Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Por favor, Shikari. Pensaba que eras más avispada —replicó Akame, ciertamente contrariado—. ¿Palabra? ¿Honor? ¿Tú te crees que existe algo como eso en este mundo en el que tú y yo vivimos? Una superviviente como tú debería saber cómo funcionan las cosas. Probablemente piensen en matarte cuando ya hayas cumplido tu trabajo, así que en cierto modo, te he salvado la vida. ¿No crees?
Luego vino lo que Akame llevaba esperando desde hacía un rato; el intento desesperado de escapar. «Por todos los dioses, ¿de verdad piensa que eso le va a funcionar?» El Uchiha negó con la cabeza, visiblemente decepcionado.
—No, Shikari, no te voy a desatar. Ya te he advertido lo que va a ocurrir si intentas escapar y quiero que sepas que tengo toda la intención de cumplir con lo que digo. Así que no tientes a la suerte.
Akame fumó otra calada. El cigarrillo ya iba por la mitad.
—¿De dónde eres, eh? ¿Kaminari no Kuni? ¿De ese pueblo del que hemos zarpado? —el renegado calló un momento. Parecía debatirse entre si preguntar algo o no, pero al final acabó agregando—. ¿Tienes familia?
Al menos a las hermanas las conocía un poco. Había compartido noche con una de ellas. Y bajo las sábanas, las personas eran más dadas a desnudarse en cuerpo y alma. Eso era más de lo que podía decir de él.
—Pero, no me intentaré escapar, ¡lo juro! —exclamó, frustrada—. Si esto ya es una cárcel. En medio del océano, ¿a dónde podría ir? —¿De verdad iba a tenerla atada todo el jodido viaje?
Pero Suzaku no estaba satisfecho, y quería seguir hurgando en su vida. En su pasado.
—No, no soy de allí. Yo… Vivía en Hayashi no Kuni. —No hacía tanto de ello. Pero ahora se le hacía una eternidad.
—¿Tienes familia?
Esbozó una sonrisa triste, una sonrisa que podía partir el corazón del hombre más duro.
—Tenía a un padre. Shakkin. A él... Le gustaba jugar más que cuidar de su familia. Debía dinero. Yo fui el pago.
Y así era como se había empezado a torcer su vida. ¿Quién sabía? Si los ninjas de Kusagakure no hubiesen abandonado su misión, si no se hubiesen esfumado y la hubiesen rastreado tal y como su padre había pedido para redimirse, quizá, ella no estaría allí. Pero eso era algo que Shikari no sabía, y que probablemente, nunca sabría.
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—Lo siento, Shikari —contestó Akame, con expresión calmada pero muy severa. Parecía un profesor estricto anunciando el suspenso de su alumno—. Por el momento, tendremos que hacerlo así.
Luego, el Uchiha escuchó pacientemente la breve historia de aquella mujer. «Deudas de juego, un clásico», se dijo. Parecía evidente que Shikari estaba rota por lo sucedido, por la vida que había tenido que llevar desde que su padre la ofreciese en pago de sus deudas. Akame apretó los puños sin quererlo. Él nunca había tenido padre, ni madre, pero el conocer que otros habían sido incluso peores que la misma ausencia para sus hijos, le enervaba. No era algo que se hubiese planteado mientras era shinobi, tan centrado como estaba en su trabajo y sus misiones, pero ahora... Ahora sentía que estaba descubriendo mucho más cerca del mundo de lo que jamás se habría imaginado.
—Lo siento. Un hijo nunca debería pagar por los errores de sus padres —dijo Akame, y aquella frase tenía un sentido sumamente especial para él, aunque en ese momento no lo sabía—. ¿A quién te vendieron? ¿Fue entonces cuando conociste a Shaneji?
«¿El viejo se metió en problemas con Sekiryuu? Ya habría que ser estúpido... Aunque imagino que es de eso de lo que vivirán en el Dragón Rojo, además de contrabandear omoide y secuestrar ninjas.» El rostro de una kunoichi rubia y de ojos verdes, muy vivaces, le vino a la cabeza; pero Akame lo apartó de un metafórico manotazo.
En eso estaban de acuerdo. Nadie debería pagar por los errores de nadie. Menos un hijo.
—¿A quién te vendieron? ¿Fue entonces cuando conociste a Shaneji?
—A Mutsuku. El dueño de un baño termal en Yugakure, llamado la Nube de Oro. Vendía discreción, yerba y entretenimiento. Luego llegó Shaneji y prácticamente le obligó a vender su omoide en el local. —Recordaba una noche en la que Shaneji había abandonado sus sábanas a prisas, al oír gritos de intrusos. Todo el mundo sabía que allí se había dado un gran combate, aunque no sabían con quién. A partir de aquel preciso día, el omoide invadió los baños, y todo empezó a desmadrarse—. Yo era la favorita de Shaneji…
»Pero no me quise conformar con ser la favorita de nadie. No me conformé con sobrevivir. Yo quería algo más. Tengo la ambición de ser algo más que eso.
