Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Ayame-san —susurró Ranko, apresuradamente—. Yo… me especializo en combate. N-no tengo mucho que me ayude justo ahora… Tal vez un henge no jutsu básico… Fuera de eso, estoy en blanco…
Ayame inclinó la cabeza, pensativa. No podían tirarse de cabeza contra los delincuentes, estaban caminando, casi literalmente, sobre un campo de minas, y si terminaban por dar un paso en falso saltaría todo por los aires. Dentro de aquella posada había gente, gente inocente, tenían que tener mucho, mucho cuidado.
—Tenemos que descubrir quién de todos ellos lleva los explosivos. Es nuestra prioridad reducir a ese primero —comentó, también en voz baja—. Seguramente lleve los explosivos a la vista para intimidar. Podríamos bajar, hacernos pasar por re...
—VOSOTRAS, ¡¿QUÉ COJONES ESTÁIS HACIENDO AQUÍ?! —bramó una mujer desde las escaleras. Tenía medio rostro cubierto por un pasamontañas, por lo que lo único que podían ver de ella eran sus ojos verdes y sus cabellos dorados. Avanzaba hacia ellas entre largas zancadas, con un brillante cuchillo en su mano—. ¡¿Es que tenéis cera en los oídos?! ¡A la jodida recepción si no queréis que os saquemos las tripas como a unos putos cerdos! ¡AHORA!
Con gesto sombrío, Ayame levantó las manos y las colocó detrás de la cabeza. Tras un rápido vistazo, había comprobado que aquella mujer no era la delincuente que estaban buscando: no parecía llevar ningún tipo de explosivo encima. No se atrevió a mirar a Ranko para comprobar qué iba a hacer, pero ella comenzó a andar siguiendo sus órdenes. Sí llego a escuchar cuando la atracadora se volvió hacia la de Kusajin y le propinó un buen empujón:
Después de un instante de pensarlo, la chica de la luna puntualizó algo: si se encargaban primero del bandido con el sello explosivo, la situación se haría mucho más fácil. Ranko asintió justo antes de que la mujer que formaba parte del grupo criminal subiera las escaleras. La Kusajin se tensó al escuchar sus gritos exigentes. No podía distinguir bien su rostro, y aunque pudiera, lo más probable era que no la conociese de todas maneras.
”Es solo un cuchillo. Estoy segura que la pipa de madre es más peligrosa. Puedo hacerlo. Puedo detenerla. No sé si pueda desarmarla, pero estando tan cerca puedo detenerla. Golpearla y derribarla. Puedo bloquear su brazo. Puedo detener su arma con Higanbana. Sería una menos de quien preocuparse. Puedo hacerlo.”
Vio entonces cómo Ayame, sin rechistar, alzaba las manos y seguía en silencio las órdenes de la mujer. Ranko pensó a toda la velocidad que pudo.
”Ayame-san va con ese plan. Entiendo por qué lo hace, pero… ¿sería malo encargarse de un cuarto de los enemigos? ¿Aprovechar la oportunidad?”
La mujer empujó a Ranko, mas la chica reaccionaría: Al ver a la mujer moverse para dar el empujón, la de la trenza concentraría toda su fuerza en resistir el movimiento. No haría nada más que oponerse al empujón. Así, podría estimar qué tan fuerte era la bandida, y qué tan difícil sería un combate uno contra uno, pero sin ser en exceso agresiva hacia los delincuentes.
Independientemente de si la mujer sí lograse mover a Ranko o no, la chica alzaría los brazos y comenzaría a caminar lentamente detrás de Ayame y el tabernero, si es que él también bajaba.
—Sí. —respondería a secas.
”Lo enfrento y analizo cómo superarlo” pensó, recordando un entrenamiento con su madre hacía casi un año. ”¡Ojalá pudiera analizar las cosas tan fácilmente como pego patadas! Ayame-san parece hacerlo mejor… Si puedes oírme mentalmente, Ayame-san, confío en tu plan.”
