Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha aulló de dolor cuando sintió la mano de Kosetsu aprisionarle el antebrazo como un cepo para osos. Luego, su patada impactó en la pierna de este —y no en los huevos como había pretendido—, y juraría que le dolió más a él mismo que a Kosetsu.
Tal era la diferencia de fuerza bruta.
De pronto, su estómago dio un vuelco al sentir como sus pies se despegaban del suelo sin poder hacer nada por impedirlo. Él, el Intrépido, Matakages y Hermano del Desierto, sacudido en el aire como si se tratase de un trapo viejo y sucio. Para eso servían sus apodos y su fama: para absolutamente nada. Le estamparon contra una pared con semejante fuerza que se resquebrajó el muro. Quizá también alguna costilla suya. Era difícil saberlo. Le dolía todo el jodido cuerpo y se le había cortado la respiración.
Los pulmones le ardían. La cabeza le daba vueltas. Estaba jodido. Estaba en la mierda. ¿De verdad iba a morir aquella noche? ¿Con todo lo que le quedaba aún por hacer? ¿Por vivir? ¿Y qué pasaría con Aiko? ¿Quién trataría de rescatarla del fondo del lago? ¿Quién evitaría su tortura eterna?
Aquel pensamiento le enfureció. Le enfureció mucho. Keisuke habría muerto en vano y él ni siquiera habría tenido los cojones de infiltrarse en Ame por su cuenta. Moriría allí, por una causa que no era la suya. Por una lucha que no le concernía.
Qué patético.
Qué lamentable.
No. No podía permitirlo.
No podía.
¡No podía!
Con gran esfuerzo, juntó las manos en el sello del Carnero. El sello maldito colocado a Kosetsu, justo cuando le agarró de la muñeca —esa había sido su verdadera ofensiva desde el principio—, se activó, y una ristra de largos hexagramas se extendieron por su piel, paralizándole. No importaba la fuerza bruta que tuviese, los músculos no responderían. Porque en aquel particular duelo, lo único que importaba…
… era el poder.
—Dos.
1 AO mantenida
AO anterior revelada: Colocar el sello del Jigō Jubaku no In al agarrarle la muñeca.
¤ Jigō Jubaku no In ¤ Sello de Maldición Propia - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Fūinjutsu 40 - Gastos: 10 CK preparar, 40 CK activar - Daños: - - Efectos adicionales:
Inmoviliza a un adversario durante 1 turno o hasta que sufra daños (ver descripción)
(Fūinjutsu 60) La parálisis dura 3 turnos
(Fūinjutsu 80) La parálisis dura 5 turnos
(Fūinjutsu 100) La parálisis dura 10 turnos
- Sellos: Carnero (activar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo (preparar), 10 metros (activar)
Sello maldito que se coloca cuerpo a cuerpo y se activa por sorpresa, extendiéndose por el cuerpo del oponente como una ristra de complicados hexagramas y dejándolo completamente paralizado durante un tiempo variable que depende de la maestría del ejecutor con las técnicas de sellado. Un usuario con un chakra lo suficientemente poderoso (Poder usuario >Inteligencia ejecutor) podría zafarse de la atadura pasados unos segundos, eso sí, liberando un estallido de chakra alrededor de su cuerpo que le hace perder 50 CK. El usuario de la técnica sólo podrá moverse con libertad si su facultad de Fūinjutsu iguala los 60 puntos.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—Uno —respondió él. Porque aún a sabiendas de que se la habían jugado con un jodido fuuinjutsu que no le permitía ahora moverse, las probabilidades de éxito seguían en su favor. Por eso sonreía. Por eso no temía a la muerte aún y cuando estaba a merced de aquél moribundo, con tres costillas rotas y con las reservas de chakra tan bajas como su orgullo.
—¡Cuidado!
La alerta de Nahana provenía por su avistamiento de las hormigas. Cuatro guardias entraron con largas lanzas de hierro punta fina a la habitación y observaron la conmoción.
Pocas opciones tenía en ese momento. Cinco metros le separaban ahora de los guardias. Un metro le separaba de Nahana. Y otros tres le separaba de, quizás, su única salida.
La ventana.
Uchiha Datsue debía pensar rápido y actuar en consecuencia. Meditar sus posibilidades de supervivencia en su actual estado. Aprovechar las circunstancias preparadas por el enemigo para que las probabilidades, de un sólo boom, se decantaran a su favor.
¿Qué iba a hacer? Desde luego, ninguna de esas cosas. No, no iba a pensar rápido, porque eso, desde luego, era un lujo que no podía permitirse. Menos meditar sobre sus posibilidades. ¿Por qué? Porque ese tiempo perdido le mataría. Porque, si lo hacía, no habría posibilidad alguna sobre la que meditar.
