Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
10/04/2019, 00:22 (Última modificación: 10/04/2019, 00:23 por Uchiha Datsue.)
¿No sabía quién era? Qué poco pro… «Bah, yo tampoco tenía ni idea antes de empezar la misión». Pero ya habría tiempo para explicarle todo aquello. Ahora debía ahorrar fuerzas y centrarse en lo primordial: encontrar a la cabrona de Nahana.
Los cimientos de piedra rugieron y él con ellos.
—¡No me jodas, Nahana! ¡No me jodas eh!
No podía morir. ¡No podía morir! Ya no era por la misión, o siquiera por Soroku o sus hijas. Después de tantos días trabajando a su lado… Joder, simplemente, no podía permitirlo.
Cuando la Luna de Sangre baja,
la línea entre hombres y bestias se difumina,
y cuando Susano'o descienda,
el digno será bendecido con un hijo.
Una melodía que creía olvidada en el tiempo. Un mensaje que, tiempo atrás, en un lejano islote llamado Isla Monotonía, había seducido a los Hermanos del Desierto.
Se le pusieron los vellos de punta.
—Susano’o… Padre… —rezó al cielo—. Dame fuerzas…
Pero de nada le servía la fuerza si no era capaz de encontrar a Nahana. No tenía un Sello de Rastreo colocado en ella. Tampoco un sello de la Hermandad Intrépida. Recordaba que tenía sellos explosivos colocados en el cuerpo, pero hacerlos estallar para encontrar su ubicación no era, desde luego, una opción.
Entonces, ¿qué?
—Mierda, joder. ¡Mierda!
Le hubiese gustado decir que, tras ese recuerdo enterrado, el Uchiha se había armado de un valor suicida. Que tras esas épicas palabras pidiendo ayuda a un dios, el Uchiha había tomado el toro por los cuernos y se había tirado de cabeza al abismo.
Lo que pasó en realidad es que hizo algo que se le solía dar muy bien: retirarse. Tenía la pierna rota, fisuras en las costillas y apenas se tenía en pie. Era imposible. Imposible. La única esperanza que le quedaba era…
… el que nunca le había fallado hasta entonces.
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10/04/2019, 17:15 (Última modificación: 22/04/2019, 14:27 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
El Uchiha cruzó aquel arco de ébano mientras aflojaba el paso. Por mucha urgencia que tuviera en esa situación —con su Hermano herido gravemente y el objetivo de la misión en paradero indeterminado—, el físico de Akame tenía sus límites. La carrera por el bosque y escalar la montaña le habían puesto en el maldito límite, y apenas había terminado de subir aquellas escaleras cuando el muchacho pensó que iba a vomitar los pulmones. Se apoyó en el propio arco medio derruido un momento para recuperar el aliento y echar una visual de los alrededores.
«Por las tetas de Amaterasu, cuánta destrucción... Este sitio está hecho una porquería. ¿Y esa torre?», el jōnin alzó la vista hacia la más perjudicada de las tres torres, en proceso de derrumbe. «Ha debido ser una explosión de la rehostia para causar daños tan importantes...»
Cruzó la plaza y llegó hasta la estatua mutilada de aquel gran señor. Akame no sabía quién era y tampoco le interesaba, a no ser que las esculturas de repente pudieran hablar y encontrar a mujeres desaparecidas entre los escombros de un torreón. Así, continuó al trote para dirigirse hacia las inmediaciones de la torre; con cuidado, claro, pues parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro y cualquier cascote que saliera volando podía ser un proyectil mortífero. Llevándose una mano al sello comunicador, lo activó de nuevo.
—¿Datsue-kun? ¿Dónde demonios estás? Yo acabo de pasar una estatua de un noble en mitad de una plaza.
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Susano’o habló de entre las llamas y se encomendó a los deseos de uno de sus tantos hijos. Una voz, débil, se escuchaba desde su diestra. Quejidos, más que nada. Luego un nombre. Gūzen, Gūzen, Gūzen....
—¿Nahana? ¡Nahana sigue hablándome! ¡No dejes de hacerlo! —exclamó, sintiendo como una oleada de júbilo le inundaba el pecho.
