Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Un largo y tendido suspiro acompañó la salida de Akame, camuflándose entre los gritos e improperio del bruto de Shaneji. El Umikiba torció el cogote, y miró a su congénere, mientras negaba con la cabeza, recriminándole que estuviera dispuesto a joder el viaje al País del Agua sólo por divertirse. Ellos podrían nadar, probablemente sobre Daseru —si es que les había perdonado la enorme ofensa de su primer y último encuentro—. ¿pero y los demás? ¿y la jodida droga?
Nunca lo iba a saber, pero Akame les había salvado de una buena con ese puto genjutsu.
Shaneji se acercó a Kaido con una sonrisa de oreja a oreja. Por mucho que fuese la sonrisa de una piraña, de una trituradora insaciable de carne y sangre, aquella era una sonrisa alegre. Inofensiva, incluso. Todo lo inofensivo que podía ser alguien como Shaneji, claro.
—¿No soy yo tu Hermano de Agua, Kaido? —dijo, propinándole una fuerte palmada con ambas manos, una en cada hombro—. ¿No soy yo un hombre de palabra? ¿¡Acaso te he dado algún motivo para dudar de mí!? —exclamó, en un pequeño arrebato de furia que pronto se vio desinflado a través de su risa—. ¡Juuuujujujujuju! ¡Vamos, Kaido! ¡Es hora de cumplir nuestro trato!
• • •
Shaneji y Kaido se encontraban en la cubierta del barco. La oscuridad había engullido las fauces del puerto, también el pueblo, y tan solo quedaba un puntito de luz brillando a lo lejos. Del faro. De la Torre de Raijin.
Shaneji lo consideró lo suficientemente lejos. Se mordió el pulgar, realizó una tanda de sellos, y saltó al mar para estampar la palma de la mano en la superficie del agua. La sangre de su dedo fluyó por el mar, impregnándola con su olor. Y los dioses sabían muy bien qué ocurría en aquellos casos.
Que los tiburones la olían.
¡Pluff!
Una gran sombra gris se elevó desde las profundidades. Dos aletas salieron a la superficie, cortando el agua y dejando una estela de espuma blanca tras su paso. Y, finalmente, asomó la cabeza. Una de ojos pequeños, con un morro alargado y puntiagudo. Con cinco hendiduras branquiales, grandes. Salvo los ojos, todo en él era grande.
Kaido lo reconoció en seguida.
Era Daseru.
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Alguna vez, antes de partir al País del Viento, Kaido llegó a dudar de su decisión, aquella que le llevó a postergar el encuentro con su destino —ofrecido por el mismísimo Daseru—. para poder infiltrarse en Dragón Rojo. Entonces, aquella decisión la había tomado por Amekoro Yui. Pero, hoy por hoy, esa lealtad no existía, y aunque quisiera negarlo, nunca dejó de pensar en lo que sería conocer al Rey del océano. Shaneji se lo había prometido, pero los acontecimientos habían impedido que la cumpliera.
Ahora, sin ataduras, y con un largo camino hasta el País del Agua... su Hermano haría honor al trato nacido entre sal y agua.
. . .
Protegidos por la envergadura de la oscuridad, ya en mar adentro, Shaneji se dejó abrazar por el mar y realizó los movimientos característicos para realizar una invocación. Kaido no se quedó atrás, y sin miedo alguno, se arrojó sobre las olas, cubriendo sus pies de chakra, y navegando los intensos oleales que iba dejando el casco de Baratie, mientras continuaba su avance.
La sangre atrajo entonces a una figura familia. A ese enorme tiburón de ojos diminutos que, hace un par de meses, estuvo dispuesto a matarle por darle la espalda. ¿Iba a intentarlo de nuevo?
Umikiba Kaido, el hombre destinado a conocer a Daseru algún día, dio un paso. Luego otro. Y finalmente...
El tiburón —el verdadero— abrió la boca, mostrando tres hileras de dientes en la mandíbula. Dientes estrechos, largos y puntiagudos. Puntas de lanza, que apresaban pero no soltaban. Que arrancaban pero no masticaban. Estaban hechos para tragar, tragar y tragar. Sin contemplaciones.