No, su instinto de supervivencia, mucho más rápido tomando decisiones que el cerebro, era quien debía actuar.
—Uno —le recordó Kosetsu, como la última campanada que se da como aviso antes de que el verdugo suelte la hoja de la guillotina.
—¡¡¡AAAAAAAGGGGGGGGHHHHHHHHHH!!! —rugió, desgarrándose la garganta mientras se levantaba de un golpe y tomaba la mano de Nahana para arrastrarla consigo a la máxima velocidad que daban sus piernas. En aquellos momentos, el pánico y la adrenalina hicieron que ni siquiera sintiese el dolor de sus costillas rotas.
—¡Cuida-!
—¡¡¡CALLA Y SALTA HIJAPUTA!!! —chilló, mientras saltaba con las rodillas y brazos juntos hacia la ventana.
Oh, sí. Calla y salta, hijaputa. Ya se preocuparían más tarde de no morir por semejante caída. Ahora, tenían problemas más gordos. Porque justo cuando los guardias tiraron de la manija hacia abajo y empujaron la puerta, un sello se despegó. Uno muy especial. Uno que Datsue había colocado al entrar —cuando cerró la puerta tras de sí—, con una cuenta atrás de seis minutos para estallar. Y lo había colocado justo entre el borde de la puerta y el marco, para que si alguien entraba para sorprenderle por la espalda, el que se llevase una sorpresa fuese él.
Por eso en seguida se había alejado de la puerta nada más entrar.
Por eso lucía tan seguro, consciente de que tenía un método de distracción preparado.
¿Un plan genial y sin fallos, verdad? Eso pensó él, hasta que vio que, en realidad, había firmado su jodida sentencia de muerte. Porque ya sabe lo que ocurre cuando un sello explosivo de clase B se despega y hay decenas más a su lado. Que hacen…
—¡Cerooo!
¡¡ BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMM!!
AO revelada: Pegar un sello explosivo de clase B entre el marco y el borde de la puerta, con una cuenta atrás de 6 turnos.
Qué curioso. El cómo se desenvuelven los acontecimientos de esta historia. El cómo la perseverancia funciona de maneras insospechadas en aquellos pocos privilegiados como Datsue que parecía inequívocamente decidido a aferrase a una vida que sólo le pagaba con tristezas y decepciones. Una tras otra, a cada cuál, más dolorosa que la otra. Pero su corazón podía soportarlo. Lo había hecho con tantas otras, que esa vez no iba a ser diferente. Un día más. Ese era su lema.
Uchiha Datsue aupó a una débil Nahana a levantarse del suelo, invitándola a recuperar el fraternal deseo de vivir. Revitalizándola de una fuerza capaz de mover montañas. El ancestral instinto de la supervivencia. Las poderosas fuerzas de una fuente inagotable llamada amor, que no era sino una magia ancestral y arcana tan extraordinaria e inigualable a partes iguales que a veces era capaz de rivalizar con el chakra.
Las piernas le flaquearon en las primeras dos zancadas, y por un segundo creyó que no lo iba a lograr. Ambos lo creyeron. Los pulmones de Datsue pedían a gritos una bocanada que no podían permitirse, sus costillas clamaban piedad tras cada movimiento brusco de su torso. Las lánguidas piernas de la herrera por el contrario se arrastraban magulladas dejando un rastro de sangre como vestigio de la tortura.
Pero las cicatrices sanan, pensó ella.
Los huesos se solidifican, se dijo él.
Uno, c...
Un salto. Un último sacrificio. Una caída de siete metros, que sabían a nada comparado con...
. . .
Paralizado como bien se sabía estar, aquél hombre llamado Kosetsu sonrió pletóricamente tras su sinuoso y último aviso, sabiéndose ganador aún sin haber cantado victoria. El conteo llegaba a su fin, sus obreras finalmente habían rodeado el nido. Se iban a comer viva a la pequeña avispa intrépida que se atrevió a entrometerse en su territorio.
Sonreía, sonreía. Estaba contento. Sus músculos no se movían, pero su mente se arremolinaba en el porvenir de éxito y reconocimiento que se le avecinaba. Oro, mucho oro, mujeres... y formaría parte de la revolución de los Kurawa. ¿Qué más podía pedir? nada. Absolutamente nada.
Lo tenía todo hecho. Iba a prevalecer, como el carroñero que era. Y sin embargo...
«¡Cerooo!»
¿Por qué? ¿por qué contaba? ¡¿por qué tenía él la última palabra?