Si nada se lo impedía, bajaría entonces a la recepción, y buscaría con la mirada, tan rápidamente como pudiera, al criminal que portase eso brillante, mientras pensaba cómo se harían cargo de un explosivo en un lugar tan pequeño como aquella posada.
La bandida empujó a Ranko, que resistió como pudo el empellón. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquella mujer era bastante fuerte, puede que no tanto como ella, pero sí lo suficiente como para hacerle perder el equilibrio. Por suerte, no llegó a desplomarse contra el suelo.
—¿Y ahora dónde se ha metido ese gilipollas? —oyeron decir a la delincuente, que se alejaba en dirección contraria.
Lentamente, las dos kunoichi caminaron hacia la recepción. Allí tuvieron una buena visión de la situación: varios hombres y mujeres, con algunos niños entre ellos, estaban de rodillas en el suelo con las manos detrás de la cabeza. Muchos de los chiquillos lloriqueaban, asustados, y algunos padres trataban de guardar el valor por ellos, aunque el terror que sentían por perder a alguno de sus familiares era terriblemente abrumador y se reflejaba en sus ojos. Alrededor de ellos acechaban los otros tres hombres. Uno de ellos, al ver llegar a las dos kunoichi, se acercó a ellas entre largas zancadas.
—¡DE RODILLAS, COJONES! —bramó, y agarrando a Ayame por su larga cabellera la lanzó contra el suelo.
Ella se dejó hacer, con un gemido de dolor. Bien podría haberlo evitado, pero tenía que seguir disimulando por no desatar la ira del kamikaze que, por cierto, se encontraba junto a la puerta de entrada. Llevaba todo el torso envuelto, lleno de lo que parecían ser sellos explosivos. Ayame palideció al verlo.
—Allí —le susurró a Ranko, señalando con sus ojos en la dirección del kamikaze—. Se me ha ocurrido algo. Tengo una técnica. Podría atraerlos a los tres y podrías encargarte de él... ¿pero después qué? Yo no sé desactivar sellos explosivos...
Fue un empujón fuerte, uno que le hizo dar un traspiés. Y Ranko no podía esperar a regresárselo.
Había una conmoción en la planta baja. Con tan sólo dar una ojeada se dieron cuenta de que no sería algo sencillo. En caso de enfrentamiento, de cualquier tipo, habría heridos. Ranko no tenía la suficiente precisión, en cuestión de técnicas, como para darle a cuatro objetivos e ignorar a todos los demás. Necesitaba espacio para su Taijutsu, y suelo para su Doton.
”¡Ay, Ranko, eres la peor ninja! ¿Cómo se te ocurre tener habilidades tan situacionales?”
Uno de los terroristas se les acercó y les gritó a la vez que tiraba a Ayame del cabello para lanzarla al suelo. Algo ardió en el estómago de Ranko. No podía dejar que eso pasara. ¡Alguien tan amable como Ayame no debería de ser tratada así! ¡Alguien debería de regresarle el favor a ese rufián! Ranko lo marcó mentalmente como objetivo, en lugar de la mujer del pasamontañas. ¿Debía seguir con el plan de fingir no ser kunoichi? La chica de la luna no se puso de pie, así que la de la trenza supuso que sí.
Ranko mantuvo la calma, se arrodilló al lado de Ayame y estuvo a punto de preguntarle si estaba bien. Sin embargo, la Amejin habló de nuevo, en un susurro, y no sonaba estar en mal estado. Al parecer, tenía un jutsu que podía atraerlos, pero no removía el riesgo de explosión.
”¿Atraerlos? ¿Se refiere a hacerlos venir? ¿O a físicamente ponerlos juntos, como un imán?” Ranko dio un vistazo al hombre que estaba por la puerta. Asimismo, intentó fijarse en todas las ventanas del lugar. ”Podría sacarlo con un Hitoshin, creo. Tal vez una explosión exterior haga menos daño que una interior. Pero ¿y la gente de afuera? ¿Y si el estallido hace que toda la posada caiga? Podría intentar protegerlos con un Doton, pero no creo poder hacerlo tan fuerte como para resistir más que unos tres sellos… ¿por qué tenía que traer tantos pegados al cuerpo?”
