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—No soy una asesina como tú.
No, no lo eran. Precisamente acababa de comentarle la única diferencia.
—¿Qué motivos habría para matar a tanta gente?
Zaide rio. Fue una carcajada agria y seca, cargada de indignación, pero también de culpa. No era su intención debatir sobre aquello, no había venido a eso. Resultaba en una pérdida de tiempo y en enfocarse en cosas que le desviaban de su verdadero objetivo. Por eso mismo entró al fango. Porque dígase una cosa de Uchiha Zaide: casi nunca hace lo que le conviene.
—¿Me hablas de motivos? ¿Tú? ¿A mí? —replicó, estupefacto—. ¿Tú, que matarías a cualquiera si tu Señora Morikage te lo ordenase? —Zaide repetía lo de Señora Morikage con cierta sorna—. Sin pedir explicaciones. Sin preguntar.
Rio de nuevo al acordarse de algo. Si es que era acojonante.
—¿Alguna vez preguntaste que llevó a Juro a asesinar a Kenzou? No, ¿verdad? En cuanto lo veas tratarás de capturarlo, o matarlo, y punto. Porque eso es lo que tu Señora Morikage ordena. ¿Me hablas a mí de motivos? —repitió, elevando el tono—. Rompisteis relaciones con Uzu y Ame por perder al jinchūriki. Y cuando al Daimyō se le antoje, entraréis en guerra con ellos como hicieron las antiguas villas. Mataréis a cientos, a miles, solo por la ambición de uno.
Tremenda hipocresía le encendió. La nieve que se posaba sobre él se derritió, y la fuerza de su chakra (Poder 100) calentó el ambiente por unos instantes.
—¿Me hablas a mí de motivos? ¿Cuál es el del Daimyō para ser Daimyō? ¿Qué tiene de especial, para tenerlo todo y gobernar sobre todos sin haberse ganado nada? He visto a gente en el palacio del País de la Tierra vomitar para poder seguir comiendo en banquetes interminables mientras niños en las afueras tenían el vientre hinchado por la desnutrición. ¿Y me hablas a mí de motivos?
Era acojonante.
—¿A cuántos mataste tú, Ranko? ¿A cuántos estás matando? ¿A cuántos condenas a una vida de miseria por luchar y defender un sistema putrefacto y parasitario? —Su voz se había elevado tanto, crispada y encendida, que casi estaba gritando—. Habrás hecho muchas misiones, ¿huh? ¿Cuántas fueron para defender a los pobres, y cuántas para luchar por los adinerados o simplemente alguien que nunca pasó hambre? —Zaide sabía la respuesta. Los pobres no podían permitirse el precio de sus servicios.
»No sé qué clase de kunoichi eres, si una ingenua o una cobarde. Pero si quieres darme lecciones de moral, haz como el Uzukage: empieza por barrer en casa.
Fue una suerte que la figura de la Morikage apareciese justo después de terminar, o no sabía en qué iba a terminar aquello. La vio posarse grácilmente sobre el suelo tras saltar de un tejado. Caminaba tranquila, a paso lento y seguro. Zaide se cuidó de sus mariposas. Había tenido una mala experiencia con ellas y no quería repetirla.
Trató de serenarse. Ranko había conseguido alterarle demasiado. Además, la pregunta de la Morikage le había descolocado un poco. ¿Realmente no sabían que Akame había estado allí en una ocasión? ¿Es que nadie que le había visto aquel día se había molestado en avisarla? Le parecía surrealista.
—¿Kenzou fue un gran Morikage, huh? Forjó al hombre que terminaría con su propia vida, e invitó a un integrante de Dragón Rojo a Kusagakure. ¿Fue él mismo quién le abrió las puertas a Uchiha Akame, junto al resto de la delegación de Uzu que llegó aquel día? Un gran Kage, sin duda.
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Al ver a Kintsugi apresurarse tanto, Ranko le dedicó un brevísimo saludo a Paddo, luego hizo un sello y se desvaneció en una nubecilla de humo.
Y Ranko estuvo completa de nuevo. Su postura se relajó levemente, y sus labios parecían querer sonreír: Kintsugi estaba en camino. Las palabras de Zaide le hicieron recordar algo. ¿De dónde era? ¿Lo había leído en un libro? ¿En una historieta? ¿En un poema?
”Decía: No porque tengas razón significa que estás en lo correcto. Creo que este es el caso.”
