Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Se había despertado con un súbito chillido y un nuevo sobresalto. Las pesadillas habían vuelto a acosarla aquella noche, y en aquella ocasión el monstruo le arrancaba la vida a su padre en una nueva oleada de explosiones. Entre angustiados jadeos, Ayame trató de respirar hondo varias veces para serenarse. Todo su cuerpo tiritaba, y aún le costó algunos segundos darse cuenta de que no estaba empapada por aquella característica capa de sudor frío a la que estaba comenzando a acostumbrarse sino porque el cielo parecía querer descargar toda su furia acumulada en forma de lluvia.
«Era un sueño... sólo era ese maldito sueño...» Se repetía, una y otra vez.
Pero había algo en el ambiente que la inquietaba aún más. Estaba sentada junto a los restos de la moribunda hoguera que habían encendido la noche anterior, pero no había nadie atendiéndola. No había nadie que le recriminara sus sueños infantiles. No había nadie con ella, sencillamente.
—¿Papá? ¿Hermano...? —murmuró al aire, al tiempo que se reincorporaba. Pero sólo el estallido de un trueno en la lejanía respondió a su llamada.
Ayame se encogió ligeramente sobre sí misma, acongojada. Y así estuvo varios minutos, sin saber qué hacer. Una vocecilla en su interior le susurraba que debería quedarse allí hasta que sus familiares regresaran, que no era una buena idea alejarse... ¿Pero y si les había pasado algo mientras ella dormía? ¿Por qué no la habían avisado antes de desaparecer? Tragó saliva, debatiendo con su fuero interno sobre lo que debía hacer.
Finalmente, y quizás movida por una especie de hilos invisibles, Ayame se reincorporó y echó a andar sin un rumbo fijo, alejándose poco a poco de la linde del Bosque del País del Fuego donde habían pasado la noche. Tratando de calmar los alocados latidos de su corazón, Ayame descolgó la cantimplora que llevaba tras la espalda y le dio un par de buenos tragos. Paso a paso, lentamente, llegó a una especie de sendero embarrado que discurría a través de unos trigales completamente yermos e inertes. Pese a lo lúgubre del paisaje que la rodeaba, no dudó en seguir el camino para no terminar perdiéndose. Con suerte, incluso encontraría alguna pista sobre el paradero de su padre y su hermano mayor...
Sin embargo, lo que no esperaba era terminar frente a las puertas de una enorme mansión. En cualquier otra circunstancia se habría alegrado de encontrar señales de personas a las que pudiera preguntar o pedir cobijo; pero aquel lugar era totalmente contrapuesto a lo que cualquiera podría considerar "acogedor". La casa estaba completamente en ruinas. Las paredes, y las vigas de madera que las sostenían, parecía que podían colapsar en cualquier momento y el repiqueteo de la lluvia contra la estructura sólo le daba a la atmósfera un ambiente aún más tenebroso.
—A... aquí no encontraré a nadie que me pueda ayudar... —se dijo en voz alta, sólo por escuchar algo que no fuera aquella fantasmal lluvia, y se dio la vuelta.
27/10/2015, 20:48 (Última modificación: 27/10/2015, 22:09 por Uzumaki Eri.)
''Creo... Creo que he terminado perdiéndome...''
Dio otro respingo al escuchar como uno de los tantos truenos volvía a resonar en la lejanía. La lluvia ya se había convertido en una compañera en su pequeño viaje al país del fuego, sin embargo era una compañía no muy deseada, ya que la pequeña joven del remolino, aunque adorase la lluvia, la había aguantado por más de dos horas seguidas y ya comenzaba a calar sus ropas. Buscó en uno de sus tantos mapas algún lugar donde refugiarse o pasar la noche, pero al ver como después de varios intentos en vano de orientarse en aquel bosque, dio por vencida la tarea de poder secarse y dormir en una cama calentita. Suspiró y retiró el manto de cabello mojado que se había instaurado en ambos lados de su cara, deseaba con todas sus fuerzas haber traído algo para recoger su corto pelo y que la tarea de divisar algo más allá de donde su campo de visión normal alcanzara fuera más fácil.
