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Hacía demasiado calor. Hacía demasiado sol. No había suficiente lluvia. ¿Dónde estaban los truenos y los relámpagos?
Amekoro Yui podía buscar mil y una excusas para su animadversión a aquél encuentro, pero la verdad era, sencillamente, que no le apetecía nada encontrarse cara a cara con ese mocoso imberbe de Sarutobi Hanabi.
Por supuesto, la situación así lo requería. Y mucho se temía, pese a que intentase discutirle, que Shanise tenía razón: probablemente tendrían que hacer alguna concesión. Porque a pesar de sus indudables esfuerzos, el equipo de especialistas en Fuuinjutsu de Amegakure no había conseguido hallar la forma de revertir de nuevo el sello de su jinchuuriki, Aotsuki Ayame. Sólo había un grupo de personas en el mundo capaz de lograr tal hazaña, y fíjate tú qué puta casualidad que tenían que estar en Uzushiogakure.
— Yuyu, por favor, tranquilízate y recuerda que tenemos que mostrar nuestra mejor cara para que las negociaciones vayan sobre...
— ¡Que no... me llames... así... aquí! —Yui extendió los brazos, como subrayando el entorno. El sagrado bosque de Hokutōmori, en el Valle de los Dojos.
Habían acordado aquél lugar como precaución. No era el mejor momento para las Tres Grandes Aldeas Ninja. Había tensiones con dos miembros de la tríada, y ahora, al menos Uzushiogakure, sabía que el tercero había sellado un jinchuuriki a espaldas del Pacto, en un tiempo en el que aún estaba vigente. El Valle de los Dojos era el mejor lugar, pero Hokutōmori ya era colocar un muro de protección adicional: el lugar había sido testigo de múltiples acuerdos internacionales debido a que en él estaba estrictamente prohibido combatir, bajo la Ley del Juuchin. Que el Juuchin y sus ejércitos pudieran hacerles frente a los tres si decidían quebrantar la norma era otra cuestión, pero oye, mejor esto que nada.
Shanise, desde luego, agradecía el escenario de las negociaciones.
— Y además —añadió Yui— , ¡no delante de ese! —Señaló a un enjuto ANBU de pelo castaño que les acompañaba. El hombrecillo dio un salto hacia atrás al verse acorralado frente al índice de la Arashigake, se encogió sobre sí mismo y comenzó a temblar como un flan.
— Y-y-y-y-y-y-y-yo noheoídonadaYui-sama —declaró el señalado.
— ¡Más te vale! —contestó Yui, como si el pobre muchacho tuviera la culpa de tener orejas.
— Yuy... Yui-sama. Supongo que tengo permiso para negociar en su nombre si... —intervino Shanise de nuevo.
— Mis órdenes al respecto de este tipo de reuniones se mantienen intactas.
— Entendido, Yui-sama.
El camino dio paso a un sobrio pero pulcro templo sin Dios, reservado para aquellos que buscan la meditación, o para ocasiones como aquellas. Estaba vacío.
— Psché. Los primeros. Luego que si somos los maleducados. Me cago en la puta...
Lo cierto es que Yui había llegado antes que los demás por voluntad propia manifestada, ante el dilema de no querer ni que se produjera la reunión y a la vez necesitarlo, pero desear que el puto paripé acabe lo antes posible. Pero ni Shanise ni el pobre ANBU que las acompañaba a ambas quisieron meter la puyita. Normalmente, cuando uno metía una puyita a Yui, arriesgaba el pellejo.
Yui tomó asiento, y los otros dos, diligentes, mantuvieron guardia a su lado.
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Trac, trac. Trac, trac. Trac, trac. Hanabi descargaba su ansiedad sacudiendo el bote con pastillas que llevaba en el bolsillo. Y, con cada sonido que se producía al entrechocarse las pastillas, sentía la mirada desaprobatoria de Katsudon en la nuca.
Hanabi, en realidad, le había dado la razón al Akimichi: debía de dejar de tomarlas. De hecho, no había engullido ninguna desde el trágico incidente en su edificio. Ni siquiera hoy, por más que las llevase consigo como medida preventiva. Porque, aquel día, era un caso excepcional. Uno en el que, preveía, sus picos de ansiedad escalarían a máximos nunca vistos.
No era para menos, pues en pocas horas se decidiría el rumbo que tomaría Oonindo. Ya de camino a la reunión, sentía el peso de toda una nación sobre sus hombros. De sus habitantes. De sus ninjas. Un paso en falso, una mala palabra, y las vidas de muchos de ellos podrían colgar de un hilo. Una mala decisión, y lo que ahora parecía una amenaza lejana podía convertirse en realidad: el Imperio de Kurama, subyugando a todo ser humano.
Solo porque él no había sentado las bases para una buena defensa.