—Tampoco puedo desactivarlos —Ranko hablaría tan quedo como pudiera, procurando que Ayame le entendiera —. Pero si lo noqueo sin tocarlos, tendremos un poco más de tiempo para alejar la explosión. Puedo hacer eso también. Creo.
Tanto uno como otro movimiento eran arriesgados. Ranko era fuerte, sí, ¿pero lo suficiente para dejar inconsciente a alguien rápidamente? No estaba segura. ¿Y después? ¿Intentaría alejar los sellos de la tierra saltando al aire con un Hitoshin? No era mala idea, ya había cargado con un cuerpo con tal técnica, aunque fuese sin querer. Pero en ese entonces había sido Yota, y no un hombre adulto. ¡Y pobre hombre si le estallan todos los sellos! Además ¿Había dicho el tabernero que habían atrancado la puerta? No podía recordarlo bien...
”Debo usar mi técnica más fuerte. Piernecitas, no me fallen…”
—Tampoco puedo desactivarlos —respondió Ranko, hablando lentamente para que Ayame la escuchara.
Pero por supuesto que la escuchó, alto y claro. Prueba de ello era el color inexistente de sus mejillas al palidecer de terror. Si ninguna de las dos sabían desactivar sellos, ¿cómo iban a salvar a toda aquella gente sin que se inmolara en el proceso? ¿Cómo iban a sobrevivir? ¿Cómo...?
—Pero si lo noqueo sin tocarlos —continuó la de Kusagakure—, tendremos un poco más de tiempo para alejar la explosión. Puedo hacer eso también. Creo.
Ayame expulsó el aire por la nariz, lentamente, y hundió los hombros. No les quedaban muchas más opciones, y quedarse de brazos cruzados, allí arrodilladas, desde luego no era una de ellas.
—Vale... Prepárate para actuar. Si todo sale bien los tres comenzarán a acercarse hacia aquí. Céntrate en el de los sellos, es nuestra prioridad —le indicó, mientras juntaba las manos disimuladamente en tres sellos.
Y entonces comenzó a cantar. Era una melodía sin letra, simplemente tarareada al aire, pero el chakra impreso en su voz le confería un aire místico, etéreo y, sobre todo, magnético como un imán. Los tres bandidos callaron sus voceríos al unísono y fijaron sus ojos como platos en Ayame, que seguía cantando como si fuera lo más normal del mundo en una situación como aquella. No fueron los únicos, los rehenes también se quedaron mirándola, absolutamente extrañados ante lo inusual de aquella escena. Pero fue poco después cuando, lentamente, los tres malhechores comenzaron a andar hacia ella, mudos, absortos, casi hipnotizados. El último en comenzar a andar fue el de los explosivos. Pero las dos kunoichi sabían que aquel debía ser el primero en caer.
Bandido 1:
Voluntad:30
Bandido 2:
Voluntad: 50
Sellos explosivos pegados por todo el torso
Bandido 3:
Voluntad: 20
Bandida (fuera de la escena):
Fuerza: 40
Armada con un cuchillo
¤ Seidō: Ningyo no Uta ¤ Camino de la Voz: Canto de la Sirena - Tipo: Apoyo (Genjutsu auditivo) - Rango: A - Requisitos: Genjutsu 40 - Gastos:
30 CK (impide regeneración de chakra)
15 CK por objetivo adicional (máximo 1 por cada 20 puntos en Genjutsu)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Embelesa el sentido auditivo del objetivo, dejándole parado en el sitio
(Genjutsu 60) El usuario puede potenciar el efecto de la técnica para incitar al objetivo a acercarse a ella
(Genjutsu 100) El usuario puede moverse mientras ejecuta la técnica (ver descripción)
- Sellos: Pájaro → Serpiente → Pájaro (mantenido) - Velocidad: Muy Rápida - Alcance y dimensiones: 8 metros a la redonda del usuario
La cuarta de las técnicas de voz de Ayame.
