Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Otra cosa no, pero Kaido demostraba tener agallas. Y eso, en un mundo como aquel, era importante. Básico incluso. Era lo que tenía estar debajo de la superficie del mar. Sin ellas, te ahogabas. Por la fuerte competencia. Por la presión… Y sí, también por no poder respirar.
—¿Sí? ¿Y cómo será eso? —preguntó la Reina, escéptica.
—Tiene la sangre —intercedió por primera vez Daseru.
—Oh, ¡qué conveniente! Daseru, el Guardián de la Profecía —Todos quedaron expectantes. Daseru era un tiburón muy respetado, de alta jerarquía en el reinado de Torasu. Pero Toseru ya no estaba, y ahora...—. Saboreaste una gota de sangre del último Hijo del Oceáno, muerto generaciones atrás. Bueno, hija, según vosotros. Nadie sabe cómo conserváis la sangre, ni dónde. Secreto de familia —rio—. ¡Y Torasu se lo comió todo!
»¿Sabes que opino yo? ¡Patrañas! —estalló—. Cuentos de viejos. De peces demasiado débiles y cobardes, siempre esperando a que otro haga por él el trabajo duro. ¡Peces como Torasu! ¿Crees que soy cómo él, Daseru? —preguntó, y había cierto tono de amenaza en su voz que hizo que todos los tiburones se tensasen. Atentos. Preparados y dispuestos, a una sola palabra, de lanzarse a por el estúpido que osaba insultarla.
—No, alteza. No lo pienso. —Sus palabras eran sinceras. Para lo bueno y para lo malo, no lo pensaba.
—Entonces no hay más que hablar. Fuera de mi vista. Tengo una guerra que preparar.
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—Es interesante, mi Reina. Yo tampoco creí nunca en las historias que contaba mi gente. Me sabían a anécdotas. A mitos. A un recurso más para vanagloriarme, cuando en realidad intentaban ganar más control sobre mí —espetó, grandilocuente—. después de todo, ¿qué es ser un Umi no Shisoku? ¿un humano con agallas, no? ¿qué de especial puede tener, cierto? ¡respirar bajo el agua no significa que puedas sobrevivir en las vastas profundidades, ¿no es así?! —alzó las manos, y torció el gesto hacia cada uno de los tiburones presentes. Uno a uno. Aleta por aleta. Ojos pequeños tras ojos pequeños. Siempre sonriendo. Siempre—. pero llegué a entender que lo especial no está en la condición, mi Reina, sino en quién la porta. Y, desde luego, en lo que haces con ella.
»¡Tiburones! ¡Soy un hijo del Océano, como todos vosotros! ¡pero he vivido todo este tiempo en tierra firme pues se me hizo creer a toda costa que el mar no tenía lugar para mí! ¡y es que es así, no lo tiene! ¡porque no me lo he ganado! —una brazada, luego otra. Se movía grácil alrededor, mientras durase su discurso, gesticulando con las manos y alzando muy en alto su barbilla—. ¡Pero eso está a punto de cambiar! ¡Nuestra Reina ha dicho que tiene una guerra que preparar!
y yo me ganaré mi lugar librándola por y para vosotros.
Os demostraré que son aquellos mitos que se creen, los que acaban convirtiéndose en realidad.
—Ahora sí has hablado como un tiburón. —La Reina sonrió, sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro. Se notaba que aquel discurso sí le había gustado. Uno libre de fantasías y mitos. Uno lleno del ingrediente más importante de todos: la sangre—. Claro que alguien tan pequeño… ¿Qué utilidad podríamos darte?
—¿Por qué no lo usamos de cebo? —propuso el pequeño tiburón con ojos de gato, cuya voz sonaba bastante más aguda que la de la Reina—. Siendo tan pequeño tiene más posibilidades de escurrirse entre ellos sin ser visto… y dar el golpe.
