Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¿Diez? ¿doce? —trató de adivinar. Pero el quid de aquella pregunta no estaba en si podía él o no sugerir una edad más o menos acorde a su apariencia, sino más bien en sus habilidades; que no eran comunes para alguien tan joven e inocente. ¿Cómo es que Muñeca era capaz de rivalizar contra el mismísimo Uchiha Zaide teniendo diez o doce putos años? algo había tras su infantilismo. Algo jodidamente macabro—. bah, no importa. No es mi problema. Sigamos.
—Sí —respondió, cuando Kaido ya había dado por zanjada la conversación hacía un tiempo—. Creo que tengo doce años.
Y con eso se tendría que quedar Kaido, porque Muñeca no añadiría nada más al respecto.
• • •
Hibakari era un pueblo interesante. Lo que no era más que una aldea pesquera, se había ido ampliando con el paso de los años hasta convertirse en el gran pueblo que era ahora. Llena de bullicio, locales y gente paseando por sus calles. No tenía nada que envidiarle a una ciudad, salvo que quizá el turista medio prefería Kasukami.
Allí se vivía mucho de la pesca, de la artesanía, y, porque no decirlo, de la droga. Al menos, los que trabajaban para Dragón Rojo. Muñeca condujo a Kaido hasta un barrio menos transitado, donde curiosamente, toda presencia de guardia había desaparecido. Correteó por las callejuelas, dando saltitos de vez en cuando o deteniéndose a mirar el escaparate de alguna tienda de ropa y accesorios.
Hallaron a un crío sentado en una callejuela, que no debía tener más de diez años, sin hacer nada. Simplemente, observando. Reconoció a Muñeca en seguida, y apartó la mirada, asustado.
Muñeca no le hizo caso y se adentró en un local que había al lado. Apestaba a tabaco, entremezclado con un olor dulzón que Kaido identificó: era el mismo que había olido en el almacén de Katame, en aquella misión B dónde le había asesinado. Parecía un simple bar, con una mesa de billar en el centro, tan solo una mesa, y una barra a la izquierda. No había clientes, salvo por los dos tipos que se encontraban en aquellos momentos jugando al billar. Curiosamente, sin bebida ni ningún tipo de consumición a su lado. Solo un cenicero donde iban descargando sus cigarrillos, encima de la propia mesa de billar. El camarero que había tras la barra era un hombre mayor, de unos setenta años por lo menos, barba canosa y casi sin pelo.
Los tres saludaron con una reverencia a Muñeca en cuanto la vieron. La niña, sin embargo, apenas les presto atención. Siguió recta, subiendo por unas estrechas escaleras que había a la izquierda de la barra, como si fuese dueña del local. Abrió la puerta que había al final, sin llamar.
—Ay, ¡qué bueno vel-los! —Era Money, sentando tras una gran mesa—. Y, pues, ¿ya me vienen a desplumal?
La habitación era bastante amplia, llena de cuadros abstractos y estanterías repletas de libros. La mesa estaba repleta de folios y pergaminos, además de tintero y una pluma de oro que Money acababa de soltar.
Money, ¿qué decir de él? Tenía pendientes hechos de rubíes. Un collar grueso de oro puro. Dos pulseras de oro. Un sello de oro en el dedo corazón. Un jersey hecho de billetes —o, bueno, lo parecía. De billetes de 500 ryos—, y, en definitiva, parecía que le gustaba el lujo.
También tenía los ojos verdes, la piel oscura y rastas largas, además de una fina barba de candado. Era flaco, y no se le veía demasiado alto.
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Y vaya que siguieron. Hundidos en un gutural silencio. Hasta que...
—Sí —admitió, poco después—. Creo que tengo doce años.
Creo, creo... creía. Eso le decía muchísimo a Kaido. Para poder elaborar cientos de fantásticas conjeturas en su cabeza. Nunca sabría con certeza quién era Muñeca y porqué teniendo la edad de una mocosa, era incluso más hábil que él mismo.