Con el sello del Pájaro mantenido, Ayame comienza a cantar. Su voz, empapada de su propio chakra, se extiende a su alrededor y a oídos del objetivo va adquiriendo una belleza y un magnetismo sin igual que, tras unos breves instantes, embelesa sus sentidos, dejándole parado en el sitio. Con un mayor dominio de las artes ilusorias, Ayame puede potenciar el efecto de la ilusión hasta el punto en el que esta crea una fuerte sugestión en su cerebro que le provoca el irresistible deseo de acercarse a ella.
Pese a todo, el canto sólo afectará a aquellos cuya Voluntad sea inferior a la Inteligencia de Ayame. Además, en caso de ser afectado, el objetivo saldrá de la ilusión en el momento en el que él o la realizadora de la técnica sufra cualquier daño (o pierda la concentración y deje de cantar en el caso de la última).
Esta técnica requiere de una gran concentración y crea una notable fatiga en sus cuerdas vocales, no podrá utilizarse hasta haber pasado como mínimo dos turnos y no podrá usarla si, por cualquier razón, se ha quedado afónica. En su versión más básica, Ayame será incapaz de moverse mientras la ejecuta. Sólo con un experto dominio de las artes ilusorias será capaz de hacerlo, y aún así lo hará muy lentamente con Inteligencia < 40; de forma lenta con Inteligencia entre 40 y 80, y con normalidad con Inteligencia > 80.
«¡Cuidaos de las sirenas! ¡Escucharlas será...!» — Conversación a bordo del último barco naufragado cerca de Coladragón.
Ranko asintió. Enfocarse en el de los sellos. Entendido. Ayame sorprendió a la de la trenza, pues comenzó a cantar. Tenía una voz muy hermosa, podría escucharla por un largo rato. Antes de que la Kusajin le pudiese dirigir una mirada incrédula por hacer eso en una situación tan peligrosa, se dio cuenta del efecto del canto: los tres criminales comenzaron a avanzar hacia ella sin hablar, inconscientemente.
"¡Es como si estuvieran hechizados!" pensó, asombrada, pero se forzó a no maravillarse de más, pues tenía algo qué hacer.
Apenas el hombre de los explosivos se comenzaba a mover hacia Ayame, víctima de su jutsu, Ranko dio un salto hacia él, moviéndose tan rápido como pudo. Pensó que si utilizaba el Hitoshin para derribarlo y alejarlo, corría el riesgo de activar los sellos. Al estar dentro del rango, concentró chakra en su pierna izquierda y se apoyó firmemente con la derecha.
"A la cabeza, a la cabeza, a la cabeza…"
Ranko lanzó una serie de patadas veloces y potentes, tan rápidas que su pierna se tornaría borrosa por poco menos de dos segundos. Su altura y el que su objetivo estuviese totalmente pasivo le ayudaron a asestar las diez patadas instantáneas al rostro del bandido. Ranko soltó un quejido leve al poner de nuevo la siniestra en el suelo, pues se le había acalambrado.
"¡Agh! ¡Olvidaba esto!"
Ahora venía lo urgente. Estaría atenta a si el hombre caía derribado, en cuyo caso intentaría evitar que cayera de golpe al suelo, para luego arrastrarlo con cuidado pero con prisa hacia la puerta. En caso de que el hombre no cayera, sino que despertase y dejase de escuchar el canto de Ayame, Ranko prepararía un segundo Shunjukkyaku, esta vez con su pierna derecha. La chica esperaba que no fuese necesario.
¤ Hakuto no Shunjukkyaku ¤ Diez Patadas Instantáneas del Conejo Blanco - Tipo: Ofensiva - Rango: B - Requisitos: Taijutsu 50 - Gastos: 60 CK - Daños: 100 PV - Efectos adicionales: La pierna usada se acalambra durante el siguiente turno, por lo que no se puede lanzar patadas con ella. - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
El usuario concentra una enorme cantidad de chakra en una pierna y la libera en una ráfaga de diez patadas que se ejecutan en sucesión en extremo rápida, al punto que se dan en un segundo y medio. Aunque cada patada por sí misma no es tan fuerte, la ventaja del Shunjukkyaku es la velocidad a la cual las propina. El usuario tiene que estar sobre terreno firme para ejecutar esta técnica.
