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28/08/2019, 23:10
(Última modificación: 28/08/2019, 23:11 por Aotsuki Ayame.)
Amenokami... No, Raijin, decidió al fin darles una tregua, rendido de tener a sus dos tiernas presas. La tormenta amainó poco a poco, hasta el punto que la lluvia era tan fina que Daruu se atrevió a asomar la cabeza al exterior.
—Apenas llueve ya —informó el chiquillo.
—¡Perfecto, al fin! —exclamó Kiroe, mientras se revolvía el cabello y exhalaba un bostezo cargado de hastío—. Zetsuo, ¿crees que podrías invocar un par de águilas ahora?
El médico se volvió hacia ella, con una ceja alzada.
—Una. Y no va a poder con el peso de los cuatro —informó, reincorporándose. Ayame seguía aferrada a su pierna como un koala a su eucalipto.
El médico salió de la cueva y echó un vistazo a su alrededor. La lluvia ya no era más que una leve caricia en la piel y el mar se había calmado considerablemente.
—Quizás podríamos llegar a la orilla andando.
—¡No quiero volver al mar! —gimoteó la pequeña Ayame, aterrorizada.
—Desde luego... menuda Hozuki estás hecha, niña.
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29/08/2019, 01:17
(Última modificación: 29/08/2019, 01:18 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Zetsuo indicó que sólo sería capaz de invocar a un águila, y que no sería capaz de llevar el peso de los cuatro. Kiroe chasqueó la lengua. Luego, el médico sugirió que tal vez pudieran llegar nadando a la playa. Ayame y Daruu respondieron con terror, aunque Daruu se limitó a ahogar un grito.
—¿Andando? ¿Con los críos a cuestas y con este oleaje? —Daruu sintió un escalofrío—. Oye, y digo yo, que igual estoy muy loca, eh, pero... ¿no podrías invocar al águila y que de dos viajes?
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—¿Andando? ¿Con los críos a cuestas y con este oleaje? —preguntó Kiroe, para alivio de los dos pequeños—. Oye, y digo yo, que igual estoy muy loca, eh, pero... ¿no podrías invocar al águila y que de dos viajes?
—Qué bien se nos da pedir —Zetsuo chasqueó la lengua mientras se reincorporaba, salía al exterior de la cueva y se mordió el dedo pulgar.
El águila volvió a materializarse junto a él en cuanto apoyó la mano en el suelo con una densa nube de humo. El colosal ave aleteó con fuerza, levantando torbellinos de aire a su alrededor que sacudieron las ropas de los presentes.
—¡¡Ramu!! —exclamó Ayame, que lejos de sentirse amedrentada por el amenazador tamaño de aquel águila que, por lo menos, triplicaba su tamaño, corrió a abrazarse a sus patas adornadas con garras como tantos.
—¡Vamos, no hay tiempo para eso! Kiroe, prefiero que los niños sean los primeros en abandonar la isla. Confío en que Ramu los lleve a salvo hasta la costa —argumentó, al tiempo que tomaba a Ayame y la alzaba en vuelo para montarla sobre el lomo del ave—. Después iremos nosotros.
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Malhumorado, Zetsuo accedió a la petición de Kiroe y salió de la cueva. El hombre se llevó la mano a la boca y se mordió el dedo pulgar, haciéndolo sangrar.
«¿¡Pero qué hace!?», pensó Daruu alarmado. Hubo un estallido de humo que le hizo toser. Y luego... y luego...
—¡Ahhh! ¡El pájaro gigante de antes!
Para ser más preciso, se trataba de un águila. Un águila gigantesca. Que Daruu supiera, no había águilas de ese tamaño. Ni tampoco había águilas que apareciesen de la nada. El muchacho se retiró hacia atrás, pegando la espalda a la pared.
—¡¡Ramu!! —exclamó Ayame, que lejos de sentirse amedrentada por el amenazador tamaño de aquel águila que, por lo menos, triplicaba su tamaño, corrió a abrazarse a sus patas adornadas con garras como tantos.