Solo porque él no había sabido formar los lazos necesarios con el resto de Villas.
Solo porque él no había estado a la altura.
Solo porque él no había correspondido la confianza que sus ninjas depositaron en él con decisiones sabias.
Joder, y eso que todavía no había visto a Amekoro Yui. Quizá una pastillita no le vendría mal, después de todo…
— Ya estamos llegando —dijo Katsudon, como si le hubiese leído la mente y quisiese quitarle aquella idea de la cabeza.
Hanabi se detuvo. Al frente, tras un largo camino a la sombra de altas ramas que se entremezclaban por encima de sus cabezas formando una especie de bóveda verde, marrón y azul, se encontraba el templo donde se debían reunir. Echó la cabeza hacia atrás y tomó aire del cielo, y pensó en Shiona. Su maestra. Su mentor. Una ráfaga de viento le empujó hacia adelante.
Sonrió. Quitó las manos de los bolsillos y retomó la marcha.
— Recordad lo hablado —avisó. Katsudon y la ANBU, una mujer de cabellos largos y rojos, asintieron.
Cuando Hanabi entró al templo, se encontró a Yui, sentada y aguardando ya al resto, junto a un ANBU y Shanise. Kenzou todavía no se había presentado.
— Es un placer conocerla al fin en persona, Yui-dono —saludó, formal— . Shanise-san, hola de nuevo —dijo, antes de sentarse en el asiento que le correspondía, seguido muy de cerca por sus dos ninjas de confianza.
Cabe decir que las quemaduras sufridas en su propio edificio tratando de rescatar a Uchiha Akame habían curado bien, y su cabello volvía a irradiar los mismos destellos dorados que el cauce de un río reflejando la luz del sol.
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Pero Yui y Hanabi sólo tuvieron que esperar unos pocos minutos para que el tercer Grande les acompañaran y completaran el triángulo de poder.
Moyashi Kenzou entró en el templo sin dios, tan sonriente e imponente como siempre. Aquella era una ocasión especial, sumamente importante y delicada, por lo que lucía sus mejores galas como Morikage: un kimono largo de color verde que anudaba a su cintura con ayuda de un obi. Por encima de este vestía el clásico haori blanco, acompañando al cubrecuellos y al ceremonial sombrero de Kage que por una vez llevaba sobre la cabeza. Lejos estaba de su habitual vestimenta distendida e informal, pero la situación así lo requería. Y, como sus otros dos iguales, no venía sólo. Le acompañaban dos figuras y, quizás para sorpresa de alguno, ninguna de ellas era Yubiwa: a su izquierda un misterioso desconocido que vestía una larga túnica verdosa y que cubría su cabeza con una amplia capucha y su rostro con un antifaz en forma de mariposa; a su derecha una mujer de deslumbrante belleza y apariencia sumamente delicada, de cabellera perfectamente cuidada, larga y roja como el carmín; y que parecía tener los ojos siempre cerrados. Vestía un tradicional furisode con motivos florales, pero no parecía que su intrincado diseño dificultara sus movimientos.
—Disculpen la demora, señoras, señores —saludó Kenzou, con aquella inmutable sonrisa suya y una respetuosa inclinación de cabeza hacia sus iguales, antes de tomar asiento en uno de los bancos de piedra que quedaban libres frente a la mesa—. Es un placer encontrarnos los tres Kage de nuevo, como en los viejos tiempos, aunque sea en estas... condiciones tan delicadas. Hanabi-dono, Yui-dono.
Y, ahora sí, se retiró el sombrero de Kage echándolo sobre su espalda y dejando que colgara del lazo que llevaba en torno a su cuello.
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La primera comitiva en llegar fue la de la Villa Oculta del Remolino, con Sarutobi Hanabi a la cabeza. El cuerpo entero de Yui se tensó nada más verle, aunque quien lea estas palabras podría esperar una reacción distinta a la que tuvo: una pronunciada sonrisa curvó sus labios, y la mujer enseñó aquellos afilados dientes como cuchillas como si fuera lo más alegre del mundo estar frente a él.
—Es un placer conocerla al fin en persona, Yui-dono. Shanise-san, hola de nuevo.
—Hola, Hanabi. Es curioso, ¿sabes? —contestó Yui apresuradamente, con una alegría impetuosa. Shanise le dirigió una mirada atemorizada de reojo—. No pensé que no te acordarías de mi.
»Ambos éramos bastante más jóvenes. Tú eras el pupilo preferido de Shiona. ¿Recuerdas aquella reunión? En tu villa. Creo que fue en el 197, porque yo acababa de cumplir 15 años.
