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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#61
—¡JajajajaJajajaja! ¡Tranquila Ayame, si te muerde, usa el Sui.... KaaAAaAaAaAaAhhhHHHHhhh!

El Umikiba se dio la vuelta y echó a correr tan rápido como podía. Él no era tan rápido como podía serlo Ayame pero ni de coña iba a dejarse alcanzar por esa jodida bestia.

Ah, pero es que una cosas es no querer. Ya de poder, pues era un tema aparte; porque el cocodrilo gigante sí que lo alcanzó, aunque antes de devorarse a la trucha viva, el animal pegó un salto, usando su cola como trampolín. Para Kaido todo sucedió casi que en cámara lenta, y no, no porque tuviese el sharingan. Si ya de por sí en Yukio no hacía mucho sol, verse de pronto bajo el dantesco estómago del cocodrilo resultó como si le hubieran apagado las luces. Porciones de nieve caían a su alrededor cual granizo, y la boca de Umikiba Kaido era un canuto que, abrumado por la escena, esperaba no ser aplastado por el centenar de kilos que debía de pesar ese bicharraco. Esos kilos, no obstante, no destruyeron al gyojin, sino a uno de los parlantes que, sin ellos saberlo; les había mantenido alejados de la realidad durante demasiado tiempo.

¡KRRRIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEK!

Un chirrido le aterrorizó los tímpanos por un momento. Kaido se llevó las manos hasta las orejas, tratando de acallar el dolor. Entonces abrió los ojos, y ya el mundo no se veía tan colorido como hasta hace un segundo antes. Ya no estaba tan enérgico ni sublime: con el silencio, esa realidad paralela, la verdadera, les golpeó de pronto y sin avisar como lo hace una tormenta en mar adentro, a un barco a la deriva.

El gyojin buscó respuestas allí en donde no las había. ¿Por qué? ¿por qué perdieron tanto tiempo?

Miró a Ayame. Miró a Yui. Luego al portentoso cocodrilo, que habló.

Niña, esa música os estaba comiendo el coco.

Ya con los gritos de Yui, todo cogió sentido. En Yukio yacía preparada una trampa, y ellos habían caído directo en ella. Eso, para bien o para mal, certificaba una cosa; y es que en definitiva, Yukio estaba bajo la influencia de ese zorro malparido. Kaido apretó los dientes y suspiró, tratando de no caer en el pesimismo de Yui.

—Ya el tifón lo ha destruido todo, y los focos están sobre nuestras cabezas —soltó Kaido, rememorando las palabras de Ayame—. cambio de planes, no hay más tiempo que perder —si es que aquello era posible—. es hora de ir a por el Gobernador, si es que no ha cogido ya sus maletas y se ha pirado a acicalarle los nueve rabos al puto zorro de los cojones.
#62
...No. El cocodrilo no podía trepar paredes.

Ayame suspiró, profundamente aliviada, cuando el monstruoso reptil alzó la cabeza hacia ella sin posibilidad de alcanzarla.

¡JajajajaJajajaja! ¡Tranquila Ayame, si te muerde, usa el Sui...! —Las enérgicas carcajadas de Kaido se vieron interrumpidas cuando el cocodrilo se giró hacia él, como si acabara de reparar en su presencia. Entonces pareció cambiar de idea, porque se abalanzó tras El Tiburón—. ¡...KaaAAaAaAaAaAhhhHHHHhhh!

Kaido echó a correr como alma que lleva el diablo, tal y como había hecho Ayame justo antes. Pero los cocodrilos en general engañaban a la vista, y bajo aquella apariencia panzona y vaga se escondía un rápido depredador. Mucho más rápido de lo que parecían aparentar.

¡Cuidado, Kaido! —gritó Ayame.

El cocodrilo estaba a punto de atraparle entre sus afiladas fauces, pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, el reptil dio un coletazo en el suelo que le catapultó en el aire y pasó por encima de él. Aquella debía ser la primera vez en la historia que la enorme sombra de un cocodrilo se cernía amenazadora sobre la de un tiburón. Y entonces giró en el aire con tanta elegancia como violencia, y su cola golpeó un altavoz.



¡KRRRIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEK!



Ayame sintió como si hubiesen atravesado el cráneo de lado a lado con un Mizudeppo. Con un gemido de dolor, y repentinamente mareada, la muchacha se encogió, llevándose las manos a los oídos. Al dolor le sucedió la desolación: Toda la felicidad y el colorido navideño a su alrededor desapareció, y su corazón se encogió de profunda tristeza, como si acabara de despertarse de un sueño demasiado bonito para ser cierto. ¿Por qué le habían hecho abandonarlo de aquella manera tan cruel?

Duerme. Obedece. Duerme.

«¡Señorita, al fin!» La voz de Kokuō, dentro de su mente, la sobresaltó. ¡Se había olvidado de ella en aquel tiempo.

«¿Qué ha...? ¿Qué ha pasado?» Se preguntó, aunque una parte de ella ya conocía la respuesta.

Duer... Obede... Duer...

«No conseguía comunicarme con usted. Esa música ha debido cortar nuestra conexión de alguna manera... ¡He estado casi dos semanas intentando advertirle!»

D... O... D...

Las órdenes desaparecieron de su cabeza y los ojos de Ayame se ensombrecieron. Y la desolación se vio sustituida por una profunda rabia. Le pegó un golpetazo al suelo con el puño cerrado y se reincorporó con las mandíbulas muy apretadas. Bajó del edificio de un salto, ignorando las bromas y los chascarrillos que Yui soltaba, tratando de rebajar la tensión del momento.

