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4/02/2020, 01:23
(Última modificación: 4/02/2020, 01:24 por Inuzuka Etsu.)
Aún pensando en heces de todo tipo de formas y colores, el Inuzuka cayó en algo de alivio al caer en cuenta de que Rao llevaría sin duda alguna al médico con toda la prisa que pudiese darse. El chico aún continuaba dando tumbos de un lado a otro, sin tener muy claro qué hacer. Pero en ese mismo instante cesó su caminar sin rumbo, una idea que sobrevoló su cabeza le dejó totalmente en blanco. Rao debía ir hasta el sitio donde había llevado a Búho, pero el campesino no tenía ni la más mínima idea a donde había llevado al herido. Ni pajolera idea, vamos.
—¡LA MADRE QUE ME PARIÓ! —de nuevo se llevó las manos a la cabeza, y jaló de sus rastas.
Sin demora, el Inuzuka saltó desde el árbol, y una vez abajo tiró de la cuerda para retraer la escalera. La prisa priorizaba, pero no podía dejar que cualquier persona subiese allí. Tras asegurar "el escondite" corrió de nuevo hacia la casa del anfitrión. Obviamente, primero buscaría en la zona trasera, donde había visto por última vez a Rao.
—¡Rao! ¡Rao! —llamaría su atención —¡Que se nos muere el tipejo ese, tiene la pierna morada, le va a dar un jamacuco! —obviamente, eso último no quería que lo escuchase cualquier otro.
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Cuando Etsu regresó, no encontró de nuevo a Rao. Ahí simplemente seguía Akane, custodiando la mercancía misteriosa de aquella misteriosa carreta.
El sol seguía subiendo y la gente no iba a tardar en aglomerarse para empezar a las labores del día.
¿Dónde se había metido Rao?
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~Ausente los fines de semana~
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—Porfa Akane, espera un momento que tengo que buscar a Rao.
Por suerte para ambos, los Inuzuka se caracterizaban por tener un agudo sentido del olfato. El rastas respingó un par de veces, tomando del aire las pocas partículas que pudiesen haber aún del campesino, y tomaría rumbo en esa dirección que fuese más reciente su olor. Toda persona tiene un olor único y personal, tan solo tenía que dejarse guiar por el mismo. El tiempo apremiaba. El Inuzuka había de darse toda la prisa que pudiese, pues ya fuese por quitar de en medio la carga, o por tratar las heridas de Búho, el tiempo jugaba en su contra.
Por su parte, Akane decidió marcar con su orina la rueda del carro. Si había de escaquearse en algún momento, o si alguien trataba de llevarse la mercancía, eso sería un gran punto a favor para volver a encontrarla.
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Intentando rastrear el aroma del campesino, el Inuzuka se dispuso a buscar al tuerto a través del pueblo. Las aves empezaban a cantar y el cielo empezaba a mostrar una mezcla de azul claro con brillos amarillentos en el horizonte. A diferencia de lo que era posible esperar, algunos ya se habían despertado y no precisamente para emprender las labores del día.
Eran sólo unas cinco o seis personas las que vería, pero se les veía cuchicheando y mirando con un poco de desconfianza al chico de las rastas. Probablemente se habrían despertado por el escándalo originado justamente tras la casa de Rao. Quizá y solo quizá, la gente estaba empezando a sospechar.
Sin embargo, el aroma lo llevaría al extremo del pueblo, dónde Koke le había indicado que habitaba el supuesto médico del pueblo. Poco conveniente que se localizara tan lejos, pero al menos sabía que Rao había cumplido su parte al intentar llegar dónde el doctor. Era así, que cuando llegase a la casa vería que las luces ya estaban encendidas a aquella hora de la mañana, y que probablemente Rao ya estuviese dentro.