Vio como el cielo se iluminaba y otro trueno se escuchó, haciendo a la joven de cabellos azules asustarse y encogerse sobre sí misma. Tal fue el susto que se llevó por haber estado metida en sus pensamientos que echó a correr hacia delante con los ojos cerrados, sin darse cuenta de que podía tropezar con cualquier cosa que se encontrase en el suelo.
''¿Por qué habré salido sola de la villa? ¿Dónde está Nabi cuando se le necesita?''
Las cuestiones mentales sin respuesta se arremolinaban en su cabeza, y no dejó de hacerse preguntas una y otra vez hasta que tropezó con algo parecido a una rama, terminando casi con la cara incrustada en el barro. Sin embargo el enganche de sus sandalia con la rama logró frenar la caída de la joven, como si de una mano que saliese del suelo se tratase. Se incorporó y llevó su vista hacia delante. Sólo en ese momento se dio cuenta de que a varios metros de allí se encontraba una mansión de un tamaño singular, o al menos eso lograba divisar en la penumbra de la noche y gracias a los relámpagos el techo de dicha casa. Se deshizo del agarre de la naturaleza en un intento de ayudarla a no comerse el suelo y, como si algo llamase su atención de aquella casa, movió sus piernas hasta posicionarse en un lugar más apropiado desde donde poder ver con exactitud la casa dueña del tejado que había visto.
La casa en sí daba miedo, las paredes parecían querer caerse en cualquier momento, las ventanas estaban rotas, las vigas amenazaban con doblarse por el peso de las partes superiores, los sonidos que creaba la lluvia al impactar con la madera de la cual estaba hecha la casa y la vegetación a su al rededor: campo desierto, seguramente de un color amarillento debido a la zona.
Sintió un pequeño escalofrío recorrer toda su espalda al darse cuenta de que frente a la casa había una figura femenina, y no supo si alejarse corriendo por donde había venido o acercarse y preguntar por indicaciones, pero no le dio tiempo a sopesar si había más posibilidades ya que otro trueno se escuchó, haciendo a la pequeña huérfana salir corriendo hacia donde se encontraba la mujer, pudiendo ser vista por la persona dueña de la silueta.
Se quedó muda, con los ojos bien abiertos. ¿Debería decir algo? las palabras salían de forma atropellada de su garganta, hasta que pudo formular algo que se pudiese entender.
-H-Hola... - Susurró, después tragó grueso, temiendo que esa noche pudiese ser la última de su vida.
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Dos muchachas y una noche oscura. Un infortunio, quizás sólo una fatídica casualidad. Pero encontrarse precisamente allí, precisamente aquella noche, la noche en la que nadie debía acercarse... Era tener muy mala suerte.
Pese a todo, aquella era la noche en la que nadie debía haberse acercado a la mansión de aquél trigal perdido de la mano de todos los dioses que se pueden nombrar, y de aquellos que todos ya han olvidado. Y pese a todo allá estaban, Eri y Ayame se llamaban, y estaban confundidas y asustadas, cada una a su manera. Eran kunoichis, las habían entrenado para la batalla. Para el reconocimiento. Para huir de los peligros cuando no podían hacerles frente.
Pese a todo, ellas no sentían el peligro. Claro, ¿cómo iban a sentirlo?
Y sin embargo, pese a todo, había peligro. Claro que lo había.
Estaba en las escaleras mugrientas que subían hasta el porche, en los pilares que a duras penas parecían sostener los balcones, en las ventanas negras como negro podía ser un universo vacío, estaba en el soplar del viento, que quería advertir sin éxito de los trances que allá dentro les esperaban, pacientes como un tigre acechando a una presa en la noche. Estaba en la puerta, sin manija, sin cerradura, que parecía querer abrirse de un momento a otro. No se movía, pero pese a todo, ellas sabían que quería abrirse. Lo gritaba desde la esencia misma de su ser.
Y la puerta se abrió. Y supieron que nadie, en su sano juicio, jamás, querría adentrarse allá dentro.
Y, pese a todo... Algo las llamó adentro como la luz que domina la voluntad de una luciérnaga que se acerca a una lámpara buscando la muerte.
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Pero en el momento en el que se dio la vuelta, una sombra acercándose a toda velocidad hacia ella le hizo saltar hacia atrás.
—¡Ah! —chilló, aterrorizada, pero enseguida se dio cuenta de lo ridículo de la situación.
