Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¡Doña listilla, ya sé que estás bien! —resopló Daruu, cruzado de brazos—. Te estábamos viendo desde allá arriba —protestó—. Bueno, te estaba viendo desde allá arriba.
Ayame abrió y cerró varias veces la boca, como si le faltara el aire. Incapaz de creer lo que estaba escuchando. ¡Podía creerlo viniendo de su hermano, que era tan frío como su nombre! ¿Pero de Daruu? Oh, no, de él nunca se habría esperado una respuesta.
—¡Ah, pues muy bien! ¡Menos mal! —replicó, sacudiendo los brazos en el aire. Dolida, se alejó del grupo adentrándose en la cueva y se refugió en un rincón, apoyada contra la piedra y con los brazos cruzados.
La voz de Kokuō acudió a su mente.
«¿Cree que es un buen momento para...?»
—¡Me da igual! —Exclamó en voz alta sin querer. Pero no le importó, simplemente giró la cabeza y cerró los ojos respirando profundamente. ¿Así era como la recibían después de creerla muerta? ¿Después de creerse ella misma que iba a morir? ¡Allá les partiera un rayo!
Mientras, Kōri y Yokuna seguían hablando entre sí.
—Eres famoso, Hielo —dijo Yokuna,inclinando la cabeza con respeto—. En realidad, los tres sois famosos. He oído lo que les pasó a esas Náyades, ¡ja! Llevábamos años tras ellas. Tú debes ser el hijo de Kiroe, ¿no? —añadió, refiriéndose a Daruu.
—Sí. Escuche, estos críos...
Yokuna les hizo un breve pero detallado informe de los acontecimientos durante su llegada.
—Claro de Hitoya era el último asentamiento. Han arrasado con todo. Han convertido el bosque en una cacería salvaje.
—Si pudiéramos devolver a estos chiquillos a Amegakure... podríamos centrarnos en cazarlos nosotros a ellos.
Kōri se volvió hacia Daruu.
—¿A cuántas personas puedes teletransportar con tu técnica? —le preguntó, sin rodeo.
Ayame, desde su escondite, sintió un ligero escalofrío. Se le había vuelto a olvidar dejar una marca en Amegakure. Otra. Vez.
Hubo un destello carmesí en la habitación de Amedama Daruu.
El joven cayó en el colchón junto a los tres chiquillos, que gimieron asustados. Daruu se preocupó de que ninguno de ellos había sufrido ningún daño y dibujó una marca de sangre en el cabecero de la cama.
—¿Veis? Os dije que no iba a pasar nada malo —dijo—. Ahora estáis en un lugar seguro.
La niña pelirroja fue la única que habló por primera vez.
—Mis padres no volverán...
Daruu chasqueó la lengua. No se le daba bien tratar con niños, y aquellos habían pasado por algo muy duro.
—Eso es verdad —Daruu se acuclilló junto a ella. Los otros dos sollozaban a cierta distancia. Todavía no se fiaban de nada ni de nadie, aunque no tenían más remedio que hacer lo que aquellos ninjas, que parecían al menos más civilizados que los que habían asesinado a sus padres, les decían—. Y nadie va a poder cambiar eso. Yo perdí a mi padre antes de nacer, y no sé lo que es pasar por lo que estáis pasando. Tengo además la suerte de tener a mi madre. Pero también encontré otras personas a las que considero mi familia. Y los quiero igual. —Daruu acarició la mejilla de la niña y le limpió una lágrima con el dedo índice—. Sé que lo que diga no va a valer para nada, pero tenéis que confiar en Amegakure. Esta Villa será vuestro hogar algún día. Quizás no ahora. Quizás no en mucho tiempo. Pero ahora mismo... —Daruu se levantó y se sacudió las manos—. Ahora mismo estáis a salvo, y os voy a presentar a una persona que os va a encantar, ya veréis. —Daruu abrió la puerta de la habitación—. ¡Seguidme!
Los niños se miraron entre ellos, Chīro asintió a los demás y fue la primera en moverse. Quizás sin la pelirroja los otros dos no estarían tan tranquilos, pensó Daruu. Ella era la que más serena estaba, a pesar de las circunstancias. El shinobi acompañó a los niños al piso de abajo, a la Pastelería de Kiroe-chan, donde tuvo que dar unas cuantas y largas explicaciones.
—Espero que puedas ocuparte de ellos un rato —dijo Daruu, mientras observaba a los niños mordisquear una tableta de chocolate cada uno—. Pobres... te juro que voy a acabar hasta con el último de esos monstruos.