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El chico corrió a toda prisa en lo que intentaba localizar a Rao. El día daba comienzo, y la gente ya empezaba a discurrir por el lugar. Algunos de estos miraban de manera sospechosa al Inuzuka, pero ésto no tenía demasiada importancia en ese preciso momento. Tenía prioridades, y salvar la vida del tipejo llamado Búho era lo primordial. No quería cargar en su consciencia con una muerte o con una lesión en una persona de por vida. El Inuzuka no era de esa clase de personas, y eso que en éste caso el tipo era una de esas personas que bien lo merecía.
Tras recorrer la mayor parte del pueblucho, terminó donde Koke le dijo que se encontraba la casa del médico del pueblo. El matasanos parecía estar despierto, pues las ventanas de su casa estaban abiertas, y el aroma de Rao parecía dirigirse dentro de la misma. Sin pensarlo dos veces, Etsu se aproximó a la puerta y tocó un par de veces.
¡TOC! ¡TOC!
—¡Con permiso! —anunció el Inuzuka —¿alguien me puede echar una mano?
Con las mismas, atravesaría el umbral de la puerta, adentrándose en la casa del doctor. Con un vistazo rápido buscaría a Rao, o al propio matasanos.
—Tengo una urgencia, necesito que venga lo más pronto que pueda. Se trata de una herida bastante fea... seguramente una rotura de hueso.
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En cuanto abrió la puerta la escena fue... peculiar.
—¡KITO!— Volteó de inmediato Rao que estaba, ¿agarrando de los tobillos a un anciano?
—¡A MÍ NO ME VAS A ARRASTRAR A TUS PROBLEMAS!— Bociferó el anciano que estaba agarrado con ambos brazos a una mesa.
Se trataba de un anciano que vestía una bata de dormir color azul, estaba ya canoso y era tan bajito que probablemente no superaba el metro con sesenta. Sus ojos eran pequeñitos y apenas podías distinguir sus párpados de sus arrugas. El pobre se aferraba a una mesa, abrazando una de sus patas con ambos brazos mientras el tuerto insistía en llevarlo por la fuerza, así fuese arrastrándolo con todo y la mesa. Para buena suerte del médico, Rao no poseía la complexión necesaria para ello.
—Pe-perdón Kito... Él médico no quiere venir...— Se excusó sin soltar su agarre.
—¿Un hueso roto? ¡Oh por todos los dioses cardinales! ¡Pero yo no quiero ser cómplice!— Chilló el viejo. —¡Rao no sé que estás tramando pero no quiero que me involucres!— Remató.
—¡SI NO VIENES SERÁ PEOR PARA Mí!---- Haló con más fuerza, aunque lo único que logró era que las pantuflas del viejo se le resbalaran de entre las manos.
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9/02/2020, 22:39
(Última modificación: 9/02/2020, 22:40 por Inuzuka Etsu.)
Rao gritó el falso nombre del Inuzuka nada más que éste atravesó el umbral de la puerta, y lo buscó desesperadamente con la mirada. Por otro lado, una segunda voz se negaba a participar en los problemas del primero. Ésta voz estaba claramente más desgastada, y pertenecía a un anciano que vestía unas pantunflas y una bata azul. El anciano, canoso y bajito, peleaba por quitarse de encima al campesino, y por contra éste trataba de tirar del médico para llevarlo. Tanto era así, que habían llegado a la situación más dramática que podía imaginarse. El anciano estaba agarrado a la pata de una mesa, y el tuerto tan colo podía tirar de sus piernas, haciéndolo levitar casi por completo.
«La madre que me parió...»
El campesino aclaró lo que se temía, que el anciano no quería ir. Éste al escuchar las palabras del Inuzuka no hizo más que aferrarse aún más a la pata, inquiriendo no ser cómplice de lo que fuese en lo que estaban metidos. Casi en el acto, al tuerto se le escapó de las manos el anciano, quedándose con tan solo la pantunfla en la mano. El hombre cayó al suelo, obviamente. El tuerto insistió en que si no iba sería peor para él, lo cuál era un argumento que carecía de peso completamente.
—Rao, tranquilízate hombre.
El chico se acercó hacia ambos, sudando de la carrera que se había tenido que pegar. —¿Es usted el médico, verdad?