—¡Nos hiciste esperar demasiado, escualo! —le espetó, y con cada palabra que soltaba, la espuma del mar y el agua se desbordaban por su boca como los huesos rotos y la sangre de sus presas—. ¡Dijisteis dos semanas! ¡Dos semanas! ¡No cuatro meses!
—¡Juuuujujuju! ¡No la pagues con el chico, Daseru! ¡Surgieron complicaciones! Venga, no perdamos más tiempo y vamos a…
—Tú no vienes.
—¿Cómo?
—Hiciste una elección. Pusiste a tus amiguitos dragones por delante de nosotros. El chico viene solo. Y ya veremos si vuelve.
»¡Vamos! —rugió, sin dar tiempo a Shaneji a replicar. Metió sus fauces en el agua y desapareció bajo el mar.
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Kaido se tiró un par de segundos en echar memoria, y efectivamente, su encuentro con Daseru fue hace bastante. Casi que se sentía una eternidad, con todo lo que estaba sucediendo en su vida como exiliado.
Pero, muy a pesar de ello; Daseru se mostró abierto a charlar y no a tratar de devorarles por su traición. De hecho, cuando Shaneji le inquirió para que marcharan de una vez, éste... aceptó, aunque advirtiéndole que él no podía acompañarles.
Qué disyuntiva aquella, en la que se encontraba Kaido. Daseru se hundió, y Kaido miró a su hermano.
—Creíste una vez en que no regresaría. Y lo hice. Ahora es tu turno de confiar —dijo—. hazme un favor, ten mucho cuidado con Suzaku. Es un hombre herido y apuntalado por las aldeas ninja, como nosotros. Ahora mismo está roto, pero cuando ganemos el cien por ciento de su lealtad, nos será de mucha utilidad en los tiempos que se avecinan.
Miró la cubierta de Baratie, y luego al horizonte. La luna, esplendorosa, se despedía de él por primera vez en mucho tiempo. Ya era hora de abandonar la tierra y volver a su hogar.
—Nos vemos, Hermano. Y... gracias.
Acto seguido, se hundió en el océano y le siguió el rastro a su guía.
Era de día. Akame lo supo por el ruido. Las personas hablaban. Se levantaban. Se avisaban de que el desayuno ya estaba listo.
Y es que el Uchiha había dormido junto a los marineros, junto a la plebe, junto a la mano de obra barata que Dragón Rojo usaba para transportar el omoide a su territorio. Se encontraba en una amplia sala llena de coyes, y lo primero que le había llamado la atención era que…
… olía a humanidad. Tras toda una noche encerrado allí dentro, uno podía decir que se acababa acostumbrado. Pero eso no hacía que pasase inadvertido. Oh, no.
—Eh, tú. ¿Cómo te llamas? —Era el hombre larguirucho que había tratado de detenerle a él y Kaido cuando entraron al comedor. Esta vez sin palillo en la boca.
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El Uchiha se revolvió en su precario lecho, como si acabara de despertar de una pesadilla para verse inmerso en otra peor. Pese a que ya llevaba cuatro días limpio, sin haber tomado una sola gota de alcohol o un gramo de omoide, aquella mañana temprana no se encontraba mejor. Más bien le dolía todo el cuerpo, tenía la cabeza embotada y no había podido pegar ojo durante toda la noche. Cada vez que daba una cabezada, los aguzados instintos del superviviente nato en el que se había convertido le recordaban que había hecho enfadar al capo del barco; al jodido Hōzuki Shaneji. ¿Qué iba a impedirle a semejante inestable tipo el mandar a un par de los suyos a que le degollaran mientras dormía? No, el lujo de un descanso reparador fue algo que Akame no pudo permitirse aquella noche, a bordo del Baratie.
Entre los gritos, el olor a madera y a sal, y al sudor de los marineros, el joven renegado se incorporó dificultosamente, mirando a su alrededor. Estaba rodeado de curtidos lobos de mar, tipos que le sacaban como mínimo una cabeza y quince kilos de peso cada uno, y aunque no se sintió intimidado por ello —la certeza de que él era mucho más peligroso que todos aquellos hombres juntos le reconfortaba en cierto modo— si que se halló buscando con la mirada a Kaido. A su único aliado en el mundo. ¿Quizás eso estaba a punto de cambiar?
Akame tenía planes para que así fuese, eso seguro. Sabía que su supervivencia dependía de ello.