—¡Pero qué haces, Ayame! ¡Que te va a comer!
—¡Vamos, no hay tiempo para eso! Kiroe, prefiero que los niños sean los primeros en abandonar la isla. Confío en que Ramu los lleve a salvo hasta la costa —argumentó, al tiempo que tomaba a Ayame y la alzaba en vuelo para montarla sobre el lomo del ave—. Después iremos nosotros.
—¿¡Qué!? ¡No! Nononononono —exclamó Daruu, completamente aterrorizado.
—¡Daruu! ¡Ramu es una buena amiga!
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Daruu, absolutamente aterrorizado ante la presencia del gigantesco águila, no dejaba de gritar mientras que Ayame le contemplaba estupefacta. No parecía comprender por qué aquel niño sentía tanto miedo.
—¡Pero qué niño tan tierno y adorable! —graznó Ramu. Era difícil saberlo por la rigidez inamovible de su pico pero... ¿estaba sonriendo de forma burlona?—. Quizás un día podría presentarte a mis polluelos en el nido...
—¡Basta, Ramu! ¡No hay tiempo para tonterías! —bramó Zetsuo, tomando a Daruu por detrás del pescuezo y lanzándolo hacia el lomo del ave.
Ayame sujetó a Daruu como pudo cuando se dio cuenta de que Ramu no estaba dispuesta a esperar para cumplir su orden. De hecho, casi parecía estar disfrutando con la situación... El águila batió sus enormes alas, el aire se levantó a su alrededor formando peligrosos torbellino, pero el ave no tuvo ningún problema para alzar el vuelo y dirigirse velozmente hacia el norte, hacia la costa.
—WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
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—¡Pero qué niño tan tierno y adorable! —graznó Ramu. Era difícil saberlo por la rigidez inamovible de su pico pero... ¿estaba sonriendo de forma burlona?—. Quizás un día podría presentarte a mis polluelos en el nido...
Daruu tragó saliva y se pegó aún más a la fría roca del fondo de la covacha. No sólo era de tamaño desproporcionado, sino que podía hablar. El águila. Podía hablar. Se pellizcó la piel para cerciorarse de que todo aquello no era una pesadilla. La idea de quedarse atrapado para siempre en aquella isla desierta, de pronto, no se le antojaba tan mala. Quizás uno se llegaba a acostumbrar al sabor de los cocos. Quizás incluso al pescado, aunque la idea le llenaba de repugnancia.
—¡Basta, Ramu! ¡No hay tiempo para tonterías! —bramó Zetsuo. El hombre se acercó a Daruu y le agarró por la camiseta. El muchacho, protestando con pánico, no pudo resistirse por su escasa fuerza y peso. Pataleó hasta que estuvo encima del plumaje del animal. Tragó saliva. Entonces se quedó paralizado. Nada de pataleo. Sólo terror.
Ayame se encargó de agarrarle y colocarle no de cualquier manera encima del ave. Con el primer batido de las alas del bicho, Daruu dio un gritito agudo. Cuando se elevaron hacia el cielo, lentamente, ahogó otro, y cuando empezaron a surcar las nubes a toda velocidad, se había quedado blanco, con un rictus de zombi.
—WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
—Aaaahhaaahaahhhhaaaaahhhaahh... Creo... creo que voy a vomitar...
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Pero, al contrario que Ayame, no parecía que todos lo estuviesen pasando igual de bien.
—Aaaahhaaahaahhhhaaaaahhhaahh... Creo... creo que voy a vomitar... —gimoteaba Daruu al borde del desfallecimiento.
—¡Eh! ¡Como se te ocurra mancharme las plumas te daré un buen baño en el mar, polluelo! —chilló Ramu.
Y quizás temiendo que terminara convirtiéndose en una realidad, el águila aumentó la velocidad. De un instante a otro pasaron de estar volando casi a ras de las olas, con la espuma de las olas salpicándoles en las mejillas, a llegar a las ardientes arenas de la costa. El ave aterrizó con gracilidad, y Ayame ayudó como pudo a Daruu a bajarse de su lomo.