Fue en ese justo instante cuando oyó la voz de su Hermano. La caballería había llegado.
—La… ¿estatua? —Habló, sin necesidad de volver a activar el sello. Lo había dejado activo en todo momento para ahorrarse precisamente eso y cuidarse hasta la más mínima gota de chakra—. Gira a la izquierda. Voy a desactivar el sello y pegar un grito. Deberías oírme.
»¡Ey! ¡Aquí! ¡AQUUIIIIIIIIÍ!
Rugió. Rugió y rugió mientras trataba de arrastrarse hacia la voz que había escuchado de Nahana. Su Sello de Dolor estaba a punto de terminarse. Lo sabía. Lo sabía y aguardaba a que sucediese con el mismo ánimo de alguien que se ha caído desde un décimo piso y ve el suelo aproximándose, cada vez más y más cerca.
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Akame se detuvo y alzó la cabeza como un cervatillo que hubiera escuchado aullar a su madre. «¡Está aquí al lado joder! ¡Ya voy!» Miró a su alrededor, tratando de ubicar el grito de Datsue, y una vez lo hizo, echó a correr entre las ruinas de la plaza a todo el paso que le permitían sus ya agotadas piernas. Halló a su Hermano arrastrándose entre los escombros y el polvo, desesperadamente tratando de encontrar algo o a alguien.
—Joder, no mentías, estás hecho unos zorros —Datsue escucharía aquella voz familiar a su espalda, y si se volteaba, vería al jōnin junto a él—. ¿Qué cojones ha pasado? ¿Y dónde está esa tal Lady Takoizu?
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Akame, sin embargo, estaba en la cúspide de su físico. Sano. Más fresco que una hoja de menta. En su reencuentro con el maltrecho Datsue, fue el único que pudo percibir los ahogados quejidos de una mujer a unos cuantos desde la diestra de ambos. Si paraba el oído, escucharía un nombre que para él no era familiar. Y si pegaba el ojo, su ojo; vería un par de dedos larguiruchos asomarse entre un montón de escombros pedruscos.
Ver a su Hermano aparecer entre el humo y los escombros fue como vislumbrar un ángel cayendo del cielo.
—Sálvala, Hermano… Sálvala… —rogó, señalando con un dedo tembloroso en una dirección. Allí donde creía haber escuchado antes los gemidos débiles de Nahana.
Tres.
Dos.
Uno...
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAGGGGHHHHHH!!!
El dolor le partió como un rayo. El Sello del Dolor había terminado, y con él, el breve lapso de tiempo en que su mente había permanecido ajena a los huesos rotos.
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De repente, Datsue se rompió. Como si algo dentro de él acabara de darse cuenta de que tenía varios huesos rotos y estaba en un estado físico lamentable, el menor de los Uchiha soltó un alarido escalofriante y se quedó allí, tirado sobre el suelo cubierto de polvo y ceniza. Akame se le quedó mirando unos instantes mientras sopesaba si simplemente coger a su Hermano y largarse de allí, de vuelta a algún lugar donde pudieran atenderle debidamente, o intentar salvar a aquella mujer que no conocía de nada. Lo que inclinó la balanza finalmente hacia un lado fue el hecho de que Akame nunca había visto a su compadre implorar la salvación de alguien ajeno antes que la de sí mismo. Lady Takoizu debía ser realmente importante para él.
Así pues, Akame se dirigió hacia la pila de escombros que Datsue le había señalado, y entre los cuales se podía intuir una mano.
—¡Aguanta! ¡Ya te saco! —vociferó el jōnin.
Haciendo acopio de aliento, el Uchiha empezó a tratar de mover los escombros que sepultaban a aquella persona —si bien era consciente de que no existían garantías de que se tratara, en efecto, de Lady Takoizu—. Empezó por los de arriba, tratando de desapilarlos, y siguiendo por los que había más abajo. En todo momento tenía cuidado y meditaba sus movimientos para no cagarla y terminar sepultando todavía más a la persona que estaba tratando de desenterrar.