Ranko actuó de inmediato. No era demasiado rápida, pero el estado de trance en el que estaban sumidos los tres hombres les impidió reaccionar contra la ofensiva de la kunoichi-conejo, que se arrojó contra el hombre de los explosivos. Ante los estupefactos ojos de Ayame, la de Kusagakure lanzó su pierna izquierda en una sucesión de patadas tan rápida que convirtió su extremidad en apenas un borrón, cada golpe sonando como una piedra contra una pared. El hombre recibió aquella acometida y se vio impulsado hacia atrás, completamente inconsciente, pero Ranko actuó para evitar que cayera al suelo y lo arrastró con cuidado hacia la puerta. Ayame, con un gesto con su cabeza y esperando que su compañera la entendiera, le indicó que lo sacara fuera.
Mientras tanto, los otros dos hombres estaban prácticamente sobre ella. Y Ayame tuvo que moverse, veloz como un relámpago. Su voz se cortó de golpe, y sus manos se entrelazaron inmediatamente en un curioso sello. Los dos bandidos salieron de la ilusión, profundamente confundidos, pero antes de que terminaran de despertar, un clon surgió junto a ella. La verdadera barrió a uno de los bandidos, que cayó al suelo con estrépito, y se apresuró a cerrar unas esposas en torno a sus muñecas.
La réplica de Ayame parecía tener algunos problemas, pues el otro bandido se había armado con una especie de aparato rectangular que echaba chispas, y la muchacha retrocedía, recelosa.
Bandido 1 (Esposado):
Voluntad:30
Bandido 2 (Inconsciente):
Resistencia 10 Voluntad: 50
Sellos explosivos pegados por todo el torso
Hubo un pequeño grito de victoria en la mente de Ranko al ver al hombre caer ante la ráfaga de patadas. Tal como lo había planeado, se apresuró para sostener al hombre por los hombros y a moverse para poder arrastrarlo hacia la puerta. Ayame le hizo un gesto, indicándole que hiciera precisamente eso. La Kusajin asintió, moviéndose tan pronto como pudiese, sin agitar demasiado al hombre. Los sellos explosivos normales no eran tan delicados como para activarse con el movimiento, pero no estaba de más ser cuidadosa.
Los criminales habían atrancado la puerta por medio de unas piezas de madera, encajadas justo debajo del picaporte, de manera que no se podría abrir desde afuera. Sin embargo, no sería mucho problema quitarlas desde dentro. Estaban firmemente puestas, así que le costó a Ranko un par de patadas poder apartarlas. Cuando al fin pudo abrir la puerta, volteó a ver a Ayame. En ese momento eran dos Ayames: una había derribado al primer maleante, mientras que a la otra se le dificultaba enfrentarse al segundo. Una chispa de confrontación surgió en Ranko.
”¡Debería ir a ayudarla! ¡No debería de dejarla sola con dos… no, tres de los terroristas! No. En realidad no debería. Yo tengo otra misión: ¡debo de alejar a este hombre! ¡En cuanto sea seguro, regresaré a por ella!”
No sabía si la gente que estaba atrapada en la posada aprovecharía para escapar, pues ni siquiera le pasó por la mente. Lo que dominó su pensar fue la potencial explosión. Tal como le había dicho a la chica de la luna, no sabía desactivar sellos explosivos. Y arrancarlos sólo los activaría. Es más: sólo tendría que activar uno, el resto se encendería en cadena, o al menos así lo estimó ella. ¿Qué podría hacer, entonces?
Alejarlos lo más posible, eso es.
Tomó rumbo hacia el este, pues las kunoichi habían entrado desde el noroeste, y Ranko calculaba que sería demasiado tiempo para recorrer antes de salir de la ciudad.