Kiroe suspiró.
—El mundo está lleno de esta gente. Lo mejor que podemos hacer es cumplir con nuestro deber y luego ocuparnos de las víctimas —Kiroe echó un buen vistazo a los chiquillos—. Voy a ver qué puedo hacer para ahorrarles el mal trago de luego. Supongo que alguien tendrá que ocuparse de ellos, y lo último que necesitan ahora mismo es que se presenten aquí cuatro ANBU con sus máscaras y sus espadas y les den otro susto.
—¿Pero me harás el favor de avisar en la Torre de la Arashikage? No te los vas a poder quedar para siempre.
—Lo sé. Intentaré acompañarles yo misma. ¿Te vas ya?
—Mi original necesita el chakra. —El Kage Bunshin de Daruu sonrió, se encogió de hombros y desapareció en una solitaria nube de humo.
· · ·
Daruu se acuclilló al lado de Ayame.
—Ayame, ¡por favor! ¡Sabes que no estaría así de sereno si pensase que has corrido algún peligro! —dijo—. Venga, no te piques.
—¡Amedama! —llamó Yokuna—. Esa técnica tuya... ¿a dónde te los has llevado, exactamente?
—A mi casa —dijo Daruu, levantándose y dirigiéndose a él—. Con mi madre. Confío en que ella se ocupe de ellos. Ahora están a salvo. Pero necesitaré recuperar algo de chakra, llevar a tanta gente me agota.
Yokuna suspiró.
—Bien. No creo que ellos puedan acceder a esta gruta tan fácilmente, así que necesitamos planear nuestros siguientes movimientos muy bien. Lo ideal sería que Daruu descansara hasta poder localizar algún grupo de exiliados que esté distraído descansando. Entonces nos separaremos en dos grupos.
»Daruu y Kōri irán por un lado. Con el Byakugan, podrán hacer una búsqueda activa de individuos aislados. A no ser que nos puedas prestar un Kage Bunshin.
—Usar la vista telescópica durante más de unos minutos me deja sin poder ver nada bastante tiempo. Será mejor que no lo hagamos así.
—Está bien. entonces, seguimos con el plan. Vosotros dos iréis peinando el bosque, y nosotros dos atacaremos por sorpresa a los grupos distraídos. Si tenéis algún comunicador, mejor. Podremos coordinarnos. No tengo ni idea de cuántos son, pero el otro día me emboscaron diez de ellos.
Daruu se apoyó en una pared y se llevó una mano a la frente.
—Espero que no se nos escape ninguno...
—Lo importante es que acabemos con los cabecillas y causemos suficientes bajas para que dejen de ser los Lobos de Azur y se conviertan, simplemente, en genin descarriados. Sólos. Asustados. Fáciles de cazar.
—Oye, ¿y cómo es que no sabemos cuántos son? —increpó Daruu, de pronto—. ¿No se supone que la aldea tiene un registro de la gente que viene y se va?
19/01/2020, 21:25 (Última modificación: 19/01/2020, 21:34 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero Daruu no estaba dispuesto a dejarla sola.
—Ayame, ¡por favor! ¡Sabes que no estaría así de sereno si pensase que has corrido algún peligro! Venga, no te piques.
Ella le devolvió una mirada furibunda y entrecerró peligrosamente los ojos.
—¿Que no me pique? —siseó, en apenas un susurro—. "¡Ayame! ¿Cómo estás? ¡Me alegro de ver que estás bien!" ¡Quizás un abrazo, quizás un beso! ¡No! ¡Directamente apareces aquí, sin más! ¿Es mucho pedir algo de preocupación? ¿Tan poco te importo ya?
—¡Amedama! —les interrumpió Yokuna—. Esa técnica tuya... ¿a dónde te los has llevado, exactamente?
—Bah, olvídalo —Ayame resopló y se levantó, apartándose de nuevo de Daruu para dirigirse hacia el búho nival y acariciar su pico con mimo.
—A mi casa —respondió él, levantándose y dirigiéndose a él—. Con mi madre. Confío en que ella se ocupe de ellos. Ahora están a salvo. Pero necesitaré recuperar algo de chakra, llevar a tanta gente me agota.