Han estado jugando con nuestras mentes por dos semanas —explicó entre dientes, al llegar junto a ellos—. Un maldito Genjutsu auditivo, ¡como los míos! ¡Y no he sido capaz de luchar contra él! Todas las noches me despertaba, sabía que algo estaba mal, pero entonces oía esas órdenes entremezcladas con la música de ese shamisen, ¡y no era capaz de resistirme a ellas! Lo siento... Tendría que haber podido hacer algo al respecto.

¡Maldita sea! ¡Se suponía que ella era la experta en técnicas auditivas del grupo! Ayame estaba llena de rabia y se notaba en el vapor que emanaba de cada poro de su piel, fundiendo la nieve tras sus pasos.

Ya el tifón lo ha destruido todo, y los focos están sobre nuestras cabezas —comentó Kaido—. Cambio de planes, no hay más tiempo que perder: es hora de ir a por el Gobernador, si es que no ha cogido ya sus maletas y se ha pirado a acicalarle los nueve rabos al puto zorro de los cojones.

Pero, puede haber más altavoces dispersos por Yukio —sugirió Ayame, bajando ligeramente la voz—. Tenemos que proteger nuestros oídos y destruirlos.
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#63
Llantos.

Los cuatro comenzaron a escuchar llantos. Dos manzanas a la redonda de lamentos incomprensibles. El tabernero, agotado, salió de detrás de la barra y a su encuentro. Parecía enfurecido, pero por lo que fuera, se le pasó toda la rabia cuando vio el enorme cocodrilo al lado de Yui.

Y volvió a su refugio.

Si os sirve de algo, puedo oír perfectamente esas instrucciones escondidas entre la música. A lo mejor solo afecta a los humanos —dijo el cocodrilo—. ¡Yui! ¡Sólo me invocas para hacerte la chula delante de los genin, y ahora que por fin tienes algo de acción para mí resulta que era otra pelea estúpida entre compañeros!

¡Kokoroko, maldito lagarto con pretensiones, que estábamos metidos en un Genjutsu! ¿No has oído a Ayame? ¡Era culpa del Genjutsu! —Se excusó Yui, cruzándose de brazos y apartando la mirada.

Ahora que veían bien a Kokoroko, el animal llevaba una especie de bandana de Amegakure extra grande alrededor del cuello, de color azul. Tenía las escamas de un llamativo color verde, más claro de lo que quizás habían imaginado que sería el de un cocodrilo normal. Sus ojos eran anaranjados, casi dorados. Observaban a Ayame con una terrible curiosidad.

Así que tú eres Ayame... la jinchūriki de Kokuō. Encantado de conoceros. —Miró a Kaido—. Yui, creo que tu otro compañero tiene hipotermia. Deberíamos llevarlo a un lugar cálido y darle algo caliente para beber, como una sopa. Mira cómo tiene la piel.
#64
«¡Maldita sea! ¡Hasta cuando voy a seguir cayendo en esos malditos genjutsus, la puta que los parió, cabrones hijos del demonio!»

Oh, Kaido y los genjutsu tenían una larga historia. Había caído en sus trampas tantas veces, desde Datsue en el círculo de las Rocas Ancestrales hasta Zaide, en la Prisión del Yermo. Y ahora el zorro hijo de puta. Y con unos putos parlantes. ¡Unos parlantes!... que vergüenza. Kaido apretó los puños y trató de contenerse. Pero a diferencia de Yui, este tipo de derrotas personales no le desmoralizaban, sino que por el contrario, le daba la motivación suficiente para perseverar, siempre. Por eso seguía vivo a pesar de que pudo haber muerto en más de una ocasión.

Maquinando mil y un maneras de despellejar a Kurama, lo único que lo sacó de su fúrico ensimismamiento fue la voz del cocodrilo, que parecía estar dirigiéndose a él. El escualo lo miró con cara de pocos amigos. Nadie se burlaba de su color desde hace más de tres años. Ya eso había pasado de moda.

—Y a ti deberíamos darte una buena cepillada en el lomo, a ver si te podemos quitar todo ese moho que tienes pegado encima —contestó, mientras sacaba su comunicador del portaobjetos y se lo colocaba en la oreja derecha—. Yui-sama, ¿sabe como llegar a donde debería estar el Gobernador? imagino tendrá un lugar específico, como nosotros con la Torre del Arashikage. Mientras nos guía, Ayame puede sobrevolar la ciudad con su halcón allí hasta donde no pueda oír la música y nos va avisando por el comunicador si allí por donde vamos hay otro de estos parlantes.
#65
A su alrededor comenzaron a sonar llantos, lamentos incomprensibles que llegaban hasta sus oídos. El tabernero salió de su local, visiblemente enfurecido, pero la visión del colosal cocodrilo le hizo replantearse sus prioridades y volvió a refugiarse. Era como si hubiesen roto una pompa de felicidad, y ahora todo el mundo lucía descolorido, triste y enfadado.

«Es mejor así.» Se repitió Ayame, sombría. «Sois libres.»

Si os sirve de algo, puedo oír perfectamente esas instrucciones escondidas entre la música —El cocodrilo confirmó las vagas pesquisas de Ayame—. A lo mejor solo afecta a los humanos —supuso.

Y aquello le dio una idea a Ayame, que alzó la mano y se llevó el dedo pulgar a la boca para morderlo y hacerlo sangrar mientras Cocoroco, Yui y Kaido se enzarzaban en una nueva discusión sobre el color de piel de Kaido y que Yui sólo invocaba al cocodrilo para imponerse frente a los genin.

