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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
Shanise cogió por la manga del haori a Yui y la atrajo hacia sí, buscando su oído.

Pero Yuyu... —susurró—. Que ya sabes cómo te pones con el alcohol.

La Arashikage sonrió, perspicaz, y miró a los ojos a Shanise, quien tuvo que apartar la mirada.

¿Qué pasa, eh, tienes miedo de mi?

Shanise empujó a Yui, apartándola.

¡Bah! —No, no tenía miedo de eso. Pero Yui estaba mostrando una complicidad inédita con Hanabi y no... quería que se volviese... una costumbre

Kenzou les recordó a todos un detalle que parecían haber olvidado.

¡Eso, eh, que yo no quiero que venga ningún samurai a pedirme explicaciones! —rio Yui—. ¡1000 ryō a que soy la última que aguanta en pie! ¿Podrán tus kimadas tumbarme, Hanabi?
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#77
Hanabi dio un último vistazo al estropicio que había dejado en el templo, sin impedir que ello borrase su sonrisa.

Lo sé, lo sé —respondió a Kenzou, consciente de que no podía olvidarse de pagar a los samuráis. Aunque, de todas formas, dudaba que ellos fuesen a dejar que se olvidase de algo así—. Pero no enturbiemos el momento. ¡Ahora estamos de celebración!

»¡Solo si te tomas tantas como yo! —respondió a Yui, en tono alegre, cuando ella le preguntó si aquella bebida suya lograría tumbarla. En realidad, nunca había sido demasiado resistente para el alcohol. Pero, ¡bah! Estaban de celebración, ¿no? No tenía porqué pasar nada malo por una vez que se desmelenaba un poco.

Además, se lo merecía, joder. Había sido un año de locos, y no había recibido más que disgustos. Agarró a Katsudon y Kuza por los hombros, desoyendo sus protestas, y los atrajo hacia él con la confianza que solo la amistad de toda la vida podía dar.

Feliz, encabezó la marcha hacia el famoso bar de culto que tantas buenas noches le había dado hacía no tantos años. Tendría que pararse un momento a hablar con los samuráis por el pequeño incidente en el templo, claro. Disculparse, pedir amablemente que evaluasen los daños y que le cobrasen cuanto hiciese falta. Aquella reparación saldría de su bolsillo, y no de las arcas de la Villa, al considerarse único responsable de lo sucedido. Tenía que dar ejemplo.


• • •


Cuatro horas más tarde…

Nueve personas se sentaban alrededor de una mesa de roble redonda. Nueve, como nueve eran los países de Oonindo. O como nueve eran Kurama y sus Generales. O los bijjū. Bien podían ser estos últimos, por la reacción de gran parte de la clientela. Les observaban, asombrados. ¿Sería posible que aquellos fuesen los…? Pero, no, no... ¿Cómo iban a serlo? Los Kages de las Tres Grandes debía ser gente mucho más seria, respetable y…

¡Otra ronda para aquí! ¡A esta invito yo! —rugió Katsudon, cuya voz retumbó por todo el bar. Tenía las mejillas coloradas, y una gran determinación. ¿Se creían Kenzou y Yui resistentes? ¡Iba a demostrarles lo que de verdad era tener aguante!

El camarero, que no daba crédito, les trajo otro gran recipiente de barro lleno de aguardiente, azúcar, granos de café y trozos de limón y naranja pelados. El camarero tomó un cucharón lleno de azúcar y aguardiente y le plantó fuego con un mechero, para luego depositarlo en el mejunje, que se prendió en el acto. Removió un poco, levantando incluso el cucharón un metro por encima del recipiente y creando cascadas de fuego con ello. Un auténtico espectáculo visual, hasta que creyó que ya estaba lo suficientemente revuelto y se retiró.

Era costumbre allí dejar que fuesen los propios clientes quienes apagasen el fuego, a su gusto. Si lo hacían muy pronto, obtendrían unos vasos bien cargados de alcohol. Si esperaban más, las llamas irían volviéndose más y más azules, lo que indicaba que consumían ya poco alcohol y mucho azúcar.

¡Eshto ya eshtá al punto! —exclamó Hanabi, que como experto que era en aquella bebida, sabía el momento perfecto para colocar la tapadera encima y cortar el oxígeno. A nadie le pasaba desapercibido que cada vez la apagaba antes, a medida que se iba poniendo más contento. ¡Eshcuchad, eshcuchad! —gritó, cuando todos se sirvieron. Hipó—. ¡Un brindish!