Después de aquello, Yokuna expuso los siguientes pasos que darían: Daruu debería descansar para recuperar las fuerzas perdidas en el teletransporte. Después, localizaría con su Byakugan algún grupo de exiliados que se encontrara lo suficientemente distraído para asaltarlos y entonces se separarían en dos grupos: Ayame y Yokuna por un lado, y Daruu y Kōri por otro.
«Mejor.» Pensó Ayame, llena de rencor. Y aún así rebuscó en su portaobjetos, sacó algo y se lo lanzó a Daruu sin mediar palabra alguna: un comunicador avanzado extra que siempre llevaba consigo.
—Oye, ¿y cómo es que no sabemos cuántos son? —preguntó Daruu, de pronto—. ¿No se supone que la aldea tiene un registro de la gente que viene y se va?
—Conocemos la gente que abandona Amegakure, pero supongo que no contamos con aportes externos de delincuentes o incluso exiliados que provengan de otras aldeas —supuso El Hielo.
—De hecho, sí que tenemos datos sobre los líderes y algunos genin más que se unieron a la causa —admitió Yokuna—. Los demás o bien son saqueadores sin más, que se unieron a ellos... o gente a la que los cabecillas están empezando a enseñar Ninjutsu básico. El problema no es su fuerza, es su número y que han hecho de este bosque su hogar.
—¿Enseñar Ninjutsu? —dijo Daruu—. Tiene sentido. Hemos matado a una de ellas antes. Decía que el propósito inicial era crear una Aldea Oculta nueva... —Miró a Ayame—. Nejima y Kodama están muertos, ambos.
—¡Dos de los cabecillas! ¿Cómo los conocíais?
—Larga historia —Daruu hizo un ademán con la mano, cortando al Cazador.
—Como sea. El último de ellos es un chūnin renegado muy peligroso. Su nombre es Uchiha Ōkami.
—¡Oh, genial! ¡Un Uchiha! ¡Mira qué bien! —exclamó Daruu con sarcasmo, alzando los brazos—. Los niños ya están a salvo, por cierto. —El muchacho se dirigió a Ayame y le tendió la mano para levantarse—. Ayame... lo siento. Será mejor que estemos en sintonía contra estos cabrones, ¿vale? —Con la otra mano, se ajustó el comunicador.
»Yokuna-san. Tengo una idea, quiero que me digáis si tiene sentido: yo os indicaré la posición de los enemigos que estén quietos. Si no están quietos, esperaremos a que lo estén. Vosotros los cazaréis, y nos lo diréis por el comunicador. Yo procuraré recordar dónde os había señalado antes y miraré por vuestros alrededores para seguir eliminándolos. Uno a uno.
—Por mí, bien. ¿Los demás? —Yokuna se encogió de hombros.
—A mí nadie me ha preguntado. ¿Yo qué hago, eh? —El gigantesco halcón, que se había mantenido en silencio desde que llegaron los otros dos jōnin, hizo que Daruu diera un respingo—. Bah, ya sé lo que me vas a decir, Yokuna. Conozco esa mirada. La chica puede valerse por sí misma y tú no te desenvuelves bien por el bosque, ñiñiñi —se burló—. Mensaje recibido.
Takeshi estalló en una nube de humo. El búho de Kōri ululó confundido, mirando a su maestro.
—De hecho, sí que tenemos datos sobre los líderes y algunos genin más que se unieron a la causa —admitió Yokuna—. Los demás o bien son saqueadores sin más, que se unieron a ellos... o gente a la que los cabecillas están empezando a enseñar Ninjutsu básico. El problema no es su fuerza, es su número y que han hecho de este bosque su hogar.
—¿Enseñar Ninjutsu? —dijo Daruu—. Tiene sentido. Hemos matado a una de ellas antes. Decía que el propósito inicial era crear una Aldea Oculta nueva... Nejima y Kodama están muertos, ambos —añadió, intercambiando una significativa mirada con Ayame.
Ella agachó ligeramente la cabeza, sombría.
—Bien —fue todo lo que dijo. Tal y como le había pasado con Nejima, aquella noticia le despertaba sentimientos contradictorios. Y lo odiaba.
Entonces Yokuma anunció que el pez gordo del grupo se trataba de un Uchiha. Uchiha Ōkami.
—Al menos sabemos cómo luchan. No nos pillará desprevenidos. Pero... —intervino Ayame, desde su posición.
—Pero no deja de ser peligroso. Muy peligroso —asintió Kōri—. Recordad: no debéis enfrentarlo a solas. La superioridad numérica es nuestra mejor baza para luchar contra un Uchiha.
