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La desesperación se apoderó del último bandido. Visto con más calma, Yota pudo notar las facciones de un joven de no más de veinte años. Él había visto cómo el rubio se había encargado de sus tres compañeros: el primero con ¿Telaraña? Y a los otros dos con su… ¿Cabello? El colmo fue cuando les lanzó una suerte de baba que los inmovilizó.
El pobre temblaba ya, y, ante el prospecto de ser despachado como sus colegas, se lanzó rostro al suelo en postura de súplica.
—¡L-lo siento! ¡Me rindo!
—¡No! ¡Huye con tu caja! —le dijo uno de los dos presos, forcejeando con su escasa fuerza contra el jutsu de Yota.
—¡¿Estás loco?! —El joven atemorizado alzó un poco la cabeza. Sus ojos y sus cejas mostraban lo asustado que estaba —. ¡No sé de qué es capaz este tipo! ¡Telaraña! ¡Baba! ¡¿Qué tal que me come?! ¡No, señor! ¡Esa mujer dijo que no habría resistencia si hacíamos un buen trabajo! ¡Pero nos mandaron a un ninja!
—¡Es solo uno! ¡Lo entretendremos mientras huyes!
Pero el joven se quedó arrodillado, rendido ante el genin. Claro que el otro bandido estaría equivocado, pues unos segundos después haría acto de presencia la jōnin pelirrosa que se había quedado donde Tamanegiya. Y aunado a ello, se vería por la ventana el rostro triunfal de Kitate Miho.
—¡¡Oh, Sasagani, lo hiciste!!
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Como si me estuviera moviendo la música, fueron cayendo pieza tras pieza, todo parecía preparado y orquestado por un director de teatro. Uno tras otro fui reduciendo hasta a tres enemigos y el cuarto cayó por su propio peso, temiendo su muerte.
Desenvainé mi ninjato mientras me acercaba al tipo que yacía de rodillas en el suelo.
— ¿Quién os envía y por qué hacéis esto? — dije mientras la hoja de mi katana apuntaba su gaznate a escasos milimetros de su piel — Será mejor que hables o te irá peor que a tus amiguitos
—¡¡Oh, Sasagani, lo hiciste!!
Además recibí una palmadita en la espalda real. Pude apreciar que se trataba de Sora que ya había llegado, pero no había rastro ni de Kumopansa ni de Ranko, posiblemente no tardarían en llegar.
— Bien hecho, Yota-kun
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—¡AAH! ¡Espera! ¡Dije que me rendía! —soltó el pobre al ver la espada de Yota, y quedó inmóvil al verse apuntado por ella —. Ah… No… Bueno, no… no sabemos.
—Te dije que salieras de aquí… —suspiró uno de los otros dos con resignación, al ver llegar a Sora, y luego a una enojada pero triunfante Kitate.
—¡Ja ja! ¡Sabía que lo lograrías! —la granjera le dio una palmada con fuerza al genin, lo que hizo temblar la espada, y casi le rebana el cuello al bandido.
—¡Aaah, está bien! ¡Está bien! Les diré todo, no somos peligrosos, no me apuntes con eso, por favor… —Casi lloraba. Seguiría hablando con voz tensa, aunque si el rubio bajaba su filo, sonaría más calmado —. E-es una mujer. No le hemos visto bien la cara, pues siempre lleva capucha. Tiene… tiene un brazo izquierdo raro. E-es… Lo lleva cubierto, p-pero se le nota que tiene un guante enorme. O que está hinchado. ¡O yo qué sé!
Si analizaban a los bandidos, notarían que decía la verdad con algo: no eran peligrosos. No iban armados con más que palas, y no parecían tener ni por asomo el físico para darle pelea a alguien entrenado. Y si revisaban las cajas, notarían que las papas y zanahorias, y otras hortalizas que habían desenterrado, tenían de entre uno a tres bultos gris oscuro, porosos y suaves, que colgaban de sus raíces.
—Nos ha dado instrucciones —continuó pesadamente uno de los otros dos, al comprender que no podría salir de allí impune como otras veces —. Cada que nos decía, teníamos que venir a un huerto, sacar las hortalizas que tuvieran unos bultos grises en sus raíces y llevárselos. No sabemos para qué los usa, o por qué los quiere, pero nos paga por cada bulto que le llevemos. Nos da un pergamino con una técnica para ocultarnos. ¡N-nos dijo que si la usábamos bien, nadie nos atraparía!
