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—Sí, por desgracia somos bastante frágiles —confirmó—. Y a lo segundo, pues te contesto lo mismo que el otro día. He venido a visitar a Ayame. Y de paso a visitarte a ti.
Daruu se cruzó de brazos y echó la espalda hacia atrás, dejando caer la cabeza para quedarse mirando al techo.
—Kokuō. ¿Hay alguna manera de que podamos entendernos? Ahora mismo, yo deseo que reviertan el sello. Y tú saldrías perjudicada. Eso es bueno para mi y para Ayame, pero malo para ti. Y si te quedas como estás, podríamos llegar a llevarnos... más o menos bien. Pero Ayame estaría encerrada. Yo digo que dejemos de fijarnos en esa paradoja y rompamos la pared. Encontremos una forma diferente de ayudarnos. De que los tres estemos contentos. Y libres.
Kokuō giró sobre sus talones y apoyó la espalda sobre los barrotes, dándole la espalda. Había agachado la cabeza, pensativa, y tardó varios segundos en responder:
—Es imposible. La relación entre la señorita y yo siempre es de un tira y afloja. Cuando ella es libre, yo quedo encerrada. Y viceversa. No hablamos de romper una pared, sino de una jaula. Una jaula protegida con técnicas de sellado.
Hizo una breve pausa, y entonces giró la cabeza hacia Daruu. Lo justo para que su iris quedara fijo en él.
—Y usted se está arriesgando demasiado a hablar de esta forma conmigo. Si su adorada líder se entera, tendrá problemas.
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Daruu chasqueó la lengua y miró a Kokuō de nuevo. Una vez más, con las manos debajo de la silla la acercó a los barrotes. Para hablar en voz baja.
—No, escucha... e-escucha. —Lo que estaba a punto de decir era una locura absurda que pondría en riesgo a toda la villa. Lo sabía. Pero el bijuu había demostrado ser nada más que un ente muy receloso de los humanos.
Tal vez, si escogía bien las palabras, las acciones, los ofrecimientos...
—Mira, no se trata se romper la jaula sino de... Mira. Se trata de... ¿no podríais compartir la libertad? ¿El cuerpo? Sé que no sería agradable del todo para nadie, pero estoy segura de que sabes que Ayame es buena chica, no quiere ningún mal. Mira, sólo tenemos que... —Se detuvo, de pronto—. Un momento. Ya van varias veces que me adviertes sobre Yui. ¿Acaso te estás preocupando por mí, Ko-ku-ō?
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Pero Daruu se acercó aún más a la jaula y Kokuō percibió su nerviosismo. Pero no era temor a acercarse a ella, sino un miedo diferente. Como si estuviera a punto de hacer algo que no debiera.
—Mira, no se trata se romper la jaula sino de... Mira. Se trata de... ¿no podríais compartir la libertad? —preguntó, y Kokuō se volvió hacia él, extrañada—. ¿El cuerpo? Sé que no sería agradable del todo para nadie, pero estoy segura de que sabes que Ayame es buena chica, no quiere ningún mal. Mira, sólo tenemos que... —Se detuvo, de pronto—. Un momento. Ya van varias veces que me adviertes sobre Yui. ¿Acaso te estás preocupando por mí, Ko-ku-ō?
Aquella última pregunta la pilló con la guardia baja. Kokuō, sobresaltada, abrió y cerró la boca varias veces, pero no encontraba las palabras. Al final lanzó un resoplido al aire.
—Es uno de los pocos humanos decentes que he encontrado. Sería una... lástima que terminara aplastado por las manos de esa humana —terminó por admitir, elevando los hombros en una postura defensiva. Y rápidamente cambió de tema—: ¿Qué clase de locura se supone que está sugiriendo? ¿Que nos turnemos el cuerpo? ¿Kunoichi durante el día, Bijū por la noche? —lanzó una risotada, divertida.
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«Ah, claro. Decente. Supongo que es la forma que tienes para decirme que te caigo bien. Creo». O quizás, simplemente, era uno de esos humanos que esquivaría con la pezuña en vez de aplastarlo como a un insecto. Era un paso.
—¿Qué clase de locura se supone que está sugiriendo? ¿Que nos turnemos el cuerpo? ¿Kunoichi durante el día, Bijū por la noche? —rio Kokuo.
