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—Da igual, Zetsuo, entre tú y yo podremos encontrarlos —trató de tranquilizar Kiroe, pero apremiándolo retirándose de la cabaña—. Deberíamos ir a revisar la playa. Quizás con tus águilas los encontremos.
Kiroe se dirigió junto a Zetsuo a la playa cruzando las colinas de hierba verde y bajando por las rampas de tierra el acantilado que separaba la arena del complejo turístico. Pese a que les habían vendido que aquella playa era una de las más tranquilas de aquellas costas, y que no debían preocuparse por el nombre de la zona, lo cierto es que el mar ahora poco se parecía al que habían encontrado al llegar. La culpable, al parecer, una terrible tormenta que estaba en ciernes de caer sobre ellos.
—Ni rastro de ellos —dijo Kiroe mirando a un lado y a otro—. Y parece que va a llover. ¡Mierda!
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22/08/2019, 17:40
(Última modificación: 22/08/2019, 17:40 por Aotsuki Ayame.)
— Da igual, Zetsuo, entre tú y yo podremos encontrarlos —dijo Kiroe, apremiándole a empezar cuanto antes la búsqueda—. Deberíamos ir a revisar la playa. Quizás con tus águilas los encontremos.
Zetsuo suspiró.
— Tienes razón, vamos a ver en qué se han metido estos mocosos ahora —resopló, al tiempo que salía de la cabaña y cerraba la puerta tras de sí. No le preocupaba Kōri, sabía que su primogénito era un muchacho capaz y un diestro shinobi. Pero Ayame, la pequeña Ayame, era otro cantar. Pequeña, infantil, siempre metiendo las narices donde no debía. Y si al menos fuera tan habilidosa como su hermano... pero no lo era, más bien al contrario. Y las notas de la Academia así lo testificaban.
Zetsuo y Kiroe descendieron el acantilado entre zancadas el acantilado que les conduciría a las playas. Les habían prometido una cala de aguas tranquilas y apacibles, pero lo que los dos adultos vieron en aquellos instantes fue la viva representación de por qué a aquella zona se le llamaba Las Costas de las Olas Rompientes. El mar había entrado en cólera, envalentonado por unas nubes, oscuras como el tizón que comenzaban a arremolinarse sobre sus cabezas. Y ambos conocían aquellos fenómenos muy bien: se acercaba una tormenta.
— Ni rastro de ellos —confirmó Kiroe, mirando a un lado y a otro—. Y parece que va a llover. ¡Mierda!
— ¡Mierda! —repitió Zetsuo, revolviéndose los cabellos en plena desesperación. Se acercó hasta el borde de la costa y, sin pensarlo dos veces, se mordió el dedo pulgar—. Ayame no sabe nadar. Si el mar los ha arrastrado... o si se ven en mitad de esta tormenta...
Entrelazó las manos en varios sellos a toda velocidad y, tras estamparla contra la arena, un estallido de humo le envolvió. Apareció montado sobre una colosal águila de unos tres metros de largo.
— ¡Vamos! ¡Busquémolos desde el aire! —bramó, y su voz retumbó como un trueno en la costa.
Una pequeña gota cayó sobre la nariz de Ayame, y la chiquilla alzó la mirada al cielo, sorprendida. Para su horror comprobó que el cielo se había oscurecido de repente por unas nubes que no auguraban nada bueno. Por si no fuera suficiente, las olas habían cobrado fuerza y cada vez rompían de forma más salvaje contra su diminuta isla de juguete.
— Da... Daruu... —le llamó, alejándose del borde de la orilla, huyendo del mar. El viento comenzaba a arreciar, sacudiendo sus cabellos y sus ropas con fiereza—. ¡Tenemos que buscar un refugio!
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Daruu apretó la espalda contra la madera de una palmera. Tragó saliva. El tiempo estaba empeorando, y el mar enfureciendo. Y ellos sólo eran dos chiquillos. Morirían allí, sin duda.
—Da... Daruu... ¡Tenemos que buscar un refugio! —La voz de Ayame le sacó de su ensimismamiento. Levantó la cara como un perrillo asustado. Primero la miró a ella. Luego frunció el ceño y empezó a mirar en todas las direcciones.