»Verá, tenemos TODOS aquí un problema. Se lo explico rápido... Rao, está de los nervios porque le rompí de una patada a Búho la pierna. Pensé que era más fuerte, pero no. Yo, tengo el problema de que no quiero que ese tarado de Búho se muera por una hemorragia o algo, un hueso roto hay que tratarlo. No soy un puto sádico como ellos, yo solo llego hasta donde hay que llegar. Pero usted... tiene el problema de que tanto el tuerto, como el cafre —hizo un inciso para señalarse a sí mismo —necesitamos que trates al tipejo ese. Como bien he dicho antes, no me gustaría tener que torturar o matar a nadie.
Le puso la mano sobre el hombro, con una fuerza singularmente alta —¿me comprendes?
Quizás las amenazas no eran lo suyo, o el intentar convencer a la gente, pero tenía que intentarlo. Si no... siempre podía llevarlo a la fuerza.
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—¿QUÉ A BÚHO QUÉ?— El anciano ya no sólo no soltaba la pata del mueblo, sino que pareció arrimarse aún más a la silla. —¡No sólo hirieron a alguien! ¡Sino que ese alguien era uno de los Cuatro de Ibaraki!— Exclamó mientras intentaba apartar la mano del Inuzuka de su hombro. —¡De aquí no me voy a mover! No quiero que ellos tomen represalias contra mí ni contra mi nieta, no la puedo arriesgar de esa manera por una de tus locuras Rao. No debiste volver, siempre pensaste más por ti mismo. Aún con la paliza que te metieron, ¿planeas que nos hagan lo mismo a todos nosotros por tu culpa? ¡Trayendo a este mercenario o lo que sea!—
Las palabras de Etsu tuvieron un efecto contrario, pues en lugar de animarlo a seguirles, este estaba aún más reacio a ofrecer su ayuda.
—¡Hago esto para librarnos del miedo al que nos tienen sometidos! ¿De que nos sirve vivir bajo una ley de terror dónde nuestra obediencia se basa en ser testigos mudos de sus crímenes?— Exclamó alzando ambos brazos.
—¡Cállate antes que te oigan los vecinos!
El tuerto entonces se tapó la boca, dándose cuenta de que pudo delatarse a él mismo.
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El anciano para nada cayó en gracia con esas palabras. Casi pareció lo contrario, el senil demente se agarró aún mas a la mesa, cual pelea de pulpos. Parecía aferrarse a ésta como si de ello dependiese su vida. Aunque él no lo comprendiese en ese instante, realmente su vida peligraba de igual modo. Quizás no se paró a pensar qué pasaría si Etsu fallaba en su misión, y los "amigos" de Búho se enteraban de que éste había podido salvarlo pero eligió no hacerlo...
Aferrado a la mesa, e incluso la silla que había justo al lado, el matasanos alegó que lo hacía por el bien de su familia. Tanto fue así, que hasta terminó machacando de nuevo a Rao, insistiendo en que no debió volver. El tuerto por su parte atacó con su acostumbrada determinación, afirmaba que no podían continuar viviendo bajo la amenaza de esos tipejos, que no podían sobrevivir a base de dejar pasar la vista ante todos los crímenes que cometían.
Las dos caras de una misma moneda.
El doctor insistió en que callasen, pues cualquier vecino podría oírles. Rao se llevó las manos a la boca, asustado ante esa tremebunda idea. No quería ni pensar en lo que podría pasar. Por contra Etsu, habiendo visto frustrado su plan inicial, tuvo una segunda idea. Una idea que quizás cambiaba de parecer al anciano.
—Bueno, si no quieres ayudar, tendré que darme más prisa en trazar mi venganza. Mi familia nunca lideró con éstas formas, y me parece una deshonra lo que hacen éstos Cuatro... pero que sepas que voy ahora a por el siguiente.
¿Entendería el viejo de qué hablaba el rastas?