Pero Daruu desvió la mirada, incómodo. Se llevó una mano detrás de la nuca, acariciándose el pelo.
—Eeeeh... ¿ssssí? —dijo—. Bueno, no exactamente así, pero, quiero decir. Si reconocemos que hay sólo buena voluntad de parte de todos, ¿tanto te costaría... aceptar tener una libertad... limitada?
»Espera —se apresuró a decir—. A lo que me refiero es que, a Ayame no creo que le importe dejarte días enteros libre, si en lugar de ser una libertad o retención forzada es de mutuo acuerdo. Y... y... la locura viene de, bueno. Podríamos... fingir que Ayame ha conseguido recuperar el control, y Yui os liberaría. Y luego... pues cedéoslo entre vosotras a ratos cuando queráis. ¿...No?
Por Amenokami, en voz alta resultaba todavía más estúpido.
—¿El sello no puede... retirarse? ¿Como si Ayame perdiera el control por completo? ¿Para eliminar esa... esa jaula? —Daruu tragó saliva. ¿Y si el bijuu les traicionaba en cualquier momento? ¿Y si...? Pero estaba seguro de algo...
...es lo que Ayame haría.
—Pregúntaselo a ella misma, seguro que si fuera por ella te dejaba poseerla de vez en cuando...
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Daruu desvió la mirada, incómodo. Y Kokuō supo, sin necesidad de técnicas de lectura de mentes, que había acertado. Al menos, quizás, en parte.
—Eeeeh... ¿ssssí? —dijo—. Bueno, no exactamente así, pero, quiero decir. Si reconocemos que hay sólo buena voluntad de parte de todos, ¿tanto te costaría... aceptar tener una libertad... limitada?
«Y yo que creía que la Señorita era la de las locuras...» Pensó Kokuō, boquiabierta, pero antes de que pudiera decir nada al respecto, Daruu continuó:
—Espera. A lo que me refiero es que, a Ayame no creo que le importe dejarte días enteros libre, si en lugar de ser una libertad o retención forzada es de mutuo acuerdo. Y... y... la locura viene de, bueno. Podríamos... fingir que Ayame ha conseguido recuperar el control, y Yui os liberaría. Y luego... pues cedéoslo entre vosotras a ratos cuando queráis. ¿...No?
—Claaaro. Estoy segurísima de que a Zetsuo le encantaría verme campando por su casa durante días —contestó, con una risilla llena de sarcasmo—. O mejor, Yui. ¡O los humanos de Amegakure! Mira, incluso podría pasarme por la pastelería de tu madre. Siempre he sentido curiosidad por esos dulces tan extraños.
—¿El sello no puede... retirarse? ¿Como si Ayame perdiera el control por completo? ¿Para eliminar esa... esa jaula? —preguntó Daruu, tragando saliva.
Y Kokuō no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Es que aquel muchacho se había vuelto loco? ¿Estaba hablando en serio? ¿De verdad querían liberarla?
—Pregúntaselo a ella misma, seguro que si fuera por ella te dejaba poseerla de vez en cuando...
Kokuō agachó la cabeza, repentinamente sombría. Daruu era un chico inteligente, muy inteligente. ¿Quizás estaba intentando ganarse su confianza, camelársela, para buscar un punto débil en el sello? ¿Una forma de hacer regresar a Ayame?
—Buen intento, Amedama Daruu. Buen intento.
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—Intento de... ¿intento? ¿Intento de qué? —preguntó Daruu, indignado—. ¡Kokuo! Te he reconocido por tu nombre, estoy aquí, hablando contigo, intentando entenderte. Intentando que nos entendamos —dijo, gesticulando con las manos y señalándola a ella y a sí mismo—. Estoy aquí, diciéndote que no me importa dejarte totalmente libre, a cambio de que no intentes salir del cuerpo de Ayame y matarla en el proceso a cada rato. ¡Es lo único que estoy intentando!
Daruu suspiró y bajó la mirada.
—Pero déjalo. Ya pensaba yo que era un gilipollas iluso. No voy a borrar siglos de rencor con un par de palabras bonitas. Nunca confiarás en nosotros. Y si no confías en nosotros, no podremos confiar en ti... —Daruu se levantó, y comenzó a alejarse por el pasillo—. Se me acaba el tiempo. ¡Ayame! Hoy no hemos podido hablar. Pero sigo pensando en ti, ¿vale? Te quiero...