Así que tú eres Ayame... la jinchūriki de Kokuō —La interrumpió Cocoroco—. Encantado de conoceros.

Eh... sí. Igualmente, Cocoroco —musitó ella, aún algo aturdida por el efecto de la ilusión. No era fácil salir de aquella sensación de inmensa paz y felicidad de una forma tan brusca después de dos semanas sin preocupaciones, sólo para darte cuenta de que has estado perdiendo el tiempo de una forma casi humillante.

Yui-sama, ¿sabe como llegar a donde debería estar el Gobernador? Imagino tendrá un lugar específico, como nosotros con la Torre del Arashikage —sugirió Kaido—. Mientras nos guía, Ayame puede sobrevolar la ciudad con su halcón allí hasta donde no pueda oír la música y nos va avisando por el comunicador si allí por donde vamos hay otro de estos parlantes.

No quiero ser pájaro de mal agüero, pero es muy probable que el gobernador esté tan metido en ese genjutsu como lo hemos estado nosotros —dijo Ayame, comenzando a hacer sellos con sus manos ensangrentadas—. La idea no es mala, pero aunque soy bastante perceptiva, yo no tengo un sentido de la vista como la de mis halcones. Será mejor que vaya con vosotros, además soy vuestra única baza para romper ilusiones. Además, creo que ellos podrán apañárselas sin mí.

¡BAM!

Estampó la mano diestra en la nieve, y un súbito estallido liberó una nube de humo que les cubrió durante unos instantes. Y detrás de esta apareció un esplendoroso halcón peregrino de unos tres metros de longitud, perfecto para ser montado por una persona. Ayame le dio la bienvenida acariciando sus plumas, de un gris casi azulado, mientras el ave paseaba la mirada de sus grandes ojos oscuros por los allí presentes.

Él es Takeshi —le presentó, llena de orgullo—. No hay halcón más rápido que él, así que será perfecto para romper esos malditos altavoces desde el cielo.

¿Me has llamado para romper unos altavoces? —graznó, incrédulo.

Takeshi, alguien los está utilizando para sumir a Yukio en un genjutsu. Necesitamos eliminarlos, y parece que sólo nos afecta a los humanos. ¿Nos ayudarás?

El ave chasqueó su pico acerado y estiró las alas, preparándose para la acción.

En fin, ¡qué remedio! Espero que para la próxima vez que me invoques sea para un reto más interesante.

Ten cuidado, si te descubren...

¡Ja! ¡Como si me fueran a atrapar aunque lo hicieran! Por cierto —añadió, volviéndose hacia Kaido—, ¿ese humano se encuentra bien? Se ve muy azul...
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#66
Kaido y Yui rieron con la broma del escualo. Rieron, sí, mientras Kokoroko abría la boca peligrosamente. Mientras adelantaba la mandíbula y mientras ponía sus dos hileras de gigantescos dientes a ambos lados de su cabeza. Abrió la boca un poco más... y cuando Kaido abrió los ojos el cocodrilo refunfuñaba apartado, a un par de metros, mientras escudriñaba los alrededores.

Claro, en el ayuntamiento —dijo Yui—. Es ese edificio alto de allá. El del campanario.

No quiero ser pájaro de mal agüero, pero es muy probable que el gobernador esté tan metido en ese genjutsu como lo hemos estado nosotros —dijo Ayame, comenzando a hacer sellos con sus manos ensangrentadas—. La idea no es mala, pero aunque soy bastante perceptiva, yo no tengo un sentido de la vista como la de mis halcones. Será mejor que vaya con vosotros, además soy vuestra única baza para romper ilusiones. Además, creo que ellos podrán apañárselas sin mí.

¡BAM!


¡Wow! Genial, Ayame —felicitó Yui, observando al gran halcón peregrino que Ayame había invocado. Su rostro cambió bastante cuando el halcón se negó a hacer lo que se le había ordenado—. ¡Oye! ¡Un respeto, que la Tormenta te necesita!

Afortunadamente, el orgulloso halcón aceptó a regañadientes. No sin antes preguntarle también a Kaido si se encontraba bien. Kokoroko refunfuñó.

Yo me he preocupado por él y sólo he recibido un insulto como respuesta —refunfuñó Kokoroko, adelantándose—. ¡Oye, Yui! ¡Te has ablandado! ¡Deberíamos estar sembrando el terror por todo el pueblo ya! ¿¡Dónde está el enemigo!?

Yui se cruzó de brazos, seria, mirando al cocodrilo. Se frotó la barbilla durante unos instantes y luego sonrió de forma peligrosa.

Qué coño, es verdad. —Rió—. Chicos, es cuestión de tiempo que sepan lo que estamos haciendo. Así que ahora a la mierda todo. ¡¡A LA MIERDA!! ¡AL ATAQUE, KOKOROKO!

¡Vamos, pollo! ¡A ver quién destruye más altavoces! —Súbitamente, Kokoroko salió despedido a una velocidad sobrehuma... ¿sobrecocodrila? Se perdió al cruzar un puente y girar una esquina. Empezaron a escucharse gritos. Hubo el sonido de un objeto metálico cayendo al suelo—. ¡¡UNOOOOOO!!

Yui se encogió de hombros.

Allá por donde pasen ellos, estaremos a salvo. Descubramos quién es el hijoputa que nos ha engañado.
#67
Yo me he preocupado por él y sólo he recibido un insulto como respuesta —refunfuñó Kokoroko en respuesta, antes de que Kaido pudiera decir nada al respecto. Entonces se volvió hacia la Tormenta—. ¡Oye, Yui! ¡Te has ablandado! ¡Deberíamos estar sembrando el terror por todo el pueblo ya! ¿¡Dónde está el enemigo!?