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Akame se encontró entonces con una de esas situaciones críticas en las que no hace demasiada diferencia conocer la ejecución de un poderoso ninjutsu. Tuvo que hacer acopio de sus habilidades humanas más esenciales para remover piedra por piedra, hasta conseguir el agujero donde yacía sepultada Nahana. Mientras el Uchiha iba removiendo el puzzle con celeridad, la mujer gritaba del más puro dolor mientras las rocas más profundas se movían con los movimientos superiores.
Los gritos de dolor de Datsue no ayudaban, desde luego. Era como escuchar a un puerco en un matadero. Él sentía como un millar de agujas le atravesaban cada minúsculo nervio del cuerpo. Quería arrancarse las piernas pero no podía moverse. ¿Cuánto tardaría en perder la conciencia?
Un respingo esclarecedor le permitió a Lady Tākoizu airar a sus pulmones tras ver el cielo nocturno. Estaba magullada, con la cara molida a palos y sucia de carbón y ceniza.
Sostuvo la mano de Akame y trató de ayudarle a desenterrarse a sí misma. De más está decir que lo logró.
Los Dioses la habían protegido. Susanoo respondió a las plegarias de Datsue. Nahana estaba malherida, pero viviría. Viviría un día más.
Ahí estaba: su mano de hierro, saliendo de los escombros de lo que había sido toda su vida. Su trabajo. Su amor.
El Uchiha tomó el palo con el que se había ayudado antes a cojear malamente y se lo llevó a la boca, apretándolo con fuerza con los dientes. Era la única manera de aliviar aquella hemorragia de gritos y chillidos que el dolor le arrancaban.
¿Qué hubiese pasado, de no aparecer Akame? ¿De no haberle puesto el sello de la Hermandad Intrépida? ¿De no tener él semejante poder para aparecerse en cualquier sitio? ¿De no ser su Hermano?
Prefería no saberlo nunca.
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El jōnin había logrado sacar a aquella mujer de debajo de los escombros a tiempo, y aunque parecía malherida, Akame creyó que viviría. Con cuidado se agachó junto a Lady Takoizu y se pasó el brazo de ella por los hombros, con objeto de ayudarla a incorporarse levemente y que pudiera salir de entre los escombros.
«Ahora tenemos que salir de aquí, y rápido. No sé qué habrá provocado esta explosión, pero parece claro que esto es territorio hostil. Quizá queden enemigos por la zona...»
Arrastrando a la mujer como podía, Akame trató de acercarse a su Hermano. Tenía la técnica perfecta para sacarlos de allí a ambos y llevarlos a un lugar seguro, pero necesitaba tocar a Datsue. El pecho le ardía y las piernas empezaban a fallarle —Lady Takoizu era más pesada de lo que parecía—, pero el jōnin simplemente apretó los dientes y siguió caminando. No podía fallarle a Datsue; no podía fallar a su compadre. Él nunca le fallaría. Así, cuando por fin se aproximó a Datsue, el Uchiha se limitó a alargar una mano y agarrar a su Hermano del brazo.
El ojo izquierdo de Akame manifestó su Mangekyō, y chispas de chakra carmesí saltaron de su cuerpo, rodeando a los tres...
Zzzzup.
—¡Un médico! ¡Un médico, rápido, esto es una maldita urgencia!
¿Se acostumbrarían alguna vez en el hospital de Uzushiogakure no Sato a las repentinas llegadas de aquel ninja? Era la segunda vez que Akame se aparecía allí, en medio de la recepción, cargando a alguien herido y solicitando asistencia sanitaria. Claro, ninguno de los presentes lo sabía en ese momento, pero esa sería la última vez que ocurriese... Esa es otra historia, que ahora no procede contar.
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¤ Uzume ¤ Diosa del Amanecer - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 80, Hidari no Mangekyō - Gastos: 50 CK - Daños: - - Efectos adicionales: (ver descripción) - Sellos: - - Velocidad: Rápida (preparación), Instantánea (teletransporte) - Alcance y dimensiones: (ver descripción)
Habilidad del Mangekyō izquierdo de Uchiha Akame, cuya esencia reside en evitar la confrontación y el enfrentamiento. Utilizando este poder, el usuario es capaz de teletransportar su propio cuerpo a otra ubicación en apenas un parpadeo, tras concentrarse durante unos instantes. El ejecutor también puede llevarse consigo objetos inanimados u otras personas (ya sea voluntariamente o no), pagando un extra de 10 CK por persona, mientras sea capaz de establecer contacto físico directo.