Torció el gesto, y lo entendió, de pronto. El tiempo se ralentizó en su cabeza y los orbes viajaron por cada uno de los sellos que le rodeaban, como dioses en un olimpo. Como jueces a punto de juzgarle por sus numerosos pecados. Hasta que llegó a la puerta. O eso creyó. La verdad es que nunca lo supo.
Porque Kagutsuchi ya le había dado su beso fraternal. Kosetsu se había ganado su invitación al infierno de Kojiki.
¡¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMM!!
. . .
El fuego, el humo y el polvo hacían el amor entre los escombros de un Templo ancestral. O las ruinas de uno.
Una enorme explosión había azotado al santuario del Hierro de la familia Tākoizu. La torre principal se derruía sobre sus propios cimientos, y grandes bloques de concreto y roca bañaban las alas más aledañas. Lord Yunkai ahora era una parte de él, y las llamas de aquél infierno no tardaron en avivarse con la fuerte ventisca nocturna para acelerar su combustión y empezar a consumir todo a su paso.
Un hombre afortunado recuperó la conciencia poco después. Durante unos segundos, no sintió absolutamente nada. Progresivamente, fue sintiéndolo todo. La pierna derecha la tenía encastrada bajo un gran pedazo de cemento, y tendría mucha suerte si no se la había resquebrajado en mil pedazos. La cabeza le sangraba a cántaros y la vista la tenía tan nublada por el polvo y el humo que sintió la imperiosa necesidad de estrujársela en el acto. No iba a ser tarea sencilla, por eso de que la costilla intercostal derecha número siete le pellizcaba el alma cuando intentaba levantar el brazo. Y qué difícil era respirar. Muy difícil.
Si había un infierno ahí abajo, tendría que ser muy parecido adónde se encontraba ahora.
El silencio que le abrazaba ya lo había escuchado antes. Era el mutismo que le hace secuela a la muerte. Pero no a la suya, sino a la de una decena de vidas que se encontraban en aquella torre implosionada.
Ahí, tendido en el suelo; vio la luna. Casi llena, aunque cubierta por una lúgubre capa de sombra que le aparecía alcanzada cierta fase. Por alguna razón, esa noche, se estaba escondiendo en la Penumbra.
Sépase una cosa de Uchiha Datsue: es un mentiroso compulsivo, pero siempre cumple sus tratos.
Sí, quizá ya quedaba muy poca gente en Oonindo que creyese una sola palabra de lo que saliese por su boca. Quizá, todavía menos personas que se fiasen de él. Con razón, además. Con motivos de peso. Pero, ¿en el mundo de los negocios? En el mundo de los negocios Datsue siempre cumplía con los términos del contrato. Porque sabía que, un comerciante sin palabra, era un comerciante pobre.
Y no había cosa que odiase más en aquel mundo que la pobreza. Al menos la suya.
Era por eso que había cumplido a rajatabla con su parte del trato. Cuando mató al primer hombre de aquella noche, le había prometido a Izanami que sería el primero de muchos. ¿La condición para semejante ofrenda? Que a cambio, ella, le guiase en cada paso.
Quizá por eso, Datsue seguía respirando. O quizá, simplemente, fue porque consideró a Datsue como una herramienta aceptable para sus propósitos.
El Uchiha nunca lo sabría. Lo único de lo que podía estar seguro, era que estaba vivo. Y por eso, sonrió. Porque seguía con vida. Una sonrisa que pronto se vio interrumpida por la tos, en un acto involuntario por tratar de expulsar tanto polvo y humo de sus vías respiratorias. Y por cada vez que tosía, su garganta le arrancaba un quejido. Esa costilla estaban rotas, de eso ya no tenía dudas.
Lo peor, sin embargo, no era eso. No era el fuego, el humo, la sangre o los huesos rotos. Lo peor era su pierna, comprimida bajo un gran pedazo de cemento. Le dolía a rabiar.
—Nahana… —Trató de llamar a Nahana, pero apenas le salió un hilillo de voz—. Nahana…¡Nahana!
¿Habría sobrevivido ella también a la caída? ¿Estaría en condiciones de ayudar? ¿O necesitaría ella también ayuda?
El sonido de la cal quemándose a sí misma era incluso más fuerte que la voz de Datsue, que se ahogó a sí misma entre tantos otros acústicos que se adueñaban del Templo derruido. La visión de poco se le fue esclareciendo, y si quería ver más allá de sus narices, contemplaría sólo destrucción y ruinas. Piedras poco uniformes, grandes pedazos de cemento y varillas de hierro fundiéndose por las llamas.