Daruu se acercó a Ayame, que le miró con un mohín de disgusto.
—Ayame... lo siento —dijo, tendiéndole la mano para ayudarla a reincorporarse—. Será mejor que estemos en sintonía contra estos cabrones, ¿vale?
—Sí... bueno... vale... —replicó, a regañadientes.
—Ya conocéis la señal de radiofrecuencia —les dijo Kōri, preparando también su comunicador—. Y cuidado con las baterías.
Daruu le expresó a Yokuna una idea de acción: él le iría señalando los objetivos inmóviles, y ellos se encargarían de darles caza. El comunicador sería su medio de comunicación.
—Por mí, bien. ¿Los demás? —preguntó Yokuna.
—A mí nadie me ha preguntado. ¿Yo qué hago, eh? —graznó Takeshi, y Daruu dio un respingo de la sorpresa al comprobar que hablaba—. Bah, ya sé lo que me vas a decir, Yokuna. Conozco esa mirada. La chica puede valerse por sí misma y tú no te desenvuelves bien por el bosque, ñiñiñi . Mensaje recibido.
Y se desvaneció en una nube de humo.
—¿Uh uuh? —ululó el búho nival, girando la cabeza hacia Kōri con sus ojos dorados abiertos como platos y una graciosa cara llena de confusión.
—Tú no, Yukyō —le dijo El Hielo, acariciándole el pico—. Aún te necesitamos.
—¿Tenemos... tenemos que matarlos a todos de verdad? —expresó Ayame. Y al sentir todas las miradas cayendo sobre ella se le encendieron las mejillas. No podía evitarlo, era una idea que le desagradaba por completo. Nunca se acostumbraría a tener las manos manchadas de sangre.
Y aunque todos desviaron la mirada hacia Ayame, Daruu y Kōri no dijeron palabra alguna. Fue Yokuna quien rompió el silencio.
—Me llaman el Cazador porque me especializo en rastrear y acabar con exiliados de Amegakure fuera de la aldea —dijo—. Al principio, cuando Yui-sama me enviaba a estas misiones, sentía lo mismo que tú. A veces he tenido que matar a un chiquillo descarriado cuyo crimen consistió en largarse de la Villa sin avisar. No he sentido remordimiento, pero tampoco sentí estar haciendo justicia.
»Pero gente como esta... —Chasqueó la lengua, negó con la cabeza y cerró los ojos—. Los he visto torturar y violar, matar a hombres, mujeres y niños por igual con una sonrisa en el rostro. Los he visto relamerse con la sangre de sus víctimas. Matar a esta gente es hacer justicia.
—Basta, he oído suficiente —espetó Daruu, rojo de ira, y activó de nuevo su Byakugan. Levantó la vista al cielo y comenzó a rastrear—. Vais a tener suerte. Hace un rato, detecté a varios de ellos alrededor de una hoguera. Dos kilómetros al este de aquí, quizás un poco más. Muy cerca del borde del precipicio, unos veinte metros hacia el exterior del bosque. Siguen ahí. Hay alguno dormido, y sus chakras no son poderosos. Tienen pinta de enclenques. A todas luces una presa fácil.
»Vámonos, sensei, hacia el oeste. No puedo usar la visión telescópica continuamente, pero lo haré a intervalos y podremos cazarlos poco a poco —Se rascó la barbilla, pensativo—. Quizás podría invocar a algunos gatos para que nos ayuden a rastrear... no tienen tan buen olfato como los perros, pero...
—Oh, ¿tú también sabes invocar, Amedama? Como recomendación personal... te recomiendo que reserves el chakra para pelear y para usar tu dōjutsu. Por muy bien que pudieran rastrear, el Byakugan puede ver hasta... ¿cuánto, dos, tres kilómetros?
20/01/2020, 14:03 (Última modificación: 20/01/2020, 16:23 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Pobrecito... —murmuró Ayame, ante la protesta ofendida de Takeshi.
Todos se quedaron mirándola en silencio cuando expuso sus dudas, pero fue Yokuna el que tomó la palabra:
—Me llaman el Cazador porque me especializo en rastrear y acabar con exiliados de Amegakure fuera de la aldea —dijo. Y Ayame no pudo evitar pensar en lo irónico que era que Daruu y ella estuviesen siguiendo una trayectoria similar—. Al principio, cuando Yui-sama me enviaba a estas misiones, sentía lo mismo que tú. A veces he tenido que matar a un chiquillo descarriado cuyo crimen consistió en largarse de la Villa sin avisar. No he sentido remordimiento, pero tampoco sentí estar haciendo justicia. Pero gente como esta... —añadió, chasqueando la lengua y negando con la cabeza—. Los he visto torturar y violar, matar a hombres, mujeres y niños por igual con una sonrisa en el rostro. Los he visto relamerse con la sangre de sus víctimas. Matar a esta gente es hacer justicia.