»Nuestros kage se reuineron, no recuerdo qué trataban. ¿Recuerdas? Yo era esa niña, la otra guarda, la que le pidió el autógrafo. En medio de la reunión. Como ves, los protocolos nunca han ido mucho conmigo. Mi predecesor no se creía que me llevase tan bien con la Uzukage. ¿Sabes? Nos escribimos cartas regularmente hasta que me hice Arashikage.
»Ahora... soy yo la que no me creo que Uzushiogakure y Amegakure se lleven tan mal. ¿Intentemos que todo vaya rodado, eh, muchachito? Y tal vez podamos resolver nuestras diferencias en un sparring otro día. Sabía de qué pasta estaba hecha Shiona, pero a ti te tengo ganas.
Yui apretó los puños, apoyados sobre la mesa.
Shanise se aclaró la garganta.
—Antes de que Kenzou llegue, me gustaría comenzar pidiéndole disculpas, Hanabi-dono. Por mi comportamiento en el estadio.
El ANBU a la izquierda de Yui tembló, inquieto.
¡PUM!
Yui había levantado los puños y los había estampado contra la mesa de piedra, sin perder la afilada sonrisa. Estaba claro que no esperaba que Shanise se bajase los pantalones tan pronto ante Hanabi. Puede que ella fuera con buena voluntad, sí, y más si la fundamentaba sobre sus recuerdos con Shiona. Pero nada cambiaba lo sucedido en el estadio. Más valía... enterrarlo. Por ahora.
—Mirad. Ya llega el viejales. —Fue un murmullo. Casi un susurro. Un comentario divertido en voz baja.
Y allí llegaba Kenzou, acompañado por un pintoresco ANBU con una máscara de mariposa y por... alguien que no era Yubiwa.
—¡Oh, Kenzou! Hola. ¿Dónde te has dejado al de las cejas?
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¿Cómo? ¿Qué Yui era aquella chiquilla que no paraba de ponerle ojitos a Shiona? ¡Las vueltas que daba la vida! Claro que se acordaba —cómo no hacerlo—, de tremenda falta de protocolo al interrumpir una reunión entre Kages por el mero hecho de pedir un autógrafo. Su lengua todavía le dolía de lo mucho que había tenido que mordérsela para no reírse.
Pero que la sonrisa afilada de ella y sus bonitos recuerdos de antaño no le hiciesen confiarse: Yui daba muestras de tener la estabilidad de un velero de papel en plena tormenta, y tan pronto te sacaba una anécdota entrañable como te empezaba a poner motes poco menos que despectivos y a retarte en duelo.
Estaba a punto de responderle, cuando Shanise intervino pidiendo disculpas por su comportamiento. Un buen gesto, aquel.
—Estábamos todos muy…
¡PUM!
—… nerviosos —terminó Hanabi, excusándola y aceptando las disculpas al mismo tiempo. Ni él, ni Katsudon o su ANBU parecieron inmutarse. Precisamente les había avisado de eso, antes de entrar. Si Yui era parecida a su segunda al mando, con el mismo carácter y tan iracunda, había previsto una reunión dura. Una en la que iba a tener que soportar muchas provocaciones, gritos y, aunque esperaba que no volviese a pasarle, incluso que le escupiesen en la cara.
Por ello, había sido muy específico en sus órdenes: mantener siempre la calma, no importaba el qué. Era su deber estar por encima de orgullos tontos y viejas rencillas.
Por su Villa.
Por la paz.
—Buenos días, Kenzou-dono —saludó, devolviendo la inclinación de cabeza. No le sorprendió que Yubiwa no estuviese junto a Kenzou. De hecho, esperaba que la respuesta suya a Yui fuese que estaba encerrado en el calabozo más más profundo y nauseabundo de Kusagakure.
O directamente muerto.
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La escena que se encontró Kenzou era cuanto menos... curiosa. Había una tensión palpable en el aire, Amekoro Yui tenía ambos puños plantados sobre la mesa de piedra y aquella afilada sonrisa suya resplandeciendo como el filo de una katana contra el cuello de Sarutobi Hanabi. El Morikage había tenido claro que los dos protagonistas principales de aquella extraña función de teatro serían precisamente la Arashikage y el Uzukage, dadas las diferencias y contratiempos que habían contraído sus dos aldeas, pero también esperaba que su presencia sirviera como péndulo para inclinar a un lado o a otro aquella delicada balanza.
Sobre todo, hacia el lado que mejor le conviniera a Kusagakure.
—Buenos días, Kenzou-dono —saludó Hanabi.
—¡Oh, Kenzou! Hola. ¿Dónde te has dejado al de las cejas?
La sonrisa del Morikage no varió ni un ápice ante el preciso dardo lanzado por Yui, pero tardó varios valiosos segundos en responder. Había esperado una pregunta así, por supuesto que la había esperado. Yubiwa había sido su inseparable mano derecha hasta hacía apenas un par de semanas, cuando unas desafortunadas corrientes habían terminado con lo que quedaba de su cordura... y con su lealtad hacia la aldea.