—¡Me gusta, Scylio! ¡Por estas cosas es que eres mi Segunda Aleta! —exclamó con júbilo—. ¡Y tú irás con él! —decidió de pronto, arrancando al pequeño tiburón una mueca de sorpresa.
—¿Yo?
—No querrás que deposite todo el peso del primer golpe en un desconocido, ¿no? ¡Se supone que tú eres el listo!
—¡Por una vez podrás sacar partido de tu tamaño, Scylio! —exclamó el segundo tiburón que custodiaba a la Reina, de lomo verde y tamaño gigantesco. Su burla arrancó la carcajada de varios tiburones.
—Pues sí. Cosa que nunca se podrá decir de tu cerebro. Que se lo pregunten sino a esos delfines con los que te cruzaste, ¿eh, Osuushi?
Bam. Aquello fue como soltar una bomba. De arriba abajo, de tiburón más grande a más pequeño, se descoyuntaron a carcajadas. Algunos incluso flotando boca arriba mientras no paraban de darse golpes en la tripa con las aletas. Oh, sí, la anécdota de Osuushi con un pequeño grupo de delfines era bien conocida por allí.
Kaido sintió el agua vibrar a su alrededor, y su instinto de supervivencia se disparó. Ese sexto sentido que le decía, a gritos, de mantenerse alerta. No pasó más de un segundo para ver a Osuushi moviendo el cuerpo de un enérgico movimiento —era increíble lo rápido que se movía con lo grande que era—, con la intención clara de tragarse a Scylio de un bocado.
—¡BASTA! —La Reina se puso en medio y lo apartó de un simple coletazo, como quien espanta a unos pequeños peces de agua dulce—. ¡No tengo tiempo para vuestras estúpidas peleas! ¡Kaido! ¡Scylio! ¡Es hora de que partáis!
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Y, luego de soltar aquél discurso; Kaido tuvo que desinflar el pecho para contener el nerviosismo que le generaba la posible reacción de la Reina. Oh, tuvo suerte, tuvo suerte de que había elegido contar la historia correcta de la forma correcta y que la monarca de los mares había decidido darle una única oportunidad.
¿Pero cuál?
Una no muy digna en las guerras que se avecinaban, visto la sugerencia de uno de ellos. Su papel consistiría de buenas a primeras en ser una especie de señuelo, idea propuesta por aquél tiburón de ojos gatunos que, al igual que él, no tenía un tamaño demasiado considerable como para ubicarle en lo más profundo de la cadena alimenticia que regía los vastos mares. De alguna forma, Scylio no estaba muy lejos del escaño que el mismo Kaido ocupaba cuando nos referimos al aprecio de los otros tiburones. Aquellas risas lo comprobaron. No obstante, la Reina le había llamado segunda aleta —lo que supuso el gyojin que era una especie de rango entre aquellos que la acompañaban de cerca—. y el tal Scylio no tardó en comprobarle que el tamaño, en muchos casos de la vida, realmente no importa. Que se lo dijeran a él, más que a nadie.
¡Bam! la estridente carcajada de decenas de tiburones hizo vibrar el océano. Una simple anécdota, un trapito sucio contada por Scylio bastó para dejar muy claro quién era quién allí. Kaido carcajeó con ellos, aunque de forma muy baja y poco elocuente, hasta que ese sentido suyo que desarrolló en tierra para detectar cuando una provocación comenzaba a hacer mella y hacía perder los estribos al contrario le avisó que alguien iba a atacar.
La magnánima, no obstante, acabó con aquella tontería de Osuushi de un simple coletazo. Kaido se revoleó en el agua por la corriente causada por aquél poderoso movimiento, y trató de mantener la compostura a flote.
—A las Aguas de las Nutrias Peludas —respondió la Reina. Era un plan que llevaban preparando desde hacía un tiempo, y sabían bien donde y a quién atacar—. ¿Cómo llaman a esa zona los humanos?
Nadie salvo Scylio parecía tener la menor idea.