De repente una voz se dirigió a él, una voz que reconoció. El Uchiha alzó la vista, todavía con parte de su rostro —especialmente la carbonizada— cubierta por aquellas sucias vendas, los ojos duros como la pizarra y su yukata índigo arrugado aquí y allá. Le dedicó un largo silencio al tipo antes de contestar.
—Me dicen Suzaku —respondió, para luego agregar, lacónico—. ¿Tú?
----Koshuru —respondió—, el encargado de estos sucios grumetes. ¿Tú qué haces aquí? ¿Vienes a trabajar con nosotros?
A Koshuru no se le había informado de una mierda. Sabía que no era un Cabeza de Dragón, porque ni tenía el tatuaje, ni un Cabeza hubiese dormido jamás junto a ellos. Pero había oído que había tenido sus más y sus menos con Shaneji, y allí estaba, respirando. Aquel mero hecho le decía que tampoco era un cualquiera. Y Koshuru ya había metido la pata una vez con Kaido, anoche.
Sabía que con aquellos tipos no se podía permitir equivocarse dos veces.
—Como sea, nos esperan en el comedor.
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«Koshuru», se repitió mentalmente el Uchiha. Le vendría bien recordar cuantos más nombres mejor, y especialmente en aquel barco.
—Hmpf, por qué no —replicó. Kaido nunca había llegado a aquella parte del plan y Akame no tenía ni idea de dónde se había metido su peculiar amigo—. ¿Cuánto tardaremos hasta Hibakari?
El renegado se frotó los ojos, cansado. Luego volvió a mirar durante unos largos instantes al jefe de los marineros y asintió cuando éste le cominó a dirigirse al comedor. «Debería conservar un perfil bajo con estos tíos, a juzgar por cómo me está tratando, todavía no sabe si voy a ser un peligro para él o no. Mejor así, pero también debería tratar de granjearme el interés de este tipo. Puede ser un aliado valioso llegado el momento», reflexionaba el Uchiha mientras seguía a Koshuru de camino al comedor.
—Unos tres días, si los vientos acompañan. —Ni se producía tormenta alguna. Ni se topaban con un banco de niebla. Ni con ningún tipo de contratiempo. No solía pasar, pero la vida de marinero le había enseñado a esperar lo peor. A todas horas.
Cuando subieron por las escaleras hasta cubierta, escucharon, a lo lejos, unas voces. Procedían justo del lado contrario del mástil que ellos veían, pero pese a no ver nada, pudieron identificar perfectamente que pertenecían a dos. A un hombre y una mujer.
—Venga, venga. No seas cruel con este pobre marinero. Solo quiero…
—Qué me sueltes, coño. ¡Qué me sueltes! D… ¡Déjame te he dicho!
Más discusión, y, de pronto, el chasquido de una sonora bofetada.
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«¿Tres días? ¡Me cago en todo, es una puta eternidad!»
Para alguien sin un rumbo claro, Akame parecía tener mucha prisa por llegar a Hibakari pero, en realidad, lo que le apremiaba era alejarse de las aguas del País de la Espiral. Ni siquiera sabía lo que le aguardaba una vez volvieran a pisar tierra, pues ya había conocido a un Cabeza de Dragón y la relación no había empezado precisamente con buen pie. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer, sino dejarse arrastrar por Kaido como un madero a la deriva? «Y hablando de Kaido...»
—Koshuru-san —el Uchiha interpeló al jefe de los marineros—. ¿Dónde está el Tiburón? Y no me refiero a Shaneji, sino al otro. No le veo por aquí.
¿Su principal y único benefactor, poniendo pies en polvorosa después de la escenita de la pasada noche? Akame no sabía si aquello era un golpe de suerte o de desgracia. «Shaneji...» Su mirada se volvió dura y casi maligna durante un instante, mientras subían a cubierta, pero rápidamente las voces de una disputa en ciernes le sacaron de sus pensamientos. «¿Eh?» El Uchiha trató de echar la mirada al otro lado del mástil, curioso.
—¿Kaido-sama? Imagino que durmiendo en su camarote personal —respondió, ignorante totalmente de la partida del Tiburón.