La habían roto. Machacado. Hundido. Vendida por su propio padre y convertida prácticamente en una esclava. Había llorado, había tenido pensamientos suicidas. Pero un día, se dijo: ya no más. Un día, pensó: soy algo más que esto. Me merezco más.
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Akame devoraba aquella información como si fuesen pastelitos de crema. En su cabeza todo iba siendo procesado y almacenado en un lugar seguro, ordenado y dispuesto para cuando fuera necesario. Era una de sus pocas virtudes; su cabeza guardaba un gran cerebro que había aprendido a usar. No por nada la historia de Shikari le estaba resultando tremendamente interesante, además de por los datos que daba sobre Shaneji —el que había introducido el comercio de omoide en esos baños termales—, sino porque la prostituta se estaba revelando a sí misma como una luchadora que había intentado escalar puestos para no ser, simplemente, la puta de Sekiryuu. «Pero la escalera al poder es tortuosa, Shikari. Un resbalón, y te matas en la caída», se dijo Akame. Él mismo era consciente de ello, temiendo que cuando llegase a Hibakari no sería recibido como un Cabeza de Dragón, sino como un enemigo al que había que exterminar.
Agachó la cabeza. ¿Alguien podía culparla? No él, desde luego. No.
—Está bien ser ambicioso. En este mundo, si no peleas por lo que es tuyo, aquellos privilegiados te lo arrebatarán sin dudar. Pero sobretodo, Shikari... Hay ser inteligente —agregó Akame, tocándose la sien derecha con el dedo índice, junto al humeante cigarrillo. Luego le dio una calada—. ¿Qué me dices, eh? ¿Eres inteligente?
La mirada del Uchiha, teñida de sangre, la escudriñaba con curiosidad.
—Así que eras la favorita de Shaneji. ¿Qué me dices de él? Y no me refiero a que fuese un cabrón sanguinario y desquiciado. ¿Cuál era su propósito?
Porque Akame sabía que todo el mundo tenía un propósito, incluso aunque éste fuese hacerse rico e hincharse a comer, beber y follar hasta reventar. Todo el mundo quería algo.
A Shikari le gustaba pensar que sí, que era inteligente. Pero viendo cómo había acabado, y en la difícil situación en la que se encontraba, lo estaba empezando a poner en duda. Quizá no había sido el momento. Quizá se había precipitado. Pero, por otra parte…
Por otra parte sentía que se iba a morir si seguía con aquella vida.
—Él… Siempre decía que un día se haría con todo. Que devolvería al País del Agua su antigua gloria. Que sacaría a Kirigakure no Sato de las profundidades del lago y volverían a ser temidos en todo Oonindo.
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«¿Kiri... Kirigakure no Sato? ¿Sacarla de las profundidades, es eso siquiera posible?»
Aquello superó, por mucho, todas las expectativas del joven renegado. Akame se habría imaginado que un tipo como aquel Hōzuki, que gustaba de exhibir su estatus, del lujo y la indulgencia de los placeres terrenales, tendría en su punto de mira algún tipo de poder prohibido o riqueza a la que echar el guante. Pero, ¿refundar una Aldea Oculta? Eso sí que no se lo esperaba. «¿Sería por eso que era tan amigo de Kaido? ¿Tendrá el Tiburón ese mismo objetivo?», se preguntó Akame, ignorante de que muy pronto iba a entenderlo todo. Por el momento, se limitó a dar una de las últimas caladas a su tabaco.
—Está bien, Shikari, está bien —le contestó, como queriendo consolarla. Y no era por el tema de Shaneji—. Yo también fui un estúpido, también me confié. Me confié y lo perdí todo... Cometí un error y las consecuencias de mi decisión me persiguieron hasta darme caza, como a un animal salvaje. Pero ahora estoy aquí, se me ha dado un intento más de hacer las cosas.
Akame volvió a echarse hacia delante, interpelando a Shikari muy de cerca. Casi de forma íntima. Expulsó el humo del tabaco lentamente justo enfrente de su cara.
—¿Tú qué harías? ¿Qué harías si tuvieras una segunda oportunidad?
22/05/2019, 18:46 (Última modificación: 22/05/2019, 18:55 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Le costaba creerlo. Le costaba creer que aquel chico hubiese pasado por lo que ella. Que llegase a ese punto de indefensión en el que se sintiese como un animal de cloaca, una rata de laboratorio con el que pudiesen hacer lo que quisiesen. Él era poderoso, después de todo. Fuerte. Un ninja.