»¡Por nueve locosh que decidieron que hoy, hoy, era el día para dejar nueshtra huella en la hishtoria! —levantó su vaso al centro de la mesa, derramando un poco del contenido por el camino, para entrechocarla con el resto—. ¡Por noshotrosh, coño, POR NOSHOTROSH!
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#78
¡Otra ronda para aquí! ¡A esta invito yo! —bramó la voz del Akimichi que acompañaba a Hanabi, varias horas más tardes.

Todas las personas de la taberna se habían vuelto hacia ellos, atónitos ante el espectáculo que se estaba desarrollando frente a sus ojos. Y no era para menos. Nueve eran las personas que protagonizaban aquel esperpento. Y no nueve personas cualquiera. A juzgar por aquel distintivo uniforme, tres de ellos eran los mismísimos Kage, los líderes de las tres aldeas shinobi que gobernaban Oonindo. Y las otras seis personas debían ser sus ninjas de confianza.

¿Pero quién iba a imaginar que podrían encontrar a los tres máximos líderes... empachándose de alcohol en una taberna cualquiera en el Valle de los Dojos? Nadie les creería a ninguno de ellos si se atrevían a contarlo fuera...

El Morikage, con la cabeza apoyada en el dorso de una de sus manos, estaba asistiendo a un espectáculo sin igual. Desconocía si el camarero dominaba el arte del Ninjutsu, pero lo que estaba haciendo con aquel licor de dioses era auténtica magia. Y eso que aquella no era la primera kimada, o como quiera que se llamara, que llevaban. Pero aquel baile de brillantes llamas azules atrapadas en aquel cuenco de barro le fascinaba hasta cotas completamente inesperadas y sus ojos estaban atrapados por los metódicos y expertos movimientos del sirviente.

Desafortunadamente, parecía que era el único que se sentía así. Sus compañeros tenían sus intereses ya puestos en otros menesteres.

¡Eshto ya eshtá al punto! —exclamaba el Uzukage, inusualmente contento... y con las mejillas encendidas. El alcohol ya hacía tiempo que había comenzado a atolondrar su lengua—. ¡Eshcuchad, eshcuchad! —añadió en un renovado grito, cuando todos se hubieron servido aquella nueva ronda de kimada. Hipó—. ¡Un brindish! ¡Por nueve locosh que decidieron que hoy, hoy, era el día para dejar nueshtra huella en la hishtoria! —levantó su vaso al centro de la mesa, derramando un poco del contenido por el camino, para entrechocarla con el resto—. ¡Por noshotrosh, coño, POR NOSHOTROSH!

«Je... ¿Ya os ha embriagado el licor? Pobres jovenzuelos.» Al contrario que Hanabi, Kenzou aún se mantenía fresco como una rosa. ¡Hacía falta mucho más alcohol que eso para tumbarle!

Junto al Morikage, Hana aún seguía con los ojos firmemente cerrados y entre sus manos sostenía uno de aquellos vaso de barro... que le duraba desde la primera ronda. El otro ANBU se mantenía en el más estricto anonimato, y para no quitarse la máscara del rostro se negaba a beber una sola gota.

¡Por las tres aldeas! ¡Y por sus shinobi! —correspondió Kenzou a los gritos de Hanabi.

Por muy buenas que fueran sus intenciones para con la Alianza, no podían saber si aquella deliciosa paz iba a durar para siempre. Por eso más les valía disfrutar del momento...

Ya se preocuparían de Kurama y los Generales más tarde. Y ellos les devolverían el golpe con sus Guardianes.
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#79
¡Esho! ¡Por nochotros y POR NUECHTRA PUTA MADRE HOCHTIAAAAA!

Yuyu-shama eshper...








¡BAM!






Pie encima de la mesa, puño en alto, Amekoro Yui entonó una canción:



«AMEEEENOKAMIII

QUERRIIIIIDOOOOO,



TRAEME LAS NUBESH,

TRAEME LA SHUVIA,



QUE SHUFICIENTE MALA,

FORTUNAAAAAAAAAAAAAA,



YO YA HE

TENIIIIIIIIIIIIIIIII

DOOOOOOOOOOOOOO»




Ah, sí... hicieron historia, de eso no cabe ninguna duda. Sí, sí, también hicieron historia fuera del bar.
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