Ni rastros de Nahana. Iba a tener que acabar aquella aventura como lo había estado haciendo desde un principio: solo.
Nada. Ni rastro de Nahana. Ni por vista, ni por oído. ¿Estarían inconsciente? ¿Bajo los escombros, quizá? O habría…
Negó con la cabeza. No, se negaba, ¡se negaba! A la mierda la misión, le importaba una mierda en aquel momento la pasta o manchar su expediente impoluto —al menos, en cuanto a misiones se refiere—. Pero se había encariñado de Nahana, joder. Y no quería fallarle a Soroku, ni a Urami.
Datsue consideró, pues, que tenía dos opciones.
La primera, era pedir ayuda. Oh, no, Datsue no tenía porqué acabar aquella misión solo. Además, sabía exactamente a quién pedírsela. A la única persona que nunca le había fallado. A la que siempre había estado ahí. Cubriéndole las espaldas. Sacándole las castañas del fuego. No hacía falta ni nombrarlo, pues no existía duda posible sobre quién se trataba. El problema era que dicha persona no podía acudir a él de forma inmediata. Sí a la Torre de Meditación, en cambio. ¿Se vería el incendio desde allí, en lo alto de esta?
La segunda, era intentar continuar con aquella misión en solitario. Demostrarse a sí mismo que, aún sin Akame, era capaz de sacarse la mierda de encima él solito. Un camino duro, aquel. Con muchos riesgos.
Quizá, simplemente, optase por una combinación de ambas. Por mucho que su Hermano pudiese acudir allí en relativamente poco tiempo —con algo de suerte, guiándose por el fuego del castillo—, pasarían muchos minutos hasta que pudiese echarle una mano. Y él necesitaba sacar la pierna de allí. Ya.
Pero eso era complicado cuando te dolían tanto las costillas que no podías ni alzar un brazo. Dolor. Curioso, ¿verdad? Lo que puede paralizarte. Lo que puedo limitarle. Pero si algo era Uchiha Datsue, eso era un chico con recursos.
Alzó las manos sobre el torso con dificultad, y ejecutó una pequeña secuencia de sellos con lentitud. Finalmente, tocó con la palma de la mano su cuello, y el kanji del dolor apareció sobre su piel.
—Oh, cariño… ¡Oh, cariño! —Se había ido. Por un tiempo limitado, sí. Exactamente el mismo en que había tardado ese sello explosivo en mandar todo a la mierda. Por eso, tenía que aprovechar el tiempo.
Lo primero, sería moverse con sumo cuidado. Que no sintiese dolor no significaba que los daños no siguiesen ahí, y si no tenía cabeza, podía agravar seriamente sus heridas. Con lentitud, elevó su tronco, y empezó a arañar con las manos el suelo que había bajo su pierna derecha.
La idea era simple: crear algo más de espacio para poder tirar de la pierna hacia atrás sin desgarrarse más en el proceso.
¤ Itami no Fūin ¤ Sello del Dolor - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Fūinjutsu 70 - Gastos: 50 CK - Daños: - - Efectos adicionales: - Sellos: Carnero → Liebre → Dragón → Serpiente - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Sello que se coloca cuerpo a cuerpo o sobre el cuerpo de uno mismo. El sello es perfectamente visible, tomando la forma del kanji dolor. Mientras esté activo (Poder/10 turnos), inhibirá de cualquier tipo de dolor al usuario. Seguirá sintiendo el impacto de un golpe, el calor de una técnica ígnea o la sensación de un corte, pero ningún tipo de dolor asociado a ello.
Como punto negativo, el usuario podría sufrir una herida grave y ni enterarse precisamente por esto (como romperse un hueso, recibir una puñalada sin verla…). Además, cuando el efecto desaparece, el usuario recibe todo el dolor recibido de golpe, y, dependiendo de la gravedad de sus heridas, podría quedar vulnerable para un posible ataque.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
¿Qué debe hacer un ninja en tiempos de extrema necesidad?
Calmar la mente, dominar el cuerpo. Pero uno tan herido como el de Datsue no era fácil de domar. El dolor te poseía, se escudriñaba en cada poro de tu piel sin dejar parte que no padeciese las intensas secuelas de unos cuántos huesos rotos. El Uchiha, sin embargo, no iba a tener que ensillar a ese potro indomable por sí sólo. El tenía una soga fibrosa y apropiada para agarrar a ese jodido toro por los putos cuernos.
Un jutsu. Útil como ningún otro, que inhibió totalmente el dolor.
El mundo volvió a ser bueno durante un instante. Tenía cinco minutos para aprovecharlo.