¿Cómo, sino, había matado a Shaneji? ¿Cómo había sido capaz de plantarle cara anoche y salir indemne? Luego se quedó mirando más detenidamente su rostro, que se le acercó tanto que casi podían besarse. En esas vendas que cubrían heridas terribles del pasado.
Quizá sí que era cierto. Quizá sí lo había perdido todo, como ella.
—¿Tú qué harías? ¿Qué harías si tuvieras una segunda oportunidad?
Shikari le miró con la mirada incendiada.
—La cogería por los huevos y no la dejaría escapar.
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Una sonrisa, más sincera que ninguna otra, curvó los labios de Akame cuando la puta respondió a su pregunta, y de ellos salieron palabras apenas susurradas en el quedo espacio entre los dos.
—¿Ves, Shikari? Tú y yo no somos tan distintos.
El renegado se incorporó, fumando la última pitada del cigarrillo. Luego se aproximó a la ventana del camarote y la abrió, arrojando la colilla al mar, para volver a cerrarla luego. Se aseguró de que el pestillo estaba bien echado. Sus manos se entrelazaron en un característico sello y con un "puf", un Kage Bunshin apareció junto al verdadero Akame. La copia miró a su original y luego se limitó a sentarse sobre la silla que éste había ocupado momentos antes, frente a Shikari. Su cara era aun más inexpresiva que la del verdadero Akame, pero sus ojos eran el doble de penetrantes. Negros, oscuros como el fondo de una botella.
—Nos volveremos a ver a la hora del almuerzo, Shikari.
Akame desactivó su Sharingan y abandonó el camarote, directo a la cubierta. Tenía un par de cosas más que hablar con Kushoro.
El renegado caminó hasta situarse junto al jefe de los marineros, que en ese momento estaba despidiendo a los dos desgraciados que debían servir de señuelo para que las Trillizas de la Tormenta no encontrasen el verdadero rumbo de Baratie. Akame los miró durante un rato, mientras el bote se alejaba y ellos iban empequeñeciendo en la lejanía. Aunque Kushoro pudiera pensar lo contrario, no había sido fácil enviar a aquellos dos marineros a una muerte casi segura. Lo habría sido para Akame El Profesional, siempre apático, siempre dispuesto a poner las normas por encima de cualquier cosa. Suzaku había heredado aquel carácter implacable que le empujaba a correr hacia la línea de meta pisando a quien tuviera que pisar, pero al menos era consciente de que lo hacía. El joven Uchiha se estaba dando cuenta, poco a poco, de que era eso lo que le diferenciaba de su anterior yo. Del jōnin. De cualquier ninja. Ellos debían hacer prevalecer el objetivo de su misión a toda costa, y tenían a mano unos estrictos códigos que les ayudaban a no flaquear. A no dudar. Pero, ¿se habían planteado alguna vez si lo que hacían era justo? Él, desde luego, no. Siempre lo dió por sentado.
«Hice mi elección. Sentenciar a muerte a dos personas con casi toda probabilidad, o tomar el riesgo de que las Trillizas nos alcanzaran y muriesen muchos más.»
No era fácil gobernar. Y Akame estaba empezando a entenderlo. Se volvió hacia Kushoro y le preguntó algo, con gesto inalterable. Como si todo no fuera con él.
—¿Cuáles son sus nombres, Kushoro? —quiso saber—. ¿Tienen familia?
—Me encargué de elegir a los que no tenían ni esposa ni hijos —¿Era eso lo correcto? ¿Valía más la vida de un padre, o un marido, que el de un soltero? Kushoro lo desconocía. No era muy dado a ese tipo de pensamientos filosóficos. Lo que sí sabía es que dormiría mejor por la noche cuando no tuviese que pensar que algún crío estaría muriéndose de hambre por culpa de una decisión suya—. Sus nombres eran Jūten y Sannan.
No le pasó desapercibido que ya hablaba de ellos en términos pasados.
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22/05/2019, 19:40 (Última modificación: 22/05/2019, 19:41 por Uchiha Akame.)
El muchacho sintió un regusto amargo en la boca. Trató de echarse la mano a la tabaquera para sacar un pitillo, pero entonces recordó que estaba vacía; se había fumado el último en el camarote, mientras interrogaba a Shikari, momentos antes. Desvió la mirada hacia el horizonte y dejó que la brisa del mar le hiciera una fresca caricia en el rostro mientras mantenía las manos cruzadas a la espalda. Jugueteaba nerviosamente con sus dedos.
«Juuten. Sannan.»