—Disculpe, ninja-san —El tercer bandido, el que no había hablado previamente, se dirigió a Yota —. Nos entregamos, ¿no? Le-les estamos dando a esa mujer. ¡Les diremos dónde la deberíamos de encontrar! No le hicimos daño a nadie. No nos harán nada, ¿verdad?
—¿¿Disculpa?? —Kitate se acercó y casi le arrancó la cabeza (figuradamente) al hombre al tirar de su cabello. Lo regañó por encima del grito del bandido —. ¿¿Tienes idea de lo que nos ha costado su aventurilla??
Se escucharía un golpe a la distancia, y Ranko, con Kumopansa encima, aparecería en el camino. Había utilizado su Hitoshin, su poderoso salto, para acortar los últimos metros. Saltaría la valla y se acercaría al grupo, sonriendo al ver a los bandidos rendidos.
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El tipo en cuestión no tardaría en abrir la boquita y empezó a vomitar toda la información.
—. E-es una mujer. No le hemos visto bien la cara, pues siempre lleva capucha. Tiene… tiene un brazo izquierdo raro. E-es… Lo lleva cubierto, p-pero se le nota que tiene un guante enorme. O que está hinchado. ¡O yo qué sé!
Con aquella declaración, teníamos un culpable, o mejor dicho, una culpable. Al parecer no era una persona normal, algo le pasaba en el brazo y por alguna razón necesitaba las hortalizas de aquella gente para algo muy concreto.
—. Cada que nos decía, teníamos que venir a un huerto, sacar las hortalizas que tuvieran unos bultos grises en sus raíces y llevárselos. No sabemos para qué los usa, o por qué los quiere, pero nos paga por cada bulto que le llevemos. Nos da un pergamino con una técnica para ocultarnos. ¡N-nos dijo que si la usábamos bien, nadie nos atraparía!
— Pues ya viste que era mentira
Tras aquello, aparte la hoja de mi ninjato y la envainé de nuevo, algo pensativo mientras el bandido intercambiaban pareceres con los lugareños.
— No estamos aquí para juzgarles, señores. Serán los habitantes de esta aldea los que decidan qué hacer con ustedes, pero antes... ¿Dónde encontramos a esa señora?
Tras ello, Ranko apareció junto a Kumopansa de un brinco que distaba de ser replicable por una persona normal.
— ¡Ah! Creo que nos perdimos toda la fiesta, Ranko-chan
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Ranko no se veía para nada decepcionada. En todo caso, estaba decepcionada de los malos, pues no había rastro de mucha pelea en las parcelas.
”Eso o Yota-san es más fuerte de lo que pienso…”
—E-está bien, Kumopansa-san. Cumplimos con ello. B-bueno, Yota-san lo hizo. —Soltó una risilla por lo bajo.
Los bandidos se veían totalmente angustiados y avergonzados. Ahora estaban expuestos y rodeados por tres ninjas y una araña, además de granjeros furiosos, por supuesto. El que se había rendido primero alzó la vista hacia sus compañeros, como buscando qué decir, y uno respondió.
—¡Pues ya nos echaste de cara! ¿Qué nos queda?
—S-sí… Ahm… —Levantó muy lentamente una mano y apuntó —. A-al sureste de aquí. En el límite del Paraje del Bambú, el Pa-Paraje sin sol y-y el Bosque de Hongos. E-Ella vive en una cabaña mohosa apenas e-entrando al Bosque. Tenemos que encontrarnos con ella en esa cabaña. B-bueno, fuera de ella. Antes del amanecer. ¡L-listo! ¡Ya les dije! ¿P-podemos irnos?
Kitate se le acercó y le dio una fortísima bofetada.
—¡Oh, Hana-san no pudo haberlo expresado mejor! ¡¡AAO!! —La mujer lanzó un grito hacia su casa —. ¡Trae algo de soga! —Una voz somnolienta desde el interior confirmó su encargo.
Ranko no había escuchado toda la historia, pero lo último que el bandido había dicho indicaba que estaban haciendo todo por encargo.
—S-sensei, podríamos llevar a uno de ellos p-para que indique mejor el camino… —sugirió la chica con leve timidez.
—Esto es… raro —Kitate Miho se había asomado a las cajas y había tomado una papa. Examinaba ante la luz de la luna aquellos bultos grises —. Esto… Tiene aspecto de hongo, pero nunca lo había visto. Al menos no en la época de cosecha. Y no hemos perdido nada por plaga alguna.