—No os alejéis de aquí, volveré enseguida con el señor Zetsuo y la señora Kiroe —dijo, y con el primero de los deberes cumplidos, el águila batió de nuevo las alas y remontó el vuelo, adentrándose de nuevo en el mar.
Daruu y Ayame volvieron a quedarse solos... A excepción de una sobra blanca y roja que estaba tirada de cualquier manera en la arena junto a un enorme flotador ya desinflado y pinchado.
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31/08/2019, 11:56
(Última modificación: 31/08/2019, 11:58 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
—¡Eh! ¡Como se te ocurra mancharme las plumas te daré un buen baño en el mar, polluelo! —chilló Ramu.
— ¡Eeek! —Con ese gritito, casi él parecía un polluelo de águila. Daruu dio un bote y estuvo a punto de caerse. Se agarró con las piernas al animal y con los brazos a Ayame. El ave aumentó la velocidad y descendió. Daruu sintió el frío de las olas acariciándole los tobillos. No había un momento mejor para desear estar en casa, tumbado de cualquier manera, leyendo cómo era Sunegi, el Ninja del Viento, el que tenía las aventuras y no él.
Se acercaron a la playa a toda velocidad. Daruu sintió que se desvanecía, pero por todo lo que más valía en el mundo procuró no hacerlo, porque se precipitaría hacia una muerte segura. Las patas del animal tocaron la arena, y el muchacho se apresuró a bajar con la ayuda de Ayame. Inmediatamente, el muchacho se apartó hacia el agua de la costa. Se puso una mano en la boca y sintió que el vómito ya venía.
—No os alejéis de aquí, volveré enseguida con el señor Zetsuo y la señora Kiroe.
Daruu vió a Ramu alejarse de nuevo aleteando, y reprimió las ganas de vomitar cuando se dio cuenta de que el agua lamía de nuevo sus pies. Recordó la ola que les había tragado, y retrocedió rápidamente hasta sentirse seguro.
— Ha sido horrible, ha sido horrible, ha sido horrible —decía, abrazándose a sí mismo. De pronto, Daruu divisó algo a escasos metros de distancia. Casi pasaba desapercibido—. ¿Eh? K... ¡Kori-san! —Se trataba de Aotsuki Kori, el albino y poco hablador hermano de Ayame. Siempre frío, a Daruu no le quedaba más remedio que admitir que literalmente, siempre distante, pero admirable. Corrían rumores sobre él. Era el mejor de su promoción. Pero en ese momento, sinceramente, estaba en un estado... bueno, digamos que Daruu le había visto mejor—. ¡Ayame, tu hermano!
Daruu se acuclilló a su lado. El muchacho estaba quemado hasta los ojos, la piel roja como una lengua de fuego. Hecho un trapo, estaba espatarrado sobre la arena, rodeado por un flotador que también había visto días mejores. El muchacho estuvo tentado de zarandearlo para despertarle, pero se detuvo al pensar que tal vez le haría daño.
· · ·
— Mira, ya vuelve —anunció Kiroe.
En el horizonte, la sombra de Ramu proyectaba una ominosa sombra sobre ellos. El animal descendió poco a poco hasta volver a aterrizar sobre la arena de la isla. Dejando paso primero a Zetsuo, Kiroe se encaramó al águila y sonrió como una boba, con un entusiasmo similar al de Ayame pero más taimado.
— Eh, Zetsuo, ¿quién crees que de los dos ganaría en una pelea? —canturreó Kiroe mientras remontaban el vuelo—. Mi Daruu le daría una paliza a tu Ayame cuando quieras —susurró al oído del hombre con malicia, cuando ya planeaban sobre el océano.
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Tal era su desesperación, que Daruu prácticamente se tiró desde el águila en su anhelo por tocar tierra firme de nuevo.
— Ha sido horrible, ha sido horrible, ha sido horrible —susurraba para sí, abrazándose a sí mismo.