Pom. El portón se cerró.
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—Intento de... ¿intento? ¿Intento de qué? —preguntó Daruu, indignado—. ¡Kokuō! Te he reconocido por tu nombre, estoy aquí, hablando contigo, intentando entenderte. Intentando que nos entendamos —decía, gesticulando con las manos mientras la señalaba a ella y a sí mismo—. Estoy aquí, diciéndote que no me importa dejarte totalmente libre, a cambio de que no intentes salir del cuerpo de Ayame y matarla en el proceso a cada rato. ¡Es lo único que estoy intentando!
Pero Kokuō no respondió, se había cruzado de brazos y mantenía los ojos cerrados, y Daruu se vio resignado a suspirar.
—Pero déjalo. Ya pensaba yo que era un gilipollas iluso. No voy a borrar siglos de rencor con un par de palabras bonitas. Nunca confiarás en nosotros. Y si no confías en nosotros, no podremos confiar en ti... —Daruu se levantó, y comenzó a alejarse por el pasillo.
«¡No! ¡No dejes que se vaya así, por favor! ¡Kokuō!»
Pero Kokuō seguía sin reaccionar.
—Se me acaba el tiempo. ¡Ayame! Hoy no hemos podido hablar. Pero sigo pensando en ti, ¿vale? Te quiero...
«¡Daruu...! ¿Por qué has hecho esto, Kokuō? ¡Daruu era sincero! ¡Y yo también!»
¿Sinceros? ¿De verdad estaban hablando de liberarla? ¿Dos humanos?
Kokuō lanzó un largo suspiro. Aquellos barrotes la estaban debilitando demasiado. Confiar en la palabra de dos humanos...
La puerta volvía a abrirse. Y allí volvían sus dos torturadores, para obligarla a tomar aquella "medicina".
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Una vez más, pasaron un par de días hasta que algún visitante abrió el portón del calabozo del Edificio de la Arashikage. Esta vez, sin embargo, no se trataba de Daruu.
Los pasos eran delicados, como si apenas rozaran el suelo. Sólo se les escuchaba porque el resto era puro silencio. En cuanto el estruendo metálico del cierre cesó, la temperatura en el calabozo descendió un par de grados. Encerrada en la penumbra como estaba, la presencia del Hielo era tan deslumbrante como el primer rayo de Sol al abrir la persiana.
El joven levantó la silla con cuidado, la puso delante de la celda y tomó asiento, sin decir ni una sola palabra.
Sus ojos, gélidos, inexpresivos, estaban clavados en los de Kokuo. No había rencor en su mirada.
Ni felicidad. Ni tristeza. Nada.
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Dos días pasaron tras la última visita de Daruu. Fue después de la última toma de su medicina cuando el inconfundible sonido metálico de la puerta abriéndose llegó hasta sus oídos.
«Aquí viene de nuevo.» Pensó Kokuō, que aún se frotaba el dorso de la mano contra la comisura de los labios, profundamente asqueada.
Pero había algo extraño en el ambiente. Aquellos pasos no eran los de Daruu. El sonido de aquellos pasos era apenas perceptible, incluso para sus oídos. Sus pies susurraban sobre las losas de piedra del calabozo. Y entonces la invadió una súbita sensación de frío.
«No es Daruu. Es...»
La silueta, blanca como la nieve, entró al fin en su rango de visión. Kōri tomó la banqueta de madera con cuidado y se sentó frente a la celda sin pronunciar palabra alguna. Ni un saludo, ni un insulto, ni palabras de rencor. Nada. Su silencio era tan gélido como su sola presencia. Y El Hielo parecía decidido a atravesarla con aquellos iris de escarcha. Pero ni siquiera en su mirada supo apreciar sentimiento ninguno: ni enfado, ni rencor, ni siquiera satisfacción por verla allí encerrada. Nada. Absolutamente nada.
Y Kokuō no supo como reaccionar a algo así. Estaba acostumbrada a que la odiaran, a que la repudiaran, pero no a que no expresaran nada hacia ella.
Por eso, simplemente le imitó. Guardó silencio y le retó con sus ojos turquesas.
