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El águila se zafó de la patada de Kiroe y amarró su tobillo. La mujer apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de recibir un terrible golpe en la boca del estómago. Vio su único pie en tierra despegar y despegó, cayendo cinco metros después y levantando una enorme cantidad de polvo.
—Ten cuidado, pastelera. No estás en tus mejores... momentos para esto. No me gustaría hacerte daño después de tanto tiempo fuera de servicio.
Una enorme cantidad de polvo. Demasiado, de hecho, para tratarse de un simple choque contra el suelo, ¿no?
Un cañonazo de agua salió desde la parte superior de la nube a toda velocidad, describiendo un arco descendiente hasta Zetsuo. Un necio lo llamaría casualidad, pero la esfera taponó el sol un momento, y cuando se precipitó, hizo que le diera en la cara al hombre de forma directa.
Entretanto, Kiroe había salido de la nube de humo a toda velocidad hacia él sin preocuparse por su propia bala, y le atacaba de forma directa con un kunai.
— ¡Mira quién habló! ¿Desde cuándo no haces trabajo de campo, Doctor Zetsuo? —rio, burlona.
Daruu resollaba, apenas incapaz de alcanzar los inquietos pasos de Ayame, que corría como una gacela.
— ¡E... espera!
—¡¡Déjameee!!
— ¡Sólo... quiero...!
Ayame tropezó contra una piedra y rodó por la hierba unos metros. Se encogió como un bicho bola, rezando a sus ancestros por algún tipo de protección. Daruu llegó jadeando y se tomó un momento para recuperar el aliento con las muñecas apoyadas en las rodillas. Los polos de chocolate estaban empezando a sudar.
—Por favor no... No... No me pegues... —gimoteó Ayame.
— N... no quiero... no quiero pegarte... quiero... Agh. ¡Yo no quería pelear! ¡Estoy de vacaciones! ¡Pero tu padre da miedo!
Le dio un par de golpecitos con el pie en el tobillo.
— ¿Quieres helado? Te lo he... traído... corriendo...
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La mujer salió propulsada varios metros hacia atrás, movida por la inevitable fuerza de la inercia. Su cuerpo terminó estrellándose contra la tierra, levantando una violenta nube de humo... Demasiado violenta. Un proyectil surgió entonces de la polvareda, ascendiendo hacia el cielo. Una bala de agua que trazó un arco en el aire hacia él. El médico flexionó las rodillas ligeramente y ladeó el cuerpo hasta situar una mano tras su cuerpo... y entonces la bomba de agua cayó sobre él.
— ¡Mira quién habló! ¿Desde cuándo no haces trabajo de campo, Doctor Zetsuo? —rio Kiroe, que se abalanzaba sobre él, kunai en mano.
Y, justo en ese momento, el cuerpo del doctor se desvaneció en una voluta de humo con un ligero ¡Puff! y dejó tras de sí una simple roca. Y unos pocos segundos después, una planta brotó justo debajo de los pies de Kiroe, su tallo creciendo y enroscándose alrededor de las extremidades de la mujer a una velocidad completamente antinatural y engrosándose hasta formar el grueso tronco de un roble de madera oscura.
— ¿Acaso crees que sólo he estado cuidando de enfermos terminales en sus camas? —le espetó con crudeza, caminando hacia ella, kunai en mano.
Daruu no tardó en llegar hasta la posición de la pobre chiquilla, resollando y jadeando con esfuerzo. De hecho, tuvo que tomarse algunos segundos de respiro para poder retomar el aliento perdido.
— N... no quiero... no quiero pegarte... quiero... Agh —resopló el muchacho—. ¡Yo no quería pelear! ¡Estoy de vacaciones! ¡Pero tu padre da miedo! —Daruu le dio un par de toques con el pie, y Ayame se encogió aún más con un gemido de terror, temblando—. ¿Quieres helado? Te lo he... traído... corriendo...
Ella tardó algunos segundos más en responder. Apartó con lentitud las manos de los ojos, aunque sólo lo justo para ver. Daruu estaba inclinado sobre ella, con las muñecas apoyadas cuidadosamente en las rodillas para no mancharse con lo que llevaba entre ellas. Pese a lo que había pensado Ayame anteriormente, no eran dos palos... sino dos polos.
Y no pudo evitar tragar saliva al ver el chocolate sudando en aquella delicia de hielo. Parecía tan fresquito... y a la vez tan rico...
— P... ¿Por qué...? —preguntó, llena de recelo—. D... ¿De dónde los has sacado...?