. . .
Era primera vez que pisaba Hibakari, al menos consciente de ello. Su llegada al País del Agua fue tan turbulenta y se enfrentó a tantas cosas que la posibilidad de visitar el pueblo era, desde luego, el menor de sus preocupaciones. Pero ahí estaban el dúo dinámico, atravesando el puerto y sumergiéndose en una ciudad indudablemente pesquera, con vestigios que le asemejaban a Kasukami pero cuyas raíces aún eran más humildes.
Los dragones atravesaron el pueblo hasta sumergirse en un área menos poblada y sin guardias. A Kaido no le pasó desapercibido el cómo le apartaba la mirada la gente a Muñeca y de cómo ésta se movía, como si fuera la dueña de aquel lugar. El escualo intuyó que la influencia de Dragón Rojo era tal en Hibakari que aún y conociendo los negocios sobre los que se movía la organización, todos hacían caso omiso y decidían apartarse de su camino. Aquel puerto era su territorio.
Finalmente, se introdujeron en un bar de mala muerte. Imperaba el olor a tabaco, mezclado de forma irrisoria con un aroma que le permitió viajar en el tiempo, a un lugar que se le antojaba lejano. Como si hubieran pasado mil años de aquello. De su misión, donde todo empezó. Donde conoció a Katame, y a partir de ahí el resto era historia.
Ignorando totalmente los detalles del local, Masumi subió las escaleras y se adentró a la oficina de Money. Un cuarto ordenado que era todo lo contrapuesto al piso inferior. Estanterías repletas de pergaminos, carpetas y libros contables. Una pluma de oro cayó sobre el gran mesón.
—Ay, ¡qué bueno vel-los! —Era Money, un hombre moreno con rastas, y un candado por barba. Adornado de soberbia y accesorios que delataban su vida llena de excesos y arraigada al dinero—. Y, pues, ¿ya me vienen a desplumal?
—No es como si tres mil ryōs fueran a dejarte en la quiebra. Te ves bien acomodado, Money-san.
—Ay, papi, ¿usted sabe? Tles mil a tles mil, ¿sin reponel? Eso deja en bancorrota a cualquiela. Y pues, ya que están aquí, ¿a qué tanta prisa? —les hizo un gesto con la mano, ofreciéndoles sentarse en los sillones de cuero que tenían en frente. Se levantó con elegancia y alcanzó el pequeño mueble-bar que había a su diestra, donde guardaba, en su mayoría, todo tipo de licores. Colocó tres vasos en la mesa y sirvió primero a Muñeca—. Zumo de frutas para la invitada estlella, as always —le guiñó un ojo—. ¿Y a usted? Le puedo oflecel algo más fuelte pal paladal?
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Con cada segundo que pasara, con cada aire fresco que aquel hombre respirara. Con cada día que pasase fortaleciéndose tras los muros del Yermo, la posibilidad de que los dragones salieran airosos de aquel encargo se reducía considerablemente. El Desierto estaba lejos, además, a más de una semana de viaje; así que siempre que pudieran acortar los tiempos, pues mejor para ellos.
Aunque ... ¿qué clase de aliado se podía permitir rechazar un buen trago?
—Sirve de tu mejor botella —pidió, tomando asiento—. y hablemos de negocios, pues.
Para cumplir semejante expectativa, Money no sacó una botella, sino tres. Una era roja oscura, un vermú proveniente del País de la Espiral que combinaba vino con ajenjo, entre otras sustancias. El segundo, una botella también roja, pero mucho más clara, que casi parecía rosa, proveniente del País de la Hierba. Una bebida que contenía infusiones de hierbas amargas, plantas aromáticas, frutas en alcohol… Finalmente, una botella azul, de ginebra.