Se encontraba cara a cara con una joven que, a juzgar por lo bajita que era, debía de ser más pequeña que ella; y sin embargo, era increíblemente bonita. De mejillas sonrosadas y piel pálida como el más puro marfil, en su rostro destacaban unos ojos, abiertos de par en par, que brillaban como auténticas esmeraldas y sus labios carnosos y sonrosados. Incluso sus cabellos, de un exótico e inusual color azulado, parecían estar constituidos de finos hilos perfectamente cuidados.
«Qué guapa es...» Se sorprendió a sí misma con aquellos pensamientos. No sin cierta envidia. Ojalá ella fuera tan atractiva como lo era aquella chiquilla. Incluso estaba muchísimo mejor dotada que ella en aspectos más íntimos.
Sin embargo, Ayame no tardó en reparar en la banda metálica que lucía en la frente y cuyo símbolo la identificaba como kunoichi de Uzushiogakure. Sus ojos se ensombrecieron súbitamente.
«Ya no hay alianza...» Se recordó para sus adentros.
-H-Hola... —balbuceó la chiquilla, con una voz suave como el terciopelo pero temblorosa como una hoja de otoño.
—Hola... —respondió Ayame, igual de recelosa.
Quizás fuera a añadir algo, porque abrió la boca e inspiró profundamente, pero un escalofrío le puso la piel de gallina repentinamente y se dio la vuelta de nuevo hacia la mansión.
En su vida se le hubiese ocurrido hacer una locura así. En cualquier otro momento habría salido corriendo sin mirar atrás siquiera. Pero había algo allí. Había una canción de sirena que la atraía con la fuerza con la que la luz de la luna atrae a una polilla. Estaba en los mugrientos y polvorientos escalones que conducían al porche de entrada, lo escuchaba en los mismos pilares que tanto se esforzaban en sostener unos balcones que amenazaban con derrumbarse en cualquier momento, lo sentía en las ventanas que miraban como ojos vacíos... Pero sobre todo aguardaba en aquella puerta sin pomo que deseaba ser abierta...
Y, de hecho, se abrió.
Y el canto de sirena se hizo más potente.
El viento se arremolinó alrededor de Ayame, y como poseída por aquella melodía sin notas, avanzó sin vacilar hacia la misma entrada de la mansión. Haciendo oídos sordos a su instinto más primario que prácticamente le gritaba que se alejara todo lo que pudiera de aquella mansión abandonada a su suerte en aquel trigal maldito.
Tales como fueron sus sospechas, la silueta correspondía a una mujer, una chica de más o menos su edad o quizás un poco más mayor. Fue gracias a los relámpagos de la tormenta que pudo distinguir los rasgos de la muchacha: piel pálida, como si el sol no se le hubiese acercado nunca, de cabellos cortos y oscuros, con un gracioso remolino en su parte derecha; que se encontraban empapados y casi pegándose en el cuello de la joven. También pudo apreciar el brillo claro de sus ojos color avellana, esos ojos que parecían estar inspeccionándola también a ella. ¿Por qué? Y su respuesta vino inmediatamente después de ver el adorno de su frente: la banda de la Villa Oculta de la Lluvia. La joven era una ninja, al igual que ella, y al enterarse un escalofrío volvió a cruzar su espalda... Era la primera vez que se encontraba con un ninja de otra aldea sin querer.
''¿Qué hará aquí?''
Hizo un amago de querer sonreírla, sin embargo el momento hizo que deshiciese el gesto y la pregunta que se hizo en su mente quedó en el aire. Sentía el miedo instaurado en su cuerpo, y no era por esa joven, no, era por la casa que se encontraba a escasos pasos de su posición, y cuando sus ojos se posaron en ella, supo que sería difícil desviarlos después.
Fue como si una voz entrase en su mente, una voz que venía directamente de las paredes de madera de la casa, que crujían gracias a la cantidad de lluvia que caía sobre ella y que en un momento o en otro, parecía que se iban a caer sobre ambas kunoichi. La voz la llamaba, la confundía para entrar en la casa y no hacer caso de su instinto, de lo que verdaderamente hubiese hecho en esa situación. Y cuando la puerta se abrió, la voz se hizo todavía más clara en su mente.