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El kunai de Kiroe chocó contra la roca y Zetsuo, tras ella, urdió un elaborado Genjutsu. La mujer se puso totalmente rígida, cuando sintió una planta de grueso tallo enroscarse alrededor de su cuerpo. La planta vivió la infancia, la adolescencia y la adultez a ritmo acelerado, y se convirtió en todo un árbol que la dejó paralizada.
—¿Acaso crees que sólo he estado cuidando de enfermos terminales en sus camas? —le espetó con crudeza, caminando hacia ella, kunai en mano.
— ¿Y crees tú que sólo he estado encerrada en esa cafetería preparando bollos para tu hijo mayor?
¡BAM! Zetsuo sufrió el impacto de algo contundente y pesado por la espalda. Una bala de cañón acuática. El Genjutsu —y su Kage Bunshin— desaparecieron. Kiroe caminó con seguridad hacia Zetsuo.
— ¿Has tenido suficiente para aceptar mi desgraciaaada preseeencia en esta playa, o necesitas desahogarte un poco más, viejo pajarraco?
Con los ojos fijos en el polo de chocolate como un oso frente a un río lleno de salmones, Ayame preguntó a Daruu de dónde había sacado esos helados.
— ¿Lo quieres o no? —dijo Daruu, impaciente—. ¡Que se va a derretir el mío!
» Los ha hecho mamá. Están muy buenos. Ya sabes, trabaja en una cafetería-pastelería. Sabe lo que hace.
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— ¿Y crees tú que sólo he estado encerrada en esa cafetería preparando bollos para tu hijo mayor? —replicó la mujer, desde su incómoda posición.
A Zetsuo sólo le dio tiempo a fruncir el ceño antes de que un violento golpe por la espalda le cortara la respiración. Después sintió la espalda empapada y entonces supo lo que había pasado. El roble se desvaneció como humo llevado por el viento al tiempo que el furibundo hombre giraba sobre sus talones. Y Kiroe caminaba hacia él.
— ¿Has tenido suficiente para aceptar mi desgraciaaada preseeencia en esta playa, o necesitas desahogarte un poco más, viejo pajarraco?
— Maldita perra... —masculló entre dientes, antes de dar media vuelta y arrancar a andar entre furiosos pisotones.
¡Él sólo quería algo de calma! ¿Qué había hecho para tener que soportar a aquella maldita mujer allí también?
. . .
— ¿Lo quieres o no? —espetó Daruu, impaciente. Y Ayame pegó un brinco en el sitio ante la brusquedad de su tono de voz—. ¡Que se va a derretir el mío! Los ha hecho mamá. Están muy buenos. Ya sabes, trabaja en una cafetería-pastelería. Sabe lo que hace.
Ayame se reincorporó con la lentitud de un cervatillo frente a los colmillos de un lobo. Miró a Daruu a los ojos, y después desvió la mirada hacia los polos que amenazaban con derretirse bajo aquel calor estival. Volvió a mirarle. ¿De verdad podía fiarse de él? ¿No le iba a hacer nada?
Pero no pudo resistirlo por más tiempo. Alzó una mano con lentitud hacia él, temerosa de que el chico apartara su oferta en el último momento y se riera de ella. Temerosa de que le lanzara el helado a la cara o a la ropa y se riera de ella. Temerosa de que le hiciera algo peor que aquello, mucho peor. No habría sido la primera vez, y probablemente no sería la última. Lo llevaba sufriendo en un terrible y doloroso silencio durante los últimos meses. Y nadie más que ella conocía aquel hecho.
¿Y qué es lo que haría Daruu?
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Kiroe suspiró. La verdad es que al final, por mucho que se lo tomase normalmente a risa, Zetsuo había conseguido enfurecerla de verdad. Claro que, si uno conocía a Kiroe, sabía que no pasaba mucho tiempo hasta que volvía a ser la misma de nuevo.
— ¡Bueno! ¡A pesar de lo mal que te has portado, te digo lo que a tu hija! ¡Seguro que mi café recién hecho por la mañana te gustará más que... cualquier cosa que te hayas traído! —Si había una sola cosa que le gustase a Zetsuo que saliera de la cocina de Kiroe era el café. El hombre sabía que Kiroe no viajaba a ninguna parte sin su cafetera profesional.
¿Podría resistirse? Probablemente sí.
¿Le jodería? Oh, ya te digo.
«Jijiji...»
Daruu estiró aún más el brazo. Con una ceja levantada, se metió su polo en la boca.
