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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Ahhh, el bueno de Yokuna, sí, sí. ¿Y te dejó firmar el pacto, dices? —rio Yui—. Con lo reservado que es. Debiste caerle en gracia, ¿eh?

Digamos que... nos ayudamos mutuamente —sonrió ella, en respuesta.

Pues, si algo bueno dejó el tiempo que estuve en Dragón Rojo, es que yo también firmé el pacto con una familia animal —intervino Kaido entonces, y Ayame le miró con mucho interés y sentimientos encontrados. Que hubiese conseguido firmar un pacto animal era algo bueno, sin duda; pero que lo hubiese hecho durante su estadía en Dragón Rojo no dejaba de provocarle un desagradable sentimiento de rechazo—. De hecho, me concedieron el Gran Pergamino de Invocación... y es la puta hostia. ¡¿A que no adivináis qué animal es?! ¡¿Uhm, uhm?!

Ayame le miró de arriba a abajo, inquisitiva: branquias, dientes afilados como navajas. Si tuviera que adjudicarle un animal, quizás podría ser...

¿Una trucha? —inquirió Yui, con una sonrisa ladina.

¿Pirañas? —sugirió Ayame.
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—Habitación de Ayame: Link

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#47
Tenía.

Tenía que haberlo visto venir.

¡Es que se lo dejó en bandeja de plata, a ambas! ¡A Yui, porque no iba a perder la oportunidad de tocarle los nísperos al gyojin! ¡Y Ayame, porque tan despistada que es, no iba a atinarle nunca, tal y como le pasaba con los nombres!

Pero ya era tarde. Yui lanzó la primera puya. Truchas. Luego Ayame, Pirañas.

La cara de Kaido era todo un poema.

—Joder, es que hay que ver... —dijo, con el ceño fruncido—. ¡Tiburones, coño, tiburones! ¡puedo invocar a la jodida Reina del Océano y a sus Aletas! siete tiburones que sirven como un séquito de guerreros del mar. Ayame, te molaría ver como es todo ahí abajo. En lo más profundo. Hasta libré una guerra contra un grupo de orcas mafiosas que querían tocarnos los cojones. Fue maravilloso.
#48
¿Pirañas? —sugirió Ayame.

¡¡JA JA JA JA JA JA JA!! —Si Yui quería ser discreta, desde luego, no lo demostraba. Sus risotadas pudieron oírse desde todo el vagón, desde los vagones adyacentes, y si hubiese habido alguien encima del tren probablemente se habría asustado y defenestrado contra la nieve.

A continuación Kaido pasó a explicar lo obvio: que se trataba de la familia de los tiburones. Aunque Yui hizo rodar sus ojos cuando habló sobre una tal Reina del Océano y una guerra contra un grupo de orcas mafiosas. Por lo visto la Tormenta se lo tomaba a broma, claro que Kaido hablaba muy, muy en serio.

¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados. —Yui sonrió, mostrando, de hecho, una hilera de estos.

El silbato del tren anunció que estaban llegando. A Yui le pilló por sorpresa, pues las ventanas se habían empañado y el sol del atardecer les reflejaba desde el cristal de la puerta del compartimento.

»Bueno, hora de trabajar. —La Tormenta, al menos, se colocó la capucha y la máscara antes de levantarse y salir.

La estación estaba en las afueras de Yukio. Cuando bajaron del tren, un intenso frío les golpeó la piel de la cara. Era de esos vientos helados que le quebraba a uno los labios y le resecaba los párpados. Hasta Yui se removió y se frotó los brazos, cruzándolos.

Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó, guiñándole un ojo a Ayame. Echó a caminar, resuelta, sin esperar a que la siguieran, pero en el fondo, sabiendo que lo harían.

Nada más llegar al pueblo, los tres sintieron un inmenso alivio, una sensación hogareña de familiaridad, incluso bajó la sensación de frío. Las calles de Yukio estaban alegres. Ayame y Kaido se dieron cuenta entonces: probablemente la festividad de fin de año les tomase en medio de una misión de rango S. Quizás para Kaido estaba entre la mejor compañía, pues no tenía familia a la que acudir. Pero para Ayame, sin duda sería un duro golpe.

De todas formas, era el deber, ¿no?