El Uchiha proyectó su chakra, derritiendo la nieve cercana, así que Ranko levantó levemente su wakizashi, más que preparada para atacar si hacía algo. ¿Sería de utilidad? Tal vez no. Pero al menos no le tomaría de sorpresa. O al menos eso esperaba.
—E imagino que aquellos en el estadio eran todos ricos asquerosos que merecían morir. ¿Aquellas familias destruidas? ¿Eran ellos Daimyo?
Y Ranko sonrió.
—¿A cuántos he matado? A nadie, Uchiha Zaide. Nunca he quitado una vida —Cuando mencionó la ruptura de relaciones entre las aldeas, Ranko recordó a todos sus amigos. Eri. Roga. Chika y Kimi. Jun. Takumi, aunque por breve tiempo. Ayame. No. Ella no había roto nada. Sus lazos seguían tan fuertes como antes. Sus amigos le daban la fuerza. Le daban la calma para enfrentar al monstruo —. Hablas a ciegas. Supones demasiado sobre el Conejo Blanco.
Y entonces ella llegó. Tan maravillosa como un hada, tan terrible como una bruja. Ranko se sintió inspirada y, por primera vez, apartó su mirada del Dragón rojo para fijarse en su líder por un instante. Sus ojos miel estaban más decididos, y su sonrisa más pronunciada que antes. Sentía como si pudiesen enfrentarse a Zaide juntas.
”Sí. ¡Sí! ¡Podríamos derrotarlo justo aquí y ahora!” pensó con suma confianza.
Hubo un intercambio inicial entre ambos, pero Ranko no dijo nada. Ahora las palabras le pertenecían a su Morikage. La genin no bajó la guardia, y seguía preparada para atacar al Uchiha si fuese necesario.
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Puede que Sagiso Ranko y Uchiha Zaide no hubiesen llegado a las manos, pero el ambiente parecía tenso, increíblemente tenso. Kintsugi no sabía de qué habían estado hablando antes de su llegada, pero en aquellos momentos no le pareció importante.
Lo verdaderamente importante era: ¿Por qué estaba allí?
—¿Kenzou fue un gran Morikage, huh? Forjó al hombre que terminaría con su propia vida, e invitó a un integrante de Dragón Rojo a Kusagakure. ¿Fue él mismo quién le abrió las puertas a Uchiha Akame, junto al resto de la delegación de Uzu que llegó aquel día? Un gran Kage, sin duda.
Kintsugi ladeó la cabeza ligeramente.
—Así es. Moyashi Kenzou fue el Padre de toda la aldea —respondió, con su habitual calma—. Has mencionado a Uchiha Akame. Según recuerdo, ese chico era antes un shinobi de Uzushiogakure y ahora está en Dragón Rojo, ¿no es así? Su fea cara está plasmada en carteles por todo Ōnindo... Pero cuando el Tercero seguía siendo un shinobi, ¿cómo iba a saber que terminaría convirtiéndose en un sucio traidor?
»Pero sigamos con lo verdaderamente importante: ¿Ha sido él quién te ha guiado hasta aquí? ¿Con qué fin, Uchiha?
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Ranko se agarraba a los muertos en el estadio como una garrapata a un perro. Vuelta y vuelta a lo mismo, una y otra vez. Ni una sola mención a la defensa que hacía del sistema feudal. Ni una sola mención a Juro. Tampoco a los olvidados por su sistema de misiones. Con tal de que ella no hubiese matado a nadie directamente, le valía. Zaide sabía el porqué de su discurso tan corto: porque no tenía respuesta para el resto.
«Así que eres del tipo hipócrita», decidió. Quizá suponía demasiado, sí. Quizá juzgaba demasiado pronto. Se había equivocado en ocasiones, lo reconocía. Con Hanabi mismo. Pero mientras Ranko hablaba, ella sonreía, como si lo único que le importase era llevar razón. Ganar la batalla dialéctica. No escuchaba. No quería dudar de lo que llevaba creyendo a pies juntillas hasta aquel día.
En realidad, Zaide también evitaba un tema por razones parecidas. ¿Los muertos en el estadio? Se callaba. Una y otra vez. ¿Qué iba a decir? ¿Qué él solo había asesinado a una persona aquel día? ¿Qué sus manos tan solo estaban manchadas por la sangre del Daimyō de la Tormenta? No, el mundo le condenaba por la muerte del resto, y él también. Había sido él la mente creadora del plan. Había escogido él al monstruo de Ryū para ejecutar algo tan delicado. Se había equivocado, y habían sido centenares de inocentes y no él quienes pagaron el precio. Había roto el único código que había respetado hasta entonces: dejar fuera a los civiles.