— ¡Mifa, o lo cofef o do fuelfo! —malpronunció.
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— ¡Bueno! ¡A pesar de lo mal que te has portado, te digo lo que a tu hija! ¡Seguro que mi café recién hecho por la mañana te gustará más que... cualquier cosa que te hayas traído!
Zetsuo ni siquiera se dignó a responder a la invitación de Kiroe. Con un sonado resoplido, el orgulloso médico caminaba entre pisotones hacia donde habían echado a correr Daruu y Ayame con anterioridad.
«Jodida pastelera...» Maldecía para sus adentros.
Pero, por muy tenaz que fuera el orgullo que residía en el acerado corazón de Zetsuo, había algo que jamás podría negar: Ambos eran como las dos caras de la misma moneda. De naturalezas y personalidades completamente opuestas, pero de habilidad muy similar. Y juntos funcionaban mucho mejor que separados. Ya lo habían demostrado en numerosas ocasiones, cuando se habían visto obligados a colaborar y pelear juntos como un equipo. Ambos eran muy inteligentes, él en un sentido más literal, ella en un sentido más estratégico; y sus habilidades se compenetraban a la perfección.
¡Pero si pensaba que iba a ir a pedirle un café estaba muy equivocada!
. . .
Pero Daruu no le lanzó el helado, ni se rio de ella, ni hizo ninguna maldad. Simplemente estiró aún más el brazo y se metió su propio polo en la boca.
— ¡Mifa, o lo cofef o do fuelfo! —pronunció, sin demasiado éxito.
Los deditos de Ayame al fin se cerraron en torno al palo del helado y lo atrajo hacia sí con las mejillas encendidas. Aún dudó durante unos instantes si probarlo o no, pero al final se decidió a hacerlo, y el sabor aquel chocolate casero tan fresquito derritió todas sus defensas.
— Gr... gracias... —murmuró en voz muy baja, agachando la mirada.
— ¡Ayame!
Aquel grito le hizo pegar otro bote que por poco le hizo le hizo tirar el helado al suelo. Su padre se acercaba a ellos entre largas zancadas. Se paró a escasos pasos de los dos chiquillos, y sus ojos encendidos se posaron durante un instante en el helado que sostenían y después en Daruu. Zetsuo frunció el ceño ligeramente, pero terminó por volverse hacia Ayame de nuevo.
— Se acabó la práctica, volvamos con tus deberes —ordenó, severo como una barra de hierro—. Despídete y volvamos a la cabaña.
Ayame se volvió hacia Daruu, tímida y dubitativa. Sus labios temblaron un momento antes de pronunciar:
— Adiós...
Zetsuo la tomó por detrás del hombro y la empujó con suavidad.
«Maldita bruja...»
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Finalmente, Ayame dio su brazo a torcer y cogió el polo con la mano tímidamente. Justo en ese momento el bramido de su padre le llegó por la espalda e hizo a Daruu dar un brinco y casi atragantarse con el chocolate. El niño se le quedó mirando como un cervatillo cojo en el camino a los faroles de un carro en medio de la noche. Caminaba a zancadas, y casi pareciera que fuera a darles una tunda de palos allí mismo. Zetsuo le escrutó con la mirada durante unos segundos que se le hicieron eternos, y finalmente focalizó su atención de nuevo en Ayame.
—Se acabó la práctica, volvamos con tus deberes —ordenó, severo como una barra de hierro—. Despídete y volvamos a la cabaña.
Ayame se volvió hacia Daruu, tímida y dubitativa. Sus labios temblaron un momento antes de pronunciar:
—Adiós...
Zetsuo la tomó por detrás del hombro y la empujó con suavidad.
Pero Daruu no se despidió, en lugar de eso, pronto aceleró el paso y se puso a caminar al lado de Zetsuo, chupando su polo de chocolate tranquilamente, mirando al infinito, algo rígido y con los ojos entrecerrados, con una apatía que al águila le recordaría rápidamente a su otro hijo.
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Pero, lejos de encontrar la paz y la soledad que buscaba, Zetsuo pronto comprobó que él y su hija no estaban solos. El pequeño Daruu los acompañaba de cerca, caminando de forma distraída con el polo de chocolate metido en la boca. El médico gruñó de forma audible, pero no comentó nada al respecto. Y Ayame, que caminaba de forma tímida junto a él, también se había sumido en un silencio tan profundo como el océano que rugía varias decenas de metros más abajo.