Pero los obstáculos no iban a ceder por los entresijos de un fuuinjutsu. La piedra que le cubría la pierna seguía siendo del tamaño de su torso y era absurdamente pesada. La tierra que pretendió cavar, no obstante, sí que era más endeble, y tenía suerte de haber caído en lo que una vez fue un lindo jardín que rodeaba la estatua de Lord Yonkai. De haber caído en el cerámico que tapizaba los lujosos suelos del templo, habría estado jodido.
Datsue cavó y cavó durante al menos un minuto hasta que pudo otear la continuidad de su pierna y vislumbrar sus dedos. Si los intentaba mover se iba a dar cuenta que por suerte sus tendones no parecían haberse desgarrado. La tibia, sin embargo...
Parecía uno de esos huesos que Datsuse pasaba horas y horas masticando. Aunque no era una herida abierta que pudiera verse amenazada por una infección.
Poco a poco, entrecerrando los ojos, como si la visión le cegase, volvió a redirigir la mirada hacia su pierna. Le dolía. Le dolía solo con verlo —sí, aún cuando se había colocado el Sello del Dolor, lo hacía—. No era para menos: se había partido la jodida tibia.
Empezó a respirar entrecortadamente, mientras el pánico le paralizaba la mente. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo iba a escapar del país en aquellas condiciones? ¿Y si todavía quedaban matones vivos? ¿Y si mandaban refuerzos una vez se hiciese de día al ver que no habían conseguido su objetivo?
No podía luchar. No podía casi ni moverse.
¿Qué hacer cuando estás en apuros y todo parece perdido? Pues llamas a tu jodido compadre. Que para eso están.
Con casi sus últimas reservas de chakra, activó el sello de la Hermandad Intrépida. El único que tenía por aquel entonces.
—Hermano, ¿estás? —preguntó, alarmado. Luego, se tranquilizó. Claro que estaba. Era imposible que no estuviese—. Estoy jodido, Hermano. Estaba de misión cuando me caí de un tercer piso por culpa de una jodida explosión de mil demonios. Tengo varias costillas rotas, la tibia fracturada y apenas me queda chakra. Quizá hasta queden más enemigos vivos por la zona. Joder, como no vengas igual no la cuento, ¿eh?
»Estoy… Estoy en el País de la Tierra. ¿Te acuerdas de la Torre de Meditación? Pasamos por ella para trazar la línea a Ame. Desde allí arriba deberías ver el incendio o al menos parte de las llamas que hay aquí. O sino pídeme indicaciones. Pero vente, por Susano'o, vente, que estoy en la más pura mierda.
Avisado a los refuerzos, Datsue no podía quedarse parado. Empujó el cuerpo hacia atrás con las manos, sacando la pierna de aquella trampa mortal. Luego, trató de buscar algún trozo de madera o palo que pudiese usar como muleta temporal.
¤ Yūkan'na Kyōdai ai ¤ Hermandad Intrépida - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Fūinjutsu 80 - Gastos: 80 CK sellar, 10 CK activar - Daños: - - Efectos adicionales: Permite la comunicación a distancia - Sellos: Carnero → Jabalí → Liebre → Pájaro → Carnero → Tigre → Caballo → Serpiente (sellar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Sello que se coloca cuerpo a cuerpo o sobre el cuerpo de uno mismo, que permanecerá activo durante (Poder/10) estaciones. Es perfectamente visible, tomando la forma de un kanji (糸, Hermandad), y un pequeño número a la derecha a modo de subíndice.
Todos aquellos que posean el sello podrán activarlo con un pequeño gasto de chakra y comunicarse con otras personas que compartan el mismo número de subíndice. Con Inteligencia 60 o menor, deberá hacerlo hablando a viva voz, y los receptores lo oirán como si les estuviesen hablando directamente desde el sello. Con Inteligencia mayor a 60, podrá hacerlo mediante susurros, con el tono de voz adecuado para que solo se oiga a centímetros del sello. Con Inteligencia 80 o mayor, podrá elegir a qué persona concreta hablar (si hay varias personas que comparten el mismo número de subíndice).