Aunque quizás...

Oye... estoy pensando... ¿y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado. —Yui se quedó un momento parada. Como si se acabase de dar cuenta de algo—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.

Por alguna extraña razón, aquél cálido pero extraño comportamiento en Yui reconfortó tanto a Ayame como Kaido. Sin duda eran todas buenas ideas. Los tres lo necesitaban.

Lo necesitaban.
#49
¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados.

Kaido sonrió, tal y como lo hizo Yui. Porque, bien era cierto que haber pactado con los Tiburones, más allá de que se tratase casi que del destino hablando —por las similitudes entre su extraña variación genética, y estos animales—. resultaba ligeramente incómodo para un ninja que, por lo general, suele luchar en tierra firme. No obstante, ya Umikiba Kaido había pensado en ello. En el problema. Y en su solución. Y como todo, aún no había desentrañado la respuesta del todo, pero estaba convencido de que la respuesta a ese problema era que si no podía luchar en el océano, era necesario que fuese capaz de traer el océano hasta él. Aún no daba con la tecla, pero más pronto que tarde, lo iba a hacer. Y entonces, sus Aletas podrían acompañarle siempre que las necesitase.

De pronto, un silbato envolvió a los presentes, como un inequívoco aviso de que el tren había alcanzado su destino. Yukio. Kaido pegó una buena estirada, se volvió a cubrir la cabeza con la capucha y apretó aún más la bufanda, alrededor de su cuello. Aún así, el frío atravesó las telas sin piedad, como un cuchillo candente, y una ventisca azotó su rostro en cuanto abandonó el cacharro de acero. Menudo frío que hacía. Lo mejor era empezar a moverse y calentar el cuerpo, así que no tardó mucho en seguir a Yui, en silencio. El trayecto hasta el corazón de la ciudad fue corto, y motivador. La familiaridad de sus calles, repleta de gente en ánimos festivos, resultó ser suficiente calidez como para que el frío dejara de ser un problema. Kaido no era un tipo de celebrar las fiestas, pero no podía negar que le hacía cierta ilusión pasar fin de año junto a Yui y Ayame, aunque se encontrasen en plena misión. Cualquier cosa resulta mejor que las cavernas de Ryugujo, o que su lúgubre apartamento, desde luego, donde sólo le hacía compañía la tele, y un bol de ramen instantáneo.

Oye... estoy pensando... ¿y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.

Kaido torció a mirar a Ayame.

—Pues a mí me no me resulta mala idea. ¿Tú qué dices? —preguntó, conciliador. Lo ideal es que ella también estuviese de acuerdo.
#50
Kaido asistía estupefacto a las suposiciones de Yui y Ayame.

Joder, es que hay que ver... ¡Tiburones, coño, tiburones! —Replicó, claramente ofendido—. ¡Puedo invocar a la jodida Reina del Océano y a sus Aletas! Siete tiburones que sirven como un séquito de guerreros del mar. Ayame, te molaría ver como es todo ahí abajo. En lo más profundo. Hasta libré una guerra contra un grupo de orcas mafiosas que querían tocarnos los cojones. Fue maravilloso.

Ayame, con la boca y los ojos abiertos como platos, trataba de imaginar aquel mundo submarino al que intentaba arrastrarla Kaido con su imaginación. Lo único que conocía de ese otro mundo era de las imágenes que había visto en los libros. Un mundo que tan pronto podía ser colorido y lleno de vida entre los arrecifes de coral como oscuro y muerto como las llanuras abisales. Pero el conflicto entre una sociedad de tiburones y otra de orcas la dejó aún más estupefacta.

«Parece que la guerra no es sólo cosa de humanos... ¿Es que el mundo no puede convivir en paz?» Meditó, angustiada.

Pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, Yui soltó una violenta carcajada que debió escucharse por todos y cada uno de los vagones del ferrocarril.

¡Pff! Muy impresionante, Kaido. Pero si invocas uno en tierra lo único que conseguirías es que se ahogase. Yo prefiero algo más versátil, y con muchos, muchos dientes afilados.