Pero aquella no era la única sorpresa que le depararía aquel día. Porque, de camino de vuelta a la cabaña, se encontró con una terrible realidad: junto a Kiroe se encontraba una silueta tan blanca como la nieve.
—¿Ha traído algún bollo de vainilla, Kiroe-san?
—Vamos, no me jodas... —gruñó el médico.
1
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Daruu avanzó tranquilamente hacia el libro que, abierto, había dejado sobre la hierba. Los Tres Secretos del Ninja del Viento, una novela de aventuras a la que se había enganchado, y que relataba los viajes de un ninja de la antigua Sunagakure. El muchacho sujetó el polo con la boca, tomó la historia por el lomo y, con cuidado de no perder la página, botó con delicados pasitos hacia la puerta. Al fin estaría un rato tranquilo.
Kiroe se agachó junto a Kori y le revolvió el pelo.
—Lo siento, pequeño —dijo—. Los ingredientes son difíciles de transportar y no me he traído ninguno hecho. Si hubiera sabido que ibas a venir...
»¡Oh, Ayame!
Kiroe se reincorporó, aunque con dificultad. A medio camino, se agarró la boca del estómago y gimió de dolor.
—¿Te gusta el helado, pequeñaja? —Guiñó un ojo.
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—Lo siento, pequeño —dijo la pastelera, para desgracia del pequeño Kōri—. Los ingredientes son difíciles de transportar y no me he traído ninguno hecho. Si hubiera sabido que ibas a venir...
—No pasa nada, Kiroe-san —respondió él. Pese a todo, ningún atisbo de decepción se reflejó en el impávido rostro del muchacho. De hecho, giró la cabeza cuando percibió la presencia de su padre y su hermana pequeña acercándose.
No fue el único que se dio cuenta.
—¡Oh, Ayame! —exclamó Kiroe, reincorporándose.
Y Zetsuo sintió un siniestro placer al comprobar que la mujer aún seguía dolorida por el golpe sufrido. Aunque, teniendo aún la frente enrojecida como la tenía, no podía hablar demasiado alto.
—¿Te gusta el helado, pequeñaja?
Ayame se escondió aún más detrás de su padre. Agachó la cabeza con timidez y miró alternativamente su helado y a la propia Kiroe. Por último dirigió una última y rápida mirada hacia la otra cabaña, donde Daruu había vuelto a refugiarse.
—S... sí...
—¿Qué se dice, niña? —refunfuñó Zetsuo.
—Gr... gracias... Amedama-san...
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21/07/2019, 16:14
(Última modificación: 21/07/2019, 16:16 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Kiroe agradeció con una risilla y volvió a revolverle el pelo a Ayame. De giró hacia Zetsuo y, con una expresión mucho más desafiante, le dijo:
— Pasad una buena tarde, Zetsuo. —Con aire orgulloso, Kiroe se dio la vuelta y se internó también en la cabaña.
Encontró a su hijo de nuevo sentado de una forma que a todas luces se antojaba incómoda, devorando aquél libro.
— ¿Por qué no sueltas ese libro un poco y disfrutas de este paraíso, hijo? ¡Aquí no está lloviendo todo el día!
Daruu dejó caer la cubierta hasta que tocó el asiento, y, bocabajo, levantó una ceja. ¿O la agachó? Era difícil saberlo.
— ¿Y se supone que eso es bueno? —protestó el pequeño. Se dejó caer de lado sobre el sofá y extendió los brazos. Agitó las mangas de la camiseta—. Estoy todo el rato sudando, la camiseta está pegada al cuerpo, estoy pringoso, sucio. ¡Esto es un asco!
Kiroe apretó la mandíbula y le mostró el puño cerrado, temblando.
— Con lo que ha costado esto, y vienes nada más que a quejarte... ¡De verdad, Daruu, eh!
— ¡Yo no he pedido venir aquí! —protestó él, levantándose de un salto—. ¡Nadie me deja leer mi libro tranquilamente, en Amegakure sí que podía leer!
Kiroe se adelantó, le dio una torta a su hijo y de una zancada se plantó delante de Los Tres Secretos del Ninja del Viento, lo tomó y se lo llevó con ella.
— ¡Eh, eh! ¿Qué haces? ¡Mamá!
— ¡Se acabó! ¡Hasta que no salgas un rato y aprecies el dinero que estamos perdiendo con estas vacaciones no volverás a tocar el libro!
Daruu infló los carrillos y subió las escaleras pisoteando lo más fuerte que pudo los escalones.