Etsu se reincorporó, y comenzó a andar hacia la puerta, con su característica sonrisa entre dientes. Al pasar por el lado de Rao, le guiñó un ojo, haciéndole entender que debía seguirle el rollo.—El siguiente será el grande, para que el resto aprenda. Para hacerle salir, voy a coger a Búho, y lo pondré en mitad de la plaza. Total, ya que puede morirse, habrá que sacarle algo de provecho...
Antes de salir, volvió la mirada al anciano —...lo que me recuerda. Sería trágico que perdiese, y los Tres de Ibaraki tomasen represalias con el doctor que pudo salvar a uno de sus integrantes, pero sin embargo no hizo nada. En fin, nos vamos.
A decir verdad, si el anciano no caía con esas, su plan era liarla en la plaza del pueblo. No con Búho de por medio, pero sí de otras maneras. Ya que todo se estaba torciendo, lo mejor era darse prisa... ¿no?
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El médico abrió los ojos como platos, pero más Rao que se llevó ambas manos a la cabeza y corrió tras Etsu cuando este se disponía a salir por la puerta. Ciertamente, el anciano a pesar de todo aún le seguía teniendo más miedo a los Cuatro de Ibaraki que al Inuzuka, y Rao era muy consciente de ello. Era por cosas como esa, que había pedido explícitamente que la misión se realizase con el mayor de los secretos posibles. Porque él entendía mejor que nadie su manera de operar.
—¡ESPERA POR EL AMOR DE LOS DIOSES CARDINALES!— Saltó y de un brinco se abrazó a Etsu como una chinche. —Te pedí que por favor hicieras esto de la manera más discreta posible. Si los provocas, no van a intentar venir a por ti. No se cuántos ni quienes exactamente, pero buena parte del pueblo está confabulados con ellos—. Rao estaba sudando y se estaba poniendo pálido.
»La manera de sus represalias es baja y sucia.
—¡Eso lo debiste haber pensado antes de traer tu propio matón!— Bociferó el doctor.
Pronto, se escuchó un ruido desde el interior de la casa. Eran unos pasos pequeños y poco sonoros, hasta que una puerta se abrió y se dejó ver a una niña de ojos grandes en color castaño al igual que sus cabellos, vistiendo un camisón desgastado. No parecía tener más de cinco o seis años.
—Abue, hay mucho ruido...— Dijo restregándose con el puño uno de los ojos mientras sostenía una manta.
—¡Tamki no deberías estar levantada!— El anciano finalmente se soltó y corrió para tomar a la niña en brazos. —MALDITA SEA NO PUEDO DEJARTE SOLA UN SÓLO SEGUNDO.
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10/02/2020, 22:31
(Última modificación: 19/02/2020, 02:26 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
Para sorpresa del rastas, el tuerto no había visto el guiño que le había hecho, o simplemente no lo había entendido. Apenas el Inuzuka dejo caer la amenaza, Rao salió corriendo a intentar impedírselo. El hombre sentenció la manera de actuar de los Cuatro como rastrera y astuta, por no decir inmoral. No iban a por la persona en sí, si no que buscaban dañarlo donde más dolía. Es por eso que por ejemplo el anciano no quería inmiscuirse, porque su pequeño sol podía verse mal parado.
El matasanos escupió que debía haber pensado en las consecuencias antes de haber traído a su propio matón. Trató al Inuzuka como si de un mero matón del tres al cuarto se tratase. Ésto cabreó en parte al rastas, pero visto desde su punto de vista, era normal que pensase de esa manera.
No tardó en aparecer una pequeña al otro extremo del habitáculo, ataviada con un desgastado camisón. Ésta se acercó al viejo, y le comentó que había mucho ruido. El senil se soltó de la mesa, y corrió a tomarla en brazos a lo que se quejaba de que estuviese despierta. La verdad, lo extraño era que no hubiese salido antes, pues el jaleo que habían montado así lo merecía...
—Anciano, mantén la boca cerrada sobre todo ésto. Nadie quiere que tu nieta salga mal parada. Mi familia va a volver a ponerse a la cabeza de ésta aldea, tarde o temprano. Pero si es tarde, ten por seguro que "los Tres" van a querer tomar represalias de alguien que no quiso ayudar a un compañero herido. Y ya sabes por donde te intentarán atacar...