Y Yui se cruzó de brazos. Miraba al cocodrilo con profunda seriedad, pero Ayame sintió que la sangre abandonaba su rostro cuando la vio sonreír de aquella forma tan peligrosa.

«Oh, no...»

Oh, sí.

Qué coño, es verdad —Yui soltó una sonora carcajada.

¿Qué? —A Ayame se le escapó un agudo gallo.

Chicos, es cuestión de tiempo que sepan lo que estamos haciendo. Así que ahora a la mierda todo.

¡No, Yui, esp...!

¡¡A LA MIERDA!! ¡AL ATAQUE, KOKOROKO!

¡Vamos, pollo! ¡A ver quién destruye más altavoces! —bramó el gigantesco reptil, que echó a galopar sin más miramientos. Le perdieron de vista cuando cruzó un puente y giró una esquina, pero fue dejando una serie de alaridos de terror tras su paso—. ¡¡UNOOOOOO!! —le oyeron en la distancia, con un estrepitoso estruendo metálico.

Pero él no había sido el único. Takeshi había desaparecido sin dejar una sola pluma y ahora surcaba los cielos con sus afiladas alas de halcón a toda velocidad. Hubo un momento que la gigantesca figura del ave desapareció en apenas un parpadeo y, apenas una centésima de segundo después, volvieron a escucharle detrás de varios tejados.

¿Uno? ¡Ya llevo cinco! ¿Es que te pesa ese culo de lagarto?

Allá por donde pasen ellos, estaremos a salvo —dijo Yui, encogiéndose de hombros—. Descubramos quién es el hijoputa que nos ha engañado.

Pero Ayame se había quedado congelada en el sitio.

P... P... P... P... P...

Tenía el rostro petrificado en un gesto de terror y la mano, temblorosa, alzada en el aire hacia la nada. Su piel había perdido todo el color, sólo la nieve que les rodeaba era más blanca que ella misma.

Cuando Shanise les había advertido que tuvieran cuidado con Yui, no podía haber imaginado un escenario peor que aquel. Si por alguna remota casualidad quien había ejecutado el genjutsu no se había enterado de que tres shinobi habían escapado a su control, desde luego la exhibición zoológica que acababa de acontecer en Yukio les había terminado por colocar los focos sobre la cabeza.

Y la soga al cuello.
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#68
Al final, resultó que su idea, si bien tenía algo de sentido, no podría ser ejecutada tal y como el escualo se lo imaginó. Ayame resaltó las flaquezas del plan, aunque utilizó parte de éste para elaborar el suyo. La aparición de Takeshi así lo certificó. Tanto ese pajarraco como el prehistórico cocodrilo eran inmunes a las ilusiones generadas por la música emitida en los altavoces, así que serían ellos los encargados de eliminarlos, y así poder crear un camino seguro para los tres shinobi desde su actual posición hasta el susodicho Ayuntamiento.

«Con que ahí te escondes, bribón»

Aunque Ayame creyó que Takeshi sería suficiente para realizar aquella labor sin causar demasiado alboroto en los alrededores de Yukio—dado a su no tan extravagante tamaño y a su capacidad de vuelo—. pronto Kokoroko alteraría el plan de forma irremediable. Fue el animal el encargado de recordar las viejas usanzas de Amekoro Yui, de sus antañas formas de proceder. Vamos, que fue quien le recordó a la Tormenta como serlo en su mayor expresión. Indetenible. Indestructible. Feroz y voraz.

Umikiba Kaido ni se molestó en tratar de disuadir ni a Yui, ni a Kokoroko. Tampoco se tomó el tiempo en confortar a Ayame, quien en vano, se había estado esforzando en evitar el caos. Pero Kaido entendía que a veces, el caos forma parte del proceso y que, para llegar a la miel; de una u otra forma toca alborotar el avispero.

—A por él —acto seguido, encabezó el avance de la tropa que liberaría a Yukio del yugo de Kurama.
#69
Las fuerzas de Yui, Kaido y Ayame arrasaron por todo Yukio, liberándola del yugo de aquellos pérfidos altavoces que manipulaban las mentes de sus habitantes. Como una partida de guerra de un invasor, el trío y sus animales levantaron gritos de terror y llantos. Llamaba la atención que hasta ahora ninguna de las tropas a cargo del Gobernador saliera al paso para defender la ciudad. Claro, era lógico, cuando ya no había ninguna tropa en Yukio. Tan solo enemigos, como estaban a punto de comprobar.

Ya habían limpiado el pueblo cuando de todas partes y de ninguna aparecieron al menos diez ninjas vestidos de blanco, con una bandana funesta que reconocerían al instante, al menos Yui y Ayame. Un copo de nieve, tal y como les habían informado.

Ninjas de Kurama.

En silencio, comenzaron a arrojarles shuriken. A todos. El cocodrilo saltó y golpeó con su cola una ráfaga que iba directa a las espaldas de la Tormenta.

¡Detrás de ti!

¡¡Hijos de la gran puta, váis a sufrir!!

En fin.

Yui se apareció en un tejadillo y apuñaló a dos de ellos con dos tantō. Mientras tanto, Otros dos centraban su atención en Takeshi, que volaba ráudo esquivando las armas, de momento. Otros dos se habían plantado frente a Kaido y pretendían flanquearle para atacar con dos uchigatana. Los cuatro restantes se plantaron a ambos lados de Ayame.

Señora Kokuō, abandone esta insensatez.