Money echó tres cubitos de hielo en cada vaso, lo llenó hasta casi la mitad con la botella roja, luego un tercio con la rosa, y apenas un par de centímetros con la azul. Acto seguido volvió al minibar, de donde extrajo un recipiente lleno de rodajas de naranja. Pasó una naranja por cada borde del vaso, para imprimirle ese aroma y ese sabor, y…
—¡Me aburro! —se quejó Muñeca, quien no encontraba nada divertido que hacer.
… y acto seguido echó una naranja a cada vaso.
—Un cocktail clásico, llamado Negloni. Espelo sea de su aglado —sonrió, y dio un pequeño trago de su cóctel—. Y, pues, estuve pensando en usted, señol Kaido. Estaba pensando que usted quizá quisiese hacel algo plovechoso, para esta nuestla emplesa, después de que vaya usted a matal a un homble que no le interesa a nadie salvo a usted y al Gran Papi. ¿Qué me dice?
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Lo que Money preparó, sin embargo, no era su mejor botella. Era un trago compuesto por tres mejunjes que por sus colores, parecían ser provenientes de cada una de las grandes nuevas aldeas. Kaido observó la infusión de aromas y colores con el respeto que se merece, y probó un sorbo, pequeño, para no atontar sus capacidades. Las iba a necesitar al cien por cien para el tira y afloja que vendría inmediatamente después.
—Después, y sólo después —contestó, rotundo como un disparo—. de que Zaide esté muerto. Y si las condiciones así lo permiten. Entenderás que las probabilidades de que Inaka no se alerte por lo que va a suceder son bastante bajas, así que no voy a poner en riesgo mi misión para que multipliques unos cuantos pavos —bebió otro sorbo pequeño, con el paladar un poco más acostumbrado al fuerte sabor de la infusión—. ¿qué tienes en mente?
Money hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia.
—Su misión, su misión… Y, pues, ¿eso en qué se traduce para esta nuestla emplesa? ¿Qué beneficio? ¿Qué ganancias? —se quejaba—. Muñeca, me estás desoldenando todo.
Muñeca había empezado a trastear con los pergaminos que tenía sobre la mesa. Abriéndolos, tirándolos a un lado, cogiendo otros que había debajo… Revolviéndolo todo, vaya.
—Es que me aburro —protestó ella, con voz aguda y poniendo pucheros.
Money le dedicó una sonrisa que bien podía decir: deja de joder, y continuó.
—Lo que yo tengo en mente, Kaido, es algo realmente plovechoso para esta nuestla emplesa. Y, pues, yo pienso que usted, un homble gallaldo y con ganas de demostral, es el jabato idóneo pala ejecutal-lo.
»Dígame, Kaido. ¿Qué es lo que más money da en este mundo?
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¿Que en qué se traduce la muerte de Uchiha Zaide para su empresa?
La cara de Kaido lo dijo todo. Así como la de Money transmitía un claro "deja de joder, la suya decía: ¿quieres que te llame a Ryū para que te explique lo que significa mi jodida misión, hijo de puta?
Ésta vez no bebió.
—Si no es la droga, no lo sé. —alegó. Los vicios en todas sus formas, en realidad, era lo más explotable. El alcohol, las armas, la prostitución. En Amegakure, por qué no, la tecnología. Y en el caso particular de los shinobi menos juiciosos que solían ser fanáticos de la caza, pues entregar la cabeza de los Más Buscados—. ¿cuál es?
—Y, pues, ¿en esta época? Lo que más money da, papi, es la máquina de hacel money —rio de nuevo a carcajada limpia—. Tuve un momento de divinida', ¿sabe usted? ¿Cómo había estado tan ciego hasta entonces? Y, pues, yo pensé que la dloga y que las putas era lo que más daba. ¿Pero en la era del billete? Oh, papi, hay que dejalse de intelmediaros e ilse a la fuente. A la casa de papel, papi. ¿Imagínese cuanto money podlíamos…?
Muñeca, que ahora se entretenía jugando con el vaso, derramó su zumo de frutas sobre una gran pila de papeles.