”Estoy casi segurísima que Yachi no tiene ninjas… Aunque tal vez… ¡sí! ¡Es posible, aunque ligeramente, que alguien pueda ayudarme!”
—¡A-ayuda! —comenzó, aunque la voz no le dio para gritar tan fuerte. Pensó un segundo cómo decirlo sin que sonara a que era ella quien amenazaba con una bomba —. ¡E-este hombre ti-tiene una bomba! ¡Ayuda!
Claro, Ranko no tendría en cuenta la reacción de la gente. ¿Le ayudaría alguien? ¿Se apartarían para que ella lograra arrastar a un hombre inconsciente fuera de la ciudad? ¿Entrarían en pánico y harían todo más difícil? Nada surcó la mente de la artista marcial, excepto una cosa.
Si lograra alejar al hombre ¿qué pasaría? ¿Lo dejaría allí, sin guardia, y regresaría? ¿O activaría los sellos y escaparía rápidamente para que sólo le afectaran a él?
¡Qué horribles pensamientos! Este hombre merece un juicio y una sentencia según la ley ¿la ley de Yachi? ¡Y no una explosión!”
Ranko avanzaría hacia el este con paso firme, con un hombre explosivo a cuestas.
Con un par de patadas más, Ranko arrancó las maderas que bloqueaban las puertas principales y salió al exterior cargando con el kamikaze. Entonces, y para estupefacción de Ayame, la de Kusagakure salió al exterior con el bandido. Pero no se detuvo en la calle, no, siguió corriendo hasta que la perdió de vista y dejó de escuchar el sonido de sus pasos.
—¿Pero adónde...? ¡Ah! —No tenía demasiado tiempo para pensarlo. Con su momentánea distracción, el atracador al que estaba reteniendo le había asestado una fuerte patada que la obligó a apartarse a un lado con un gemido de dolor.
Estaba sola. Contra dos... No. Contra tres bandidos.
—¡Vamos, salid de aquí! ¡Rápido! —exclamó, dirigiéndose a los rehenes, que no dudaron ni un instante en aprovechar la oportunidad.
Mientras tanto, el bandido del arma eléctrica alcanzó a la segunda Ayame, que se desvaneció dejando tras de sí una nube de humo y un alarido de dolor.
. . .
Mientras tanto, Ranko siguió corriendo hacia el este. Atravesó múltiples calles sin reparar demasiado en lo que había alrededor, y en más de una ocasión tuvo que esquivar a un viandante para no chocar estrepitosamente contra él.
—¡A-ayuda! ¡E-este hombre ti-tiene una bomba! ¡Ayuda!
Como era obvio, aquellos gritos desataron el pánico. Y la quietud característica de Yachi se convirtió de repente en una salvaje jungla donde imperaba la ley de la supervivencia del más fuerte. Chillidos, niños llorando, padres buscando a sus hijos para salir corriendo en cuanto antes, gente abandonando sus casas, más y más alaridos... Y ninguna ayuda.
El grito mental de Ranko se tornaría de victoria a pánico, tal como el pánico que había desatado en las calles.
"¡No, por favor! ¡Rayos, rayos, rayos!"
Nadie parecía prestarle atención, excepto, claro, a la parte donde dijo que había una bomba en el lugar. Todos pasaban de ella, y nadie se atrevía a —o podía —ayudarle. Si bien una mente calmada piensa mejor, a Ranko no se le ocurrían muchas ideas. Se había alejado un buen tramo de la posada, por lo que supuso que ya estaba fuera del rango de los sellos. Pero ahora estaba en un lugar abierto, con muchas personas cerca, y con otros edificios dentro del potencial destructivo de los sellos. Si tan sólo supiera qué tan potente eran…
"¡Con toda esta gente no podré alejarme lo suficientemente rápido! ¡No puedo sacarlo de la ciudad! ¡Qué pésima decisión de mi parte!" Ranko se había detenido, y ahora miraba en derredor, a la gente que… "Que huye… Si no puedo alejarlo de aquí, sólo puedo hacer que se alejen ellos. O al menos puedo intentarlo."