—Mi buen amigo cejudo ha sentido la tentadora llamada de la traición —respondió, sin ningún tipo de anestesia ni aviso previo. En aquellos instantes, lo que más le interesaba a Kusagakure era que Yubiwa desapareciera de una buena vez de la faz de Oonindo, por lo que, cuantas más personas estuviesen al tanto de su naturaleza, mejor sería para ellos. Y ni la mujer de los ojos cerrados ni el enmascarado se inmutaron siquiera, aquella información era ya bien sabida por ambos. Kenzou alzó una mano en el aire y agitó sus largos y nudosos dedos—. Pero mucho me temo que esa alimaña se nos ha escurrido de entre los dedos en el último momento... Por eso, señores Kage, si sus shinobi dan con cualquier pista sobre su paradero agradecería que me informaran de inmediato. Ese ninja ya tiene su retrato en nuestro Libro Bingo como criminal de rango S.
»¡Pero estamos aquí para discutir de otros asuntos más importantes! ¿Me equivoco? —añadió, de manera súbita y alegre, como si lo que estaban a punto de debatir fuese un plato de mejor gusto.
Aunque, para desgracia de todos los allí presentes, todos sabían que no era así.
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16/01/2019, 00:03
(Última modificación: 16/01/2019, 00:05 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Shanise se sorprendió tanto que se atragantó. ¿Su buen amigo Yubiwa, un traidor? Si bien es cierto que se había pasado la mitad de la estancia en Uzushiogakure, la última vez que se vieron, borracho como una cuba –a niveles que eran enfermizos incluso para él–, no había notado nada en especial que le hiciese parecer menos fiel a la hierba.
—Por supuesto, Kenzou —declaró Yui sin pensarlo un ápice—. La traición es intolerable. Lo añadiremos también a nuestro Libro Bingo... —Se aclaró la garganta—. Pero, ¿Yubiwa-kun? ¿Un traidor? Me cuesta creerlo —añadió, haciéndose eco de los pensamientos de su subalterna.
—De cualquier forma, creo que eso podemos discutirlo en otra ocasión, ¿no, Yui-sama? —intervino Shanise, reconduciendo junto a Kenzou la curiosidad de la Arashikage.
—Sí... sí. No me andaré con rodeos. Todos sabéis ya cual fue el destino de mi jinchuuriki y gracias a Kenzou también sabemos ahora que hay un puto monstruo por ahí que se hace llamar Señor de unos Ocho Generales hijos de perra que andan revirtiendo sellados de jinchuuriki.
»Os confirmo que conseguimos recuperar a Ayame con éxito. Aunque, en efecto, el sello está... revertido. Y no hemos... encontrado – la manera de volverlo a revertir.
Hubo un silencio tenso de al menos medio minuto. Shanise se aclaró la garganta, y dijo lo que el orgullo de Yui le impedía decir a ella:
—Hanabi-dono. ¿El Consejo de Sabios Uzumaki podría ayudar con la reversión del sello de Ayame?
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Hanabi suspiró por la nariz, con pesadez. Yubiwa había escapado, y con ello, cualquier posibilidad de averiguar cómo narices se había colado en su Villa y si estaba o no compinchado con los Generales de Kurama. Aunque, algo le decía, aquella no sería la última vez que oyese hablar de aquel particular hombre de cejas exageradamente pobladas y encrespadas.
No obstante, lo importante ahora era centrarse en el gran enemigo que había surgido y que parecía querer hacer temblar los cimientos de Oonindo: Kurama, y sus ocho Generales. No tan solo se les intuía potencia bruta, sino la suficiente destreza e ingenio como para introducirse en Uzushiogakure sin ser vistos y adentrarse hasta su mismísimo edificio, matando a varios de sus hombres en el proceso. Además, con la habilidad como para revertir un sellado que antaño se creía infranqueable.
Sin ningún tipo de duda, era el mayor peligro al que ninguno de ellos se había enfrentado nunca.
—Me alegra oír que lograsteis recuperar a Ayame sana y a salvo —dijo, sincero. Aquella kunoichi era la única amejin de la que había oído que había intentado algo para curar las heridas del torneo y volver a estrechar lazos. Cuantos más como ella en Ame, mejor—. El Consejo de Sabios Uzumaki ha estado trabajando desde el momento en que supimos que Kurama podía revertir los sellados de nuestros Jinchuurikis —continuó, respondiendo a Shanise—, y lo cierto es que en los últimos días han llegado a resultados bastante optimistas. —No era cien por cien seguro, pero lo que hace meses se veía imposible, ahora era…
… lo más complejo y engorroso que habían hecho en sus vidas. Aunque, quién sabía, quizá Kurama todavía les tenía reservado alguna sorpresita en su revertido de sellado.