— ¿¡Pero dónde!? —se hizo oír por encima del rugir de las olas y de la lluvia, que arreciaba con fuerza—. ¡Esta isla es diminuta! —Se dio la vuelta. El tronco de la altísima palmera oscilaba como el péndulo de un reloj. Un coco se precipitó encima de él. Daruu lo esquivó de un salto con un gritito—. ¡Debajo de las palmeras es incluso peor!
— ¡Mierda, Zetsuo! —gritó Kiroe—. ¡No se ve nada!
Allá abajo sólo había agua y viento cargado de más agua. La lluvia hacía que fuera difícil divisar nada. La tormenta era demasiado densa. Y por si fuera poco los bandazos de viento sacudían al águila de Zetsuo y les hacía tener que estar más pendientes de no caer que de la búsqueda.
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Daruu levantó el rostro, asustado como el niño que era. La miró a ella y después a su alrededor, buscando.
— ¿¡Pero dónde!? —exclamó, haciéndose oír por encima del violento rugido de las olas y el siseo de la lluvia que caía sobre ellos como una auténtica catarata—. ¡Esta isla es diminuta!
El viento soplaba con fuerza, haciendo oscilar peligrosamente las palmeras que los rodeaban. De repente, uno de los frutos que tan celosamente guardaba uno de aquellos árboles fue arrancado de su abrazo y se precipitó hacia el chiquillo.
— ¡Cuidado! —chilló Ayame.
Afortunadamente, Daruu fue capaz de evitarlo a tiempo con un gritito.
— ¡Debajo de las palmeras es incluso peor!
Ayame hundió los hombros, con lágrimas en los ojos. ¿Por qué les estaba pasando aquello a ellos? Un repentino vendaval le hizo clavar los talones en la arena y cruzar los brazos por delante de la cara para no ser arrastrada, pero el viento había llevado hasta sus pies una de las enormes hojas de las palmeras que sacudía y una pequeña e insulsa idea se formó en su cabecita. La chiquilla tomó la hoja con sus manitas y se movió hasta donde estaba Daruu.
— Toma. Coge el otro extremo y sujétalo así —le indicó, haciendo ella lo mismo con el otro lado y levantando la hoja sobre sus cabezas. No les serviría para escapar de la ira de la tormenta ni de aquella isla, pero al menos se cubrirían un poco de la lluvia.
— ¡Mierda, Zetsuo! —gritó Kiroe—. ¡No se ve nada!
El médico, agarrado con un brazo al cuerpo del ave y con el otro protegiéndose de la inclemente lluvia y del viento, gruñó para sí. El mar rugía embravecido debajo de ellos, el viento les zarandeaba y bramaba en sus oídos igual de encolerizado; y, por si no fuera poco, les golpeaba con lluvia que se clavaba en sus cuerpos como agujas. Si Zetsuo fuera algo más devoto, podría haber llegado a pensar que Amenokami les estaba impidiendo llegar hasta sus hijos con todo su poder divino.
«No. Este no es el territorio de Amenokami.» Se repitió, como había hecho con Ayame tiempo atrás. Y aunque lo fuera, nada ni nadie iba a impedir que rescatara a su hija de aquel huracán.
— ¡No pienso rendirme! —bramó, inclinando el cuerpo aún más sobre el águila—. ¡Bajemos un poco más! ¡Tenemos que ver algo!
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— ¡Pues claro que no nos vamos a rendir, pedazo de cocohueco! —dijo Kiroe—. ¡Me refería precisamente a eso, a que bajes o algo! ¡Yo no puedo controlar a tu águila!
Entre reniegos varios, los dos jounin descendieron atravesando una densa capa de nubes. Allá abajo había una pequeña isla con forma de cacahuete. Por improbable que pudiera parecerle, a Zetsuo le pareció divisar un par de pequeñas figuras acurrucadas al lado de un pedrusco. Las olas lamían la arena a sus pies, cada vez más cerca.