Notó como la chica de Ame avanzó sin pensárselo dos veces y una alerta resonó en su cabeza, intentando que su instinto se hiciese ver, que gritase a su compañera en esa noche oscura que se alejara de allí, o incluso que ella misma corriese sin mirar atrás, pero ni ella misma pudo girar, y avanzó sin un ápice de duda hasta los escalones rotos de la mansión, subiendo detrás de la otra chica.
Su corazón no podía dejar de palpitar, el sudor mezclado con las gotas de lluvia de su cara caía sobre sus ropas ya mojadas, y sin embargo seguía avanzando, hipnotizada. ¿Qué podría pasar en aquella mansión?
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Las fauces de la planta carnívora se cerrarían tan de sopetón como la puerta que se había cerrado tras las dos muchachas, produciendo un ruido que se les antojó más fuerte de lo que debía haber sido: el hechizo se había eliminado.
Afortunadamente, la casa era más agradable por dentro que por fuera, de hecho, parecía enormemente más grande. Ahora se encontraban en un curioso salón, de aspecto rústico. Sobre el suelo de madera oscura de pino yacía una alfombra roja con sinuosas decoraciones doradas, y sobre ella dos largas mesas que debían haber servido para organizar banquetes, tiempo ha. Las sillas tenían un aspecto caro, también los cuadros con rostros desconocidos y antiguos. Los ojos vacíos y distantes que las observaban desde los lienzos parecían tan terroríficos como lo que había sido ver la casa desde fuera, sin embargo.
Pero la luz de los candelabros del techo y encima de las mesas daba calor, un reconfortante calor que las cobijaba de la tormenta que parecía caer fuera, cada vez más fuerte. El viento hacía que las ventanas vibraran.
El salón tenía dos puertas y una escalera. A la izquierda, una sobria y humilde cocina. A la derecha, una sala de estar con dos sofás y una chimenea apagada desde hace siglos. La escalera daba al piso de arriba que no recordaban haber visto desde el exterior.
Al fondo de la habitación, un reloj de cuco, alto y robusto, hacía tiempo que estaba parado marcando las doce.
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9/11/2015, 23:22 (Última modificación: 10/11/2015, 08:26 por Aotsuki Ayame.)
Los escalones chirriaron bajo sus pies, lastimeros, pero Ayame ni siquiera los escuchaba. El centro de su atención era la entrada de la mansión, que la atraía con la fuerza gravitacional de un agujero negro. Atravesó el umbral sin vacilar, y en cuanto puso un pie en el interior del edificio...
¡BLAM!
La puerta restalló a su espalda, y Ayame salió de aquel extraño trance en el que se había sumergido con un súbito brinco. Aturdida, giró la cabeza a derecha e izquierda varias veces.
—¿Qué ha...? —balbuceó, con un hilo de voz.
Ni siquiera el hecho de que la atmósfera parecía más acogedora que desde el exterior, ni siquiera la calidez y la luz de los candelabros del techo lograba apaciguarla. Había entrado en una casa que parecía sacada de un cuento de terror sin siquiera haberlo deseado, y ahora se encontraba plantada en un recibidor de aspecto rústico como un pelele desorientado. Como la lengua de la boca del lobo, una alfombra roja con serpenteantes motivos dorados se extendía sobre el suelo de madera oscura. En el centro se alineaban las dos mesas más largas y fastuosas que hubiese podido ver en toda su vida. Igual de pomposos eran los retratos que colgaban de las paredes, pero Ayame fue incapaz de mirarlos durante varios segundos seguidos sin que le sobreviniera una angustiosa congoja.
De alguna manera, la mansión parecía incluso más grande que vista desde fuera. De hecho, ¿la mansión tenía dos pisos?
—No, no, no... —gimoteaba, aterrorizada.
Ni siquiera se dio cuenta de que no estaba sola en el lugar. Se abalanzó de vuelta sobre la puerta de entrada e intentó abrirla con todas sus fuerzas.
Cuando cruzó la puerta de entrada, un soplo repentino de aire fresco pasó por ella moviendo de una forma feroz sus cabellos, y cuando ambas kunoichi se internaron lo suficiente en esa mansión supuestamente abandonada, la puerta pegó un portazo, indicando que era hora de cerrar sus puertas.