—¡Muñeca! —exclamó, levantándose encolerizado. Se lo pensó mejor y apagó su mal genio tan rápido como darle a un interruptor—. Muñeca —dijo, ahora con voz más amable—, ¿qué te palece jugal a una partida al billal? ¿Lo has jugado alguna vez?
Muñeca negó con la cabeza.
—Y, pues, ¿cómo no? ¡Si es diveltidísimo! Aunque, cielto, es un juego pala mayores.
—¡Yo soy mayor! —protestó ella, indignada. A Money casi se le escapa una sonrisa triunfal.
—Ah, pues, en ese caso, ¿pol qué no va usted a plobal-lo? Estoy convencido que mis dos brothers de abajo estarán gustosos de enseñal-la
Muñeca sonrió con alegría, emocionada por al fin escaparse de aquella sosa conversación sobre billetes que no le interesaba a nadie, y salió dando saltitos del despacho. Money suspiró.
—Qué paciencia —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Y, pues, ¿pol dónde íbamos?
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—Y, pues, ¿en esta época? Lo que más money da, papi, es la máquina de hacel money —Kaido no entendió el porqué reía. Era evidente que no sabía a qué se estaba refiriendo. ¿Qué máquina?—. Tuve un momento de divinida', ¿sabe usted? ¿Cómo había estado tan ciego hasta entonces? Y, pues, yo pensé que la dloga y que las putas era lo que más daba. ¿Pero en la era del billete? Oh, papi, hay que dejalse de intelmediaros e ilse a la fuente. A la casa de papel, papi. ¿Imagínese cuanto money podlíamos…?
Ploc, el zumo empapó un par de papeles y Money se levantó exaltado. Inquirió a Muñeca con rudeza, aunque pronto cambiaría su tono a uno más amable y condescendiente, como el padre que sabe que su hijo no era enteramente culpable de sus numerosas travesuras. Por el contrario, pareció encontrar la oportunidad y el discurso perfecto para que Masumi se lavara a sí misma de aquella reunión. Para que no interrumpiera más a la charla de los adultos.
La pequeña abandonó el despacho, entonces, dirigiéndose a la mesa de billar. Kaido y Money quedaron en soledad y con un tema tan importante como delicado entre manos.
—Qué paciencia. Y, pues, ¿pol dónde íbamos?
Kaido le había estado dando un par de vueltas a la insinuación del Dragón Verde. ¿Qué podía ser la fuente? ¿en serio estaba pensando cascársela a un jodido banco? es lo único que se le pudo ocurrir al tiburón.
—Por la parte en que compartías tu delirio de querer joder a un puto banco. ¿Es que estamos locos, o qué?
Money dejó escapar el aire por la nariz mientras sonreía, tomando un nuevo trago a su cóctel.
—Ahí se equivoca usted, papi. Yo no quiero robal a un puto banco. Yo quiero robal al Gran Banco Central. A la fáblica donde se imprime el papel, papi. Y eso no es robal, porque ese money todavía no es de nadie —sonrió de oreja a oreja, como si aquel último detalle fuese lo más maravilloso de todo—. Y, pues, más locura es hacel resurgil Kirigakure, ¿no le parece a usted? Para tan glande locura, necesitaremos hacel otras más pequeñas antes. Y, pues, a mi robal una fáblica no me parece tan complicado en comparación.
»Tengo que investigal más en profundidad el caso. Pero esto es lo que necesitamos pa’ mantenelnos activos. Of course, no puede sel en este país. El Rayo, el Fuego o la Tierra me parecen las mejores opciones. Pero dígame, ¿cuento con usted? Kyūtsuki está ocupada con lo suyo —obteniendo cuando información podía del Señor Feudal—. A Ryū lo necesitamo’ aquí. Muñeca no está para un trabajo tan delicado. Ya no me hable del bruto de Shaneji. Le necesito a usted, papi.