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La situación se estaba convirtiendo en algo digno de un guión de una comedia. Por un lado, los asaltantes, que actuaban en nombre de una mujer que se escondía en los bosques, estaban deseando que les perdonasemos la vida y poder salir de ahí con vida, aunque a los lugareños parecía gustarles lo de impartir su propia justicia sobre aquellos desgraciados. Por otro estaba la misión. Había que empezar a tomar decisiones y Sora ya estaba empezando a pensar planes.
—S-sensei, podríamos llevar a uno de ellos p-para que indique mejor el camino… —sugirió la chica con leve timidez.
—Esto es… raro
— ¿Qué sucede? — preguntó la jōnin, ignorando la sugerencia de su gennin.
. Esto… Tiene aspecto de hongo, pero nunca lo había visto. Al menos no en la época de cosecha. Y no hemos perdido nada por plaga alguna.
La pelirosa clavó sus ojos sobre aquella patata y trataba de sacar algo en claro, mirándole de frente a aquel bulto extraño. Entonces agarró una de las patatas de aquella caja y se acercó al único bandido que podía moverse por su propio pie.
— ¿Qué es esto? — sin rodeos, la mujer buscaba respuestas.
Yo, por mi parte, miré a Ranko con la confusión dibujada en el rostro y me encogí de hombros.
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Ranko le devolvió la mirada confusa a Yota. Su conocimiento sobre plantas y hongos no era mayor que el de cualquier persona, así que no tenía nada qué comentar sobre aquellos bultos. La jōnin interrogó al bandido sobre aquella cosa desconocida.
—N-no sabemos —comenzó, encogiéndose de hombros —. Bu-bueno, sí es un hongo. La mujer nos dio… Nos dio instrucciones de venir antes de que las… las hortalizas estén para cosecha. A-antes de que estén listas, porque el hongo desaparece sin rastro después y… y es todo lo que nos dijo sobre ello. N-no sabemos el nombre de esa cosa, o para qué los quiere. Sólo que nos paga.
Sora podría ver, entre el miedo que inundaba los ojos del joven, que decía la verdad. Los bandidos no tenían guantes, así que podía intuir que los hongos no eran tóxicos al contacto.
Hubo un quejido a la distancia, y al alzar la mirada verían al bandido que había sido noqueado al inicio, incorporándose y tallándose la sien. Ranko se movió tan rápidamente como pudo, llevando sin querer a Kumopansa (si no se quitaba de su cabeza) hasta donde estaba él. Como Yota, la de la trenza desenfundó su espada para amenazarlo.
—P-por favor no se mueva, ladrón-san.
—¿Ah? —El bandido tardó varios segundos en regresar en sí por completo, y otros más en digerir que sus compañeros habían sido capturados, y que una ninja le apuntaba con una wakizashi. Soltó un suspiro de resignación —. Ah, por un demonio…
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—. Bu-bueno, sí es un hongo. La mujer nos dio… Nos dio instrucciones de venir antes de que las… las hortalizas estén para cosecha. A-antes de que estén listas, porque el hongo desaparece sin rastro después y… y es todo lo que nos dijo sobre ello. N-no sabemos el nombre de esa cosa, o para qué los quiere. Sólo que nos paga.
— Por desgracia, creo que dice la verdad
Sora chasqueó la lengua. No iban a sacar nada de aquellos pobres pringados que no hacían más que cumplir órdenes de la raíz de todo el problema de las hortalizas sin rechistar.
Ranko, por su parte, había detectado como que uno de aquellos hombres volvía a despertar y, apuntándole con su katana, le pedía amablemente que se mantuviese quieto. Kumopansa fue la primera sorprendida en ver que se lo había pedido por favor
— Y sin favor también, caraculo — inquirió el animal desde su posición de privilegio.
— ¡Bien! es hora de ganarse la libertad — soltó la jōnin — si no queréis ser presos de esta gente vais a tener que ayudarnos, todos vosotros, a dar con vuestra líder, ¿tenemos un trato?
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—Woah —Kitate Miho habló antes de que los bandidos pudiesen responder —[color=olive. Woah, espere, Sora-san. Entiendo lo de la líder fulana ésa, pero no puede darles libertad así como así. No sé cómo funcionará la justicia ninja o algo así, pero si ellos estuvieron robando, ellos deben de pagar.[/color]
Ao llegó al fin, con cara más que somnolienta, con una gruesa y larga soga enrollada en el brazo. Se la entregó a Miho.