—El Cabo del Tigre. —Kaido no tenía ni idea de dónde estaba.
—¿Cómo que el Cabo del Tigre? —preguntó, extrañada—. ¿Allí hay tigres?
—No que yo sepa. Pero no le busques demasiada lógica. Son humanos, después de todo. Quiero decir, he oído que hay un sitio por ahí al que llaman el Cabo del Dragón.
—¿Cabo del Dragón? —rio—. ¡Joder! ¡Están más perdidos que una medusa! —exclamó, arrancando las carcajadas del resto.
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Estaba claro que Kaido no entendía una mierda de lo que hablaban. Ni conocía los lugares, ni comprendía —o fingiría entender—. los chistes de raza que solían profesar los tiburones. Daba igual. No es que fuese a generar mayor simpatía en sus familiares lejanos si se echase a reír como un imbécil. Mantuvo su temple serio y aguardó a que las carcajadas cesasen para seguir ahondando en el asunto. Aunque antes tuvo que preguntarse a sí mismo algo muy, pero muy, pero muy, pero muuuuuy importante.
«¿Acaso las nutrias tienen pelo?»
—¿Y qué haremos ahí? ¿exterminar nutrias peludas? —exterminar, matar, asesinar. Su vida se había convertido en una película de defunciones y sangre desde que había abandonado Amegakure. Y la tendencia, visto lo visto, no parecía querer cambiar en un futuro cercano.
—Ni caso al sibarita. Si por él fuese solo comería pulpo.
—Yo soy más de las nutrias sin garras —intervino Osuushi—. Pequeñas, pero jugosas.
Varios tiburones más se unieron al debate, que se fue intensificando como si estuviesen hablando de algo de vida o muerte y no meramente gastronómico. Muchos sugirieron que la nutria lisa desbancaba el resto de propuestas, pero fueron rápidamente replicados por otros incidiendo en que, si bien tenían poco pelo, eran tan pequeñas que no servían ni de aperitivo. Hubo uno, incluso, cuyo cuerpo rozaba los cuatro metros de largo, que aseguró toparse una vez con una nutria gigante, y que jamás había probado manjar igual.
Por alguna razón nadie le creyó.
—¿Una nutria gigante? ¡Te has dejado pescar por un humano, ¿o qué?!
—¡Me cago en todo lo que aletea, te digo que sí, joder! En la Desembocadura de la Gran Arteria. ¡Lo vi con estos ojos y lo palpé con estos dientes!
—¿No sería una foca, Rojo?
—¿Me tomas por imbécil? —respondió rabioso.
—Perdona, perdona. Joder, Rojo, perdona. Pero es que, a ver… ¡Qué un día confundiste a una foca con un león marino, no me jodas! —exclamó, arrancando las carcajadas del resto—. ¿Quién confunde a un león marino con una foca?
—¿Humanos? —dejó caer uno, no muy convencido.
—Pff… No creo, ¿no? Quiero decir… ¡Joder, que se ve a simple vista la diferencia!
—Ya os dije que aquel día me había comido un pez hinchado que me sentó mal… —protestó, algo tarde.
—Bueno, basta, ¡basta! —habló la Reina, imponiendo orden—. Centrémonos en lo importante. A ver, Kaido, Scylio te lo podrá explicar por el camino. Pero básicamente vais a actuar de cebo y atraer a una bandada de orcas que se creen los dueños del lugar. Su coto de caza, según el Pacto de Torasu. Bueno, ¡pues conmigo nadie ha firmado nada! ¡Y ya es hora de recuperar lo que es nuestro, pedacito a pedacito!