—Yubiwa-dono, Kenzou-dono, creo que estaréis conmigo en que esta es la mayor amenaza a la que nuestras Villas se ha enfrentado en doscientos años. —Desde que Shiomaru, Riona y Kouta eliminaron a los bijuu en el Valle del Fin—. Sería un gran error por nuestra parte subestimar a Kurama y su ejército. Honestamente, ahora mismo, van por delante nuestra. Nos conocen, y, de algún modo, parecen poder identificar a nuestros Jinchuurikis. Nosotros, en cambio, apenas sabemos nada de ellos. El año pasado dieron dos grandes golpes: revertir el sellado de Ayame; y… matar a uno de mis Jinchuuriki —reveló, por si alguno todavía albergaba alguna duda de la gravedad de la situación—. Mucho me temo que este año va a ser peor.
»Pero en el pasado ya se eliminó una amenaza igual. Luchando… juntos. —Las dos llamas que tenía como orbes pasaron de Kenzou a Yui, deteniéndose en ella. Aquello era básico. No importaba si ahora se ayudaban puntualmente con esto o lo otro, para conveniencia de cada uno. Si no empezaban a pensar que se necesitaban, si no empezaban a pensar como verdaderos aliados, entonces…
… ya habrían empezado la Guerra del Siglo perdiendo la primera batalla.
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La sorpresa cayó sobre todos, o casi todos, los presentes como un jarro de agua fría. Shanise se atragantó con su propia saliva, Hanabi lanzó un largo y pesado suspiro, pero Yui ni dudó ni un ápice al dictaminar su sentencia:
—Por supuesto, Kenzou. La traición es intolerable. Lo añadiremos también a nuestro Libro Bingo... —Yui se aclaró la garganta—. Pero, ¿Yubiwa-kun? ¿Un traidor? Me cuesta creerlo.
—Créame, Yui-dono, para nosotros fue una auténtica sorpresa... —respondió Kenzou, con una inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—De cualquier forma, creo que eso podemos discutirlo en otra ocasión, ¿no, Yui-sama? —añadió Shanise, junto a su mandataria.
—Sí... sí. No me andaré con rodeos. Todos sabéis ya cual fue el destino de mi jinchuuriki y gracias a Kenzou también sabemos ahora que hay un puto monstruo por ahí que se hace llamar Señor de unos Ocho Generales hijos de perra que andan revirtiendo sellados de jinchuuriki. Os confirmo que conseguimos recuperar a Ayame con éxito. Aunque, en efecto, el sello está... revertido. Y no hemos... encontrado – la manera de volverlo a revertir.
El silencio se deslizó por el escenario como una densa manta de sirope de caramelo. Nadie habló durante los siguientes segundos, hasta que Shanise formuló las palabras que habían quedado atascadas en los orgullosos y fruncidos labios de su Arashikage.
—Hanabi-dono. ¿El Consejo de Sabios Uzumaki podría ayudar con la reversión del sello de Ayame?
Toda la atención cayó sobre el Uzukage, y el propio Kenzou se volvió hacia él, a la vez interesado y curioso en la reacción que tendría el joven líder.
—Me alegra oír que lograsteis recuperar a Ayame sana y a salvo —dijo, y parecía sincero en sus palabras—. El Consejo de Sabios Uzumaki ha estado trabajando desde el momento en que supimos que Kurama podía revertir los sellados de nuestros Jinchuurikis, y lo cierto es que en los últimos días han llegado a resultados bastante optimistas.
«¿Oohh? Esto se pone interesante...» Pensó Kenzou.
—Yubiwa-dono, Kenzou-dono, creo que estaréis conmigo en que esta es la mayor amenaza a la que nuestras Villas se ha enfrentado en doscientos años —continuó Hanabi, y Kenzou no pudo menos que asentir—. Sería un gran error por nuestra parte subestimar a Kurama y su ejército. Honestamente, ahora mismo, van por delante nuestra. Nos conocen, y, de algún modo, parecen poder identificar a nuestros Jinchuurikis. Nosotros, en cambio, apenas sabemos nada de ellos. El año pasado dieron dos grandes golpes: revertir el sellado de Ayame; y… matar a uno de mis Jinchuuriki.
Aquello sí que fue como un puñetazo directo a la mandíbula.
—Pero en el pasado ya se eliminó una amenaza igual. Luchando… juntos —culminó, con sus ojos de fuego atravesándolos de parte a parte. Sobre todo a Amekoro Yui.