El Señor Kurama sabrá cómo recompensarle.

Pero Ayame y Kokuō supieron que estaban preparados para cualquier cosa. Las manos de los cuatro se movieron para juntarse y realizar sellos...
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#70
A por él.

Y, a la comanda de Kaido, los tres echaron a correr hacia el edificio que hacía las veces de ayuntamiento, donde debía estar el Gobernador de Yukio. Cocoroco y Takeshi se encargaban de destrozar los altavoces por donde iban a pasar, inmersos como estaban en su peculiar competición y dejando tras de sí gritos de terror y llantos al aquellas dos criaturas gigantes batiéndose sobre su ciudad como si de una película de ciencia ficción se tratara.

Y mucho habían tardado en encontrarse con los problemas: De todas partes comenzaron a surgir ninjas vestidos enteramente de blanco y con una bandana sobre la frente que Ayame reconoció al instante.

Son ninjas de Kurama —le susurró a sus compañeros, recordando las advertencias de Sasaki Reiji—. Tened cuidado.

Sin pronunciar una sola palabra, lanzaron una oleada de shuriken sobre ellos. Cocoroco se interpuso rápidamente, y con un potente coletazo desvió las armas antes de que llegaran a alcanzarlos.

¡Detrás de ti! —le advirtió a Yui.

Pero la Tormenta se había aparecido en un tejadillo cercano y comenzó a ocuparse de otros ninjas.

¡¡Hijos de la gran puta, váis a sufrir!!

En fin.

Desde lo alto, Takeshi esquivó los shuriken que le habían arrojado con su velocidad sin igual. Pasó junto a los ninjas, colocándose tras su espalda, y con una nueva batida de alas les lanzó cuatro plumas afiladas como kunais.

¡Quince altavoces y dos ninjas! —Takeshi seguía contando en voz alta.

Mientras tanto, cuatro ninjas del copo de nieve habían aparecido a sendos lados de Ayame. La kunoichi, apretando los dientes, hizo el amago de llevarse la mano al portaobjetos. Pero sus dedos sólo encontraron el vacío.

«¡Maldita sea, me las dejé en la habitación!» ¡Por supuesto! ¿Quién iba a llevar armas en una guerra de bolas de nieve? ¿O en un museo de dinosaurios? ¿O en las aguas termales? ¡Maldito aquel genjutsu y maldita su estupidez ingenua!

Señora Kokuō, abandone esta insensatez.

El Señor Kurama sabrá cómo recompensarle.

¡Ja! ¿Recompensarme? —pronunció la voz de Kokuō desde la garganta de Ayame. Uno de sus ojos se había vuelto turquesa—. ¡No quiero nada de ese hermano que se porta igual que los humanos!

Las manos de los cuatro ninjas se juntaron. Se estaban preparando para algo, y Ayame no estaba dispuesta a arriesgarse. Saltó en el aire, mientras sus manos se entrelazaban en el sello del Carnero y del Tigre, y desde sus labios expelió una bocanada de agua que se extendió sobre el suelo, buscando los pies de los agresores. Pero no con la intención de atraparlos, como podrían haber supuesto si conocían la técnica, sino de hacerlos resbalar.

Pájaro.

Y antes de que sus pies volvieran a tierra, de su espalda surgieron dos haces de agua que se batieron en el aire como si de dos alas se trataran y le hicieron ascender un par de metros más.

Dragón, Tigre, Liebre.

Y con una última ejecución de sellos, Ayame volvió a expeler otra bocanada de agua, esta vez a presión, intentando abarcar a los cuatro shinobi.




PV

275/275


CK

271/355

-18 CK
-30 CK
-36 CK
(Regeneración impedida)

Fuerza 30 Resistencia 40 Aguante 40 Agilidad 110 Destreza 60
Poder 80 Inteligencia 80Carisma 50 Voluntad 40 Percepción 100

Inventario a la vista: Nada

Técnicas usadas: Suiton: Mizuame Nabara (Segundo alterador), Hikōgo no Jutsu (Quinta evolutiva),Suiton: Mizurappa (multiplicado x3)

Daño propuesto: Suiton: Mizurappa = 60 PV

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#71
La triada liberatoria, encargada de despertar a Yukio de una vez por todas; arrasó todo a su paso. No sólo porque la vanguardia estaba compuesta por dos fúricos ninjas como lo eran Yui y Kaido, también Ayame, que llevaba a un monstruo poderosísimo en su interior, y sendas invocaciones animales que competían entre sí para ver quién destruía más parlantes; sino que además ninguno de ellos encontró mayor oposición durante los primeros tramos de su avance. A medida de que ganaban más y más terreno, al Hōzuki se le hacía un tanto extraño que aún no hubiera aparecido nadie en aras de detenerlos. Porque ese ha de ser el deber de los guardias gubernamentales de una ciudad como aquella, claro. El problema era que, como se pudieron dar cuenta luego, no había guardia. Sólo el enemigo. Ratas. Roedores saliendo a montones de sus escondrijos y atacando de forma sorpresiva y por la espalda, como los seres rastreros que eran.

El enorme cocodrilo fue quien detuvo las armas que arrojaron en un principio, y alertó a Yui, del inminente peligro. El grito iracundo de Amekoro Yui contagió una vez más a Umikiba Kaido, quien ahora encontraba su primera oposición en tan peligrosa e importante misión. Eran dos shinobi, que identificados con una bandana grabada con un copo de nieve —símbolo que no guardaba relación alguna con ninguna Villa Oculta y que según Ayame, representaba la Armada de Kurama—. pretendían flanquear su azulado trasero, con sendas uchigatana. Ah, ataques de vieja usanza. Y es que cuantas veces no le habían intentado cortar el cogote con una de esas mierdas. Y cuantos de esos intentos habían fallado, gracias a los múltiples secretos que esconde su clan.