«Es verdad, ¿Yui tendrá algún pacto de invocación?» Ayame volvió la cabeza hacia ella, tratando de imaginar qué tipo de animal pegaría con su personalidad, pero el silbato del ferrocarril anunciando la llegada a Yukio impidió que pudiera preguntar nada al respecto.

Bueno, hora de trabajar —musitó Yui.

Y mientras Kaido y Yui se preparaban para desembarcar, Ayame volvió a enfundarse en su propia túnica de viaje, se echó la capucha sobre la cabeza y se rodeó la mitad inferior del rostro con la bufanda, dejando sólo sus ojos al descubierto. Dado el frío que hacía en el exterior, suponía que no debía resultar nada extraño ver a algún viajero tan enfundado. El viento congelado quemó sus mejillas y atravesó las capas de ropa, haciéndola tiritar al instante. No recordaba el frío que hacía en aquel lugar.

Me cago en la puta, al final voy a rallar la capa con ellos —bromeó Yui, haciendo una clara alusión al obsceno comentario que había lanzado anteriormente, pero cuando buscó la mirada de Ayame, esta la desvió a un lado, incómoda.

La Sombra se adelantó, y enseguida el frío se vio contrastado con una hogareña sensación de familiaridad. Ayame cayó entonces en la cuenta y sus ojos se perdieron entre la alegre multitud: estaban en las vísperas de fin de año. Para ella, aquella siempre había sido una fiesta muy familiar y personal. Todos los años había ido con su padre y su hermano, a veces incluso con la compañía de Kiroe y Daruu, a ver los fuegos artificiales de fin de año y a pedir sus deseos para el siguiente. Parecía que aquella vez no iba a poder ser y, aunque en su interior entendía la responsabilidad de su misión y no iba a formular ninguna queja al respecto, su corazón se hundió de pena al pensarlo.

«Quizás pueda mandarles un halcón al menos...»

Oye... estoy pensando... —Intervino Yui, mientras seguían caminando—. ¿Y si nos relajamos un poco? Conozco un sitio de onsen buenísimo. Podemos descansar, que el tren me ha dejado el culo cuadrado —Yui se paró momentáneamente, como si se hubiese acordado de algo de repente—. Coño, si mañana es la noche de fin de año. ¿Harán fuegos artificiales aquí? ¿Os apetece subir a un lugar alto y verlo? ¿O quizás vendan castañas asadas? Podríamos verlos mientras disfrutamos de ellas.

Pues a mí me no me resulta mala idea. ¿Tú qué dices? —Kaido le preguntó a Ayame directamente, que abrió los ojos, la única parte de su rostro visible, como platos.

C... claro, me parece una idea genial —respondió, conmovida por el gesto de Yui—. Pero, ¿está bien? Quiero decir, ¿podemos permitirnos pasar el tiempo? —La misión era muy importante, demasiado importante como para imaginarse a sí misma relajándose en unos onsen. De hecho...—. ¿Hay onsen aquí? —Preguntó, perpleja.
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#51
Todo irá bien...

¡Oh, sí! —exclamó Yui, juntando las palmas de las manos—. Uno muy bueno. Ya veréis.

Todo está bien...

Y así, contentos, felices, complacidos, los tres shinobi se dirigieron al Cálido Descanso, un onsen a las afueras de Yukio donde el calor de las aguas termales contrastaba con el frío del exterior. Kaido reflexionó un buen rato en la zona para hombres, quizás sobre su regreso a Amegakure, quizás sobre lo agradable que era pasar un fin de año con su verdadera familia. Yui interrogó a Ayame hasta el hastío sobre cosas que la avergonzaban, y se quejó varias veces del puto frío que hacía fuera. Pero a una el onsen le hacía olvidarse de todo, hasta del frío. Sea como fuere, una hora después ninguno se acordaba de sus reflexiones, las preguntas, las conversaciones. Estaban a gusto, muy a gusto.

En Yukio todos somos y seremos felices...

Los tres acordaron darse una buena comilona: los puestos de comidas ambulantes vendían todo tipo de bollos rellenos. Los de carne de cerdo especiada estaban muy, muy ricos. Juntos esperaron al anochecer, y disfrutaron de un espectáculo magnífico de fuegos artificiales, acompañado de la alegre melodía que sonaba por los altavoces dispuestos tras cada esquina. Una música relajante, un bálsamo para los sentidos. Piezas sin letra, de shamisen.