—Basta, he oído suficiente —pidió Daruu, rojo de ira y el Byakugan activado. Había levantado la mirada hacia el techo de la cueva—. Vais a tener suerte. Hace un rato, detecté a varios de ellos alrededor de una hoguera. Dos kilómetros al este de aquí, quizás un poco más. Muy cerca del borde del precipicio, unos veinte metros hacia el exterior del bosque. Siguen ahí. Hay alguno dormido, y sus chakras no son poderosos. Tienen pinta de enclenques. A todas luces una presa fácil. Vámonos, sensei, hacia el oeste. No puedo usar la visión telescópica continuamente, pero lo haré a intervalos y podremos cazarlos poco a poco.
Ayame asintió en silencio. A todas luces, aquel sería su primer objetivo como Cazadores, mientras Daruu y su hermano actuaban de rastreadores.
—Intenta ser conservador con tus ojos. Lo último que necesitamos es que te quedes ciego del sobreesfuerzo —le previno Kōri.
—Quizás podría invocar a algunos gatos para que nos ayuden a rastrear... —Daruu se rascó la barbilla, pensativo—. No tienen tan buen olfato como los perros, pero...
—Oh, ¿tú también sabes invocar, Amedama? —constató Yokuna.
Y Ayame fue consciente entonces... de que todos allí podían invocar, menos ella. Búhos, halcones, gatos. No pudo evitarlo, volvió a sentir la envidia corroyéndola por dentro. Sentía que volvía a quedarse atrás.
—Como recomendación personal... —continuaba hablando Yokuna—. Te recomiendo que reserves el chakra para pelear y para usar tu dōjutsu. Por muy bien que pudieran rastrear, el Byakugan puede ver hasta... ¿cuánto, dos, tres kilómetros?
—Cinco y medio —contestó Daruu, rebosante de orgullo—. ¿Nos vamos?
Kōri asintió, se subió a su búho nival, que aleteó con suavidad al sentir que volvía a ser necesitada, de un salto y le tendió la mano a Daruu para que hiciera lo mismo.
—Vamos.
Ayame, por su parte, dirigió un instante a la pared de la cueva y dibujó con la sangre de su dedo pulgar el ideograma de Luna. No iba a permitir un nuevo descuido. Sólo una vez hubo terminado con ello, volvió a entrelazar las manos en el sello del Pájaro y desplegó sus alas de agua tras ella.
—Yo también estoy lista. Te sigo, Yokuna-san.
¤ Hikōgo no Jutsu ¤ Técnica del Pez Volador - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos:
Hōzuki 60
Suika no Jutsu
- Gastos: 30 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:
Permite al usuario volar
Las alas tienen una resistencia de 20 PV
- Sellos: Pájaro - Velocidad: Muy rápida (formación) - Alcance y dimensiones: Las alas tienen una envergadura total de cuatro metros
Usando la técnica del Suika no Jutsu como base, el usuario multiplica el agua del interior de su cuerpo con ayuda del chakra y la expulsa a través del centro de su espalda. El agua no llega a desprenderse de su cuerpo, sino que se divide y toma direcciones opuestas, formando tras la kunoichi dos alas constituidas enteramente por este líquido que parecen brillar con cristales de lapislázuli y que le permite volar con casi total libertad hasta un máximo de 10 metros de altura.
La velocidad de desplazamiento y los movimientos que pueda realizar en el aire dependerán de la Poder y la Inteligencia del usuario (que sustituirán a los correspondientes atributos de Agilidad y Destreza para cuestiones como acrobacias). Sin embargo, dado que el usuario está utilizando la técnica de la hidratación como base, las alas se desharían de inmediato si llegase a recibir un ataque que le obligara a convertir todo su cuerpo en su forma líquida o si fueran estas las que sufrieran un daño superior a 20 PV, de manera que el usuario debería volver a pagar el coste energético si deseara volver a formarlas.
«Las aves no son las únicas que son capaces de surcar los cielos. ¿Acaso no has oído hablar de los peces voladores?» —Aotsuki Ayame.