-¡Aah! - Pegó un chillido tras el golpe que había originado el portazo, dando un salto hacia delante y adoptando una posición defensiva. Ya no estaba hipnotizada por la mansión, ya no había voces en su mente que la incitaban a entrar en la casa. Solo quedaban sus rápidas pulsaciones y su corazón queriendo salir del pecho, como si él fuese el primero en querer salir de la casa. Tragó grueso e intentó relajarse, pero... ¿Quién podría hacerlo estando en una mansión que parecía encantada y con una persona desconocida - o quizás más, quién sabe - dentro?
Dentro de la casa no llovía, a pesar de las grietas que permitían el paso del agua hasta el interior. Los ruidos provocados por la tormenta se escuchaban amortiguados gracias a las paredes de madera, que parecían más robustas desde el interior, y por fin se fijó que ese lugar parecía más grande por dentro que desde la visión que daba por fuera.
Se dio cuenta de que los candelabros daban una tenue luz, y se preguntó mentalmente qué hacían encendidos si era una mansión abandonada... Toda la decoración polvorienta era de un aspecto rústico, con una alfombra roja a sus pies como a los pies de la otra joven que se extendía por el suelo de una madera casi negra. También había moviliario en su interior: dos mesas en el centro recubiertas de polvo rodeadas de sillas, con aspecto de tener más valor que la casa de Eri entera. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo y giró la cara, encontrándose frente a frente con un rostro pintado en la pared, uno de los tantos cuadros que adornaban las paredes de lo que parecía ser la entrada de la casa; mirándola fijamente, como si la observara.
Se alejó instintivamente del lienzo, pegando su espalda contra una puerta, y volvió a tragar grueso. ¿Debería seguir observando si estaban fuera de peligro? ¿Y la otra chica?
Antes de que pudiese empezar a buscarla con la mirada, la encontró aporreando la puerta de entrada, intentando salir de la mansión con toda su alma, pero ésta no parecía querer abrirse. Una gota de sudor frío surcó todo su rostro y se acercó con velocidad a la chica de la lluvia, intentando ayudarla en la apertura de lo que parecía una de las salidas de la casa.
-¿Pero, cómo puede ser? ¡Yo no quiero quedarme encerrada en este lugar! - Chilló al aire, si alguien les estaba jugando una broma, ya no tenía gracia.
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Cita:Como la lengua de la boca del lobo, una alfombra roja con serpenteantes motivos dorados se extendía sobre el suelo de madera oscura.
¡Wow! ¡Muy buena!
Las chicas intentaron abrir la puerta con todas sus fuerzas, primero sólo Ayame, luego Eri se sumó al propósito de abandonar la casa. Pero la puerta no cedía, ni siquiera se movía. No se agitaba, no hacía ruidos, no se oían los golpes ni los roces de las manos que intentaban desbloquearla. Sólo el sonido de los jadeos y las voces desesperadas de las muchachas. La puerta no quería abrirse, como un centinela que protege lo más sagrado del mundo, como una losa de mármol forjada con el paso de miles de años.
Un susurro a sus espaldas les hizo dar la vuelta en el último momento, pero resultó ser una corriente de aire que bajaba del primer piso. Curioso, porque no había puerta abierta ni ventana posible para que el aire hiciera tal movimiento.
El viento sopló y sopló más fuerte, y apagó las velas de los candelabros y las sumió en la noche más oscura. Y una voz, tétrica como sólo podía serlo, retumbó entre todas las paredes y muebles, y a través de las costillas y el cráneo de las muchachas.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
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Pero la puerta no cedía. No se movía ni un solo milímetro. Como si no fuera más que una pintura en la pared en lugar de una puerta verdad.
Ayame vio un destello azulado por el rabillo del ojo. Y aunque en un principio se sobresaltó, cuando comprobó que se trataba de la kunoichi de Uzushiogakure, que se unía a la batalla por obtener la libertad; Ayame unió fuerzas con ella. Pero ni siquiera aquello fue suficiente. La puerta de salida seguía cerrada firmemente, y no parecía que aquella circunstancia fuera a cambiar por mucho que forcejearan con ella.
—¿Pero qué significa todo esto...? —Ayame lanzó la pregunta al aire, entre angustiados jadeos y alguna que otra gota de sudor frío deslizándose por su sien.