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Y visto lo visto, la iba a tener durante toda su aventura en las profundidades del océano. Porque aquellos tiburones se empeñaban en hablar de comida, de cazas, de sus manjares favoritos para tragar. Todas eran desde luego criaturas que vivían hasta el momento en que las fauces se cerraban sobre ellas. Focas, leones marinos, pulpos. Lo que fuese. Kaido no podía comer nada de eso sin haberlo pasado por un fuego primero. ¿Sería ese un impedimento para que el resto lo tomase como un tiburón? no tenía porqué, realmente. Era una característica intrínseca de un ninja ser un humano. Su afinidad con los tiburones, y sus cualidades genéticas, también, era solo un rasgo de su ser. Ambos tendrían que aceptarse mutuamente, llegado el caso de que no fracasase en el intento de ganar aquella guerra en nombre de la Reina del océano.
—Con que orcas, eh —dijo, soltando burbujitas de aire a medida de que hablaba—.suerte que aquí abajo soy rápido. ¿Os imagináis a un cebo que no pueda escurrirse sin que lo atrapen?
El Umikiba le pegó una última mirada a los presentes, y postró sus ojos en los pequeñísimos orbes de Scylio.
Scylio respondió a Kaido encabezando la marcha, dejando atrás a la Reina del Océano, a Daseru, y al resto de tiburones que se habían congregado en aquel día. Ellos todavía tenían que pulir ciertos detalles del plan, y prepararse. No para aquel día, sino para los que vendrían a continuación.
La guerra estaba a punto de estallar, y solo ellos lo sabían.
Scylio condujo a Kaido por una zona que él llamaba Corrientes Cruzadas, donde tuvo que nadar a contracorriente en varios tramos, costándole seguir el ritmo. Luego, pasaron por las Cordilleras de los Corales, el Páramo Seco —que recorrieron en un par de horas— y la Pradera Púrpura.
—Estamos llegando —avisó, descendiendo abruptamente hacia el suelo marino—. Las muy hijas de medusa son muy buenas para detectar intrusos. Lo mejor que podemos hacer es pegarnos al suelo y nadar con movimientos suaves.
»Si nos separamos, recuerda que tienes que atraerles hacia la Pradera Púrpura.
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Así pues, Kaido el Tiburón continuó su aventura por las profundidades de océano, siguiendo el rastro de Scylo al mejor ritmo que podía. Demás está decir que vivir veinticuatro horas allí abajo no era nada parecido a habitar la superficie, y tras tanto tiempo sumergido, era normal que su energía se viera ligeramente mermada más allá de que la bendición del mar potenciara su físico exponencialmente.
El gyojin aprovechó el viaje hacia el territorio de las orcas para conocer y admirar el lecho marino, y sus distintas hábitats. Que todo era hermoso incluso para los ojos de una bestia era decir poco. Kaido estuvo encantado, y casi ni habló, embelesado, durante toda la trayectoria. Fue el frío intenso de las oscuras profundidades lo que acabo sacándole tiempo después de su ensimismamiento.
—¿No que íbamos al Cabo del tigre? —preguntó—. ajá, todo muy lindo, Scylio-san, ¿pero y luego qué? ¿nos escabullimos en su territorio al ras del fondo marino exáctamente para qué, si queremos laurearlas hasta nuestra trampa?
Scylio tuvo que bajar todavía más su velocidad ante las preguntas de Kaido.
—A ver, cabeza de medusa. Estamos nadando hacia las Aguas de las Nu… Hacia el Caaaabo del Tiiiiigre, sí —dijo, sin poder evitar poner voz sarcástica hacia el nombre tan peculiar que habían elegido los humanos para aquellas aguas—. Allí encontraremos un buen grupo de orcas, y las atraeremos hacia la Pradera Púrpura. ¿Estamos?
»Cómo que para qué… No, nononono. No me des humano por foca, ¿eh? —Todo el mundo sabía que la carne humana sabía asquerosa—. ¿Cuál es tu plan? Presentarse allí y atraer a toda la mafia de una, ¿o qué? Que aquí no estamos sobre tierra. Allí igual eso de correr en línea recta os sirve. Aquí hay que aprovechar las corrientes, desviarse para ir más rápido… Si un grupo tan grande nos persigue, nos acabarían rodeando y dando caza.