Este jutsu sólo se romperá si otro usuario de Fūinjutsu con una maestría similar lo libera (mayor inteligencia y/o nivel de Fūinjutsu), o si Datsue decide cancelarlo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Una figura aterrizó suavemente sobre la plataforma más alta de la Torre de Meditación. Aunque, a decir verdad, lo más correcto sería afirmar que apareció. Tan simple como eso; no estaba, y de repente, ¡zzzzup!, precedida de un destello carmesí aquella persona estaba allí. Como si se hubiera generado espontáneamente a partir del simple aire. El tipo —su complexión masculina le delataba, incluso bajo la capa de viaje color arena que llevaba, era un muchacho de unos quince o dieciséis años, de rostro anodino y nariz torcida. Sus iris estaban teñidos del mismo rojo sangre que las chispas de chakra que todavía repicaban en el ambiente a su alrededor, y el Sharingan de su ojo izquierdo acababa de recuperar su forma habitual, deshaciéndose la espiral en tres aspas negras. Bajo su capa de viaje vestía con el uniforme reglamentario de la Villa de la Espiral —incluída su placa dorada de jōnin—, y llevaba su bandana en la frente.
Uchiha Akame volteó la cabeza en varias direcciones hasta que por fin lo captó; una columna de humo y llamas anaranjadas que se recortaba contra el oscuro paisaje nocturno. «Aguanta, Datsue-kun, ¡estoy en camino!» Sin perder tiempo, el jōnin dio un salto y se adhirió a una de las enormes vigas de madera que hacían las veces de estructura fundamental de la Torre. Tan rápido como le daban las piernas, el Uchiha empezó a descender por la cara orientada hacia el incendio que podía verse en la lejanía.
Cuando estuvo a poca distancia del suelo se desprendió de la superficie de madera con un ágil salto, dando una voltereta en el aire para terminar aterrizando suavemente sobre la hierba, flexionando las rodillas para amortiguar el impacto. Encaró la dirección en la que estaba su Hermano y se llevó una mano al sello de la Hermandad Intrépida, concentrando una pequeña cantidad de chakra para activarlo.
—¡Aguanta, compadre! Estoy en la Torre de Meditación, voy para allá.
Y así, echó a correr como alma que llevaba el diablo.
PV:
240/240
– CK:
222/300
–
-18
–
-50
–
-10
–
reg. dividida
– CC: 1
Sharingan activado
–
Inventario
Hitai-ate con el símbolo de Uzushiogakure [en la frente]
¤ San Tomoe no Sharingan ¤ Ojo Giratorio de Tres Aspas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 60 - Gastos: 18 CK (divide regen. de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:
Percepción +20
Destreza +20 en movimientos de taijutsu básico y armas
Los iris del usuario se vuelven de color carmesí, y alrededor de sus pupilas surgen tres aspas negras que giran hasta formar un trío en una circunferencia imaginaria. Este estado del Sharingan se considera el más avanzado en su forma básica.
El Sharingan le da color al chakra, y permite distinguir su composición elemental. El usuario puede ver el flujo del chakra de otros seres vivos como un manto, con suficiente precisión para detectar si tiene mucho o poco chakra (CK actual) o si ese chakra es débil o poderoso (mide aproximadamente el Poder), pero no con la suficiente para detectar movimientos de chakra dentro de un oponente si no hay una técnica activa. El Sharingan puede ver el chakra de las técnicas activas: las que afecten al interior de un ser vivo o las que ya se encuentren en el exterior de un oponente, pero no antes de que se hayan formado. Puede detectar si alguien está siendo afectado por una técnica ilusoria.
La percepción visual del usuario goza de un gran estímulo, volviéndose muy sensible al movimiento. El Uchiha puede leer labios con extrema facilidad o imitar movimientos tan sutiles como los de la escritura, escribiendo lo mismo que alguien a quien está observando. En combate, el clan utiliza esta destreza para seguir con claridad los movimientos físicos (y no de técnicas, importante) de un oponente y de sus extremidades en el Taijutsu, y para leer con claridad los sellos manuales que realiza. Si y sólo si el usuario conoce la técnica que va a utilizar, puede anticipar una respuesta (hay muchas técnicas con secuencias de sellos similares o iguales. En este caso, el Uchiha no tiene manera de saber qué va a hacer el oponente). El Tres Aspas hace que el Uchiha pueda predecir dónde va a encajar un golpe de Taijutsu mediante la lectura de las tensiones en los músculos del cuerpo del oponente, dotándole de cierta capacidad predictiva. Cabe destacar que aunque el usuario sea capaz de percibir un movimiento, necesita las capacidades físicas y de reacción para poder responder ante él.
La habilidad para leer los movimientos del Sharingan le otorga al usuario la capacidad de copiar los sellos de una técnica de Ninjutsu o de Genjutsu (o los movimientos de una técnica de Taijutsu) que no dependa de una facultad personal para ejecutarla al mismo tiempo que el oponente o registrarla en su repertorio (hasta un máximo de tres técnicas). Se pueden imitar evolutivas, pero no registrarlas. Para copiar una técnica se debe de tener su requisito convertido a la facultad Uchiha.