Esperaba que un día el mundo hiciese justicia. Esperaba que un día, Ryū y él sufriesen una muerte agónica.
Más no sería hoy.
—El Padre de toda la aldea… salvo de Eikyuu Juro, ¿huh? —No había venido a discutir sobre ello, pero la injusticia que estaban cometiendo con aquel chico le obligó a no callarse—. Digamos que Akame me señaló en un mapa la ubicación. Él está… ocupado con otras cosas.
Era mentira, claro. Había sido Yota quien había cantado tras una tortura sangrienta y sin piedad. Pero a Zaide le convenía que se pensasen que Dragón Rojo seguía unido, que la barbarie que habían cometido no había terminado por destrozar la poca cohesión que les quedaba.
—He venido a hablar, Señora Morikage —dijo, realizando una pomposa inclinación de cabeza—. ¿No va a invitarme a tomar el té mientras charlamos?
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Eikyū Juro. Aunque era buscado por toda la aldea, la primera vez que Ranko había escuchado ese nombre había sido de la boca de Yota. Había sido su amigo. Luego lo escuchó de Kazuma, en el torneo. Había sido su maestro. Pero para Ranko no era más que un asesino. A pesar de ello, posiblemente no lo mataría, a como decía Zaide. Si pudiese, lo atraparía para llevarlo a la justicia. Sí.
¡Y el terrorista insistía con que lo dejasen pasar!
"¿Tomar el té? Este tipo se confía demasiado. Mi Señora debería aprehenderlo ahora, antes de que lleguen sus amigos. Aunque... Si todo Dragón rojo ya sabe la ubicación de Kusagakure... Rayos, ese tal Akame... Ojalá pudiera darle una buena patada en la cara." pensó, apenas virando su vista hacia Kintsugi y su precioso antifaz cada tanto.
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—El Padre de toda la aldea… salvo de Eikyuu Juro, ¿huh? —replicó Zaide.
Y Kintsugi no pudo sino alzar una ceja con escepticismo. ¿Desde cuando le preocupaba a aquel Uchiha el destino de Eikyuu Juro? Le miró de arriba a abajo, contemplativa. ¿Se conocían acaso? ¿De qué? Lo único que deberían tener en común es que ambos eran exiliados? Una sombría sospecha comenzó a extender sus alas: ¿Era posible que Juro se hubiese unido a Dragón Rojo?
—El destino de Eikyuu Juro es algo que sólo atañe a los Kusajines —respondió, simple y llanamente. Pero se podía apreciar un tinte de amargor en su voz.
—Digamos que Akame me señaló en un mapa la ubicación. Él está… ocupado con otras cosas.
«Maldita rata.» Maldijo para sus adentros, aunque debería habérselo esperado desde que se enteró de que estaba dentro de Dragón Rojo. «Muy bien, pues si ya sabéis dónde está nuestra casa, sólo nos queda defenderla.» Decidió.
—He venido a hablar, Señora Morikage —continuó Zaide, realizando una pomposa inclinación de cabeza—. ¿No va a invitarme a tomar el té mientras charlamos?
Kintsugi cruzó los brazos sobre el pecho y ladeó ligeramente la cabeza.
—Tendrás que disculparme, pero no tenemos la costumbre de tratar con terroristas. Y mucho menos de invitarles a un té —le espetó, con sequedad—. Por lo que yo de ti iría desembuchando rápido, antes de que lleguen los refuerzos. Kusagakure no se va a quedar de brazos cruzados mientras tenemos a una de las cabezas de Dragón Rojo frente a las puertas.
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Ah, una lástima. Zaide tenía mucha curiosidad por ver cómo era una villa, su día a día, sus costumbres. Pero estaba claro que era una petición que jamás le concederían. Si alguna vez entraba a una villa, tendría que ser por la fuerza.
No sería aquel día.
—Verás, tuve un encuentro con dos de tus ninjas —dijo, desembuchando al fin—. Decidimos tener uno de esos combates de práctica. He oído que se hace mucho entre ninjas de distintas villas.
Y apostaba a que el Valle del Fin, concretamente, había presenciado centenares de batallas. Ahora que lo pensaba, era un milagro que aquellas tres viejas estatuas siguiesen en pie.
—Lamentablemente se nos fue un poco de las manos. Yota acabó con un par de huesos rotos y Daigo… Bueno, Daigo está jodido. —No se le ocurría una expresión que lo definiese mejor—. De hecho, la única buena noticia que puedo daros es que siguen vivos.