— ¡A... aaaaaaah! ¡Un pájaro gigante, un pájaro gigante! Esto es un sueño, esto es un sueño, esto es un sueño... —Daruu se dio la vuelta y comenzó a darse cabezazos contra la roca. Primero les comía el mar, luego les escupía en aquella isla perdida de la mano de Amenokami, ¿¡y ahora un pájaro gigante!? Todo aquello debía de ser sólo una pesadilla.
Se habría quedado durmiendo leyendo el libro. Seguro.
Aunque los golpes dolían como si fueran de verdad.
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25/08/2019, 16:41
(Última modificación: 25/08/2019, 16:42 por Aotsuki Ayame.)
— ¡Pues claro que no nos vamos a rendir, pedazo de cocohueco! ¡Me refería precisamente a eso, a que bajes o algo! ¡Yo no puedo controlar a tu águila!
— ¡Me cago en la hostia, como no te calles te juro que te tiro al mar, pastelera! —rugió Zetsuo, echando la cabeza hacia atrás lo justo para que le escuchara.
Pero el águila descendió, atravesaron una densa capa de nubes y entonces vieron una diminuta isla con forma de cacahuete con apenas unas pocas palmeras y a la que el mar amenazaba con asfixiar bajo su yugo. Estuvieron a punto de pasar de largo cuando los ojos de Zetsuo detectaron algo, una extraña y pequeña silueta que trataba inútilmente de refugiarse junto a un pedrusco.
— ¡Baja! ¡Baja más!
Pero las alas de las águilas no están hechas para maniobrar contra el viento. Como dos enormes parasoles, el viento no hacía más que empujar el cuerpo del descomunal ave, empujándolo y alejándolo de tierra firme. De hecho, era un auténtico milagro que hubieran llegado hasta allí.
— ¡N... No puedo, Zetsuo-san! —chilló el águila, batiendo con energía.
— ¡Joder! ¡Tenemos que bajar! ¡Puede que sean ellos!
Daruu gritó de repente, levantándose de repente a todo correr. Ayame agitó los brazos en un vano intento por recuperar su improvisado paraguas, pero el viento se lo arrancó de las manos y se lo llevó al interior del mar, donde las olas lo engulleron sin piedad.
— ¡¿Qué ocurre?!
— ¡A... aaaaaaah! ¡Un pájaro gigante, un pájaro gigante! Esto es un sueño, esto es un sueño, esto es un sueño... —clamaba, dándose cabezazos contra la roca.
Ayame, que había hecho el amago de ir a detenerlo, se paró a mitad de camino cuando escuchó su frase completa.
— ¿Un... pájaro... gigante? —repitió, con el corazón en un puño. La llama de la esperanza invadió su pecho y la chiquilla se volvió en todas las direcciones, buscando con la mirada cualquier rastro de lo que acababa de decir Daruu. Y no tardó en encontrarla, allí suspendida en lo alto un águila gigante luchaba contra los bandazos de aire que amenazaban con derribarla en cualquier momento.
— ¡¡PAPÁ!! ¡¡PAPÁ AQUÍ!! ¡¡¡PAPAAAAAAAAAAAA!!! —gritaba, sacudiendo los bracitos en el aire en un vano intento por hacerse notar.
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Los gritos de Ayame hizo que Daruu dejara de golpearse. La miró con una ceja levantada (y con la frente roja), anodadado. «¿Pero qué está haciendo? ¿Cree que su padre es ese pájaro? ¡Ay, no, el hambre, la sed! ¡Pobrecilla, está delirando!»
Daruu estiró tímidamente de su camiseta.
— Ayame, no es tu padre... ¡nos va a comer! ¡Ayame!
Y entonces, vio dos bultos negros cayendo del pájaro...
— ¡Bueno, bueno, no te preocupes! —contestó Kiroe al ave—. ¡Zetsuo, ha llegado la hora de ser valientes! ¡Hay que actuar!
Actuar. Valiente palabra para decir en medio de una tormenta, ¿eh? Bueno, Kiroe era así. Solía tomar decisiones impulsivas cuando había que tomarlas. Quizás sorprendiera a Zetsuo. Porque también era buena en arrastrar a los demás consigo.