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Hubo un duelo de miradas que podría calificarse como tenso. Bueno, en todo caso sólo sería tenso para Kokuo, porque lo que es por parte de Kori, no lo fue en absoluto. El Hielo se limitó a seguir mirándola sumido en sus pensamientos. Era algo que hacía mucho. Observar. A la par con otras dos cosas que hacía mucho también: escuchar y pensar. Para él era natural, y no se daba cuenta de que podía incomodar a los demás. Hasta pasado un rato.
Quizás se estaba pasando. Sería bueno remediarlo.
—Hola —dijo, átono.
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(Última modificación: 7/01/2019, 01:02 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El duelo de miradas se alargó en el tiempo. Hielo contra Vapor, azul contra turquesa. Y ninguno de los dos parecía tener ganas de hacer nada para romper el hielo.
«Pero... ¿qué estáis haciendo?»
Ayame no habría logrado sostenerle la mirada más de unos pocos segundos, pero Kokuō era bastante diferente a la hermana pequeña que Kōri estaba acostumbrado a tratar. Fueron varios largos minutos los que duró aquello, y cualquiera que hubiera entrado en aquel momento se habría encontrado con una escena de lo más peculiar.
Y al final...
—Hola.
Fue Kōri el que habló, con aquella voz átona suya, carente de cualquier emoción.
—Hola —correspondió ella—. ¿Ha venido a quedarse mirándome así?
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Kori se encogió de hombros y dejó de mirarla. En su lugar, clavó la misma mirada en la pared del fondo de la celda. No sabría decir cual de las dos cosas era más inquietante.
—No, he venido a ver a mi hermana —afirmó, incapaz de detectar la intencionalidad subyacente de las palabras de los demás, como siempre—. Bueno, o a que ella me vea a mí. Sé que está ahí, en alguna parte, de modo que quiero recordarle que su familia no se ha olvidado de ella.
»Aunque Padre no va a bajar aquí. Quizás es mejor que no lo haga.
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(Última modificación: 7/01/2019, 01:48 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Kōri simplemente se encogió de hombros y desvió la mirada hacia la pared del fondo de la celda.
—No, he venido a ver a mi hermana —terminó por responder—. Bueno, o a que ella me vea a mí. Sé que está ahí, en alguna parte, de modo que quiero recordarle que su familia no se ha olvidado de ella.
»Aunque Padre no va a bajar aquí. Quizás es mejor que no lo haga.
Kokuō dejó escapar el aire por la nariz en una seca risilla, carente de cualquier tipo de alegría. No, desde luego que aquel hombre la visitara, conociendo su carácter orgulloso y agresivo, podría ser la peor idea de la historia.
—La señorita está realmente feliz de tener a tanta gente que se preocupa por ella y viene a verla —comentó el bijuu, antes de ladear la cabeza hacia el jonin—. No es algo que yo pueda decir, ¿verdad? Todos mis hermanos están muertos o encerrados, después de todo.
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Kori volvió a mirar a Kokuō, y se quedó mirándola durante unos segundos, imperturbable.
—Me alegro de saber que Ayame está bien. Gracias por decírmelo —dijo—. ¿Los bijuus os consideráis hermanos? ¿Como una familia?
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(Última modificación: 7/01/2019, 02:05 por Aotsuki Ayame.)
—Me alegro de saber que Ayame está bien. Gracias por decírmelo —respondió Kōri, y Kokuō alzó una ceja, incrédula. ¿Acaso no lo sabía? ¿Daruu no se lo había contado a su familia? ¿Acaso les estaba ocultando sus visitas?—. ¿Los bijuus os consideráis hermanos? ¿Como una familia?
Aquella pregunta la pilló desprevenida. Pero tardó algunos segundos en responder, incluso se compró tiempo moviendo ligeramente el cuello enfurecido (aquella condenada almohada, si es que podía llamarse así, se lo estaba destrozando). No le gustaba hablar de sus Hermanos porque no quería aportar datos que pudieran perjudicarlos, por eso medía las palabras al milímetro, limitándose a confirmar lo que los humanos ya sabían.
—Puede que no seamos hermanos como ustedes los conocen, pero los nueve nacimos de la misma fuente. Así que sí, somos familia.
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