No hay por qué pensar...

Encontraron una posada cálida y vacía, muy confiable. Perfecta para su cometido: ¡las dos semanas de vacaciones que se habían tomado junto a la Tormenta! No se lo podían creer: todo estaba siendo tan, tan feliz...

El año nuevo es una época feliz, todos a disfrutar... nada de pensar...

Se bebieron un chocolate caliente y se fueron a dormir, cada uno a su habitación. Tapados, con la habitación bien aislada. Las sábanas, las más suaves del mundo... el colchón, ni muy blando, ni muy duro... y de fondo, la dulce melodía sin letra que ahora les invitaba a dormir...

No pienses, duerme...

...a dormir...

...duerme...








OBEDECE, OBEDECE, OBEDECE, OBEDECE.








A las dos de la madrugada de la sexta noche en Yukio, Ayame despertó de golpe. ¡Vaya susto! Estaba soñando algo muy raro. Ella, Kaido y Yui no habían viajado a Yukio por placer, sino para ¡investigar sobre los Generales de Kurama! Durante unos días, se había olvidado de su cometido, y en sueños se daba cuenta de que la sintonía shamisen de fin de año de Yukio tenía una letra... que le decía... que le decía...

OBEDECE.

Ayame sintió una punzada en el pecho y un pitido en los oídos. ¿Qué estaba...?

DUERME.

A Ayame se le empezaron a cerrar los párpados. Se tumbó en la cama y, complaciente, comenzó a taparse con las sábanas...



OBEDECE, DUERME. OBEDECE.

¡OBEDECE!



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Ayame accionó el interruptor de la lámpara y durmió plácidamente. Tan sólo había sido un sueño. A la mañana siguiente, ni siquiera recordaría haberlo tenido.


· · ·


La mañana había amanecido soleada y cálida, o al menos menos fría que los días anteriores. Yui, Kaido y Ayame estaban desayunando en las mesas del Cálido Descanso. Por algún motivo, Aotsuki tenía unas ojeras descomunales.

Vaya careto, Ayame —rio Yui—. Bueno, ¿qué os apetece hacer hoy? Podríamos visitar el Valle Aodori, no creéis? Hace mucho que no lo visito. Con eso de ser la Arashikage, y luego la Tormeeeentaaa —dijo, con porte teatral.

Todos sintieron un pequeño pinchazo y un ligero pitido en los oídos. De pronto, la idea de Yui parecía... estúpida. ¿Por qué iban a salir de Yukio? ¡Aquella ciudad era tan bonita, tan...!

»Nah, nah, era una mierda de idea. Mejor nos vamos al museo arqueológico, ¿eh? He oído que hay un esqueleto de una especie de pájaro gigantesco. Un dinosaurio volador. ¡Increible! ¿Verdad?

A los otros dos les pareció una buenísima idea.
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#52
Resultaba que sí que había un onsen en Yukio. Uno muy bueno, además. Y, mientras escapaba como podía de las incómodas presiones de Yui, la calidez de sus aguas y sus relajantes vapores se llevaron todas las preocupaciones de Ayame y la muchacha se dejó arrastrar por la sensación sin ser siquiera consciente de ello. Las responsabilidades entre sus manos se vieron reemplazadas por unos deliciosos panes baozi que desgustaron en uno de los puestos de comida ambulante que había repartidos aquí y allá. A un lado quedó la importante misión, en algún momento se olvidó de los dos shinobi que habían desaparecido en aquel precioso pueblo nevado. Incluso dejó de sentir tanto el frío y, simplemente, se abrazó a la sutil felicidad que la estaba embriagando. Aquella noche, mientras contemplaban embelesados los fuegos artificiales de Año Nuevo, ningún halcón viajó hacia Amegakure.

«Qué música tan preciosa...» Se maravilló ante el sonido del shamisen que acompañaba los fuegos desde varios altavoces. Y comenzó a tararear para sí aquella melodía sin letra.

Y, mientras tomaban un chocolate caliente a la lumbre de una hoguera antes de irse a dormir, supo que jamás cambiaría unas vacaciones como aquellas por nada en el mundo.



. . .