Miró a Ranko. Luego de nuevo a Kintsugi.
—De momento.
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Kintsugi contestó directa, potente, y Ranko reafirmó su postura. Pero las siguientes palabras del Uchiha quebraron algo dentro de la kunoichi.
"No. No, no, no. NO, NO, NO." Ranko apretó los dientes al punto que le dolió la quijada. Sus piernas se tensaron y el filo en sus manos tembló. "Yota... Daigo... ¡¡NOOO!!"
Un odio intenso fluyó en su interior con mucha más fuerza que aquella vez en el torneo de los dojos, en la que había deseado la muerte a aquel hombre-monstruo. Si su calma no le estuviese manteniendo lúcida, se habría lanzado al instante contra Zaide para obligarle a decirle dónde estaban sus amigos, para rajarle la garganta o enterrarle la cara en el suelo a puras patadas. Estaba llena de rabia, pero sentía que podía mantenerla a raya.
—Maldito bastardo —espetó Ranko, su voz cargada de ira, casi olvidando que la Morikage estaba a su lado—. ¿¡Qué les has hecho!? ¿¡Dónde están!?
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—Verás, tuve un encuentro con dos de tus ninjas —respondió Zaide, confirmando uno de los peores temores de la Morikage desde que el clon de Ranko le había informado de que había mencionado los nombres de Yota y Daigo—. Decidimos tener uno de esos combates de práctica. He oído que se hace mucho entre ninjas de distintas villas.
Kintsugi agachó la barbilla sin despegar los ojos de los hombros de Zaide. Su rostro, sumamente sombrío, era un fiel reflejo de lo que sentía.
«Un combate de entrenamiento. Por supuesto.» Repitió para sus adentros.
—Lamentablemente se nos fue un poco de las manos —continuó el Uchiha—. Yota acabó con un par de huesos rotos y Daigo… Bueno, Daigo está jodido. De hecho, la única buena noticia que puedo daros es que siguen vivos. De momento —culminó, con una última mirada a las dos kunoichis.
Kintsugi apretó las mandíbulas, controlando con su Calma la ira que bullía como un enjambre en su interior. Pero para Ranko no fue tan fácil. Kintsugi sintió su tensión, sus ganas de lanzarse contra Zaide con aquel espada que sostenía entre sus manos por delante.
—Maldito bastardo —le espetó la kunoichi, su voz bullendo de ira—. ¿¡Qué les has hecho!? ¿¡Dónde están!?
Kintsugi apoyó una mano en su hombro, tratando de transmitirle algo de serenidad. Lo último que necesitaba era que se lanzara contra Zaide. La kunoichi era fuerte, y su dominio del taijutsu así lo confirmaba, pero nada podría hacer frente a alguien como aquel Uchiha.
—Será mejor que respondas —replicó, alzando una mano hacia Zaide. Sobre uno de sus dedos, una mariposa batía sus alas con suma delicadeza—. O vas a tener que darme una muy buena razón para no enviarte un enjambre de mariposas ahora mismo.
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El ambiente, como era de esperar a pesar del frío helado y la nieve, se caldeó bastante. A Zaide le parecía un incordio que no le mirasen a la cara. Le gustaba mirar a los ojos de las personas cuando les hablaba, y que ellos le mirasen a él. Podía desactivar el Sharingan para facilitar las cosas, claro. Pero necesitaba su ojo activo. Los necesitaba por si a una de ellas dos se les daba por cometer una locura.
Por el momento parecieron controlarse.
—He ahí la cuestión, Kintsugi. ¿Qué vale más para ti? ¿Mi muerte, o la vida de tus dos ninjas?
A nivel estratégico y militar, Zaide no tenía ningún tipo de duda de cuál sería la respuesta. Ahora, si a la balanza se le sumaba cosas más banales, como los sentimientos o el orgullo, quizá se inclinase hacia el otro lado.
—Si es lo primero, no se me ocurre ninguna razón. Adelante, inténtalo. —Esperó un segundo. Dos. Tres. Sus ojos evaluaban cada músculo, cada tendón, cada sutil movimiento de su cuerpo. Incluso la mariposa que reposaba sobre una de sus manos. A Ranko tan solo la veía de reojo, no era quien le preocupaba allí—. Si es lo segundo, bueno, has de darte cuenta de lo contraproducente que eso sería. Mi muerte implica la muerte de esos críos. No es la primera vez que hago un secuestro —explicó—. Sé cómo eliminar los rastros. No los encontraréis ni con un ejército de perros peinando todo Ōnindo. No —negó con la cabeza—, la única manera de que recuperéis a esos chicos con vida es dándome lo que quiero. Pagadme, y os lo traeré de vuelta.