—Un momento, señores, ¿el joven Uchiha Datsue ha muerto? —preguntó Kenzou, y su eterna sonrisa se había visto súbitamente ensombrecida ante la noticia. ¿El prodigioso Datsue? ¿El de la lengua de plata? ¿El que había protagonizado tantas desventuras entre las tres aldeas? ¿El mismo que era capaz de invocar a un gigante de chakra que podía aplastar a cualquier enemigo? ¿El mismo que había absorbido una bijuudama de una de aquellas Bestias usando uno de sus ojos? ¿El mismo que había llegado tan lejos como para convencer a su propio jinchuuriki para llevárselo a su terreno en su peculiar guerra contra Amegakure?—. ¿O quizás se trata de su Hermano del Desierto? ¿No se suponía que esos Generales se limitaban a revertir los sellados de los jinchuuriki? Vaya, esto sí que no lo esperaba...
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(Última modificación: 19/01/2019, 16:43 por Amekoro Yui. Editado 2 veces en total.)
Un golpe tras otro, una sorpresa detrás de cada esquina. ¿Uno de los Hermanos del Desierto, muerto? Entiendan que mientras los dos otros kage parecían visiblemente afectados por la noticia, no era así en el equipo Amegakure. Quizás sí en el caso del ANBU, pero el grueso de la reunión estaba acostumbrado ya a verle temblar ante cualquier cosa. Pero respecto a Shanise y Yui... Se mantenían igual que antes. Yui, sonriente. Shanise, totalmente seria. Como si un arcano conjuro les hubiese paralizado en el tiempo, tardaron un momento en contestar.
Muy diferente era lo que estaba sucediendo en su interior, por supuesto. Evidentemente, si uno conoce un poco la historia entre Amegakure y los Hermanos del Desierto, sabrá que la relación de los dos ninjas de Uzushio con los mandatarios de Ame no era... La mejor. De modo que ambas estaban contentas, en diferente grado. Acorde a su carácter.
Porque Yui, oh, Yui. Era un detalle tan sutil que ninguno de los otros dos kage se había dado cuenta, pero su sonrisa se había ampliado, y había apretado la mandíbula y los puños un grado más. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no saltar encima de la mesa de piedra y ponerse a bailar una danza tradicional del País de la Tormenta.
—Siento tu... pérdida, Hanabi —dijo—. ¿Cuál de los dos Uchiha palmó, el secuestrador o el charlatán?
—De cualquier forma nosotras también habíamos pensado en reforjar el Pacto de nuevo. —Shanise se apresuró a desviar la conversación a otro punto, quizás tarde.
—Pero no el mismo Pacto. Hay cosas de las que hay que hablar.
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—Siento tu... pérdida, Hanabi —Nadie lo diría, con esa sonrisa que mostraba al decirlo—. ¿Cuál de los dos Uchiha palmó, el secuestrador o el charlatán?
Hanabi suspiró con cierto hastío. Había intuido que tendría que aguantar ciertas provocaciones, como esos apodos despectivos hacia sus ninjas, uno de ellos muerto entre sus propias manos hacía menos de un mes. Cómo Shiona se había carteado con una mujer tan infantil y pendenciera como ella, era algo que todavía no lograba entender. Pero él debía estar por encima de aquellas niñatadas y actuar como un Kage.
Por la paz.
Por Uzushiogakure no Sato.
—Acabaron con la vida de Uchiha Akame —respondió, a ambos. Luego desvió la mirada hacia Yui, y su propuesta de un nuevo Pacto. Pero distinto. Él también tenía un par de cosas que comentar, pero mejor escuchar primero lo que tenían que decir—. Soy todo oídos.
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Uchiha Akame el secuestrador, el General Rata, como Daruu le había llamado. Bien. Él era el que más lo merecía. Según su ninja, era astuto, calculador y parecía tener intenciones que divergían de Hanabi. Datsue era todo un peligro, pero en cierta manera, Yui debía reconocer que tenía huevos –algún día le encantaría tener unas palabras con él respecto a la burla que le hizo, no obstante–, y con todo lo que ahora sabía, parecía moverse por el terreno de la pasión, más que por otros. No podían obviar, sin embargo, que era extremadamente caótico. Y eso lo hacía peligroso.
Por ello...
— Por mi parte, y aunque te agradezca enormemente – de verdad – que accedas a echarme una mano con mi jinchuuriki, he de decir que la reversión del sellado no se hará en Uzushiogakure —exigió Yui— . Puede ser aquí mismo, o en un lugar habilitado y recomendado por el Juuchin. Como quieras. Pero quiero que Uchiha Datsue se mantenga lejos de Ayame. Está claro que hay demasiados problemas pendientes entre ellos. No me fío. —Amekoro Yui se cruzó de brazos, y esta vez dirigió la mirada hacia Kenzou—. Por otra parte, creo que mi homónimo kusajin estará de acuerdo en que el término Paz de Shiona no debería aplicarse a este nuevo Pacto, puesto que se supone que es un acuerdo a tres. Amegakure no será menos, ni Kusagakure tampoco. Hay que ponerle un nombre apropiado.