Vaya careto, Ayame —rio Yui, cuando la kunoichi bajó las escaleras para desayunar con sus compañeros de viaje.

Aquella mañana no traía consigo sus armas de kunoichi, ni su mochila. ¿Para qué iba a necesitarlas en aquel lugar tan pacífico? De hecho, incluso se había olvidado la bufanda de su hermano en el armario.

Ella, con una risilla algo nerviosa, se llevó una mano a la nuca.

Creo que no he descansado muy bien esta noche —se excusó. Aunque no recordaba haber tenido ninguna pesadilla, ni haberse despertado en toda la noche, se sentía extrañamente cansada. No le había dado demasiada importancia, y terminó suponiendo que aún tenía cansancio acumulado del día anterior. Tomó asiento entre Yui y Kaido, y se llevó el chocolate caliente a los labios mientras seguía tarareando para sí.

Bueno, ¿qué os apetece hacer hoy? Podríamos visitar el Valle Aodori, no creéis? Hace mucho que no lo visito. Con eso de ser la Arashikage, y luego la Tormeeeentaaa... —sugirió Yui, con pose teatral.

Pero aquella mera sugerencia provocó un pinchazo de dolor en el pecho de Ayame.

¿Irnos...? ¿Tan pronto...? —Se le escapó, con un hilo de voz.

Nah, nah, era una mierda de idea —se retractó Yui—. Mejor nos vamos al museo arqueológico, ¿eh? He oído que hay un esqueleto de una especie de pájaro gigantesco. Un dinosaurio volador. ¡Increible! ¿Verdad?

¡¿Un dinosaurio volador gigante?! —exclamó Ayame, inclinándose hacia ella con los ojos brillantes de emoción—. ¡¿Tan grande como Vedfolnir?! ¡Claro que quiero verlo! ¿No es genial, Kaido?

Después de todo, ¿había otra cosa mejor que hacer?
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#53
Y fue así como, sin siquiera ellos saberlo, que aquél viaje a Yukio se convirtió de pronto en algo totalmente distinto a su cometido inicial. Claro que ninguno de ellos fue consciente de ello. De que, por alguna razón, su presencia en el Norte se debía a unas cálidas y felices vacaciones invernales y no a la posibilidad de que Kurama estuviera moviendo sus hilos en la ciudad.

De alguna forma la realidad se desvirtuó de tal manera que durante siete días, las prioridades sencillamente dejaron de serlo; y los días pasaron sin los contratiempos que habrían tenido que tener si estuviesen haciendo lo que dictaba el deber. Demasiado extraño todo aquello. Nada encajaba, y aún así, a ninguno de ellos parecía importarle. Kaido al que menos. Estaba tan feliz. Tan contento. Tan a gusto. Se sentía en familia, algo de lo que careció durante tanto tiempo...

De los tres, seguro que el que menos quería que semejantes vacaciones se ensueño llegasen a su fin era él precisamente.

—Oh, sí, genial —dijo, a duras penas, más concentrado en su desayuno que en otra cosa. Kaido alzó la mirada un momento, y miró a Yui. ¿No tenía máscara? qué raro. No, raro no. ¿Para qué iba a necesitar una, en un lugar tan feliz como Yukio, verdad?—. oiga, Yui-sama, yo es que no quiero ser indiscreto, pero... ¿estas hermosas vacaciones están siendo patrocinadas por Amegakure, verdad? porque fijo Ayame y yo no tenemos para costearnos otra semanita más. Y con las ganas que tengo de quedarme...
#54
¿Vedfolqué? —dijo Yui, torciendo la cabeza como perro que no entiende.

oiga, Yui-sama, yo es que no quiero ser indiscreto, pero... ¿estas hermosas vacaciones están siendo patrocinadas por Amegakure, verdad? porque fijo Ayame y yo no tenemos para costearnos otra semanita más. Y con las ganas que tengo de quedarme...

¿¡Amegakure!? ¡Ja! Estas vacaciones las pago yo, amigo mío. No te preocupes. Son solo unos días.

Era cierto. Eran solo unos días. Excepto que ya hacía más de una semana, y a Yui se le estaba acabando el dinero. Kaido y Ayame tampoco tenían mucho más en el monedero, porque cada dos por tres andaban comprando algo en un puesto de comida callejera. Pero a ninguno de los tres podía importarles ahora eso: ¡iban a pasar un magnífico día en el museo!