El ejecutor debe tener en su mente una idea aceptablemente clara del lugar al que va a "saltar", por lo que es necesario que o bien ya haya estado (para Inteligencia menor a 80 puntos), o alguien se lo haya enseñado previamente con un gran nivel de detalle (mediante un Genjutsu detallado, o similar) (Inteligencia igual o mayor a 80).
Pese a que se trata de una técnica poderosa, presenta varias debilidades. Además de su alto coste de chakra y el daño para el ojo del usuario que supone, el ejecutor se rodea de un aura chisporroteante de su propio chakra unos segundos antes de ejecutarla; lo que implica que debe tenerse cierto margen de tiempo para poder esquivar un ataque con ella. Además, un enemigo que ya la conozca podrá identificarla fácilmente e incluso cortar la canalización hiriendo al usuario antes de que sea capaz de teletransportarse.
El Uchiha sintió, por segunda vez en su vida, la misma sensación de vértigo cuando su Hermano le teletransportó a las puertas del hospital. Estaban en casa.
Estaban en Uzu.
Activó el sello de la Hermandad Intrépida número cinco y habló.
—Soroku… He conseguido salvar a Nahana… Estamos en el hospital de Uzu… Tú… Tú solo encárgate de encontrar a las niñas.
Y como todo un profesional, Uchiha Datsue se dejó vencer por el dolor y abrazó el respiro que le daba la inconsciencia... ahora que sabía que la misión estaba cumplida.
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La Herrera, maltrecha, se ayudó de los brazos de su nuevo salvador y trató de ayudarle con las pocas fuerzas que le quedaban a remar entre los escombros para acercarse hasta su joven pupilo. Los ojos avellana de Nahana se movieron como luciérnagas entre los conatos de fuego y destrucción a su alrededor. El Templo de su familia. Su Templo. Su historia. Todo derruido a la nada.
Por primera vez en mucho tiempo, Lady Tākoizu lloró como una cría. Les había fallado, a sus antepasados y a sí misma. A sus hijas. ¿Pero cómo? ¿qué había hecho mal? ¡¿apostar por la legítima heredera?
Lo había arriesgado todo. Y perdió.
Las lágrimas hacían la de despedida, mientras se aferraba a Akame. Lograron llegar llegar hasta Datsue.
Finalmente, chispas. Luego, una vorágine que le envolvió como un tornado. Y oscuridad.
¿Cuánto duró el viaje? ¿segundos? para ella se sintió como una eternidad. Creyó estar, ciertamente, viviendo en la penumbra.
. . .
El caballo galopaba a toda marcha sobre la tierra marchita de algún punto hinóspito dentro del vasto País de la Tierra. Soroku puntaba con las hebillas en el dorso del corcel, pidiéndole que se esforzara más. Que fuera más rápido. Que rompiera el viento en el proceso si era necesario. Y es que lo era. Sus hijas estaban en peligro. Su amada. Su todo.
La voz intrépida de su sello, sin embargo, le obligó a detenerse en seco y el caballo relinchó a dos patas por la brusquedad del mensaje. Uno tan escueto que, quizás, no sería suficiente como para que pudiese dar él con las niñas.
¿Lograría dar con ellas?
. . .
Tres días más tarde
Datsue abrió los ojos. El techo blanco de aquella habitación del hospital le encandiló.
Tenía la pierna encastrada y con yeso, el abdomen vendado y entablillado. En vena unas buenas intravenosas con analgésicos para el dolor.
Akame aguardaba fuera a que le dieran luz verde para poder ver cómo estaba su hermano. Una enfermera se acercó hasta él, y tras un par de indicaciones le otorgó el acceso por unos minutos.
18/04/2019, 22:05 (Última modificación: 22/04/2019, 14:26 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
—¡Datsue el Intrépido! —vociferó Akame, guasón, nada más entrar en la habitación donde reposaba el herido—. ¿Me firmaría un autógrafo?