»No abusaré de tu amabilidad, Hanabi. Sé que no te caigo bien. Adelante, Kenzou, propón algo.
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— Siento tu... pérdida, Hanabi —dijo Yui, aunque aquella afilada sonrisa que esgrimía hablaba sola. No, por supuesto que no lo sentía—. ¿Cuál de los dos Uchiha palmó, el secuestrador o el charlatán?
Y vistas las heridas aún abiertas entre Uzushiogakure y Amegakure, Kenzou no podía culparla. No se le escapó el suspiro hastiado de Hanabi. La Lluvia y El Remolino seguían muy escocidos el uno con el otro... Aunque la posición de la Arashikage en aquella negociación cada vez se alejaba más de lo que sería considerada como adecuada. Si el Uzukage decidía mover sus propias fichas, podría ser ella la que terminara perjudicada.
— Acabaron con la vida de Uchiha Akame —explicó el Uzukage.
Y Kenzou abrió los ojos como platos.
— ¿Uchiha Akame? ¿El Campeón del Torneo de los Dojos? ¡Maldita sea, era un muchacho realmente prometedor!
Y eso sólo significaba que debían reforzar aún más la seguridad en torno a sus jinchuriki. Aquello no le gustaba nada de nada.
— De cualquier forma nosotras también habíamos pensado en reforjar el Pacto de nuevo —intercedió Shanise, más sensata.
— Pero no el mismo Pacto. Hay cosas de las que hay que hablar —especificó la líder.
— Soy todo oídos —dijo Hanabi.
— Por mi parte, y aunque te agradezca enormemente – de verdad – que accedas a echarme una mano con mi jinchuuriki, he de decir que la reversión del sellado no se hará en Uzushiogakure —exigió Yui—. Puede ser aquí mismo, o en un lugar habilitado y recomendado por el Juuchin. Como quieras. Pero quiero que Uchiha Datsue se mantenga lejos de Ayame. Está claro que hay demasiados problemas pendientes entre ellos. No me fío. —La mujer se cruzó de hombros y cruzó la mirada con Kenzou—. Por otra parte, creo que mi homónimo kusajin estará de acuerdo en que el término Paz de Shiona no debería aplicarse a este nuevo Pacto, puesto que se supone que es un acuerdo a tres. Amegakure no será menos, ni Kusagakure tampoco. Hay que ponerle un nombre apropiado. No abusaré de tu amabilidad, Hanabi. Sé que no te caigo bien. Adelante, Kenzou, propón algo.
El líder de Kusagakure se llevó una mano al cogote. Había recuperado aquella sonrisa suya, y ahora la esgrimía con una risilla.
— Vaya, Yui-dono, me acabas de colocar en un auténtico compromiso. Nunca he sido muy imaginativo para los nombres... —hizo una floritura con la mano, y la Jōnin de los ojos cerrados se adelantó.
Llevaba un pergamino pequeño y lo depositó con suma delicadeza sobre la superficie de la mesa. Con un sólo movimiento lo abrió y sus manos se entrelazaron en varios sellos. Apoyó la diestra sobre el pergamino y...
¡¡Puff!!
Tras una pequeña nube de humo, una humeante tetera y hasta seis delicadas tazas de porcelana con estampados florales aparecieron. La mujer sirvió el té en una de ellas y Kenzou la tomó sin un ápice de duda. Se la llevó a los labios y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Ah... Mucho mejor así. ¿Gustáis, Amegakure o Uzushiogakure? Está justo en su punto. —Volvió a llevarse la taza a los labios y, tras un último sorbo, la dejó reposar en la mesa—. ¿Que os parece "El Pacto de las Tres Sombras" o [i]El Pacto de las Tres Grandes"[/i]? Eso nos junta a las tres aldeas y no discrimina a ninguna.
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Hanabi mantuvo un rostro sereno y calmado, tan marcado por las ojeras que denotaba lo poco que había dormido en las últimas noches. Le resultaba gracioso que Yui diese por hecho que él iba a ayudarla con el sellado de Ayame, cuando él lo único que había dicho era que, en efecto, el Consejo de Sabios estaba trabajando en una fórmula. Nada más… y nada menos.
Hubiese podido decirle que no se precipitase tanto, pero optó por no hacerlo. En toda negociación, las cosas funcionaban mejor si los miembros se encontraban cómodos y a gusto. Los momentos de ponerse duros tenían que ser perfectamente medidos y calculados, en ningún caso de forma gratuita. Las cosas ya estaban lo suficientemente tensas como para añadir más leña al fuego.