20/01/2020, 17:05 (Última modificación: 20/01/2020, 17:08 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Daruu tomó la mano de su maestro y subió al búho junto a él. Ambos se elevaron en el aire para subir al borde del precipicio y dirigirse hacia el oeste.
—Es difícil tratar de ser conservador si tengo que estar buscando todo el rato chakras por el bosque... intentaré tomar breves descansos de vez en cuando —confesó el muchacho.
· · ·
Abajo, Ayame y Yokuna se quedaron a solas. La chica desplegó sus alas de agua e indicó al Cazador que ya estaba lista para actuar. No obstante, el hombre le detuvo mostrándole la palma de la mano.
—Espera un momento —dijo, mirando detenidamente sus alas—. Antes me pareció que te ibas a referir al Hielo como hermano. Eso significa que eres... Aotsuki Ayame, la Guardiana. —No era una pregunta. Yokuna entrecerró los ojos suspicazmente—. Hija de Aotsuki Zetsuo, invocador de águilas. Hermana de Aotsuki Kōri, invocador de búhos. Y ahí estás, de pie, con unas alas hechas de agua. Parece que tu familia tiene cierta afinidad con las aves, ¿eh? —dijo. Echó las manos por encima de sus hombros y se desenganchó de las correas de la espalda el enorme pergamino que Ayame había visto antes—. Bien, Aotsuki Ayame. Esto es lo que te propongo:
»¿Te gustaría formar parte de la familia de los Halcones de Sora-Su? Firma este pergamino con tu sangre, y tú podrás invocarlos. —Yokuna sonrió—. Verás con qué cara se quedan —rio.
De firmar, Ayame obtendría su Pacto de Invocación. Esta decisión es compartida por toda la administración, tengo permiso para dárselo en esta trama.
Sin embargo, Yokuna le indicó que aguardase un instante. Ayame se volvió hacia él, interrogante.
—Espera un momento —dijo, con sus gélidos ojos clavados en sus alas.
—¿Qué... ocurre...?
—Antes me pareció que te ibas a referir al Hielo como hermano. Eso significa que eres... Aotsuki Ayame, la Guardiana —afirmó, suspicaz.
—Sí, bueno... pero prefiero que me llamen Ayame, simplemente. Eso de Guardiana no va conmigo —respondió ella, agitando una mano en el aire.
Pero Yokuna no había terminado ahí:
—Hija de Aotsuki Zetsuo, invocador de águilas. Hermana de Aotsuki Kōri, invocador de búhos. Y ahí estás, de pie, con unas alas hechas de agua. Parece que tu familia tiene cierta afinidad con las aves, ¿eh? —constató, mientras echaba las manos por encima de los hombros y desenganchaba el enorme pergamino con el que cargaba. Ayame ya lo había visto antes, pero había supuesto que serviría para algo relacionado con complejas y complicadas técnicas de sellado que nunca comprendería, por lo que no le había prestado demasiada atención. No tardaría en darse cuenta de lo que equivocada que estaba—. Bien, Aotsuki Ayame. Esto es lo que te propongo: ¿Te gustaría formar parte de la familia de los Halcones de Sora-Su? Firma este pergamino con tu sangre, y tú podrás invocarlos —Yokuna sonrió—. Verás con qué cara se quedan —añadió, con una risotada.
Pero Ayame se había quedado congelada en el sitio, como si le costara un colosal esfuerzo procesar la proposición de Yokuna. Toda su vida, desde que era niña y había visto a su padre invocar águilas por primera vez, había soñado con poder hacer algo así. No fueron pocas las veces que le pidió a su padre que le enseñara a invocar águilas, o a su hermano para invocar búhos como él. Pero siempre se negaron alegando que aún no estaba preparada para ello. Después llegó Daruu, invocando gatos, y la joven se sintió hundida y atrasada. Y ahora el sino parecía estar confirmándole que ella nunca había estado destinada para las águilas o los búhos, sino para otra familia muy relacionada con ellos, pero al mismo tiempo muy diferente: los halcones.
¿Pero así? ¿Tan de repente?
—S... ¿Seguro...? —balbuceó, sin embargo—. ¿Por qué...? ¿Por qué me da algo así sin siquiera conocerme? Q... Quiero decir...
Mientras Yokuna hablaba, desengancharse el broche que mantenía cerrado el pergamino y lo extendía en el suelo. Había una extensa lista de nombres, cada uno de ellos escrito con sangre. Después del de Yokuna, había dos más, de hecho.