Ayame le observaba desde la distancia, sin atreverse a acercarse más. Pero entonces...
— ¿Eh? K... ¡Kōri-san! ¡Ayame, tu hermano!
Ayame se volvió hacia Daruu al escucharlo. Cerca de él, la figura inmaculadamente blanca de Kōri, pero ahora inusualmente enrojecida, estaba tirada de cualquier manera en la arena. La chiquilla se acercó entre largas zancadas y se acuclilló junto a Daruu.
— ¿Hermano? ¿Pero qué haces durmiendo aquí? ¡Te vas a quemar!
Kōri abrió de repente los ojos y se incorporó de golpe, sin el más mínimo ápice de emoción en su rostro. Ni siquiera en aquellos ojos gélidos que contemplaban a los dos muchachos sin saber lo que estaba ocurriendo. Con un gesto lánguido, alzó una mano y se quitó un trozo de alga verdosa que se le había quedado enganchada en el pelo.
— Oh, vaya. He vuelto.
Allá fuera, en el interior del mar, Zetsuo y Kiroe aún aguardaban el regreso de Ramu. Este no tardó en producirse, y los dos adultos se subieron enseguida a su lomo.
— ¿Están los niños bien?
— El polluelo se ha asustado un poco con el vuelo —Ramu soltó una risilla—. Pero los dos están sanos y salvos, de regreso en la isla.
— Eh, Zetsuo, ¿quién crees que de los dos ganaría en una pelea? —canturreó Kiroe tras su espalda—. Mi Daruu le daría una paliza a tu Ayame cuando quieras.
El médico apretó las mandíbulas, irritado. Si hubiese sido él el que hubiese ido detrás en el águila, Kiroe ya estaría cayendo de cabeza hacia el mar.
— Eso ya lo veremos —se limitó a gruñir.
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Ayame se acercó corriendo, preocupada por Kori, y se acuclilló a su lado.
—¿Hermano? ¿Pero qué haces durmiendo aquí? ¡Te vas a quemar!
«No, no se va a quemar», pensó Daruu, «al menos no más de lo que ya se ha quemado.»
Kōri abrió de repente los ojos y se incorporó de golpe, sin el más mínimo ápice de emoción en su rostro. Ni siquiera en aquellos ojos gélidos que contemplaban a los dos muchachos sin saber lo que estaba ocurriendo. Con un gesto lánguido, alzó una mano y se quitó un trozo de alga verdosa que se le había quedado enganchada en el pelo.
—Oh, vaya. He vuelto.
«¿¡Cómo que "oh, vaya"!? ¿¡Y vuelto!? ¿¡Vuelto de dónde!?»
Zetsuo gruñó en voz baja. Kiroe soltó una risilla divertida y se deleitó con el roce del viento en sus cabellos. Se permitió hacer girar el cuello y rodar los hombros, poniéndose a gusto.
— ¿Sabes? Daruu-kun ya sabe usar el Byakugan... —canturreó.
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Pero aquella endemoniada mujer no se iba a dar por vencida. Por supuesto que no. Puede que hiciera los pastelitos más dulces del mundo, pero la lengua de aquella mujer era veneno puro:
—¿Sabes? Daruu-kun ya sabe usar el Byak...
Kiroe no llegaría a terminar la frase. Zetsuo se aferró con todas sus fuerzas al lomo del águila y se tumbó bruscamente hacia un lado, obligando a Ramu a dar una vuelta sobre su propio eje. Su intención estaba más que claro: pillar a Kiroe por sorpresa y arrojarla al mar. El resto del viaje tendría que hacerlo a pie. O nadando.
Aquel maldito mocoso ya sabía utilizar el Ojo Blanco de los Hyuga. Y Ayame, mientras tanto, ni siquiera había despertado su sangre Hozuki. No sólo eso, ni siquiera había conseguido dominar los principios básicos del Ninjutsu, ¡y ya no hablemos de cuando intentó enseñarle algo de Genjutsu o de técnicas médicas!
«¡Maldita sea!» Gruñó para sí.