Se había metido en un buen lío. Y lo que era peor, no sabía cómo lo había hecho. Ahora estaba segura de que debía haber esperado a sus familiares junto a la hoguera, pero ya era tarde para lograr algo arrepintiéndose. Ahora tenían que salir de allí, y si no lo lograban con la fuerza bruta quizás...
«No. Si hago eso la dejaría aquí tirada.» Le dirigió una fugaz mirada de soslayo a su repentina compañera de apuros. No la conocía, pero se sentía incapaz de abandonar a alguien así como así a su suerte en una casa como aquella.
Y antes de que pudiera siquiera decidirse a actuar de alguna manera, Ayame oyó un leve susurro tras su espalda que la hizo voltear casi de inmediato. Nunca sabría de dónde podría haber venido, pero la bofetada de aire que sintió en el rostro le hizo cruzar ambos brazos por delante de su cuerpo en un acto reflejo. Se le puso el vello de punta. Y entonces, todo quedó súbitamente a oscuras. Una oscuridad tan densa que le cortó la respiración y la paralizó de los pies a la cabeza.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
Aquella voz pareció sonar más allá de sus tímpanos. Aquella voz, la más tenebrosa que había tenido la desgracia de oír, pareció sonar dentro de su cabeza, dentro de su esqueleto. Dentro de su alma.
—¡NO! ¡DÉJAME EN PAZ!
Ayame se había agachado sobre sí misma, hecha un ovillo contra la puerta y sujetándose la cabeza con ambas manos. Muerta de miedo como estaba, su cuerpo tiritaba como una hoja de otoño.
Su lucha contra ese pedazo de madera que minutos antes parecía como si quisiese caerse por si sola era imposible. Había ganado desde el primer momento en el que sus puños rozaron el material con el que estaba hecho, pero no quería darse por vencida, y siguió golpeándola hasta que su compañera dejó de golpear la puerta. Un suave escalofrío recorrió su espalda al imaginarse que incluso el mejor Okasho no hubiera podido hacer ni si quiera un hueco en la madera.
Se alejó un poco de allí, sintiéndose incapaz de lograr encontrar un lugar por donde salir. Esa casa no era normal, no podía ser normal. Pero antes de poder seguir pensando sobre lo aterradora y diferente que era esa mansión a las demás mansiones que había visto, vio como la luz que iluminaba la estancia se quedó reducida a los destellos que pasaban por las ventanas, por donde instantes antes había pasado el aire causante de ese apagón. Y como si eso no fuese lo peor, una voz resonó dentro de su cabeza, haciendo que se llevase ambas manos a la cabeza, apretándola con fuerza, intentando soportar vagamente el dolor que eso suponía mientras, por el dolor, cerraba sus ojos esmeralda con fuerza.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
Se quedó totalmente inmóvil, y solo por se podía distinguir de una estatua por los escalofríos que daba de vez en cuando. Esa voz acababa de robarle el alma, y es que nunca había logrado escuchar una voz tan escalofriante, digna de una película terrorífica, justo antes de que el protagonista fuera devorado por...
—¡NO! ¡DÉJAME EN PAZ!
Ese grito pareció devolverle un poco de la vida que se había escapado por entre sus labios, y por ello de sus ojos comenzaron a escapar lágrimas, incapaz de soportar más todo eso...
-Yo no quiero estar aquí... Nabi, por favor, ayúdame... - Susurró agachando la cabeza, aún con los brazos apretándole la cabeza y con los ojos tan cerrados que se estaba haciendo daño, pero sentía miedo de abrirlos y ver que nada había cambiado. Más lágrimas salían de sus ojos, sin control, y paralizada, dejó caer su cuerpo en el suelo, sentándose y agarrándose las piernas contra su pecho, quizá con suerte nadie la encontraría así, aunque era más probable que acabase muerta que viva.
Quería volver a Uzushio, quería refugiarse en los brazos de su aldea, de su hogar. Maldita sea la hora en la que decidió emprender un viaje en soledad, ¡si odiaba por completo estar sola! Aunque... No estaba sola. Como si algo en su cabeza reaccionase, incorporó un poco su cuerpo hasta poder gatear, tanteando lo que tocaba hasta dar con lo que buscaba.
-Hey...- La zarandeó, intentando llamar su atención, aunque no supo que decirla después de eso.
