aún en el caso de que la solución llegara al fin, que el milagro se produjera, el acto no terminaría allí, porque entre los bastidores aguardaba el Nueve Colas. ¿Quién podía asegurar que no volvería a intentarlo con ayuda de esos Generales suyos? ¿Quién les aseguraba que Ayame volvería sana y salva, y quedaría sana y salva?
—Te prometí que la protegería. Y la protegeré. Por Amenokami juro que la traeré de vuelta y la protegeré. Aunque me vaya la vida en ello lo haré.
—No, no lo creo. Yui quiere devolver a Ayame de vuelta, simplemente quiere hacer las cosas... a su manera —respondió Kiroe.
—No. No mientras recuerden que ese cuerpo sigue siendo de Ayame, y que ella sigue estando encerrada en su interior —añadió Zetsuo, sombrío.
Y ni siquiera escuchó las siguientes palabras que pronunció Daruu, aunque Kōri asintió, algo ausente. Simplemente se levantó y se dirigió a la salida de la pastelería sin pronunciar palabra alguna, acompañado de su hijo mayor. Y mientras subían en ascensor de camino, mientras introducía la llave en la puerta y la giraba, mientras atravesaba los pasillos de su casa a oscuras de camino a su habitación, mientras se tiraba en la cama sin siquiera desvestirse su cerebro seguía rumiando, tratando de digerir todo aquello.
Habían pasado cosas. Demasiadas cosas. Todas ellas difíciles de asimilar. Su hija había sido poseída por el monstruo que había estado guardando en su interior. Y la habían abandonado en un calabozo oscuro y frío, a la espera de una solución que ni siquiera estaban seguros de que llegaría. Su alma de shinobi acerado sabía que aquello había sido lo correcto, que no podían dejar que el Bijū correteara libre por la aldea o existiera la mínima posibilidad de que volviera a escapar, pero no podía quitarse del pecho aquella opresiva sensación. Una sensación que se afanaba por apartar una y otra vez. Pero aún en el caso de que la solución llegara al fin, que el milagro se produjera, el acto no terminaría allí, porque entre los bastidores aguardaba el Nueve Colas. ¿Quién podía asegurar que no volvería a intentarlo con ayuda de esos Generales suyos? ¿Quién les aseguraba que Ayame volvería sana y salva, y quedaría sana y salva?
—Te prometí que la protegería. Y la protegeré. Por Amenokami juro que la traeré de vuelta y la protegeré. Aunque me vaya la vida en ello lo haré.