»Olvida que nos hemos conocido, por el bien de todos.
El Inuzuka salió por la puerta, con pie de plomo —Rao tío, intentaba soltar un farol... no sabía ya que otra cosa hacer, teníamos que convencerlo. En fin, ya buscaremos otra manera... —comentó al tuerto a voz baja.
Ahora, disponían a salir e irse, rumbo al escondite de Koke. Antes de ello, pasarían a recoger a Akane.
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El anciano simplemente tomó a la niña en brazos y la cargó, cruzó la puerta por dónde la niña se había asomado y desapareció rápidamente luego de que Etsu se había dado la vuelta para salir de la casa del médico.
Rao escuchó a Etsu y este de pronto se llevó la palma a la cara, aunque no era fácil saber si era por la vergüenza o por su presión que empezaba a descender. El rojo y el blancuzco se peleaban por apoderarse de lo que era su rostro. El pobre caminaba un poco errático mientras regresaban a la casa.
—Dios, perdón Etsu... — se disculpó mientras agachaba algo la cara. —La arruiné, lo siento... Los nervios me están traicionando— Y no sólo eso, puesto que parecía caminar un tanto más lento de lo habitual. Ciertamente, se estaba forzando mucho más de lo indicado, pero si antes el médico no quería prestarles ayuda, mucho menos ahora.
—Sólo necesito, descansar, un poco — Ya estando frente a la casa, Rao se agachó sobre sus propias pantorrillas, enfrente de la puerta de la casa. —Yo iré a descansar, haz lo que tengas que hacer, pero no estoy para más emociones fuertes en un día — Hizo de tripas corazón para levantarse nuevamente y aún con su cara pálida se animó cruzar el umbral de la puerta.
El sol de la mañana ahora era más visible, y el cantar de los gallos a la lejanía así lo anunciaba.
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19/02/2020, 02:35
(Última modificación: 19/02/2020, 02:35 por Inuzuka Etsu.)
En el regreso a casa, Rao se disculpó por haberla liado en la clínica. El hombre había pasado casi por todos los tonos de piel que una persona normal puede llegar a adoptar, como si fuese un camaleón. El hombre a decir verdad, caminaba mucho mas lento de lo que el Inuzuka podía recordar. Parecía hasta estar cojeando...
—No te preocupes tío, ya buscaré una solución al problema... igualmente, tengo pensado acabar con ésta panda de maleantes ya sea de un modo u otro. Todo tiene solución, salvo la muerte.
La última frase era muy recurrente en su abuelo, la soltó casi sin pensarlo. Ya casi frente a la casa, el hombre admitió necesitar descansar un rato. Aunque el sol ya ondeaba bien alto, el tuerto parecía volver de horas de trabajo sin descanso. Todo lo que el pobre había tenido que sufrir, le estaba pasando factura.
—Vale Rao —Contestó. —nos vemos luego, voy a hacer unas cosas, y regreso en un rato. Por cierto, una única cosa. Para limpiarte un poco las manos... dile a todo el mundo que me has despedido. Si te preguntan, quería más dinero. Cuando descanses, criticaselo a todo el que vea, incluso a tu mujer. Que todos crean eso, y así te desvincularán de lo que yo haga.
El chico sonrió, y le guió el ojo —si necesitas algo, díselo a Akane, lo voy a mandar a estar junto a tí por si acaso. —tras ello, caminó hasta la parte de atrás de la casa del hombre. Allí aún aguardaría Akane, al cuál mandaría a vigilar y proteger al tuerto y a su familia. Ante todo, quería asegurar a su cliente, pues era la auténtica prioridad.
Con todo hecho, y el carro marcado, tomaría camino hacia el escondite de Koke. Búho no iba a morir en tan poco tiempo transcurrido, debía aprovechar a su rehén para localizar al resto.