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La mano de Kintsugi fue vital. Ranko creía que, de no haberla sentido sobre su hombro, se habría lanzado contra Zaide. Pero se controló.
La Morikage amenazó con destazarlo con mariposas (o al menos eso imaginó que las criaturas harían), pero aquel criminal pedía un rescate por sus amigos. ¿Y se atrevía a hablar de justicia en el mundo?
"No es más que basura. Ahora entiendo. Es este tipo de villanos lo que motiva a los héroes, y es este el tipo de crueldad al cual se han de enfrentar. Saciar la codicia de un terrorista o no volver a ver a tus amigos. Maldito seas, Uchiha Zaide."
La kunoichi estuvo a punto de sonreír. Se dijo que, si lo sometían en ese momento, podían obligarlo a decir dónde estaban Yota y Daigo. ¿Un Dragón Rojo solo contra toda la aldea? Si no bastaba con Kintsugi, lo cual era altamente improbable, quedaba el resto de los ninjas y guardias. Podría llamar a Lyndis, a sus hermanas, a su madre… ¿Cómo saldría victorioso contra toda Kusagakure? Y una vez atrapado ¿Cómo podría eliminar rastros si estaría preso, siendo torturado por información? Tarde o temprano cantaría e irían en rescate de sus amigos.
Ranko abrió la boca, lista para cantar victoria, pero la cerró al instante.
"¿Cómo le haría? De la misma manera en que no tuve que correr desde el edificio de mi señora Morikage hasta acá. De la misma manera en que supe que ella venía en camino sin moverme."
El agarre de Ranko en su espada se aflojó un poco, y la chica bajó el arma lentamente, casi en aire de derrota. Su postura se relajó casi sin querer. Pensó que, de no haber utilizado el mismo jutsu minutos atrás, tal vez no se habría dado cuenta. Por supuesto. ¿Por qué ir a enfrentarte a una aldea entera si no fuese así?
"No podremos detenerlo porque es un maldito clon de sombras. Demonios."
Miró a Kintsugi por el rabillo del ojo. Ella era la persona más leal a Kusagakure. Ranko lo sabía, y la admiraba en demasía. No sería capaz de sacrificar a dos de su gente sólo para no complacer a un terrorista, ¿O sí? ¿O sería peor cumplir los deseos de aquel monstruo?
Sí, era un monstruo. Y Ranko se dijo que había que darle caza. Su mirada se tornó incluso más fiera.
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—He ahí la cuestión, Kintsugi. ¿Qué vale más para ti? ¿Mi muerte, o la vida de tus dos ninjas? —replicó Zaide.
Y Kintsugi frunció el ceño, con un mal presentimiento aleteando en su pecho.
—Explícate —exigió.
—Si es lo primero, no se me ocurre ninguna razón. Adelante, inténtalo —El Uchiha alargó una tensa pausa mientras los tres se evaluaban mutuamente en una especie de competición por comprobar quién daría el primer paso. El paso que determinaría muchas cosas. Ninguno lo hizo. Aún había demasiadas incógnitas en el aire—. Si es lo segundo —continuó al fin—, bueno, has de darte cuenta de lo contraproducente que eso sería. Mi muerte implica la muerte de esos críos. No es la primera vez que hago un secuestro. Sé cómo eliminar los rastros. No los encontraréis ni con un ejército de perros peinando todo Ōnindo. No, la única manera de que recuperéis a esos chicos con vida es dándome lo que quiero. Pagadme, y os lo traeré de vuelta.
Kintsugi frunció aún más el ceño. ¿Que la muerte de Zaide significaría la muerte de Yota y Daigo? O aquel Uchiha estaba muy confiado en sus posibilidades de escapar indemne de Kusagakure o... estaba en dos lugares a la vez. Y sólo había una manera de que fuera posible que Aburame Kintsugi acabara con Uchiha Zaide, o lo redujera para interrogarlo, y él matara a sus shinobi al mismo tiempo.
«O es un clon, o tiene algún tipo de mecanismo para matarlos a distancia.» Dedujo, apretando las mandíbulas. Algo lo suficientemente potente como para incluso borrar sus rastros... «Maldito cobarde.»