Pero esta vez, no estaba por la labor de permitir que aquellos aceros indignos de un verdadero Amejin cortasen su piel. Kaido era un ninja de timing. Todo era cuestión de aguardar al momento justo, y contraatacar con aquello que le permitiese acabar con esos canijas en un parpadeo, tal y como lo había hecho Yui. Porque a falta de otras herramientas ninja —que tal y como le había sucedido a Ayame, no las cargaba encima como de costumbre—. un shinobi ha de encontrar otros recursos para vencer.

El gyojin esperó, esperó, y esperó. Ellos se acercaban, a paso agigantado; y cuando estuvieron tan cerca que se les podía oler el hedor que emanaba ese zorro cabrón de todos sus esclavos, Kaido alzó los brazos apuntando al pecho de ambos enemigos, al mismo tiempo que echaba el torso para atrás, y de la yema de sus dedos índice tanto derecho como izquierdo emergieron dos gotas de agua que de encontrar oposición, traspasarían lo que fuese —carne y hueso—. como si fuese un cubo de mantequilla lo que les estuviera haciendo frente.

¡Fsjiúpp Fsjiúpp!



PV

250/250


CK

256/340

-84 CK


Fuerza 70 Resistencia 40 Aguante 60 Agilidad 60 Destreza 60
Poder 80 Inteligencia 40 Carisma 60 Voluntad 60 Percepción 60

Inventario: —
Técnicas usadas: Mizudeppō no Jutsu (multiplicado x2)
Daño propuesto: Mizudeppō no Jutsu = 70 PV (x2)

#72
La respuesta de Kokuō pilló a los soldados de Kurama por sorpresa. Quedaron paralizados un instante, como si no pudiesen creerse las palabras de la bijū. Un momento de distracción suficiente que Ayame aprovechó haciéndolos resbalar y caer de espaldas al suelo. El torrente de agua que vino después terminó por noquearlos. Probablemente siguieran con vida, pero estaban inconscientes.

Mientras tanto, Kaido lidiaba con otros dos shinobi, que despachó rápidamente con una de las técnicas estrellas del clan Hōzuki. Esos dos no despertarían nunca más.

¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —gritó Kokoroko.

Y no había mejor forma de definirlo. La ciudad entera estaba sumida en el pánico. Los gritos y llantos inundaban sus oídos como el ruido de la maquinaria pesada de unas obras. Cuando Yui aterrizó de nuevo al lado de sus compañeros, un hombre gordo, vestido con traje, corrió hacia ellos y casi se abalanzó a sus pies, agarrándole la túnica.

Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Sus ojos hundidos en dos pronunciadas ojeras casi parecían un resto evolutivo. Dos pequeñas almentras enmarcadas en una carota grande, con un bigote aún más grande.

Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —Yui se sacudió al hombretón de la pierna y le señaló con el dedo—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!

D... de... de...

Niña, basta. —El cocodrilo de Yui llamó a la calma, aunque los ojos del hombretón daban a entender que el gigantesco reptil le producía de todo menos calma—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.

S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!

¡BLAM!

Yui marcó con la mano abierta la cara del gobernador de Yukio. Sus gafas cayeron momentáneamente al suelo. El hombre las recogió y se levantó del suelo lentamente.

¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! —Era cierto. Los gritos de dolor y de impotencia, la sensación de que habían perdido meses, tal vez años de su vida en un sueño se estaba extendiendo por al menos la mitad de Yukio—. ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!

Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...

Probablemente estén todos muertos, niña...

Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos. Chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón? —Se volteó hacia el gobernador—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?

Hitochi asintió.

C-claro, mi señora Yui, v-vamos.

Yui hizo una señal a sus compañeros con la cabeza. Pero se detuvo un momento a observar a los cuatro shinobi que yacían en el suelo, noqueados por la técnica de Ayame.

Matadlos.
#73
Ajena al estado de sus dos compañeros, la técnica acuática de Ayame arrasó con los cuatro ninjas del Copo de Nieve, que terminaron inconscientes en el suelo después de recibir el impacto.

¿¡Qué es esto!? ¡Yukio es un caos! ¿Hemos sido invadidos? —oyó gritar a Kokoroko.

Ya a salvo, Ayame aterrizó en el suelo, fuera del alcance de su propio charco de agua, y las alas de agua se deshicieron como lluvia caída. Pero no fue capaz de relajarse. Todos aquellos chillidos, todos los llantos, el terror, la desesperación... Era imposible no oírlos. Era imposible no sentirlo. Era imposible que el estómago no se le retorciera con cada segundo que pasaba allí. Habían despertado a las gentes de Yukio, los habían liberado de aquella felicidad esclava, ¿pero a qué precio? ¿Habrían preferido seguir dentro de aquella falsa realidad? Profundamente consternada, Ayame se llevó una mano a la cabeza, recordando una misión similar a aquella. Una misión donde la gente vivía falsamente entre las páginas de un libro.

Esto no es un caos... es un infierno.

Entonces, un hombre hizo acto de aparición en la escena. Era más bien corpulento y vestía con ropas opulentas. Tenía el rostro grande y redondeado, con gafas en sus diminutos ojos gastaños y un enorme mostacho sobresaliente.

Señora... Yui... ¿qué... le hemos hecho...? —Preguntó, abalanzándose a los pies de Yui.