Respecto al nombre de aquel nuevo acuerdo, le daba bastante igual. Tampoco creía que el período conocido como la Paz de Shiona fuese llamado así porque ese hubiese sido el nombre del pacto —que ahora mismo, ni recordaba si ese había sido el nombre—, sino más bien por el reconocimiento del pueblo a la vital labor de Shiona en que aquello se fraguase y mantuviese en el tiempo.
Con el paso de los años, así sucedería con aquel. Poniendo a cada uno en su sitio.
A Hanabi las tazas le trajeron malos recuerdos. Recuerdos de su antecesora, la hija de Shiona, que había muerto envenenada por una taza de té en el edificio de Kenzou. No es que desconfiase, pero recordar la muerte de Gouna hizo que se le cerrase el estómago.
—Estoy bien así, muchas gracias —rechazó amablemente. Ni su ANBU ni Katsudon se movieron del sitio—. El Pacto de las Tres Grandes me gusta —reconoció, dando más crédito a las Villas y no a sí mismos—. Así que quieres hacerlo aquí —dijo, volviendo a mirar a Yui y pasando a temas más importantes. Llevar a todo su Consejo de Sabios, uno de los mayores valores de su Villa, en un viaje largo y expuesto no era poca cosa. Por semejante esfuerzo, pedir un par de detallitos a cambio no parecía mucho…—. Hmm… Es factible. Y podrías mandar a Daruu junto a Ayame. He oído que son novios, ¿no? Y así aprovechamos el viaje para que nos explique cómo funciona ese jutsu suyo que le permite colarse en mi Villa —y que tantos quebraderos le había dado en los últimos tiempos, con todo lo que había sucedido—. Ya sabes, para impedir que él u otro con semejante poder lo haga dentro de mis muros si algún día se le pasa por la cabeza. —Últimamente se les pasaba a muchos.
Todavía le quedaba otra cosa por pedir, como mínimo. Pero esa… esa mejor esperar un poco, no fuese Yui a atragantarse. Además, la Arashikage acababa de mencionar a Datsue, y no le convenía que su nombre estuviese todavía flotando en el aire cuando soltase su petición.
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Amekoro Yui sí aceptó el ofrecimiento de Kenzou. Con una seña de mano, ordenó al ANBU que la acompañaba que le trajese una taza de té. Así, esperó a que el de Kusagakure la llenase y con cuidado de no tirarlo todo por el suelo, volvió con ella. Yui agarró el asa de la humeante taza, se la llevó a los labios y le dio un pequeño sorbo. Inmediatamente, estampó la taza contra el platillo y exclamó:
—¡Me cago en los truenos de Amenokami! ¡Esto está hirviendo, Kenzou!
»Arrg, joder, hostias. Sí, bien, bien. El Pacto de las Tres Grandes está bien. Lo de las Tres Sombras suena muy... ominoso.
Hanabi pasó a contestar a sus exigencias metiendo una de cosecha propia. Así que sabían de la técnica de Daruu. ¿Pero cómo?
Shanise se removió, inquieta, en el sitio.
Yui estampó las manos sobre la mesa, casi volcando la taza de té —lo que habría sido una desgracia—. Se puso más roja que el color carmesí de los uniformes de Uzushiogakure, y estuvo a punto de levantarse del banco de piedra. Pero Shanise posó su mano en el hombro de Yui, y su rostro volvió a la tonalidad normal y pálida de la amejin. Aunque dirigió una furiosa mirada a su subalterna.
—Hanabi-dono —intervino Shanise—. El jutsu de Amedama Daruu es un Ninjutsu Espacio-Tiempo similar al que Uchiha Akame utilizó para teletransportar a Ayame fuera de Uzushiogakure —señaló—. Es de características similares, así que ya sabe usted en qué circunstancia le permite colarse en su Villa.
»No hay secreto. Pero tenemos algo que le ayudará a que eso no suceda, de todas formas. Un Fuuinjutsu. Lo íbamos a sacar a colación más tarde. Además de nuestro firme compromiso de que eso no sucederá. Ya sé que eso no le sirve de nada.
—Bueno. —Amekoro Yui se inclinó hacia adelante, nuevamente calmada —tan calmada como podía estarlo—. La sonrisa se había desvanecido por completo de sus labios, no obstante—. Está claro que vas a pedir algo a cambio. De hecho, me parece justo. Adelante, Hanabi. Suéltalo. ¿Qué más podrías querer de nosotros?
—Si se me permite sugerir... Nosotros pedimos una acción —revertir el sello de Ayame—, no una información. Como comprenderá, un ninja depende de sus secretos. Podemos ofrecer otra acción a cambio.
—Como por ejemplo perdonarte la vida por rompernos la puta estatua —susurró Yui. Afortunadamente, con los labios tras los puños, codos apoyados en la mesa. Tan bajito que sólo Shanise y el ANBU pudieron escucharlos.
Y por cierto, sí, el pobre hombre volvió a temblar otra vez.
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