El Sharingan le permite al usuario distinguir técnicas como los clones simples (no los generados por la técnica Kage Bunshin no Jutsu) de un usuario real, y ver a través de la técnica Henge no Jutsu.
El Sharingan de Tres Aspas es capaz de penetrar y romper los Genjutsus sensoriales visuales, y de ver a través de las imágenes creadas por los Genjutsus ambientales.
(Nota: las bonificaciones a los atributos SON la mejora que otorga el doujutsu, de modo que alguien con mayor Destreza que la Percepción del usuario hará que sus movimientos de taijutsu o armas no puedan ser seguidos por el Sharingan, y alguien con mayor Agilidad que la Percepción del usuario no podrá ser seguido con la mirada cuando se desplace).
¤ Uzume ¤ Diosa del Amanecer - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 80, Hidari no Mangekyō - Gastos: 50 CK - Daños: - - Efectos adicionales: (ver descripción) - Sellos: - - Velocidad: Rápida (preparación), Instantánea (teletransporte) - Alcance y dimensiones: (ver descripción)
Habilidad del Mangekyō izquierdo de Uchiha Akame, cuya esencia reside en evitar la confrontación y el enfrentamiento. Utilizando este poder, el usuario es capaz de teletransportar su propio cuerpo a otra ubicación en apenas un parpadeo, tras concentrarse durante unos instantes. El ejecutor también puede llevarse consigo objetos inanimados u otras personas (ya sea voluntariamente o no), pagando un extra de 10 CK por persona, mientras sea capaz de establecer contacto físico directo.
El ejecutor debe tener en su mente una idea aceptablemente clara del lugar al que va a "saltar", por lo que es necesario que o bien ya haya estado (para Inteligencia menor a 80 puntos), o alguien se lo haya enseñado previamente con un gran nivel de detalle (mediante un Genjutsu detallado, o similar) (Inteligencia igual o mayor a 80).
Pese a que se trata de una técnica poderosa, presenta varias debilidades. Además de su alto coste de chakra y el daño para el ojo del usuario que supone, el ejecutor se rodea de un aura chisporroteante de su propio chakra unos segundos antes de ejecutarla; lo que implica que debe tenerse cierto margen de tiempo para poder esquivar un ataque con ella. Además, un enemigo que ya la conozca podrá identificarla fácilmente e incluso cortar la canalización hiriendo al usuario antes de que sea capaz de teletransportarse.
Su sangre burbujeó, con júbilo, cuando oyó la voz de su Hermano. Nunca en su vida se había alegrado tanto de oír a alguien. Ni siquiera una de esas pocas mañanas en las que Aiko le despertaba susurrándole al oído, antes de que…
No era momento de pensar en eso.
—Genial, joder, ¡genial! —exclamó con júbilo, apretando un puño con fuerza pero con la suficiente inteligencia de no sacudirlo en el aire. Pese a que no sentía dolor, sus huesos seguían estando fracturados, y cualquier mal movimiento podía ser garrafal—. Yo me he colocado un sello que me inhibe del dolor. Estoy como cuando nos atiborran a anestésicos en el hospital para poder dormir. Pero le deben quedar unos cuatro minutos, y ahí sí estaré en la mierda.
»Escucha, si me ocurriese algo… Si me cayese inconsciente o lo que sea… Tienes que coger a Lady Tākoizu, la persona a quien debía proteger. No sé si habrá sobrevivido la explosión, pero… Si lo ha hecho, tenemos que llevarla al hospital de inmediato, Hermano. Es fundamental que no muera. Y si ya es demasiado tarde… —trató de tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca para eso—. Nos la llevamos igual. Se lo debo a alguien.
9/04/2019, 18:57 (Última modificación: 9/04/2019, 19:02 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
La voz de Datsue no tardó en resonar en sus oídos, transmitiéndole el más puro alivio. Akame seguía corriendo hacia la montaña sobre la que se podían intuir las llamas, alzándose contra el cielo nocturno e iluminando los alrededores. «Venga joder, ya casi estoy...» Mientras Datsue hablaba, el otro Uchiha saltaba de rama en rama, tratando de llegar lo antes posible. Si su Hermano no había exagerado —como solía hacer—, se encontraba en una situación realmente delicada; y Datsue podía ser muchas cosas, pero Akame nunca le había escuchado hablar de forma tan desesperada. «Suena a que realmente está en un aprieto.»
—Cuatro minutos —confirmó el jōnin cuando su Hermano dejó de hablar—. ¿Y quién es esa Lady Takoizu? ¿Cómo la reconoceré? —quiso saber, pragmático—. Aguanta, joder, que ya estoy llegando.