Colocó al hombre en el suelo, en la parte más amplia de la calle, aquella con los edificios más pequeños que pudo encontrar en el momento, y aspiró profundamente. Muy pocas veces había hecho algo así, pero ahora era un momento de crisis. Tenía que hacer algo que iba casi en contra de su naturaleza.
Gritó.
—¡ESTÁ AQUÍ! ¡ALÉJENSE DE LA BOMBA! ¡ALÉJENSE DE AQUÍ!
Rogaba que escucharan. Claro que podría incitar más al caos, pero al menos les estaba dando un punto del cual escapar, del cual alejarse. No era un plan brillante, pero era mejor que nada, o al menos eso supuso. Rogó de nuevo a todos los dioses que la gente la escuchara.
Huyera la gente de Yachi a como quería o no, Ranko tendría otro problema si quería regresar a [i]Cucurbita[i], pues no podría correr plenamente sin darse de codazos con todos. Y mucho menos podría lanzarse con un Hitoshin, a menos que quisiera derribar a los transeúntes. Así que corrió a como pudo de vuelta a la posada, deseando que tanto el hombre se mantuviese inconsciente como que fuese un lugar lo suficientemente alejado; y esperaba además que Ayame hubiese podido apañárselas sola por el momento.
"Le deberé mil servicios a los dioses si nos salvan hoy."
Ranko se detuvo en una zona bastante amplia de la calle, rodeada de aquellas casitas construidas al estilo traidicional que caracterizaba al agradable pueblo de Yachi. Y tras dejar al bandido en el suelo aspiró profundo y soltó una nueva exclamación:
—¡ESTÁ AQUÍ! ¡ALÉJENSE DE LA BOMBA! ¡ALÉJENSE DE AQUÍ!
Y sus gritos invocaron una nueva invocación. Los habitantes de las casitas salieron a todo correr entre alaridos de terror y gritos alarmados. Pronto, la kunoichi de Kusagakure se quedó completamente a solas con el bandido inconsciente, y decidió abandonarlo allí a su suerte mientras volvía corriendo a Cucurbita. Cuando abrió la puerta, se encontró con que no quedaba nadie en la posada, a excepción de Ayame y dos de los bandidos: ambos yacían inconscientes, uno con las manos atadas tras la espalda con hilo shinobi y el otro en una postura similar pero esposado. De la mujer no había rastro aún. Afortunadamente, parecía que los rehenes habían podido escapar sin problemas.
—¿Ranko-san? —preguntó Ayame, evidentemente sorprendida por el regreso de la kunoichi de Kusagakure en solitario. Jadeaba ligeramente, pero no parecía estar herida—. ¿Y el otro dónde esta?
Al entrar a la posada de nuevo, Ranko tuvo un choque de emociones. Una parte de ella se alegró y emocionó al ver que Ayame se había encargado de los dos criminales de la recepción. Otra parte se sintió muy tonta de haber regresado a intentar rescatar a la Amejin, pues ella había sido capaz de arreglárselas sola. En especial cuando ella le preguntó dónde estaba el de la bomba.
—A-ahm… Yo… Lo dejé en un área abierta. ¡N-no había nadie cerca! Y-y tenía que ayudar a Ayame-san... A-aunque…
Se le acercó, aunque no podía ayudarla realmente.
"Qué inútil me siento… Aunque lograra sacar al tipo de los sellos, no pude hacer mucho más…"
—Solamente falta la mujer… —dijo mientras alzaba la vista al techo, como si pudiese ver a través de él —. Ayame-san, ¿debería de ir a por ella o debería regresar con el de los sellos? —Su tono era serio, como de quien pide órdenes a su superior.
Claramente, Ayame tenía más experiencia y habilidad que ella, y parecía tomar mucho mejores decisiones. Ranko la consideró a cargo de la situación, y estaba dispuesta a seguir sus instrucciones.