»No, lo que yo estaba pensando era colarnos sin ser vistos. Y atraer a alguna pareja adolescente o de ancianos primero. Si viésemos a alguna cría suelta ya sería perfecto. Y luego, avisados por estos, que venga el resto, en desbandada y desorganizados. Solo así tendremos alguna posibilidad de llegar a la Pradera Púrpura con vida.
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Vaya. Quién diría que un tiburón le tendría miedo a una orca. Bueno, la cosa es que Kaido seguía siendo un humano, ingenuo y desconocedor de los entresijos del mar, de sus bestias, y de sus rivalidades. Que fuera incapaz de prever las guerras que se avecinaban después de la caída del antiguo rey era prueba fidedigna de ello.
Pero allí estaba, como un cabo recién enlistado en el ejército de una raza a la que había decidido seguir ciegamente hasta las profundidades del océano. Arrojarse de cabeza a las oscuras aguas oonindo había sido quizás la primera decisión que tomaba en pro de sí mismo, y no de nadie más. Ni de Amegakure. Ni de Yui. Ni de los Kajitsu. Ni de Dragón Rojo, siquiera, aunque su cabeza y su corazón —controlado por el bautizo—. estuvieran puestos en la organización.
La única constante es que cualquier decisión, para él o no, siempre tenía un gran riesgo de muerte en el medio. Sino que le preguntaran acerca de su aventura en el país del Viento. ¡Já!
—No es mi estilo de hacer las cosas —dijo—. pero tú conoces a estas orcas mejor que yo, así que... hagámoslo como tú quieras, pues.
Acto seguido, Kaido acabó por pegar su pecho al ras del fondo marino y dejó de hablar, por primera vez ne su vida; para oír. Scylio era ahora su guía en aquella caza de orcas mafiosas.
8/09/2019, 17:06 (Última modificación: 8/09/2019, 19:02 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
La luz del sol cada vez penetraba más las aguas que recorrían. El sol en sí no tenía nada que ver, sino el hecho de que el suelo sobre el que nadaban cada vez ascendía más y más, a medida que se aproximaban al Cabo del Tigre.
Se escurrieron entre unas algas aprovechando su tamaño y aminoraron todavía más el paso.
—Allí —susurró Scylio, tan bajo como pudo—. No hagamos ningún ruido. Las muy hijas de medusa tienen un oído terrible. —Terriblemente bueno, quiso decir.
Kaido pudo ver que más adelante, y a bastante más altura, una pareja de orcas dialogaba tranquilamente.
—Adolescentes —informó Scylio, pese a que ambas, por lo menos, debían medir unos buenos seis metros.
Kaido se dio cuenta que una de ellas tenía los ojos extrañamente grandes.
—Todavía no me acostumbro a verte así —oyeron que decía la otra orca.
—Ah, ¿por esto? Menudo regalazo de mi invocadora, ¿eh? La chica no es muy fuerte… incluso entre los humanos. Pero es que te gana con detallazos como este.
—Sí tú lo dices…
Al acercarse un poco más, Kaido se dio cuenta de lo que hablaban. Y comprendió también por qué se le veían los ojos tan grandes a la orca. Tenía…
… gafas. ¡Gafas! De estas cuyas lentes parecían auténticas lupas.
—¿Sabes lo borroso que veía yo antes de cerca? ¡Cuando me acercaba a una foca ya no sabía si estaba cazando una o a un jodido tiburón!
El comentario le arrancó una carcajada larga a su compañero.
—Bueno, no son tan distintos, ¿eh? —rio de nuevo—. Y hablando de tiburones, tú viste a Goddoza-sama, ¿verdad? ¿Viste cómo tiene los dientes? Dicen que es de comer tantos tiburones en el pasado. Sus pieles son malas para nuestras encías, o algo así.
—Ah, el viejo sabía vivir. Lástima del Tratado. Me hubiese gustado hincarle el diente a alguno. Al menos una vez. Acabar con los dientes así no cunde, no. También te digo, ¡debió de pegarse auténticos banquetes!