El Uchiha soltó una carcajada sincera y se aproximó hacia su Hermano. Akame había estado realmente preocupado por él, no en vano pocas veces había visto a su compadre en semejante estado; Datsue era un ninja excepcional y era tremendamente raro que se viese superado por las circunstancias, fueran cuales fuesen. Sin embargo, cuando después de un rato los médicos habían asegurado que el joven Uchiha estaba fuera de peligro, Akame se había relajado. Y en ese momento, tres días después, ya se encontraba de su buen humor habitual, siempre dispuesto a una chanza.
—¿Te encuentras tan mal como aparentas? —preguntó, con una risilla—. Por las tetas de Amaterasu, Datsue, esta vez ha estado cerca. ¿Y quién es esa tía tan importante? ¿De qué iba todo ese rollo de "Lady"?
Pese a su intervención in extremis para salvar el día —o más bien la noche—, Akame todavía no tenía ni idea acerca de la misión que había llevado a su amigo a tierras tan lejanas como las de Tsuchi no Kuni. Y menos aún a codearse con alguien que tenía un honorífico tan pomposo como "lady". El joven jōnin no había encontrado a nadie capaz de ponerle al día de los detalles y, por alguna razón, los sanitarios no le habían permitido interrogar a la mujer a la que había salvado la vida, de modo que se encontraba zozobrando en un mar de ignorancia. Quienes le conocían saben bien que no había nada que molestase más a Uchiha Akame que el no saber cosas, de modo que apenas había obtenido unos minutos para hablar con Datsue, no dudó en empezar a lanzarle preguntas a granel.
—Algo me dice... Algo me dice que esa "Marca del Hierro" tuya tenía algo que ver, ¿no? —apostilló el Uchiha—. ¿Problemas con ese calvo tan siniestro otra vez?
—Oh, ¡por supuesto! ¿Dónde quieres que te…? Ah. —La decepción inundó su voz—. Que eres tú.
Ya decía él que tenía una voz demasiado rasposa y grave como para pertenecer al de una joven admiradora. Su pecho se deshinchó del mismo modo que su ilusión, y se revolvió en la cama, incómodo. Bueno, revolverse… Digamos que sacudirse un poco, porque con tantas vendas, yesos y tablillas, le dolía el culo de tener que estar siempre en la misma posición.
—Gracias por los ánimos —respondió, irónico. Sí, intuía que no debía tener muy buena pinta—. No, qué va. El calvo no tuvo nada que ver. La Marca del Hierro… un poquillo —reconoció.
Suspiró. Sin nada más que hacer en todo el día que mirar el jodido techo blanco, el Uchiha se había martirizado con todas las decisiones que había ido tomando a lo largo de la misión. Especialmente de las malas. Se había dejado llevar demasiado, sin tomar las riendas en casi ningún momento. ¿La situación que más vueltas le daba a la cabeza? Obviamente…
… el momento en que Urami se presentó en camisón en su cama y él rechazó su beso. Y algo más que eso. Había que ser imbécil. Jodidamente imbécil.
—Verás, Lady Tākoizu, Nahana, es descendiente de un Señor del Hierro —empezó a explicarle—. Si vieses la de cosas que es capaz de hacer con el acero… Flipa, Hermano. Flipa. Soroku oyó cosas, cosas turbias, y me pidió protegerla en el anonimato, haciéndome pasar por un aprendiz a herrero. En medio de la misión tuve que salir del templo con las hijas para atender un negocio, y ahí fue cuando descubrí qué pasaba.
»Mira, para que te pongas en contexto. Hace tiempo, el antiguo Señor Feudal del País de la Tierra desheredó a su hija mayor por negarse a casarse con quien él decía. La hija desapareció, el padre murió cayéndose desde un risco tras una borrachera, y el hijo pequeño, Kurawa Jagaimo, de unos doce años, es quien manda ahora.
»Bueno, manda, muy entre comillas. Se dice que es el tío quien lleva las riendas de todo. La hija de la que te hablaba, Kurawa Ivvatsumi, anda reuniendo tropas para, imagino, recuperar el trono. ¿Y qué es un ejército, sin armas?
»¿Me estás siguiendo?
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