La mujer abrazó a Zetsuo por la cintura.
— ¡A VOLAAAAR! —Kiroe se deslizó y se dejó caer de lomos del animal, descendiendo a toda velocidad tragando agua y sintiendo el golpe del viento—. ¡¡Wiiiiiiiiiiiiiii!!
Cualquiera habría dicho que la situación no era propicia para decir wiiii.
La arena estaba cada vez más cerca. Los gritos de Ayame y Daruu se intensificaron a medida que sus queridos padres caían sin remedio hacia una muerte segura. Pero en el último momento, Kiroe formuló unos sellos tras la espalda de Zetsuo y escupió una masa de agua caramelizada de color morado que se pegó a la arena formando una burbuja que hizo de colchoneta. ¡Boing! Los adultos rebotaron y se precipitaron sobre la isla rodando por la arena.
Kiroe se levantó con una sonrisa sacudiéndose la ropa.
— ¡Misión cumplida!
— ¡Mamá, mamá! —Daruu corrió al encuentro de su madre saltando por encima del cuerpo de Zetsuo y se abrazó a ella—. ¡Estaba en la playa, y vino una ola muy grande, y cuando desperté...!
— Ea, ea, hijo, ya pasó... —Kiroe acarició la cabeza de su hijo con delicadeza.
— ¡Esto ha pasado por no dejarme leer mi libro tranquilamen...!
¡PLACA!
Toma capón.
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27/08/2019, 00:38
(Última modificación: 27/08/2019, 00:39 por Aotsuki Ayame.)
—¡Bueno, bueno, no te preocupes! —replicó Kiroe—. ¡Zetsuo, ha llegado la hora de ser valientes! ¡Hay que actuar!
—¿¡Qué!? ¡¿Pero qué estás...!? —exclamó el médico, pero se vio interrumpido cuando Kiroe le abrazó por la cintura y le derribó del ave.
—¡A VOLAAAAR!
—¡¡¡PASTELERAAAAAAAAAAAAAAAA!!!
—¡¡Wiiiiiiiiiiiiiii!!
Los dos adultos cayeron como dos misiles cortando el aire. La arena se acercaba peligrosamente, y Zetsuo sabía bien que, por muy blando que pudiera ser un colchón de arena, una caída así desde tanta altura resultaría como estrellarse a toda velocidad contra un muro de cemento. En los últimos segundos, Kiroe exhaló un chorro de líquido desde sus labios que formó una densa colchoneta por debajo de ellos y les sirvió como un colchón en el que rebotaron con dulce suavidad.
—Maldita... pastelera... Te voy a... —resolló Zetsuo, con el corazón desbocado por el susto.
—¡¡Papaaaaaaaaaa!!
La diminuta figura de Ayame se arrojó a sus brazos, interrumpiendo sus maldiciones y reniegos. La pequeña lloraba desconsolada y aterrorizada.
—¡¿Pero cómo cojones habéis llegado aquí? —exclamó, pero la niña, como una lapa, se negaba a separarse de él—. ¡Ya hablaremos luego, ahora tenemos que buscar la manera de salir de aquí sin ahogarnos!
Y es que por aire, como habían llegado, no iba a poder ser. Su águila no podía remontar aquellls vientos, ni podría cargar con el peso de los cuatro, y además... Había desaparecido justo después de lanzarse de su lomo.
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Una ráfaga de aire sacudió a Daruu, que cayó de culo al suelo. Kiroe se acercó, le ayudó a levantarse y lo atrajo hacia sí rodeándole con los brazos.
—¡Me parece que vamos a tener que pasar la tormenta! —exclamó la mujer—. Si nos cubrimos debajo de alguna palmera, quizás... ¡Mierda, tienen cocos! ¡Como se nos caiga uno en la cabeza estamos K.O.!
—¡Eso mismo he pensado yo antes!
—¡Pero algún sitio tiene que haber en el centro de todo esto que nos resguarde un poco! ¡Vamos!