—Nada más llegar, te estabas preocupando ya por los niños —dijo—. Pareces buena persona y antes te he visto acariciando al búho de tu hermano. Te acabas de compadecer de Takeshi, que solo estaba bromeando. Así que sé que tratarás bien a estos animales, y que ya tienes experiencia con aves similares. Tu padre y tu hermano tienen pactos firmados con sendas familias de rapaces. Esas alas de agua me han recordado a algo que vas a ver muy pronto —explicó—. Hay maestros del pergamino del pacto que son muy recelosos con quiénes firman, pero a mí me bastan un par de buenas razones y una pequeña corazonada. Bueno, ¿quieres o no? —apremió—. Te recuerdo que tenemos prisa.
Yokuna terminó de desengancharse el pergamino y lo extendió sobre el suelo. Para estupefacción de Ayame, podía entender a la perfección su contenido: eran nombres, nombres desconocidos para ella (a excepción del de Amatsu Yokuna) escritos con sangre. De hecho, justo después de la firma de este había dos más. Los últimos que habían firmado el pacto.
—Nada más llegar, te estabas preocupando ya por los niños —respondió con simpleza—. Pareces buena persona y antes te he visto acariciando al búho de tu hermano. Te acabas de compadecer de Takeshi, que solo estaba bromeando. Así que sé que tratarás bien a estos animales, y que ya tienes experiencia con aves similares. Tu padre y tu hermano tienen pactos firmados con sendas familias de rapaces. Esas alas de agua me han recordado a algo que vas a ver muy pronto.
«¿Algo que voy a ver muy pronto?» Se quedó con las ganas de preguntar.
—Hay maestros del pergamino del pacto que son muy recelosos con quiénes firman, pero a mí me bastan un par de buenas razones y una pequeña corazonada. Bueno, ¿quieres o no? —La apremió—. Te recuerdo que tenemos prisa.
¿Que si quería? ¡Llevaba esperando ese momento mucho tiempo!
—¡S... sí! —exclamó Ayame, arrodillándose junto al pergamino—. Entonces... ¿basta con que escriba con sangre mi nombre en este pergamino y ya está? —preguntó. Si era así, no era algo muy diferente a lo que hacía ya con las marcas de sangre. Así que se llevó el dedo pulgar a la boca, perforó ligeramente la piel con uno de sus colmillos y firmó con la sangre que manaba:
Amatsu Yokuna, en silencio, se agachó para recoger el pergamino y volvió a colgárselo a la espalda. Se dio la vuelta y caminó hacia la entrada de la cueva, haciéndole una seña a Ayame con la mano.
—Muy bien, Ayame —dijo—. Entonces, vamos a trabajar. Te espero arriba. —Yokuna extendió entonces los brazos horizontalmente. El hombre descubrió una hermosa capa de plumas de color blanco con motivos rojos, que iba desde el inferior de los brazos hasta la cintura como si se tratase de la piel de una ardilla voladora—. ¡Fūton: Hayabusa no Tsubasa!
Yokuna saltó al vacío, las plumas de sus alas falsas iluminándose con el color de su chakra plateado. Quedó paralelo al foso, movió los brazos hacia arriba y aleteó una única vez, creando una fuerte corriente de viento que le hizo elevárse súbitamente y desaparecer de la vista de Ayame.
¤ Fūton: Hayabusa no Tsubasa ¤ Elemento Viento: Alas de Halcón Peregrino - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Fūton 40 - Gastos: 24 CK (multiplicable x3) - Daños: - - Efectos adicionales: Eleva a un usuario que utiliza el equipamiento Alas de Falso Halcón 20 metros en el aire - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: La corriente de viento mide 3 metros de diámetro
Técnica de flujo de chakra Fūton que realiza Amatsu Yokuna con la ayuda de las Alas de Falso Halcón. El usuario acumula chakra de viento en las plumas de las telas extensibles y aletea hacia abajo tras dar un salto, creando una corriente de viento que lo eleva hasta una altura determinada. Otros personajes podrían aprovechar dicha corriente si disponen de objetos similares, como un parapente, o mediante el uso de una prenda suficientemente amplia y ligera como para aupar el peso de su cuerpo, como una capa de viaje. En este último caso, no obstante, cabe advertir de que la prenda no les permitirá caer suavemente.