—Deja a unos —Sentenció la granjera —. Así, independientemente de lo que ocurra allá con la mujer, alguien pagará por los crímenes de alguna u otra forma.
Los bandidos se miraron entre sí, asustados de la posibilidad de quedar a la merced de granjeros furiosos.
—¡Sí! ¡Y-yo les indicaré el camino! —dijo quien había sido el primero en hablar, pero sus otros dos compañeros se apresuraron también.
—¡No, no me dejen aquí! ¡Yo voy!
—E-estos dos se perderán. ¡Iré yo!
—Co-con permiso. —Ranko tomó al bandido que estaba amenazando por el cuello de su camisa, y lo obligó (con cuidado) a que se moviera, hasta que llegara a donde estaban los otros tres.
—Yo… Yo quiero quedarme, no me gusta esa mujer —soltó el último mientras bajaba la mirada. Se notaba más enojado que el resto, pero igual de resignado —. No quiero encontrarla de malas.
Los otros bandidos se volvieron a ver entre sí, confusos. Parecían sopesar con qué opción saldrían menos mal parados. Todos parecían estar dispuestos a cooperar, siempre que les quitara algún peso de encima. Kitate le hizo un último comentario a la jōnin.
—Sora-san. Entiendo su posición como líder de nuestro encargo. Realmente no debería de oponerme, pues sí cumplieron con la misión. Sólo preferiría que sí dejara a alguno de ellos.
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—. Woah, espere, Sora-san. Entiendo lo de la líder fulana ésa, pero no puede darles libertad así como así. No sé cómo funcionará la justicia ninja o algo así, pero si ellos estuvieron robando, ellos deben de pagar.
Kitate daba a entender que estaba en gran desacuerdo en lo que se acababa de proponer. Quería su dosis de venganza y de derramamiento de sangre. Quería que esos pringados pagasen por los destrozos que habían ido causando durante todo aquel tiempo. Era entendible, pero tanto como para matarlos allí mismo...
Por su parte, los bandidos fueron recogiendo el guante de la jōnin y se fueron ofreciendo cada cual resaltando su utilidad para que no fuesen el sacrificio necesario para calmar a los granjeros.
—Sora-san. Entiendo su posición como líder de nuestro encargo. Realmente no debería de oponerme, pues sí cumplieron con la misión. Sólo preferiría que sí dejara a alguno de ellos.
Sora se volteó hacía Kitate Miho con cara de circunstancias.
— Kitate-san, la misión de mi equipo no se ha acabado, solo hemos detenido el ataque de esta noche pero... ¿cómo sabes que esa mujer no reclutará otras personas para que mañana vuelva a venir a por sus hortalizas? Tengo que asegurarme de que podrán seguir con sus vidas y no van a recibir más ataques. Además... ¿que van a sacar de sacrificar uno de estos desgraciados? la venganza no es el camino a seguir, creame, y una vez haya derramado su sangre, la venganza recaerá sobre sus hombros como una pesada carga.
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Kitate Miho frunció el entrecejo y suspiró pesadamente.
—Bien —soltó pesadamente y le ofreció la soga a Sora —. Pero más vale que alguien pague por esto. Si no son ellos, que sea esa fulana.
La granjera fulminó a los bandidos con la mirada, luego fue uno por uno y les dio un fuerte zape en la nuca a cada uno, como una madre que regaña a un niño muy travieso.
—Y si vuelven a aparecer por aquí, aunque no sea para robar, será una pala en lugar de mi mano —Luego se acercó de nuevo a Sora para susurrarle —. No los íbamos a matar, sólo a… sacudir.
Luego se giró y regresó a su casa.
—Ah… Bu —Ao bostezó —. Buena suerte, chicos.
Se despidió con un suave movimiento de mano y acompañó a la frustrada Miho.
Y pronto quedaron los cuatro bandidos y los tres shinobi (y araña) en la parcela.
—A-ahm… ¿Deberíamos atarlos, Sora-sensei?
Los bandidos, tal vez aliviados de no ser dejados a merced de los vengativos granjeros (o al menos una de ellos), suspiraron, aunque el último en unirse a la conversación se mantenía inquieto. No se resistirían a ser llevados, pues seguían atemorizados por el grupo de ninjas, y la esperanza de salir impunes de aquella racha de robos les parecía muy alentadora.