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Un par de huevos cocidos. En eso se habían convertido los ojos del gyojin, que atónito, no se podía creer lo que Money estaba sugiriendo. ¡No quería robar un banco. Sino al padre de todos ellos! Al lugar en donde nacían todos y cada uno de los billetes. Todos los
¡Era una locura! ¡una tontería! una...una ...
... idea grandiosa.
—Estas chalado, colega —comentó jocoso, a la par de que se hundía en su cóctel como quien quiere olvidar las penas—. pero lamentablemente no puedo decirte si cuentas conmigo, o no. Habrá que someterlo a votación si quieres lograr una hazaña con tantas repercusiones —ahí hablaba la Marca, siempre cuidando los intereses de Dragón Rojo—. si el resto está de acuerdo, y siempre que tus investigaciones te aseguren de que es un plan realizable y no un delirio suicida, lo hablaremos.
Sí. Sí, ¡sí, joder! ¡Claro que necesitaban votarlo, y precisamente por eso necesitaba a Kaido!
—Ah, usted le ha pillado rápido el funcionamiento a esta nuestla emplesa —comentó, sonriente—. Muñeca votará lo que vote Ryū. La vieja va pol lible, aunque no le gusta llamal la atención —Esa sería un hueso duro de roer—. Shaneji estaría encantado de jodel a cualquiel país vecino —El problema era…—, pero el jabato no me tiene en mucha estima, ¿viste? A usted en cambio parece tenel-le cielto cariño —dio otro pequeño trago. La indirecta que le estaba mandando era tan clara como una saeta de fuego en una noche sin luna—. Y, pues, a Kyūtsuki y Otohime creo me las puedo camelal. Más su voto a favol... —Sí, iba a estar reñido, sin duda. Pero creía que podían pasar del temible empate—. Deje a Money ahondal en el tema. Pero téngalo plesente. Esta es una opoltunidad de oro para esta nuestla emplesa.
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Cuando Kaido conoció por primera vez a Money —o mejor dicho, a su silueta—. le había parecido un tipo bastante cliché, tan cegado por el concepto de dinero que no le veía más que como un simple contable, que podía hacer poco más que atinar al resultado de un dos más dos. En ese aspecto Kaido era muy parecido a Shaneji, que apreciaba la fuerza por sobre muchas otras cosas, que no por ello dejaban de ser tan importantes en una entidad como también podía serlo el tener gente que pudiera pegar tan fuerte como un jodido yunque.
Y es que en las guerras no sólo habían ejércitos e infanterías. Tras la carne de cañón, tras las primeras filas de guerreros; estaban los grandes pensadores. Los estrategas. Los eruditos. Los que se quedaban con el mérito una vez acabado el conflicto. Y por qué no, aquellos que financiaban todo. Ese era Money para Dragón Rojo. Un tipo inteligente que sabía dónde rascar monedas y cuándo. Uno que en contraposición a Kyūtsuki y su plan paralelo de suplantar al Señor Feudal del País del Agua para hacerse del poder institucional de toda una nación, sentaba las bases para lo que esperaba que fuera una era próspera tras el renacimiento de la gran Kirigakure.
Claro está que, la prosperidad iba de la mano con el dinero. Y el dinero iba de la mano con él, con Money.
Kaido sonrió con malicia.
—Gracias por el trago —sentenció, dejando en el aire de qué lado iba a estar llegado el momento. ¿Por qué disparar su única bala tan pronto?—. estimo que estaremos un mes fuera. Quizás más, quizás menos, todo depende de lo que nos encontremos una vez lleguemos a Inaka. Estaba pensando en cinco de los grandes para sustentarnos durante el viaje. ¿Qué piensas?
El gyojin sabía que en un duelo de regate, siempre debías soltar una cantidad abrupta como para que el acuerdo quede en un monto más o menos acordes a las pretensiones del prestamista. Así que lanzó la carnada para ver a cuánto picaba el Dragón.