Kiroe estiró del brazo a Daruu y se internó entre los matorrales. A Daruu le pincharon los brazos y las piernas, pero a su madre no parecía importarle, así que hinchó los carrillos, se hizo el duro y aguantó hasta que se detuvieron frente a una cobacha de piedra. Kiroe comprobó la estabilidad de la estructura e indicó al grupo que se refugiasen dentro. Estaban apretados, pero a salvo de la tormenta.
—¡AAAY! —Un rayo se estrelló contra una palmera en la playa, que empezó a arder. El agua menguó las llamas enseguida.
—Menos mal que la tormenta no sólo es eléctrica. Si la isla se incendia, entonces estaremos en problemas.
Sólo les quedaba esperar a que amainase.
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Una repentina ráfaga de viento sacudió con violencia a los cuatro. Daruu se cayó al suelo de culo, y Ayame habría sufrido la misma suerte si no hubiese sido porque seguía firmemente aferrada a las rodillas de su padre. Kiroe, tras ayudar a su hijo a reincorporarse, se volvió hacia Zetsuo:
—¡Me parece que vamos a tener que pasar la tormenta! —exclamó, para horror de Ayame, que se estremeció ante la sola idea de seguir en aquella maldita isla un minuto más—. Si nos cubrimos debajo de alguna palmera, quizás... ¡Mierda, tienen cocos! ¡Como se nos caiga uno en la cabeza estamos K.O.!
—¡Eso mismo he pensado yo antes! —respondió su hijo.
—¿Cubrirnos debajo de un árbol en plena tormenta eléctrica? ¡¿Es que has perdido la puta cabeza?! —bramó Zetsuo—. ¡Prefiero que nos caiga un coco en la cabeza a que nos fría un rayo!
—¡Pero algún sitio tiene que haber en el centro de todo esto que nos resguarde un poco! ¡Vamos!
Kiroe tiró del brazo de su hijo para internarlo en el interior de la isla, y Zetsuo hizo lo mismo con la pequeña Ayame, que le seguía a duras penas. La chiquilla gimoteó lastimera cuando las ramas de los arbustos la arañaron las piernas, los brazos y el abdomen, pero no se atrevió a quejarse en voz alta. Para fortuna de todos, no tardaron en encontrar una pequeña cueva de piedra en la que pudieron resguardarse. Ya en el interior, Zetsuo le echó un silencioso vistazo a los dos muchachos. Estaban empapados de los pies a la cabeza, sin duda debilitados después de tantas horas allí abandonados. La pequeña Ayame, que no dejaba de tiritar y temblar, era prueba viviente de ello.
Si tan sólo pudieran encender un fuego para calentarlos...
Y hablando de fuego, un rayo acababa de estallar contra una palmera, prendiéndole fuego de inmediato. Pero la lluvia no tardó ni dos minutos en asfixiarlo.
—¡AAAY! —chillaron los dos chiquillos al unísono.
Y Ayame se quedó encogida sobre sí misma, temblando sin control. Siempre le habían aterrado las tormentas eléctricas. Zetsuo suspiró y se sentó junto a ella, pasando el brazo por detrás de su espalda.
—Menos mal que la tormenta no sólo es eléctrica. Si la isla se incendia, entonces estaremos en problemas.
—Pero no nos vendría nada mal un fuego para secarnos... —resopló Zetsuo—. Ayame, ¿nos vas a explicar de una vez qué ha ocurrido?
—E... estábamos... jugando en la playa... —balbuceó la chiquilla, sin levantar la mirada—. Y vino... vino una ola... y acabamos aquí... N... no sabíamos qué hacer...
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—Una ola gigante nos tragó y despertamos en la arena de la isla —explicó Daruu, algo más certero que Ayame. Ahora que los adultos estaban allí, se sentía mucho más seguro. Otro rayo le hizo brincar y de paso perder toda la confianza que había granjeado pacientemente.
—Tranquilos, tranquilos, la tormenta pasará. Sólo tenemos que esperar pacientemente y tener mucho, mucho cuidado. —Kiroe se llevó la mano a la barbilla. Su cara se iluminó, como si se le hubiera ocurrido una idea genial—. ¡Ya sé, ya sé! ¡Vamos a cantar canciones!