Y así, fueron al museo, y lo disfrutaron, y aprendieron muchas cosas que a la noche ya se les habían olvidado. Porque algo tenía aquél pueblo que hacía que alguien se olvidase de sus preocupaciones.

Y los tres se fueron a dormir, y Ayame volvió a escuchar la letra de la canción de nuevo, sutil, silenciosa, ahogada por la música, y se dio cuenta de nuevo de que llevaban muchos días perdiendo el...

DUERME.

A Ayame se le empezaron a cerrar los párpados. Se tumbó en la cama y, complaciente, comenzó a taparse con las sábanas...



OBEDECE, DUERME. OBEDECE.

¡OBEDECE!



Tirada de (Voluntad 40) (+1): -0--, total -> -2, insuficiente


Ayame accionó el interruptor de la lámpara y durmió plácidamente. Tan sólo había sido un sueño. A la mañana siguiente, ni siquiera recordaría haberlo tenido.


· · ·


De nuevo se encontraban riendo y desayunando mientras se contaban anécdotas. Yui, en aquél preciso momento, les comentaba cómo se enfrentó una contra uno con un cocodrilo gigantesco.

¡¡Y entonces le metí un sello explosivo bajo la lengua, al muy hijo de puta!! ¡BAAAUM JAJAJA! —Dio un puñetazo en la mesa. Hasta el tabernero dio un brinco.

»Oye, ¿y qué vamos a hacer hoy?
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#55
Hasta aquella mañana, Ayame nunca había sospechado siquiera que podía haber un museo arqueológico en Yukio. No lo habría esperado de aquel pequeño y hogareño pueblo nevado, pero ahí estaba, frente a sus ojos: grande e imponente, con más maravillas de las que podría haber imaginado nunca ni en sus mejores ensoñaciones. No sólo vieron el esqueleto de aquel pájaro gigantesco, que nada tenía que ver con su halcón, vieron restos de muchos más animales que sólo había visto en libros y leyendas, vieron fragmentos de meteoritos rescatados, vieron artilugios ninja de cientos de años de antigüedad, vieron...

Aquel fue un día que jamás olvidaría. O eso era lo que Ayame creía, hasta que volvió a cerrar los ojos, obedeciendo inconscientemente a una voz a la que no podía resistirse. Obedeció y durmió. Como todas las noches anteriores.

Y, como le venía pasando últimamente, cuando despertó lo hizo con las mismas ojeras y la sensación de que no había descansado como debería.

«Qué raro... Es el colchón más cómodo que he probado en mi vida, y las mantas son suaves y cálidas.» Meditaba, mientras terminaba con su desayuno.

¡¡Y entonces le metí un sello explosivo bajo la lengua, al muy hijo de puta!! ¡BAAAUM JAJAJA! —bramó Yui, estampando un puñetazo tan fuerte en la mesa que hizo que incluso las ventanas temblaran ligeramente.

Un... ¿Un sello explosivo? —preguntó Ayame, visiblemente horrorizada. Su cerebro se negaba a dibujar la escena que le estaba describiendo.

Oye, ¿y qué vamos a hacer hoy?

¡Ah! ¡Pues podríamos hacer una...! —Ayame lanzó la mano hacia delante y le arrojó una bola de nieve que había cogido de la ventana de su habitación y que había estado amasando entre sus manos. La bola se dirigió directamente al rostro de la que un día había sido la líder de su aldea. Pero nada de eso importaba ya. Y Ayame ni siquiera esperó a la respuesta de Yui: Se había levantado a toda prisa y ahora corría hacia el exterior—. ¡Guerra de bolas de nieveeeeeee!
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#56
Qué jodida suerte. ¡Suerte! vacaciones de ensueño en una ciudad de ensueño. Y gratis. No tenían que preocuparse por nada. Por... nada...

. . .

¿Museo? eso era historia del pasado, como los dinosaurios que allí habitaban. Kaido ni se acordaba de lo que tuvo que haber sido seguramente una gran aventura. Porque el nuevo día abría las posibilidades a un maravilloso e inacabable mundo dentro de Yukio. Quién lo diría, que aquella ciudad tuviera tantas cosas por hacer y explorar. Opciones infinitas. Casi como si resultase humanamente imposible querer salir de ahí.