Uchiha Akame el Profesional había matado a mucha gente. Suzaku también. Pero ninguno había experimentado nunca lo que estaba sintiendo en ese momento el joven exjōnin, allí, sobre la cubierta de Baratie. Acababa de unirse a Dragón Rojo y ya tenía tres cadáveres en su haber; ¿era lo mismo mandar a aquellos dos hombres a la muerte para salvar a los demás, que asesinar a Shaneji? «No. En absoluto», se contestó a sí mismo. ¿Significaba eso que Akame estaba libre de culpa, que su propia justicia le exoneraba de aquellas acciones?
No. Cargaría con ellas hasta el fin de los días, sin edulcorarlas con férreos códigos o leyes ninja, sin escudarse en sus objetivos. Usaría sus propios hombros y lo haría con la cabeza alta. Sería el responsable de sus actos y nunca jamás buscaría excusarse. Así lo había decidido.
Tras unos largos momentos de silencio, el Cabeza de Dragón volvió a hablar.
—Lo has hecho bien, Kushoro. Si vuelven, que sean recibidos con doble ración de ron, por su gallardía. Si no... asegúrate de que sean recordados con el respeto que merecen.
Akame alzó la vista al cielo, al abrasador Sol de Verano que dejaba caer toda su potencia sobre la cubierta de Baratie y sus desgraciados habitantes.
—¿Qué hay de ese kasa? —preguntó de repente—. Ah, y, Kushoro... ¿Alguien a bordo fuma tabaco? Me vendría bien un cigarrillo.
Kushoro asintió, pese a que creía que esos dos se merecían algo más que una doble ración en ron si lograban volver con vida. Pero ya era más de lo que muchos les hubiese ofrecido. Además, la paga de por sí ya era buena.
Luego se llevó una mano a la cabeza, sin creerse que se hubiese olvidado del kasa de Suzaku. Claro que, cuando se lo había pedido por primera vez, no le corría tanta prisa. Después de todo, de aquella tan solo era un muchacho misterioso. No su puto jefe.
—Lo difícil sería encontrar a alguien que no fumase —sonrió—. Ahora mismo se lo consigo, Suzaku-sama.
Hizo una pequeña reverencia y salió disparado hacia el cuarto donde dormían los marineros. No tardó mucho en volver, con una caja de cigarros y el kasa, con una fina cuerda para anudar al cuello. Akame se dio cuenta que desprendía una ligera fragancia femenina.
—Aquí tiene —dijo, ofreciéndoselos—. ¿Ha pensado ya dónde dormir, Suzaku-sama? —Porque entendía que sus noches durmiendo junto al resto en coyes había pasado—. El antiguo dormitorio de Shaneji no tiene arreglo, no hasta atracar en puerto. Pero el que pertenecía a Kaido-sama es el más amplio que queda. Aunque hay otros dos que podemos acomodarle rápidamente, también. Uno de ellos usado por Shenfu Kano y su esposa, a orden de Shaneji. —Cambió el peso de una pierna a otra—. Hay marineros que opinan que no deberían de gozar de tanta comodidad y dormir en coyes como el resto, dejando su habitación para alguno de los nuestros.
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No era la primera vez que lo oía —esa misma mañana habían sido como tres o cuatro veces más—, pero Akame se estaba empezando a dar cuenta de que le rechinaba el "-sama". Nunca en su vida se habían dirigido a él con tamaño honorífico, y quizás fuese la falta de costumbre, pero le hacía sentir realmente incómodo. Por otra parte, seguía siendo consciente de que estaba en un barco rodeado de marineros bastante cabrones que se lanzarían a por un motín a la primera señal de debilidad que detectasen. «La dura balanza entre ser justo y estricto», entendió el Uchiha. ¿Hacia qué lado debía inclinarse? Para alguien acostumbrado a gobernar y ocupar una alta posición en la jerarquía, ser tratado con tamaño respeto —aunque en realidad no fuese más que miedo disfrazado— aquello no supondría dilema alguno. Pero, ¿y Akame...?
Cuando Kushoro volvió con el sombrero y el tabaco, Akame estaba apoyado en la barandilla de babor, observando la inmensidad del mar. Por la ruta que llevaban, dedujo que al Sur de su posición debían encontrarse las islas septentrionales del País de la Espiral. Un hogar al que nunca podría volver. Aquello le produjo un dolor amargo y nostálgico que trató de apagar con un pitillo. Se lo encendió rápidamente, fumando varias caladas mientras devolvía la caja de fósforos al bolsillo interior de su yukata y luego guardaba el paquete de tabaco en el mismo.
—El de Kaido servirá —contestó, lacónico, mientras se colocaba el kasa en la cabeza. «Mucho mejor, sí.» Luego zanjó las siguientes palabras de Kushoro con tono severo—. Cuando me interesen las opiniones de los marineros preguntaré por ellas, Kushoro. ¿Habéis hecho inventario de la bodega? ¿Se ha perdido algo durante mi... intercambio de discrepancias con Shaneji?