—¿¡Qué!? ¡No! —saltó Daruu, rojo como un tomate.
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—Una ola gigante nos tragó y despertamos en la arena de la isla —completó Daruu, antes de que otro rayo estallara en el cielo e hiciera que los dos chiquillos volvieran a brincar.
En aquellos instantes, pocos podrían decir que ambos eran de un lugar tan tormentoso como era Amegakure.
—Tranquilos, tranquilos, la tormenta pasará. Sólo tenemos que esperar pacientemente y tener mucho, mucho cuidado —Kiroe se llevó la mano a la barbilla y su cara se iluminó de repente.
«Oh, no...» Pensó Zetsuo, temiéndose la idea que debía haber cruzado la alocada cabeza de la Pastelera.
Y, efectivamente...
—¡Ya sé, ya sé! ¡Vamos a cantar canciones!
—¿¡Qué!? ¡No!
—¿Pero qué cojones dices?
Dijeron al unísono, tanto su propio hijo como Zetsuo. Pero Ayame...
—¿Canciones...? —preguntó tímidamente, con voz cargada de la pura inocencia de una niña.
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— ¡Sí Ayame-chan, cancioneeees! —canturreó Kiroe con una radiante sonrisa de felicidad.
Imagínese lo siguiente sobre Daruu: estaba cara a la pared, acuclillado. Sujetándose la cabeza.
— ¡Si te sientes muy feliz choca las manos!
Clap, clap.
» ¡Si te sientes muy feliz choca las manos!
Clap, clap.
» ¡Si te sientes muy feliz, si tú quieres sonreír, si tú quieres ser feliz choca las manos!
BAAAAUUUUUUUUU
UUUUUUUUUUU
UUUUUUUUUUU
UUUUUUMMMM
Un estruendo ensordecedor hizo que les pitaran los oídos, una luz cegadora les sumió en un estado de ceguera prolongada. El suelo tembló y les hizo caer al suelo. Un furioso y potente rayo que había caído en el mar, a apenas veinte metros de ellos.
1
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— ¡Sí Ayame-chan, cancioneeees! —dijo Kiroe, llena de felicidad. Y entonces, para desesperación de un avergonzado Daruu (que decidió recluirse contra la pared sujetándose la cabeza) y de Zetsuo (que se limitó a cruzarse de brazos con el ceño fruncido y la vena palpitante en la frente), comenzó a canturrear—: ♫¡Si te sientes muy feliz choca las manos!♫
Clap, clap
Ayame también chocó las manitas tímidamente.
— ♫¡Si te sientes muy feliz choca las manos!♫
Clap, clap
Y Ayame, algo más animada, se dejó llevar y dio palmas con una sonrisa en los labios.
— ♫¡Si te sientes muy feliz, si tú quieres sonreír, si tú quieres ser feliz choca las manos!
Ayame, arrebatada de ilusión, había estado esperando el momento para aplaudir con entusiasmo, pero un ensordecedor trueno rugió con la fuerza de un dragón, taladrándoles los oídos. Ayame chilló, aterrorizada, y volvió a encogerse sobre sí misma, temblando con violencia.
Y Zetsuo volvió a suspirar.
— Esperemos que esta pesadilla pase pronto...
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(Última modificación: 28/08/2019, 17:08 por Amedama Daruu.)
Contra todo pronóstico, la violenta tormenta había apagado incluso los ánimos de la risueña Kiroe. De mal humor, todos aguantaron el chaparrón hasta que la tormenta amainó un poco. Donde hubo un torrente ahora había un chubasco débil con nubes dispersas.
Daruu salió de la cueva.
—Apenas llueve ya.
—¡Perfecto, al fin! —exclamó Kiroe, exasperada, y se revolvió el cabello mientras profería un sonoro bostezo—. Zetsuo, ¿crees que podrías invocar un par de águilas ahora?
Daruu levantó una ceja. «¿Invocar... águilas?»
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