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. Pero más vale que alguien pague por esto. Si no son ellos, que sea esa fulana.
Al menos terminó por aceptar. Aquello era algo que me aliviaba, tenía ganas de acabar con todo aquello y echarme una cabezadita.
. No los íbamos a matar, sólo a… sacudir.
Sora sonrió ante aquel particular susurro, pero lo cierto es que a la jōnin le daba un poco igual lo que iban a hacerles a aquellos desgraciaditos. Ellos no eran delincuentes, por decirlo de algún modo, se le trataba de necesitados. Actuaban por pura necesidad, se notaba ante su actitud y aquello era algo que tanto Yota como Ranko ya habrían notado.
— No se preocupen, señores, dejen esto en nuestras manos. Nos ocuparemos de esa fulana — dije tomándome muchas licencias y levantando el pulgar ante las dos aldeanas que me abrieron las puertas de su casa.
—A-ahm… ¿Deberíamos atarlos, Sora-sensei?
— Oh, no creo que sea necesario, Ranko-san. En caso de que intenten escapar yo misma los alcanzaré y los devolveré hasta aquí para que reciban su merecido, no sé si me explico...
Estaba bastante claro a lo que Sora se había referido y era un aviso de lo que iba a suceder si se tomaban la molestia de contradecirles.
— Bien, pongámonos en marcha, ¿dónde dijisteis que se escondía vuestra jefa? — cuestionó la pelirosa volteandose a los maleantes.
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Habiéndose deshecho tiempo atrás la "baba" con la que dos de los bandidos habían sido atrapados, los cuatro se pusieron de pie y, después de un breve intercambio de miradas, comenzaron a caminar temerosamente.
Al inicio parecían algo indecisos, pero después de unos segundos de ubicarse, emprendieron la travesía. Caminaron en fila hacia el lugar por donde Yota había visto surgir la neblina, mirando de vez en cuando a los ninjas que los custodiaban. Pasaron por encima de la cerca con poca dificultad y siguieron hacia el sur, adentrándose en el bosque pero sin alcanzar ninguna arboleda profunda, luego girarían al sureste, con la luz de la luna mostrando su andar. Ranko caminaría a la derecha de los bandidos, vigilando que se mantuvieran bajo control, aunque no parecían querer más problemas.
Los hombres estuvieron en silencio toda la caminata. De vez en cuando, el bandido del frente se detendría frente algún árbol y palparía el tronco a aproximadamente un metro de altura, y murmuraría "Marca". Si no la encontraba, corregiría su rumbo hasta que se topara con un árbol que la tuviera. Si alguno de los shinobi se sentía curioso e imitaba al bandido, encontraría tallado en la corteza un cuadrado dividido en cuatro, el kanji 田, campo de arroz, con un clavo pequeño en el centro.
Eventualmente, después de poco más de un par de horas de caminata, se detuvieron.
—Allí —suspiró el bandido del frente, con voz cansina, mientras apuntaba al frente. Más allá se notaba un claro estrecho, y en su borde sur, una estructura vieja con ventanas cubiertas con tablas —. Solemos encontrarnos con ella a la puerta de esa casa. A veces ella sale, a veces nos la encontramos cuando ella va llegando. N-no sabemos si ahora estará dentro. Como nos fuimos antes, harán falta unas horas para la… ahm… entrega.
—¿P-podemos irnos ya? —preguntó otro, pero el primero continuó.
—Nos dijo su nombre una vez. Era… ahm… Iwada. Iwada Ririki.
Incluso si Hana Sora era familiar con los registros ninja, apenas y reconocería aquel nombre como una chūnin desaparecida hacía ya tiempo.
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Las asaltantes tuvieron que deshacer el camino ya realizado, nosotros descubrir una nuevo en el que había árboles con marcas para que no se perdiesen y llegasen siempre a buen puerto, Sora las palpó, al igual que Yota. Un kanjo bien reconocible, arroz.Llegados el momento, los tipos se detuvieron. El tipo indicó que habíamos llegado y señaló al frente una casita hecha trizas.
—. Solemos encontrarnos con ella a la puerta de esa casa. A veces ella sale, a veces nos la encontramos cuando ella va llegando. N-no sabemos si ahora estará dentro. Como nos fuimos antes, harán falta unas horas para la… ahm… entrega.