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La brisa se convirtió en huracán mientras el llanto de las muchachas se convertían en gritos, y los gritos en la música de aquél oscuro baile de sombras y terrores. El fenómeno, lejos de en paz dejarlas se cebó con sus debilidades. El tormento continuó.
Todo se apagó.
Negro. No era una negrura como la de una habitación a oscuras, no como la de una noche sin luna. Bien podría ser descrita como algo aún más negro que eso, tenebroso, terrorífico, desolador. Era como si las hubieran encerrado en un mundo sin luz, tanto era así que ya ni a las mismas tinieblas sabrían imaginarse, tanto era así que ni el mismo diablo hubiera querido estar allí.
Una inseguridad galopante creció en ellas, como si algo maligno y terriblemente homicida respirase tras sus nucas y por delante sólo les aguardase el frío beso de las púas de una dama de hierro.
La voz y el mensaje se repitieron, y algo les empujaba de nuevo a bajar al sótano como también algo las había empujado a entrar en la morada en primer lugar. Demonios, no sabían ni por dónde quedaba el sótano cuando Eri ya había avanzado dos pasos en dirección a él.
Las luces se encendieron. Y alguien las aguardaba al pie de la escalera. Su rostro era de estar molesto con alguna cosa.
Tenía el cabello lacio de un rubio rojizo, anaranjado, desgreñado. Los ojos apagados de mirada perdida que se clavaban en ellas suspicazmente. Era alto y estirado como un palo, vestido con traje antiguo japonés, de color negro. Una cinta negra también atada en la frente, de tela, pero sin placa ni símbolo como las suyas.
—Algo peor que los demonios os augura en esta casa, y no debéis escucharlo —anunció—. Debéis seguirme. Arriba. No abajo. Al cielo. Huyendo del infierno.
Sonrió. Algo en la falta de brillo de sus ojos resultaba terriblemente perturbador. Pero después de la visión que acababan de tener, una lluvia de cuchillos les habría parecido reconfortante.
Una mano se cerró en torno a su hombro, zarandeándola con suavidad, pero Ayame pegó un respingo mucho más violento de lo que en cualquier otra circunstancia habría hecho. Tan grande era el terror que sentía que prácticamente había olvidado la presencia de la kunoichi de Uzushiogakure que se encontraba junto a ella.
La miró a los ojos largamente, con los labios entreabiertos sin ser capaz de pronunciar palabra. Buscaba algún tipo de ayuda o consuelo pero sus ojos esmeraldas despedían el mismo terror que ella sentía.
«No puedo apoyarme en ella.» Comprendió, y aquel pensamiento sólo le puso el pelo de punta. «Tendremos que ayudarnos mutuamente para salir de esta.»
Inspiró para decir algo, pero aquel viento antinatural cobró fuerza hasta convertirse en un pequeño huracán que Ayame era incapaz de comprender de dónde venía. Volvió a encogerse sobre sí misma con un chillido de terror. Y entonces, la oscuridad se apagó. Jamás sabría cómo definir aquello. Si el viento ya había apagado la luz de las velas y los candelabros y las había sumido en la oscuridad, aquello fue como si hubiesen sido absorbidas por un agujero negro. Estaban sumergidas en una negrura tan densa que cortaba la respiración. Ayame respiró hondo, pero el aire no llegaba a sus pulmones. Nunca había sentido aquella sensación. Ella jamás se había ahogado. Y había algo más en el ambiente. Una sensación de muerte que la oprimía como los anillos de una serpiente pitón en su gélido abrazo.
—Vamos a morir... —susurró, con apenas un hilo de voz, y una lágrima se deslizó por su mejilla.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
De nuevo, aquella voz. Eri pasó por delante de ella, y cuando las luces volvieron a encenderse repentinamente Ayame se dio cuenta de que ella también se había levantado. Seguramente, con la intención de obedecer a aquella hipnotizante voz. Aterrada ante la idea de haber actuado en contra de su propia voluntad, Ayame volvió a derrumbarse sobre sus rodillas.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que había alguien al pie de las escaleras, y volvió a sobresaltarse. Era un hombre alto y delgado como una ramita que vestía con un antiguo kimono oscuro.