Pero las voces pronto interrumpieron su conversación. Marinero y shinobi dieron la vuelta al mástil, encontrándose con un hombre de cabellos rizados y rojos abrazando a una mujer que Suzaku reconoció en seguida. Era la prostituta que estaba con Shaneji.
—Roy, ¡me cago en tu puta madre, quítale las manos de encima!
El marinero, sorprendo y perplejo, se quedó de piedra. La mujer aprovechó el momento para estamparle otro bofetón. Y un rodillazo en las partes, que hizo que soltase un aullido y se doblase en dos.
—Por favor, señorita, disculpe a mi compañero —pidió, en una enorme reverencia, tras comprobar que había llegado justo a tiempo de evitar males mayores—. Yo mismo le castigaré cómo es debido.
—¿¡Qué!? —exclamó, todavía medio doblado en una postura de lo más vergonzosa—. Pero, Koshuru, cojones, si…
—Calla, joder, calla.
La muchacha no parecía satisfecha con el trato, ni muchísimo menos. Pero tras cinco o seis disculpas más por parte del capitán, y del propio marinero a instancias de Koshuru, bajó por las escaleras que daban al comedor.
Fue entonces cuando Koshuru cogió a Roy por el cuello.
—¿Eres imbécil, o qué te pasa? —Le empujó contra el mástil para acallar sus nuevas protestas—. ¿Crees que Shaneji es de los que les gusta compartir, pedazo subnormal? ¿Qué crees que te pasará si se entera de esto?
Fue mencionar a Shaneji, y ponerse blanco de pronto.
—J-joder… Y-yo… No quería… ¡M-mierda!
—Anda, ¡desaparece de mi puta vista! ¡Y que ella no vuelva a verte en lo que queda de trayecto! ¿¡Me oyes!? ¡Ahora sube al puto mástil y vigila el horizonte! ¡Turno de mañana y de tarde! —ordenó, sin miramientos.
No fue hasta que le perdió de vista que volvió a dirigirse a Suzaku.
—Ah, ya ves a los tipos de bastardos a los que me toca enfrentar cada día. No siempre es fácil mantener el orden.
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19/05/2019, 23:43 (Última modificación: 20/05/2019, 00:20 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame —Suzaku— asistió a la escena que se desarrollaba sin decir esta boca es mía. Su mente, que ya se iba avispando tras los días de ausencia de omoide y sake, no perdía detalle de todo lo que se sucedía en cubierta, como una de esas computadoras avanzadísimas de Amegakure que no pudiera sino digerir y procesar todo lo que sus sentidos captaban hasta producir información útil. Y allí, sobre aquella cubierta, la había. Vaya que si la había. «Esta es la autoridad y el respeto que provoca un Cabeza de Dragón», entendió Akame. Kaido, Shaneji, y otras seis personas más, de acuerdo con lo que el propio Tiburón le había contado. Ocho de los cabrones más duros de Oonindo dirigían Sekiryuu. Akame esbozó una media sonrisa. «Entonces, solo debo...»
Una nueva tanda de disculpas precedió a la atención que Koshuru pronto le devolvió al Uchiha. Este miró al marinero —Roy—, a la prostituta —que ya se marchaba— y finalmente al jefe de los tripulantes.
—No cabe duda de que son más cabrones que listos —replicó el renegado—. Este imbécil piensa más con la cabeza de abajo que con la de arriba.
«Hacen bien en temer a Shaneji, es un loco y es peligroso... Pero yo lo soy más.»
—¿Qué hay de ese desayuno, Koshuru-san? —se dirigió al jefe—. Me rugen las tripas y siento como si llevara una puta semana sin comer —aquello podía llegar a ser más literal de lo que sonaba—. Te garantizo que no soy ni la mitad de estúpido que ese hombre, y te voy a causar menos de la mitad de problemas que él, así que te interesa mantenerme bien alimentado.
Akame alzó la vista hacia el cielo, entrecerrando los ojos al mirar cerca del Sol. Allí, en el mar, le parecía más molesto que de costumbre; ¿o tal vez era que, simplemente, no se fiaba de ninguno de aquellos cabrones? Desde luego, en Baratie el que mandaba era Shaneji, y dada su mala relación con el Hōzuki, Akame seguía en guardia. Tenía claro que cualquiera de los muchos marineros que le rodeaban harían cualquier cosa que el Cabeza les mandara.