—¡Wujuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! ¡Guerrrrrrrrrraaaaaaaaaaaaaaaaa!

Como si de un llamado al campo de batalla se tratase, Umikiba Kaido corrió tras Ayame. Oh, la iba a destruir. Si en algo no iba a perder el tiburón, era en un combate usando jodidas bolas de nieve.
#57
¡Plaf! Amekoro Yui, la Tormenta, la máxima autoridad de la Nación, recibió una bola de nieve en el rostro. Kaido se levantó e inmediatamente siguió a Ayame, quien llena de un júbilo inapropiado salió dispuesta a continuar con la batalla en el exterior.

Yui no decía nunca que no a una batalla.

Especialmente si alguien desafiaba su autoridad con una falta de respeto como aquella.

¡¡AYAAAAAAAAAMEEEEEEEEEEEEEE!! —Un grito iracundo vino del interior del edificio cuando la jinchūriki y el Tiburón se disponían a divertirse con la nieve a fuera. Luego, vinieron los cristales rotos.

¿Los cristales rotos? Oh, sí.


¡¡CREEEEAAAAAASHHHHHHH!!


¡¡GROOooooooAAAAAAaaAa!!


Un cocodrilo de dimensiones enormes saltó a través de la ventana de la taberna. El pánico se apoderó de las calles de Yukio. El enorme reptil tomó una carrera en línea recta hacia Ayame, mientras abría y cerraba la mandíbula con un sonido que podría describirse como:

CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP.
#58
Ayame escuchó la exclamación de Kaido a sus espaldas y apretó el paso, preparándose para recargar sus reservas de nieve para continuar con la trifulca. Sabía que Yui seguiría los pasos de su compañero para vengarse de la bola de nieve que había recibido en el rostro en un acto de lo más osado por parte de Ayame. Nunca antes se habría atrevido a hacer una cosa así, pero aquella invasiva felicidad que les había invadido sin siquiera ser conscientes de ello, sumado al tiempo que habían pasado juntos, había limado las reservas hasta hacerlas casi inexistentes, e incluso inapropiadas. Pero Ayame también sabía que no la alcanzarían si ella no lo deseaba. Sus pies eran como una ventisca en la nieve.

¡¡AYAAAAAAAAAMEEEEEEEEEEEEEE!!

«¡Ahí viene!» Pensó Ayame, con una risilla divertida.

Con lo que no contaba fue con el repentino estruendo de los cristales rotos que la hizo detenerse en seco y mirar más allá de Kaido, extrañada. Un error garrafal, comprendió enseguida.

¡¡GROOooooooAAAAAAaaAa!!

Como si Yui lo hubiera invocado a partir de sus historias, un monstruoso cocodrilo atravesó los ventanales de la posada y arrancó a correr hacia Ayame abriendo y cerrando sus terroríficas fauces recubiertas de colmillos como dagas.

¡AAAAAAHHHH, KAIDO, AYÚDAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! —suplicó, con un agudo chillido, pasando a su lado a toda velocidad, levantando una nube de nieve a su paso. Ayame se sumó al terror de los pobres habitantes de Yukio y, utilizando sus habilidades de kunoichi, se encaramó a la pared del edificio más grande que fue capaz de encontrar y subió entre largas zancadas.

Allí debería estar a salvo. Los cocodrilos no podían escalar paredes...

¿No?
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#59
Pero antes de que Kaido pudiera ganarse un par de puntos tras acribillar a Ayame a bolas de nieve, algo sucedió. Un estruendo, que bien podría haber sido la ira de Amekoro Yui tomando forma física. La forma de un...

de un...

¡¡¡¡¿Cocodrilo?!!!!!!!

A Kaido pronto se le olvidó la guerra de bolas de nieve. Ahora lucía atónito, con la quijada desencajada víctima de una mezcla de sorpresa y admiración. ¡Yui podía invocar cocodrilos! ¡a eso se refería a lo de extra de dientes! quién lo diría. El gyojin pensó en una anécdota que le contó Mogura un día, acerca de que en las alcantarillas de Amegakure vivían cocodrilos, acechando. Siempre creyó que eran fábulas para mantener a los niños en la casa. Para que fuesen obedientes. Pero ahora todo era posible. Muy posible.