—Según me contó mamá... ya lo puedes creer. Pero oye, yo no me quejo del Tratado. Más tranquilidad para los bebés. Los tiburones, como seres inferiores que son, siempre iban a por las crías. Sabían que contra una orca medianamente formada no tenían ninguna posibilidad.
Kaido pudo sentir a Scylio agitarse a su lado. Pero también captó otra cosa. Una mancha naranja en la lejanía, rodeado de dos grandes bultos. ¿Dos orcas más?
—¿Ves eso de allí naranja? —le susurró Scylio—. Es una cría de orca.
¿Qué deberían hacer? Ejecutar su plan en aquellas dos adolescentes… ¿o tratar de investigar la zona donde nadaba la cría?
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Tras un buen rato de acecho, Scylio y Kaido llegaron finalmente al territorio de las orcas. Allí, escondido entre algas; no le pasó desapercibido lo espléndidas que eran aquellas criaturas, casi al mismo nivel que los tiburones. De hecho, era la primera vez que veía a una orca en el mar. Y así de cerca, entendió porqué la rivalidad entre ambas razas: una se podía comer a la otra de un bocado, y de alguna manera, eran los rivales predilectos del mar como podían serlo los leones y las hienas en las calurosas llanuras del País del Rayo.
Lo que oyeron fue a un par de orcas adolescentes —que, para Kaido, podían haber sido adultas por su inmenso tamaño—. charlar efusivamente acerca de los humanos de una forma más cálida que cualquier tiburón que hubiese conocido. Incluso había recibido un presente, unas jodidas gafas, por surreal que pudiera parecer. Luego, Scylio captó otra cosa: a una cría, pero que parecía estar custodiada. De igual forma, era una víctima mucho más peligrosa y que despertaría mucha más ira que la vívida curiosidad de un par de adolescentes, así que Kaido, en lo personal, ya lo tenía bastante claro.
—Las adolescentes, mejor. Mayores, pero supongo que no totalmente experimentadas. Orgullosas... que pueden cazar a dos tiburones inferiores y ganarse una aleteadita del resto por el gran mérito. ¿Qué dices? —susurró, también, muy pero muy bajo.
—Oye, oye. Y esa humana… Esa kunoichi, no te dará otras cosas también, ¿no? —oyeron decir a la orca.
—¿Aparte de estas gafas de mar? ¿Cómo qué?
—Y, no sé, no sé. He oído a los mayores que los humanos toman algo muy especial cuando están tristes. Un líquido con forma de agua pero que sabe a veneno. Dicen que les vuelve estúpidos, pero también muy risueños y alegres. Al menos… por un tiempo.
—¿Y por qué querría algo que me vuelva estúpido?
—Joder, pues… Por probar qué se siente, ¿no?
—Pff… Estás como un cachalote, tú. Qué va, qué va. No me dio nada aparte de eso. Pero la próxima vez estoy pensando en pedirle una pajarita.
—¿Una... pajarita?
—¡Sí! ¡Cómo la del viejo! No me digas que no le da un toque elegante y portentoso.
—Goddoza-sama es portentoso. Y es de ese tipo de orcas que puede ponerse lo que quiera que todo le va a quedar bien. Podría ponerse hasta tus estúpidas gafas y crearía tendencia.
—Oye, ¡que no son estúpidas!
Mucho más abajo, Scylio se aburría de tanta estupidez.
—Sí —susurró a Kaido—. No es el plan perfecto, pero es el mejor plan que tenemos ante nuestras fauces. Además, estos dos son imbéciles. Ve tú, Kaido. Agítales. Provócales. Atráeles. Yo me quedaré aquí, vigilando tu retaguardia… y listo para atacarles y generar la confusión si van a por ti.
»Si nos separamos, recuerda el plan. Una vez en la Pradera Púrpura estaremos a salvo.
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