— Uau. Qué divertido. —Daruu, con el rostro más apático que podría imaginarse, golpeó con una pala de plástico el castillo de arena hecho también a desgana. Sentado sobre una toalla de color azul claro, y vestido con un bañador verde y negro, sentía ya que estaba achicharrándose allá abajo en la playa. Y eso que eran ya las cinco y media.
Se dejó caer boca arriba.
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Kiroe soltó una risilla y volvió a revolverle el pelo a una pequeña Ayame, que se encogió sobre sí misma en un gesto reflejo. Después se volvió hacia Zetsuo con una mirada desafiante que él devolvió con la misma intensidad.
— Pasad una buena tarde, Zetsuo.
— Igualmente, Kiroe —rezongó entre dientes, y una media sonrisa maliciosa—. Y cuida esas costillas.
Sin más, los tres Aotsuki volvieron a su cabaña.
— Tú. A tu habitación. Ahora. Y no saldrás de ella hasta que no termines los deberes para hoy.
Ante la señal de su padre, Ayame arrastró los pies hasta su habitación y sacó un libro de su mochila que abrió sobre el escritorio. La chiquilla se sentó con un resonado suspiro de desgana, abrió el tomo de "Ninjutsu Elemental para estudiantes" por una página al azar y... su mirada se perdió más allá de la ventana.
. . .
Varias horas más tarde, después de incontables ejercicios sobre control de chakra y fortalezas y debilidades de los elementos, Ayame salió al fin de su cautiverio. Corrió y corrió entre las rocas sin poner demasiado cuidado de no caerse, aunque era algo difícil hacerlo con los gruesos manguitos que envolvían sus pequeños brazos y que casi ocupaban más que su propia cabeza. Pero a la chiquilla no parecía preocuparle demasiado, y ni siquiera pareció reparar en la presencia de un muchacho que, cerca de allí, disfrutaba con desgana de un castillo de arena que acababa de construir. De tan feliz que estaba, bajó entre risillas hasta la playa en cuestión de pocos minutos y sus pies pasaron a patear la cálida arena que se levantaba tras su paso. Sólo frenó cuando se acercó a la línea que dividía el agua de la orilla, dubitativa. E incluso retrocedió cuando la espuma de las olas lamieron tímidamente sus pies. No era la primera vez que veía una playa, pero sí era la primera vez que tenía la oportunidad de bañarse en una. En el País de la Tormenta, donde siempre y llovía y apenas se veía la luz del sol, no se reunían las mejores condiciones para poder disfrutar de una playa así.
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A Daruu no le importaron los amortiguados pasillos de una Ayame que pateaba la arena con tanta despreocupación que acabó echándole arena encima al muchacho. Él se sentó de golpe, quitándose la arena de la cara y bufando.
—¡Eh! —protestó, cuando Ayame pisó y destruyó vilmente el penoso castillo de arena que había erigido a desgana. Penoso, sí, y sí, hecho a desgana. ¡Pero era suyo!
Daruu se levantó y se acercó a la orilla.
—¡Ten un poco de cuidado jopé!
Nivel: 32
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Y, justo en el momento en el que Ayame se decidió a intentar meterse en el agua, una exclamación a su espalda la sobresaltó:
—¡Eh!
Toda la felicidad que había sentido se esfumó como la débil llama de una vela soplada. Ayame se encogió como si hubiesen estado a punto de golpearla, y se volvió, temblando como un cervatillo. Para su horror, se encontró de nuevo cara a cara con Daruu, que se acercaba hacia ella absolutamente enfurruñado.
—¡Ten un poco de cuidado jopé!
La chiquilla le miró interrogante, y entonces sus ojos repararon en un montón de arena que sobresalía unos pocos metros más allá, en la monotonía de la playa; y que, a juzgar por la reacción de Daruu, parecía haber sido un castillo segundos atrás. Ayame ahogó una exclamación:
—¡Ay! Lo... Lo siento... Lo siento mucho... —lloriqueó, agachando la cabeza y con las manitas muy apretadas junto a sus costados—. Lo siento... Lo siento... Yo... Yo...
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Pero Ayame le hizo sentir incómodo, prácticamente poniéndose a llorar. Daruu se aclaró la garganta, se cruzó de brazos y desvió la mirada.
—A ver, con una vez que lo dijeras ya bastaba, jo —dijo—. Además, era una birria porque me aburría. No lo hice con ganas.
»Mamá me ha quitado el libro hasta que "me divierta un rato". No sé qué tiene esto de divertido. ¡Quiero leer!
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