¤ Alas de Falso Halcón - Tipo: Equipamiento - Requisitos: - - Precio: - - Uso: Permite planear y caer suavemente
Dos membranas que se visten desde las mangas de una prenda hasta los laterales del torso, y que están recubiertas de plumas de halcón. Aunque el peso de un ser humano impide que el usuario pueda volar con estas falsas alas, este equipamiento permite al usuario planear, descender suavemente y aprovechar corrientes de viento para moverse más rápido o tomar altura. Permite canalizar y lanzar técnicas de elemento viento que creen corrientes o disparos de aire sustituyendo los Sellos de la técnica por una Carga equivalente.
Una vez firmado, Yokuna recogió el enorme pergamino y se lo colgó de nuevo a la espalda. En completo silencio, se dio la vuelta y echó a andar hacia la salida de la cueva, invitando a Ayame a que le acompañara.
—Muy bien, Ayame —dijo—. Entonces, vamos a trabajar. Te espero arriba.
Ella le miró, extrañada. Creía que invocaría a Takeshi para que al menos le ayudara a ascender el acantilado, pero no fue así. El shinobi extendió los brazos en horizontal, mostrando una hermosa capa que le llegaba hasta la mitad de la cintura y estaba hecha con plumas blancas con motivos rojos.
—¡Fūton: Hayabusa no Tsubasa!
Yokuna saltó. Ayame, alarmada, corrió hasta el borde del abismo y contempló como el hombre caía al vacío sin remedio. De repente, y ante sus estupefactos ojos, las plumas se iluminaron con un brillo plateado. El shinobi se situó paralelo al abismo y aleteó (si es que se podía llamar así a aquella acción) una única vez, levantando una corriente de aire que le hizo ascender en el aire a toda velocidad hasta que Ayame le perdió de vista.
—Pero... ¡Como...! ¡MOLAAAAAAA! —chilló Ayame, llena de júbilo.
Pero tenía que aprovechar la situación. Ella no podía ascender tantos metros en el aire con sus falsas alas de agua. Por eso, decidió arriesgarse: saltó al vacío con las alas desplegadas y, como un buitre aprovechando las corrientes de convección, la misma corriente de aire levantada por Yokuna la envolvió, agitando sus cabellos y sus ropas y la superficie de las alas atrapó el aire y se dejó empujar por ella. Fue como si le hubiesen dado un fuerte tirón, y Ayame se vio propulsada hacia arriba a toda velocidad. Le bastó un par de aleteos salir de la corriente de aire cuando llegó arriba del todo y se posó entre saltos en el suelo.
—¡Tu técnica es genial! ¡Y esas alas! —exclamó, sin poder evitarlo—. ¡Nunca había visto nada igual!
Las primeras dos agujas atravesaron limpiamente el cuello del primero de los Lobos de Azur. Fue la Intangible derecha quien atravesó el corazón del segundo. El tercero, este sí un genin exiliado de Amegakure, formuló una corta serie de sellos y le disparó a la cara una bola de fuego. Daruu envolvió la Intangible en una capa de rayos y seccionó el jutsu por la mitad, que se deshizo en el aire como virutas de fuego saltando de una chimenea. Él era el último de los que vigilaban el exterior de aquella caseta de madera, y aunque no pensaba atacarle, Daruu supo que estaba a punto de morir cuando sintió una brisa de aire helado.
Silencioso y letal como un ave de presa. Kōri no era tan rápido como su hermana pequeña, pero cada movimiento estaba calculado con una precisión milimétrica. No se andaba con rodeos, ni con florituras, sus ataques iban directos a causar una muerte directa, sin sufrimientos añadidos. Saltó desde su escondite, sobre el tejado de la caseta de madera, y cayó sobre la primera de sus presas, hundiendo su filo de hielo en su cuello. Esquivó el filo de la espada de uno de los exiliados, que pasó por encima de su cabeza silbando. Lo tenía donde quería. Sus manos se entrelazaron a toda velocidad y la humedad del aire se condensó rápidamente en una docena de agujas de hielo que atravesaron a su atacante desde todas direcciones. Mientras tanto, Daruu estaba lidiando con el último de los exiliado que quedaba en pie. Este le había arrojado una bola de fuego a la cara, casi a bocajarro. Su pupilo fue lo suficientemente rápido como para envolver una de sus Intangibles en rayos y protegerse del ataque, seccionándolo por la mitad. Kōri apareció en apenas un parpadeo tras el enemigo y atravesó su pecho limpiamente con una espada hecha enteramente de hielo.
La contienda parecía haber terminado, por el momento.