Kaido rió a carcajada limpia cuando vio a aquél mastuerzo de piel escamoza espaturrar la nieve bajo sus patas y a Ayame huyendo como una pequeña, aunque ágil y escurridiza gacela.

Aunque ésta le pidió ayuda, él estaba más por la labor de disfrutar vívidamente aquella escena, para no olvidarla. Porque, últimamente, todo era muy difuso. Porque, aunque estar en Yukio era increíblemente satisfactorio, día tras día; si se ponía a pensar, le resultaba imposible encontrar el porqué. Y eso era muy extraño, por más que la conciencia se empecinase con convencer a su sentido común de que realmente no lo era tanto. Que todo aquello era normal. Que el hecho de que un enorme cocodrilo estuviera transitando las calles de Yukio era una situación absolutamente cotidiana.

—¡Usa el Kakuremino, Ayame, que seguro no te pilla! ¡JAJAJAJA!

Claro, absolutamente cotidiana...
#60
El cocodrilo que corría tras Ayame paró en seco cuando la kunoichi se subió a las paredes del edificio. Levantó la cabeza un momento, como si acabara de darse cuenta de algo, y miró directamente a los ojos a Umikiba Kaido. Entonces, el reptil volvió a emprender carrera, esta vez hacia nuestro amigo el escualo.

CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP, CHOMP.

Pero en el último instante. El reptil dio un salto por encima de él, un tremendo bote impulsándose con un golpe de la cola en la nieve de Yukio. Ayame, aterrorizada a lo lejos, le vio dar un giro en medio del aire y atizar, también con la cola, a uno de los grandes altavoces que adornaban todo Yuk...


¡KRRRIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEK!


Fue como si una aguja del diámetro de una pelota de tenis les atravesase el cráneo de oído a oído. También como si alguien les arrancase de golpe toda la alegría de vivir. En realidad, como si un edulcorante a los pensamientos acabara de ser retirado de golpe y sus mentes pidieran más, más. No recordar. Dormir. Obedecer. Dormir. Obede...

...no. Llevaban demasiado tiempo haciendo el imbécil en Yukio. ¿Por qué lo habían hecho? ¿Por qué? ¿Por qué?

Quizás ambos pudieran intuir, tras unos minutos, de qué se trataba. Pero solo Ayame lo sabía con certeza: simplemente se había olvidado.

Un Genjutsu les había mantenido hipnotizados durante casi dos semanas.

¡BAM! La puerta de la taberna se abrió de par en par. El gritito asustado del dependiente, que se escondía tras la barra, acompañó a Amekoro Yui afuera. La Tormenta mantenía la cabeza agachada. Estaba furiosa. Furiosa.

Pero no con Ayame.

Niña, esa música os estaba comiendo el coco.

...drilo. —Yui resopló. Luego soltó una carcajada—. ¡¡AAAAAAAAAAHHHHHHHH ME CAGO EN LOS PELUDOS COJONES DE ESE PUTO ZORRO!!

»¡¡Te crees muy listo, verdad, hijoputa!! —Yui señaló al cielo. Como si desde ahí el Kyuubi pudiera escucharle—. [b]¡¡Vosotros los intelectuales y vuestros trampeos de mierda!! ¡¡PODÉIS SACAROS TODOS LOS TRUCOS DE LA MANGA QUE QUERÁIS, PERO DONDE ESTÉ UN PUTO COCODRILO ENORME NO HAY TONTERÍA QUE VALGA!!

Ahora Yui parecía contenta. O quizás siguiera furiosa. Quién sabe. Por un momento, Amekoro Yui fue la Yui de siempre. La antigua Arashikage implacable —e imprudente— que Kaido y Ayame habían conocido durante casi toda su vida.

Pero Yui no era la misma de siempre. Abatida, dejó caer los hombros y comenzó a caminar a un punto aproximadamente en el centro de sus dos subordinados.

»Nos la han jugado de nuevo, ¿eh...? Tanta planificación... para nada.



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