—Algo peor que los demonios os augura en esta casa, y no debéis escucharlo —anunció—. Debéis seguirme. Arriba. No abajo. Al cielo. Huyendo del infierno.
Ahora sonreía. Y aunque aquel gesto resultaba disturbante en unos ojos carentes de brillo, algo dentro de Ayame se vio ligeramente reconfortado.
6/01/2016, 17:29 (Última modificación: 6/01/2016, 17:31 por Uzumaki Eri.)
Las palabras se quedaron en su garganta, luchando por quedarse dentro en vez de salir, quizá porque si se veían fuera podrían ser también presas del miedo que sentía la pequeña kunoichi, o quizá porque simplemente no tenían sentido. Fuera como fuese era tarde para arrepentirse. Apartó su mano del hombro de la chica que la acompañaba, y justo después de eso, todo sucedió.
Siempre había creído que la luz y la oscuridad venían de la mano, que aunque se hiciese tarde y todo estuviese oscuro, una luz cálida residiría dentro de su corazón, pero esa creencia se esfumó como la apacible luz que creía viva en su interior cuando la oscuridad se apoderó de todo su interior, metiéndose en su cabeza mientras acunaba con mimo sus mayores miedos. Escuchó a la muerte hablarle directamente y se llevó las manos a ambos lados de su cabeza, pegando un chillido para poder evitar seguir escuchando la canción de cuna que era cantada en su interior.
Pero no sabía si la nana era peor que volver a escuchar esa escalofriante voz del sótano.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
Se sorprendió a sí misma dejando caer ambas manos a los lados de su cuerpo y caminando hacia la voz como si de verdad creyese que la voz y el poseedor de ésta la fuese a ayudar, pero su cuerpo había reaccionado por cuenta propia, sin entender a razones de su cerebro. Entonces fue cuando las luces volvieron a hacer acto de presencia, apareciendo junto a ellas un hombre de ojos apagados al pie de la escalera de esa horrible mansión, con la vista fija en las dos intrusas. De cabellos anaranjados y vestimenta tradicional japonesa negra.
—Algo peor que los demonios os augura en esta casa, y no debéis escucharlo —anunció—. Debéis seguirme. Arriba. No abajo. Al cielo. Huyendo del infierno.
Y se vio confusa de nuevo, porque su cuerpo reaccionó en contra de su voluntad demasiadas veces aquel día, pero sintió más confianza por el extraño de las escaleras que por el del sótano. Quería llorar - lo sabía porque le picaba la nariz a rabiar -, porque no saber qué hacer la ponía de los nervios, pero antes de nada, la chica de Amegakure preguntó al desconocido.
-—¿Quién... quién eres...?
Parecía como si antes les hubiese hablado el mismísimo diablo, y ahora les hablaba el Dios de la casa, pero, como siempre, ella no confiaba en ningún Dios.
-¿Eres tú el dueño de esta casa? - Añadió a la pregunta de la kunoichi de la lluvia.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
El extraño hombre de cabellos de paja se limitó a sonreír y a agacharse para quedarse a su altura. Con sus largos brazos revolvió el pelo de las aterrorizadas muchachas tratando de hacer que se relajaran. Cerró los ojos, suspiró, se levantó y comenzó a caminar hacia las escaleras.
—Mi nombre es Katachi Kinma —se excusó—. Esta casa tiene una larga historia, pero si nos quedamos aquí es posible que no pueda contárosla. Él es muy poderoso y muy maligno. Seguidme, os lo explicaré por el camino.
Por si acaso las niñas no se fiaban de él, empezó a relatar la historia desde que puso el pie en el primer escalón. No siguió subiendo hasta no ver que ellas le seguían. En cualquiera de los casos, dijo:
—Esta morada está maldita —Toqueteó la madera de la barandilla con sus largos dedos como si fuera una suerte de piano. Tenía las uñas sucias y descuidadas—. Un ser de extraordinaria maldad habita ahora. Y también estoy yo. Procedo de un antiguo clan de monjes.
»Sellé a ese monstruo y me sellé con él. Si no fuera así ya estaríais muertas. O algo mucho peor. Lo que ese enfermo le haría a muchachitas jóvenes y atractivas como vosotros sería... Horrible.
Se dio la vuelta para mirarlas, y sonrió afablemente. Siguió ascendiendo.
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