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Rao se detuvo en cuanto escuchó al shinobi hablar y volteó a ver al genin en cuanto este le indicó en su proceder. Abrió los ojos y la boca también, parecía algo incrédulo aún por la proposición que le acababan de hacer.
—¿¡Co-cómo!?— Rao estaba incrédulo ante sus palabras. Si bien sabía que todo era por la farsa, en parte se sentía responsable por tener que echarle todo el muerto encima al Izuzuka. —Supongo, supongo que ahora es la mejor opción...— Dijo con pesadez mientras se mordía el labio. —Gracias por ayudarme tanto, gracias— Sonrió triste el tuerto. —Supongo que si tú dices que confíe en Akane, puedo hacerlo— Asintió con la cabeza, aunque no sabía aún en qué podía serle útil aquel perro.
Finalmente, Rao abrió la puerta y se adentró en el hogar, desapareciendo dentro de esta y cerrando tras de sí mientras Etsu continuaba con su misión.
Una vez que emprendiese la marcha de regreso a la casa del árbol, la mañana finalmente lo alcanzaría junto al cantar de los pájaros que continuaban su vida ignorantes de la intranquilidad de los pobladores de aquel sitio. Cuando estuviese por subir nuevamente notaría que el mentado Búho se había asomado por el borde aún estando maniatado y amordazado. Sin embargo, parecía que la altura y la herida le habían disuadido de intentar lanzarse.
El matón tenía los ojos rojos de tanta sangre acumulada en las venas, observando con rabia a su captor.
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Con todo solucionado para Rao, en lo referente a su seguridad, ahora el Inuzuka tenía un poco más de alivio en cuanto a su actual misión. El rastas podía tomarse ahora un poco más de libertad, y trabajar sin preocuparse demasiado de que le echasen al pobre tuerto todo el marrón. Además, tenía a Akane con él, lo cuál le aliviaba más. Lo único malo es que ahora estaba realmente solo, sin su hermano.
Para cuando llegó a la guarida de Koke, y subió hasta la sala, pudo ver que Búho se había movido hasta la ventana. El hombre, a pesar de su herida y su condición cautiva, había sacado fuerzas para tocar un poco más la moral al shinobi. El genin tuvo que escupir un suspiro al ver la situación, ante él tenía a un iracundo matón que ardía en ganas de escupir todo el veneno que llevaba dentro. Pero era normal... por primera vez en mucho tiempo, era él quien estaba bajo el látigo de otra persona. En éste caso no en el sentido literal.
Etsu se acercó con parsimonia, y terminó flexionándose sobre las piernas, tomando una altura más acorde a la de Búho. Lo miró a los ojos, y terminó por jalar del mismo para alejarlo de la ventana. No fuese que le diese por hacer lo más absurdo...
—Búho, voy a acabar con todos vosotros, uno por uno. Lo voy a hacer lento, y muy doloroso, para que paguéis por todo lo que le habéis hecho a Ibaraki. Ahora, voy a ir a por el más grande... ¿Te vas a portar bien, o necesitas que te parta la otra pierna?
Quizás no era el mejor amenazando, pero en fin... hay situaciones y situaciones. El tipejo había sufrido en sus carnes el golpe que le había partido el hueso, y si lo había hecho una vez, nadie le aseguraba que fallase en un segundo intento. Pero por otro lado, sabía que Búho le iba a seguir dando problemas, estaba casi seguro.
Antes de levantarse, le volvería a arrear bien duro en la cara. Si perdía el conocimiento un rato, mejor. Si por el contrario no lo hacía, pues nada... eso que se llevaba. Un beso de despedida, al menos por un rato.
Tras golpearlo, saldría del escondite de Koke, directo a la tienda que había visitado el día anterior. Sabía lo que buscaba, una buena botella de alcohol, de esas que tanto embriagaban a los adultos. Para cuando diese con ella, pagaría gustosamente el precio, y de sobra. El hombre podría quedarse con el cambio, pues era su boleto para dar con el siguiente bandolero.
¿Se la vendería?
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