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—...kuuuugaaAAAAAAAAAAN!!!
Zetsuo, rebosado el límite de su paciencia, se había girado bruscamente hacia un lado, y había girado al águila sobre su propio eje. Desprevenida, Kiroe se vio de pronto flotando en el aire, y luego cayendo, y cayendo...
La pastelera rio divertida y estiró los brazos hacia el cielo. De las manos a los codos se recubrieron con una sustancia pegajosa que se estiró y se dobló hasta aferrarse a las patas del animal. Dos manos artificiales de caramelo de color morado que se asieron con fuerza y la hicieron balancearse como quien vuela con un ala delta. El ave sintió un tirón y perdió unos metros de altura, pero enseguida se estabilizó.
—¡Que te follen, Zetsuo! —gritó Kiroe, pero el tono de voz no acompañaba a la gravedad de su maldición. Evidentemente, se estaba divirtiendo muchísimo.
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Ramu sintió un fuerte tirón en las patas que le hizo agitar las alas con fuerza para no caer ella misma al océano. Extrañado y con el viento sacudiendo sus cabellos, Zetsuo se asomó por uno de sus costados, y la vena de su frente palpitó con mayor fuerza si cabía.
—¡Que te follen, Zetsuo! —gritaba Kiroe, agarrada a las patas del águila con unos extraños apéndices de color morado que salían de sus propios brazos.
El médico ni siquiera respondió a la provocación. Acumulando chakra en una de sus piernas y uno de sus brazos para mantenerse agarrado al cuerpo del animal, se descolgó hasta quedar a la altura de sus patas. Un resplandor azulado iluminó la mano libre de Zetsuo, y la convirtió en un preciso bisturí que agitó contra la masa viscosa que unía a Kiroe con su animal en pos de cortarlo.
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La mueca de diversión fue sustituida pronto por una de terror: Zetsuo se había descolgado del águila y ahora trabajaba para arrojarla al vacío.
«Oh, si te crees que me voy a dar por vencida lo llevas claro, capullo.»
Haciendo uso de su chakra, Zetsuo cortó primero un brazo. Luego el otro. Al hombre le pareció ver algo pasando a toda velocidad a su lado. Kiroe caía, riéndose, divertida, aplaudiendo... ¿aplaudiendo?
¡PUM!
Un peso muerto cayó encima de Zetsuo y del águila, haciendo que esta vez sí descendieran bastante altura. Kiroe se agarró a Zetsuo a la desesperada después de utilizar su técnica de invocación sanguínea. Se aferró a él y al águila intentando no caer.
— ¿De verdad vas a dejar abandonada a una dama en medio del océano? ¡Qué desconsiderado!
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31/08/2019, 14:27
(Última modificación: 31/08/2019, 14:29 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Algo pasó a toda velocidad junto a él, pero no le prestó mayor atención. Kiroe, desprovista de los vínculos que la unían al águila y atrapada por las garras de la gravedad, comenzó su drástica caída al océano... ¿Aplaudiendo?
Algo pesado cayó encima del águila y de Zetsuo, provocando una nueva sacudida que hizo que Ramu perdiera momentáneamente el delicado equilibrio que separaba el vuelo de la caída libre. Por suerte, o por milagro, el ave fue capaz de remontar.
«¿Pero cómo...?» Se preguntó, chasqueando la lengua con irritación. ¡Aquella mujer era más pesada que una lapa!
—¡Parad! ¡Si seguís así...!
—¿De verdad vas a dejar abandonada a una dama en medio del océano? ¡Qué desconsiderado!
—Tú... —farfulló Zetsuo, aferrándose a los brazos de Kiroe—. Hace mucho... Que dejaste de ser... —Continuó, y sus nudillos crujieron cuando apretó agarre—. ¡¡UNA JODIDA DAMA!!
Y con aquellas últimas palabras, giró sobre sí mismo y dio un fuerte tirón potenciado con su chakra para mandar a la pastelera, literalmente, a volar por su propia cuenta.
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