Hitochi. ¡Eso me gustaría saber a mí! —bramó Yui, sacudiéndose al desesperado hombre para soltar su pierna—. ¡¡Soldados del puto Kurama ocupando MI país!!

D... de... de...

«No lo sabe...» Reparó Ayame, con los ojos abiertos como platos.

Niña, basta —sentenció el enorme cocodrilo, llamando a la calma y refiriéndose a Yui de la forma más surrealista que Ayame jamás había escuchado. «¿Niña? ¿Yui?»—. Mira sus ojeras. Este hombre estaba también bajo los efectos del Genjutsu.

S-señora Y-Yui. ¿Q-qué nos está pasando? ¿P-por qué...? ¡¡QUIERO MORIR!! ¡¡QUIERO MORIRME!!

¡PLAS! De un sonoro manotazo, Yui le dio la vuelta a la enorme cara de Hitochi. Sus gafas cayeron al suelo y el pobre hombre tuvo que recogerlas torpemente antes de reincorporarse como un pobre chiquillo.

¡¡HITOCHI!! Deja de llorar. Los altavoces de la aldea. Alguien los está utilizando para hipnotizaros. No sé desde cuánto tiempo, pero céntrate. Escucha a tu ciudad. ¡Todo el mundo está peor que tú! ¡Necesitamos seguir rompiéndolos! ¡Pero yo necesito que tú devuelvas el orden a la ciudad!

Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...

Probablemente estén todos muertos, niña... —Intervino Kokoroko, y Ayame sintió que un escalofrío la recorría de los pies a la cabeza.

Lo sé... —Yui miró a Kokoroko unos segundos y después chasqueó la lengua—. Necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón?

Enseguida, Yui —asintió ella, y mientras Yui seguía hablando con Hitochi, ella se volvió a morder el dedo pulgar para llevar a cabo la técnica de invocación.

Y tras la pequeña nube de humo, surgió una estrella fugaz con la forma de un velocísimo halcón que aleteaba de forma frenética entre todos los presentes. Cabía perfectamente en la mano y tenía el vientre plateado, la espalda marrón y el lomo grisáceo. Su cola, oscura, estaba decorada con múltiples motitas blancas. Tenía los ojos oscuros, bordeados de plumas rojas como la sangre.

¡Pigmy está listo para la acción! —graznaba, de forma estruendosa—. ¡Ayame! ¡Ayame! ¿Qué tengo que hacer? ¡Ey! ¿Por qué ese humano está tan azul? ¿Se encuentra bien, Ayame?

Espera, Pigmy, Yui necesita de tu ayuda —explicó Ayame, con toda la calma que fue capaz de reunir. Mientras, sus manos se habían entrelazado en un sello especial y otra nube de humo estalló junto a ella: un clon al que le tendió algo antes de que echara a correr a toda velocidad por donde habían venido—. Yui tiene que enviar un mensaje a Amegakure.

¡Los mensajes son mi especialidad! Espera —Pigmy hizo una breve pausa, como si acabara de darse cuenta de algo. Giró su pequeña cabecita hacia Yui, y entonces comenzó a aletear de forma aún más frenética y a dar vueltas alrededor de su cabeza—. ¡Yui! ¿YUI? ¿La misma Yui-sama? ¿La mismísima Arashikage Yui-sama? ¿La misma Yui de la que tenías tanto tanto tanto mied...?

¡PIGMY! —jadeó Ayame, entre agotada por el gasto de chakra y aterrorizada por la posible reacción de Yui.

Matadlos.

Casi se desmayó al escucharla decir eso. Pero no se estaba refiriendo a ella, ni siquiera a Pigmy, sino a los cuatro hombres que había dejado inconscientes minutos atrás. Ayame se mordió el labio inferior y apretó sendos puños. Un lejano recuerdo del pasado volvía a resonar en su mente, acosándola:

«...Es una orden...»

Inspiró hondo tratando de relajarse de nuevo.

E... espera, Yui —Aunque estaba claro, por el tembleque de su voz, que no lo había conseguido—. Podríamos obtener información valiosa de ellos. Quizás algo sobre Kurama.

Era algo que pensaba de verdad; pero, los que la conocieran suficiente sabrían ver la verdad a través de aquellas palabras: Ayame estaba intentando escurrir el bulto. Otra vez.





PV

275/275


CK

101/355

-100 CK
(Takeshi, no me lo había restado antes),
-40 CK
[circle=red]-30 CK[/color]

Fuerza 30 Resistencia 40 Aguante 40 Agilidad 110 Destreza 60
Poder 80 Inteligencia 80Carisma 50 Voluntad 40 Percepción 100

Inventario a la vista: Nada

Técnicas usadas: Kuchiyose: Futsū no Dōbutsu, Kage Bunshin no Jutsu

Daño propuesto:

[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
1
#74
Plop.

Como si de un par de canicas de plomo se tratasen, los cuerpos de ambos ninja de Kurama se dieron de bruces contra la nieve que cubría el suelo de Yukio, convirtiéndose ésta, finalmente, en su improvisada tumba. Kaido les regaló una condescendiente mirada a ambos cascarones sin vida, que estáticos y vacíos; no pudieron devolverle el gesto.