—Eso es bueno oírlo. —Y un día le gustaría oír también cómo demonios se había hecho esas heridas en la cara. Pero no tocaba. No en aquel momento—. La mercancía, tú sabes, es demasiado valiosa para que un grupo de imbéciles se encargue de ella. Algún día espero que Shaneji-sama confíe en mí para encargarme de estos viajes yo solo —con el consiguiente aumento jugoso en la paga—, y no me puedo permitir este tipo de estupideces.
»Tú pareces un tipo que sabe poner orden cuando hace falta.
En realidad, no lo parecía. Nada en absoluto. Pero el hecho de que hubiese tenido un encontronazo con Shaneji y saliese vivo de ello valía más que cualquier jodida apariencia.
Si Suzaku le ayudaba, él le devolvería el favor. Todos salían ganando.
—¿Un kasa? ¡Malo será que no haya alguno! Venga, venga. Luego miramos.
Ambos bajaron por una abertura que había en cubierta hacia el famoso comedor. Akame ya había estado allí, con Kaido, cuando iban buscando a Shaneji. En aquella ocasión, sin embargo, no había rastro de olor a omoide.
En el gran comedor, media docena de marineros habían juntado varias mesas para comer juntos. La mujer de antes comía aparte, en una mesa, sola. Shenfu Kano, al otro lado de la barra, supervisaba que todo estuviese en orden.
Koshuru invitó a Suzuku a que se sentase junto a él y el resto de hombres. Shenfu Kano, diligente, no tardó en ponerles plato y cubiertos. En la mesa había una gran jarra de agua, otra de zumo, y un par de botellas de ron. También bandejas con tostadas con salmón, bien doraditas y crujientes, y pequeños bocadillos tostados con queso, jamón, perejil y pimienta.
—¿Necesitan algo más?
Koshuru dijo que no con un ademán.
A todo esto, todavía no había rastro de Shaneji. Ni de Kaido.
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«Ya lo creo que te gustaría, pequeño zorrillo», pensó Akame cuando Koshuru le contó sus futuras aspiraciones para con Baratie. «¿Así que aspiras a convertirte en el jefe supremo de este navío?» El Uchiha se aseguró de recordar aquella información, grabada a fuego en su mente. «Conoce lo que ansía una persona y será fácil de manipular.» Una de las enseñanzas de su antigua maestra. Aquel tipo parecía tener una ambición clara, y eso a Akame le gustaba. Le gustaba mucho. Así que se limitó a sonreír con suficiencia cuando el jefe de los marineros le alabó, obviando el halago pero realizando una réplica cargada de intención.
—Y tú pareces ser bastante más inteligente que tus hombres. Quizás nos llevemos bien en el futuro.
Así pues, el Uchiha abandonó la cubierta tras los pasos de Koshuru, en dirección al comedor. Cuando llegaron, el olor a tostadas de salmón, especias y jamón embargó al joven renegado. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no degustaba una comida en condiciones, tanto que parecía que aquellos olores eran algo imposible de experimentar. Akame creyó que se le había olvidado el sabor de un buen pescado, o un filete, como si no fuese posible que existiera algo tan delicioso en el mundo. Conforme los demonios del omoide retrocedían, un nuevo mundo lleno de olores, sabores y colores volvía a sus sentidos. Era como salir de un pozo hondo y maloliente.
Akame se sentó junto a Koshuru y, sin esperar a que el jefe empezara a comer, cogió un par de tostadas de salmón y las puso en su plato. Luego se llenó el vaso de zumo y pidió otro, en el que vertió agua hasta casi el borde. Finalmente tomó un par de bocadillos a los que les quitó el queso cuidadosamente; la muerte le había vuelto más atento, al parecer. Empezó con su festín particular sin mediar palabra, engullendo la comida tras masticarla frenéticamente. Unido a su aspecto, aquel comportamiento le hacía parecer un refugiado de guerra o un mendigo, como mínimo. Algo no demasiado alejado de la realidad.
Sin embargo, mientras comía, Akame se dio cuenta de algo. Algo que no le encajaba.
—¿Los tiburones no acuden al banquete? —apostilló, como el que no quiere la cosa—. ¿O es que no madrugan como nosotros?