—Has secuestrado a mis shinobi y ahora me estás pidiendo un rescate por ellos, bajo la amenaza de su muerte... —repitió, mascticando las palabras, incapaz de creer la situación que estaba viviendo. Kintsugi bajó la mano, y la mariposa revoloteó con delicadeza hasta su hombro, donde se quedó agitando las alas lentamente.
La Morikage sentía la penetrante mirada de Ranko clavada en ella. Sabía lo que estaba pasando por su cabeza, y le habría gustado girarse hacia ella y dedicarle una sonrisa tranquilizadora. Pero no lo hizo.
—¿Qué es lo que quieres? —le espetó, casi escupiendo las palabras.
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Kintsugi había resumido bastante bien la situación. Zaide la completó con el dato que les faltaba por conocer:
—Quiero veinticinco mil ryōs por el genin suicida y treintaicinco mil por el chūnin senjutsero. —En total eran unos sesenta mil. Apostaba a que su cabeza valía esa suma, o una aproximada, en el Libro Bingo. Le parecía un trato justo—. En oro. Un lingote de trescientas cincuenta onzas y otro de cuatrocientas onzas servirá. Una vez me asegure con una persona de mi confianza que no me has dado gato por liebre, liberaré a los chicos. Podemos hacer cada rescate por separado o todo junto.
Cruzó los brazos y aguardó respuesta.
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Ranko apretó los puños. Sentía sus pies hundirse. Más que nunca, quería lanzarle mil patadas en la cara al maldito. Si tuviese la certeza de que el verdadero Zaide se encontraba allí, lo habría hecho, sin importar la diferencia de poder.
"Miserable. Malnacido. ¿Cómo te atreves?"
La chica de la trenza no pudo hacer más que apretar los labios. Quería decirle a Kintsugi que los Sagiso apoyarían con lo necesario, aunque fuese una cantidad realmente grande, en algo podrían ayudar. Pero no quiso dejar nada claro ante Zaide. Quería decirle a ella también que con gusto iría a buscar por todo Onindo para rescatarles. Pero al final no era su decisión. Al final, acataría lo que su Señora Morikage le pidiese.
"Espero que sigan con vida, Yota, Daigo. Siento no haber estado con ustedes, combatido a su lado... Tal vez juntos... Tal vez..."
Quería decir mil cosas, a Kintsugi, a Zaide, a sus compañeros retenidos... Pero calló. Calló porque sus palabras no harían nada. No detendrían al villano, no liberarían a sus amigos. No calmarían su sangre hirviente. Dejaría las palabras a su Señora.
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—Quiero veinticinco mil ryōs por el genin suicida y treintaicinco mil por el chūnin senjutsero —respondió Zaide, con la insultante naturalidad de quien informa que al día siguiente va a hacer sol. A Kintsugi no le costó demasiado deducir que con el chūnin senjutsero se refería a Sasagani Yota, mientras que el genin suicida debía ser Tsukiyama Daigo—. En oro. Un lingote de trescientas cincuenta onzas y otro de cuatrocientas onzas servirá. Una vez me asegure con una persona de mi confianza que no me has dado gato por liebre, liberaré a los chicos. Podemos hacer cada rescate por separado o todo junto.
«Maldito bastardo.» Le maldijo Kintsugi para sus adentros, apretando aún más la mandíbula. Estaba negociando la vida de sus dos shinobi como si no fueran más que cabezas de ganado.
Pero ahora la verdadera responsabilidad caía sobre los hombros de la Morikage, una elección que, sin duda traería consecuencias fuera cual fuera la dirección que tomara. Sesenta mil ryō en total, ni más ni menos. El equivalente a veinte misiones de rango A. Si Kintsugi elegía salvar a sus dos shinobi, la aldea caería en la más absoluta ruina y los ciudadanos serían quienes lo pagaran con una época de escasez. «Alimento y agua no nos faltaría, el bosque proveerá. Pero los servicios básicos y toda la economía de la aldea...» Era muy probable que tuvieran que recortar en numerosos gastos, incluso en número de shinobi y eso les dejaría en una clara desventaja frente a enemigos del exterior. Pero si seguía su lema y servía a Kusagakure con el sacrificio de sus dos shinobi no sería mucho mejor que cualquier tirano...
—¿Cómo sé que Sasagani y Tsukiyama siguen vivos? ¿Cómo sé que no has acabado con ellos ya? ¿Y qué me garantiza que los liberarás después de efectuar el intercambio, Uchiha?
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