El tiburón se dio media vuelta, tendiéndole la batuta al inclemente clima, quien sería el encargado de lidiar con los cadáveres. Pronto volvió a donde estaban sus compañeros, sólo para comprobar que Ayame había reducido también a cuatro de estos esbirros y que Yui, tras zurrarse a otro; había vuelto con ellos. La pequeña comitiva fue testigo entonces de el despertar de Yukio, una tétrica y emotiva balada de gritos y llantos que al unísono, les mostraba el estado de paranoia colectiva en la que estaba sumida la ciudad por las secuelas de aquél eterno genjutsu. Si ya para los amejin, estar metidos en esa mierda durante más de una semana había resultado agobiante, no quería imaginar lo que debían estar sintiendo todos ellos, siendo que probablemente llevaban así más tiempo del que hubiesen querido admitir. Pero ahora lo importante era controlar el caos y no dejar que les calara en los huesos, o de lo contrario, sería la poderosa mano de Yui la que les ayudaría a recuperar la compostura tal y como sucedió con el recién aparecido Hitochi. Tras la bofetada, Kaido le siguió viendo con gran desconfianza. ¿Podía estar fingiendo, quizás, para salvarse el culo?

No pensó en decirlo en voz alta, pero por las dudas se guardaría sus reservas.

Sus shinobi... no puedo hacerlo sin las fuerzas del orden...

Probablemente estén todos muertos, niña...

Lo sé... necesitamos enviar un mensaje a Shanise. Necesitamos refuerzos. Ayame, ¿podrías preparar un halcón?
—Yui volteó a ver al gobernador. Ayame también había accedido a las peticiones de la Tormenta y no tardó en morderse ella su propio dedo, e invocar a otro de sus halcones, aunque siendo éste más pequeño y versatil para la tarea que le sería encomendada, que era la de avisar a Shanise-sempai—. Tú te vienes con nosotros. No estoy segura de tu inocencia y tenemos que comprobar los calabozos y el sistema de megafonía de la ciudad. ¿Están en gobernación, verdad?

Mientras Ayame y Pigmy discutían —una vez más, acerca de su color de piel—, Kaido no perdió el tiempo y ejecutó una serie de sellos, sólo después de rozarse el pulgar con uno de sus afilados colmillos. Puso la mano en la nieve y una capa de humo trajo consigo no a un tiburón —cosa que hubiese resultado absurda—. sino a un arma. Su Uchigatana había viajado desde Amegakure hasta Yukio en un parpadeo, gracias al vínculo sanguíneo establecido previo al viaje. Y que apropiado había resultado, porque sería con ella que ejecutaría la orden de Yui.

Se acercó hasta los esbirros cerciorándose de no verse afectado por la técnica de Ayame —si es que aún permanecía allí—. y clavó el filo en el cuello del primero, a pesar de la reticencia de Ayame.

—No sé yo si hay tiempo para eso, Ayame. Y si tal, ya pillaremos a alguno en el camino, que es muy probable que hayan otros más por ahí esperándonos ahí a donde ha dicho de ir Yui.
#75
¡DIOS MÍO, MALDITO POLLO, CÁLMATE! —gritó Yui, y agarró al halcón con una sola mano. Se lo acercó a la cara—. Escúchame. Vas a ir a Amegakure tan rápido como puedas y vas a usar esa vocecilla estridente tuya para decirle a la Arashikage que mande todos los refuerzos que pueda a Yukio para reestablecer el orden. La ciudad ha sido ocupada y manipulada con un Genjutsu. ¿Queda claro? —Sólo entonces soltó el agarre. Y sólo entonces dio la fatídica orden que tanto Ayame temió.

Yui no iba a discutir con Ayame. No. En realidad, Yui no iba a discutir contra una mentira tan evidente. Ayame temblaba de pies a cabeza. Y eso molestaba visiblemente a la Tormenta, que la apartó con un brusco empellón y clavó su katana en el primero de los hombres, que gorgogeó sangre, revolviéndose, hasta que ya no pudo moverse más. El segundo murió con un corte limpio en la garganta, y al último de ellos Yui le saltó encima, propinándole una patada tan fuerte que su cráneo produjo un sonido extremadamente desagradable.

No te preocupes, a partir de ahora tendré en cuenta lo que puedes y no puedes hacer. —Espetó. Bufó, y echó a caminar a toda velocidad en dirección al edificio del Gobernador.

¡E... espere, Yui!

¡Podría haber más altavoces, niña!

¡Pues mueve el culo y arráncalos antes de que yo llegue!

Yui no quería reprender a Ayame ni forzarla a cumplir la orden. Pero desde luego, estaba terriblemente molesta. Kokoroko se adelantó, volviendo a desafiar a Takeshi, a pesar de que hacía tiempo de que el halcón le había adelantado en su tarea.


· · ·


Maldita sea...

La sala de comunicaciones del edificio del Gobernador estaba patas arriba. Normalmente, una persona era la encargada de transmitir mensajes a la población a través de un micrófono conectado al sistema de megafonía. En lugar de eso, era como si alguien hubiera conectado ese sistema a un montón de cacharros de esos que Yui nunca había entendido una mierda. Ordenadores gigantescos que procesaban a toda velocidad y se conectaban los unos con los otros.

¿Desde cuándo llevamos dormidos...? —El Gobernador de Yukio se echó las manos a la cabeza. Las piernas le temblaban. Tragó saliva y sollozó.

No sé desde cuándo, pero sí sé la respuesta de hasta cuándo. Hasta ahora. —Yui pateó la mesa donde se encontraba normalmente el micrófono de anuncios tal y como había hecho otras tantas veces con el escritorio de nogal de su despacho. El mueble se deslizó por el suelo y tumbó la fila de ordenadores que había al fondo. Un pequeño chispazo eléctrico y un estallido, e instantes después la maquinaria entera se había echado a perder. Las paredes y el mueble comenzaron a arder—. Ayudadme a apagarlo. Vamos.

»¡Suiton: Mizurappa!



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