«¡Alehop!», el shinobi saltó de la rama en la que había aterrizado al suelo, amortiguando la caída con una flexión de piernas. Luego, como un corredor de cien metros lisos al escuchar la bocina de salida, echó a correr de nuevo hacia la falda de la montaña.
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Hitai-ate con el símbolo de Uzushiogakure [en la frente]
El Uchiha, al fin, encontró un trozo de madera —probablemente una antigua viga destrozada—, en el que poder depositar el peso de su cuerpo para poder evitar pisar con el pie derecho. Con grandes dificultades —que no tuviese dolor no significaba que no se sintiese agotado y limitado—, avanzó entre los escombros en busca de Nahana.
—Naha.. Cof, cof… ¿Nahana? ¿¡Nahana!? —Nada. Ni rastro.
Su Hermano le habló por el comunicador, preguntando por quién era ella.
—Tiene unos cuarenta años. Jodidamente alta, con cicatrices, cabello negro con alguna que otra cana. Una tipa dura, Akame. Seguro que sobrevivió… Seguro… —Pero su voz no parecía segura. Más bien, todo lo contrario—. Verás… Cof, cof… Hace unos meses aceptó un encargo. A Ivvatsumi. A la jodida Kurawa Ivvatsumi. ¿Sabes quién es?
Era la heredera natural del Daimyo. Desheredada por su difunto padre y, decían las malas lenguas, una joven que buscaba recuperar lo que le pertenecía por derecho de sangre. Viendo la cantidad de armas que había solicitado a Nahana, eran algo más que meros rumores.
«Cuarenta años, alta, con cicatrices, pelo negro», se repitió mentalmente Akame después de que su compadre le diera la descripción de aquella tal Lady Takoizu. Sin embargo, lo siguiente no lo entendió en absoluto; «¿Kurawa Ivvatsumi? ¿Y yo qué demonios sé?» No dijo nada. Había llegado a la falda de la montaña, el trayecto difícil empezaba en ese momento. Concentrando chakra en sus piernas, Akame saltó a la pared rocosa más cercana y luego se adherió a ella gracias a una fina película de energía que recubría las plantas de sus botas ninja.
—No, no sé quién es —el jōnin sintió ganas de lanzarle cuarenta preguntas más a su Hermano, pero supo que en aquel momento lo único que conseguiría sería que ambos se desconcentraran de las tareas que tenían por delante, mucho más apremiantes—. Estoy subiendo por la ladera, Datsue-kun. Por encima de todo, no corras riesgos. Mejor volver con una misión fallida bajo el brazo que no volver.
Y así, el Uchiha emprendió la subida en busca de su compadre y de aquella misteriosa Lady Takoizu.
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El tiempo pasaba. El sello de inhibición del dolor pronto se extinguiría.
La noche era cada vez más oscura, sólo iluminada por las llamas de destrucción secundadas por una enorme explosión de proporciones colosales. De las ruinas derruidas de un Templo ancestral.
Akame corría y corría, arañando la densidad del abismo que abrazaba los cañones rocosos que rodeaban las Montañas de la Tierra. La Cumbre del Peregrino no era moco de pavo, escalarla en velo era peligroso. Era difícil.
Pero está en las leyes de la hermandad de que un Hermano del Desierto no abandona nunca al otro. Lástima que Datsue, en un futuro no muy lejano; no le pagaría a Akame con la misma moneda.
Pero así es la vida. Una hija de puta.
. . .
鉄寺 Templo del Hie....
Las letras del enorme arco de ébano se quemaba por los residuos de la explosión. Akame encontró más adelante unas largas escaleras serpenteantes que acababan en una plaza, donde una estatua de un antiguo Lord había perdido varias de sus extremidades de piedra.
Más adelante, las tres enormes torres que componían al Templo de Hierro del País de la Tierra se alzaban vertiginosas, iluminadas como una antorcha en plena nocturnidad. La de en medio, más afectada al ser el epicentro de la desgracia; empezaba a caerse de a pedazos.
Datsue empezó a escuchar, tras su larga espera, los cimientos de piedra y cemento gritar de dolor. Estaban soportando el peso de la desgracia y en cualquier momento, esa jodida torre se le iba a venir encima. Y no se podía mover. Y no había rastro de Nahana. La misión peligraba. Su vida también.
Cara o sello. Vida o muerte. ¿O no era tan simple? ¿O Datsue le debía tanto a Soroku que salvar a Nahana, o a su cadáver, era absolutamente necesario? ¿podría hacerlo?