—A-ahm… Yo… Lo dejé en un área abierta. ¡N-no había nadie cerca! Y-y tenía que ayudar a Ayame-san... A-aunque…
Ayame se quedó con la boca abierta sin pretenderlo. ¿Que había dejado a un maleante empapelado con sellos explosivos en mitad de la calle? ¿Sin ningún tipo de vigilancia? ¿Pero en qué estaba pensando? Se contuvo las súbitas ganas que tuvo de estirarse de los pelos, y en su lugar se masajeó el puente de la nariz mientras dejaba escapar un largo y tendido suspiro en el que intentaba descargar toda la tensión acumulada.
—Solamente falta la mujer… —oyó la voz de Ranko cerca de ella—. Ayame-san, ¿debería de ir a por ella o debería regresar con el de los sellos? —preguntó.
Y Ayame no le pasó desapercibido el tono disciplente con el que iba dirigida aquella pregunta, y se sintió algo inquieta. Ella nunca se había considerado con las capacidades de una líder o de dar órdenes a nadie. Además, eran de diferentes aldeas, por lo que ella no tenía ningún tipo de potestas sobre ella, con Alianza o sin ella. Pero lo dejó escapar en aquella ocasión. No tenían tiempo de ponerse quisquillosos con los tratos.
—No, tú sabes mejor que yo dónde le has dejado. Si tuviera que buscarle yo sólo perderíamos más tiempo —explicó Ayame, rápidamente—. Ve, yo mientras buscaré a la que falta. Debe haber ido hacia arriba, no tiene escapatoria.
La decepción era visible (y audible) en Ayame. Ranko sintió retortijones de la vergüenza. Se encogió anímicamente, y se sintió diminuta.
"¡Aaaaah! ¡Es el peor momento para cometer errores! ¡Ranko, tonta, tonta!"
La Amejin decidió no decirle nada directamente, solo asignarle el ir a buscar al hombre de nuevo. Ranko, ansiosa por reivindicarse, asintió al instante y salió de la posada de nuevo. Dio un par de rápidas zancadas y, cuando estuvo lo suficientemente lejos para no afectar ninguna estructura, un salto, luego concentró chakra en sus piernas para dar una patada doble al suelo al caer.
—¡Hitoshin!
La tierra se resquebrajó al dar un potente salto en dirección al sitio donde había colocado al hombre, avanzando un tramo de varios metros velozmente. Por fortuna, había tomado un camino relativamente recto, y no le sería difícil ubicarlo. Si hubiese dado más de un par de giros, tal vez se habría perdido también…
Mientras corría a toda velocidad, pensaba en dos cosas. Primero, maldecía sus piernas, pues eran muy fuertes pero muy lentas. Segundo, se preguntaba cómo había hecho Ayame para someter a los dos criminales y cómo haría para detener a la restante. ¿Sería todo Genjutsu? ¿Usaría Taijutsu como Rōga? ¿Qué elemento usaría? Un pequeño deseo de combate surgió en la Kusajin, aunque pronto lo dejaría a un lado para concentrarse.
En unos segundos debería ver al hombre, recostado en la calle abierta, con ya muchos habitantes alejados.
"Oh, por favor, que no se haya despertado. Que siga inconsciente, por favor… Sin el jutsu de Ayame-san será muy difícil derribarlo..."
Ranko echó a correr tan rápido como pudo. Aunque sus piernas, pese a ser realmente potentes, no le permitían desplazarse a un ritmo demasiado rápido, la kunoichi de Kusagakure llegó en cuestión de minutos al lugar donde había dejado al bandido empapelado de sellos explosivos.
Para su pesar, la calle donde le había dejado se encontraba completamente desierta. Los civiles, aterrorizados, debían de haber escapado a toda velocidad y del asaltador no había ni rastro. Su cuerpo, antes inerte e inmóvil, había desaparecido como si jamás hubiese estado allí. No parecía haberse inmolado, pues no había rastro alguno de que se hubiese producido una explosión: ni suelo quemado, ni escombros, ni restos humanos...
Simplemente, parecía haberse desvanecido en el aire.