—¿P-podemos irnos ya? —preguntó otro, pero el primero continuó.
—Nos dijo su nombre una vez. Era… ahm… Iwada. Iwada Ririki.
— Bien, pues id a comprobar si está ahí dentro o no
Sora se puso en modo serio y eso es algo que todos los presentes pudieron advertir con aquellas pocas palabras. Estábamos muy cerca del gran momento de la misión, me conciencie y me dispuse a repetirme varias veces en mi interior que no fallaría, me ilusionaba la idea de hacer equipo con Ranko-san.
— Bien, chicos, no tendremos mucho tiempo, así que necesito que estén atentos — dijo la jōnin a sus pupilos — Solo tendremos una oportunidad, así que aprovechémosla. Confío en tus telarañas, Yota-kun. Y en tus patadas, Ranko-san
Clara y concisa, en plan era fácil y aparentemente fácil de ejecutar. Yo debía agarrarla con mis telarañas para que Ranko tuviese su objetivo lo más inmóvil posible para noquearlo de una simple patada.
— yota siempre está listo, Sora-sensei
— Y Kumopansa también
— Genial, escondamonos encima de los árboles entonces
Y así se hizo, tras toda la charla, nos colocamos en alguna rama alta que nos diese ventaja estratégica para poder lanzar un eficaz ataque sorpresivo.
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—Y Ranko también. —Les dijo la de la trenza, con decisión. Casi nunca hablaba en tercera persona, pero se le hizo necesario para seguirle a sus compañeros.
—¡¿QUÉ?!
Los otros tres bandidos le hicieron gestos al cuarto para que bajara la voz.
—¿Qué? —repitió, ahora quedamente —Di-dijo que los trajéramos y nos ganaríamos nuestra libertad. Y eso hicimos. ¿Y si la mujer cree que le hemos traicionado?
—Eso hicimos.
—¡P-pero ella no lo sabe! ¡Podríamos salir bien parados si no se entera! ¿Recuerdan a Omura? Quiso insinuar que podíamos robarle entre todos y la mujer le clavó su propia espada. ¡Sin tocarla! No.
—Pero no iremos gritando eso. Qué tal… ¿qué tal que había muchos ninjas cuidando los huertos? L-lo cual no es mentira en realidad… Y tuvimos que abortar la operación para no ser atrapados. C-creo que ella… ¿Entenderá?
—Pues una vez casi me mata a mí por dejar rastros… Creo que no le molestaría evitar ser descubierta. ¿Y si…?
Pero al voltearse hacia los ninjas, éstos ya habían subido a los árboles.
—Ahm… y… ¿entonces?
—A ver: o regresamos en serio con la mujer y no sabemos qué hará si llegamos con las manos vacías, o ayudamos a estos tipos y casi casi salimos sin castigo. Creo que la opción es clara.
Los bandidos respiraron profundamente, a destiempo, claramente nerviosos y con mucho miedo. Les inspiraba solamente el prospecto de no recibir castigo alguno, lo cual era, obviamente, mejor que sí recibir un castigo por parte de la mujer.
Salieron de entre los árboles con sumo cuidado, como un adolescente que entra a su casa a las tres de la mañana intentando no despertar a sus padres. Llegaron hasta la cabaña y tocaron la puerta de una manera particular, como un código. Uno de los bandidos se llevó las manos a la cabeza, pues se acababa de dar cuenta de algo: no tenían ni las palas ni las cajas, pues las habían soltado al ser capturados en el huerto. Su credibilidad se reduciría prácticamente a cero ante la mujer.
Aunque comenzaban a desesperarse, nadie abrió ni respondió, ni siquiera con el pasar de los tensos minutos. Los bandidos suspiraron. Tal parecía que esa Ririki no gustaba de perder el tiempo, y si no contestaba era porque no estaba allí aún. O al menos fue la conclusión a la cual los hombres llegaron. Uno apoyó su oído en la puerta, pero tampoco percibió nada. Otro se giró hacia donde creía que estaba el grupo de Sora y se encogió de hombros mientras negaba con la cabeza.
—P-parece que es una de las veces donde no está… ¿Y-y si nos largamos? —diría en voz baja uno de los bandidos.
Tendrían que esperar, según lo que les habían dicho, al menos una o dos horas. O bien, intentar entrar por la fuerza a la cabaña.
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