30/03/2016, 15:51
Con un sonoro eructo, Anzu dio a conocer al mundo su gusto por el plato de ramen que acababa de degustar. Para una chica como ella, las normas de etiqueta y comportamiento en público no eran más que tonterías inventadas por los rectos señores feudales en sus grandes castillos. Un ninja curtido en mil batallas comiendo ramen en la plaza de un pueblo no tenía lugar para esas lindezas; y, sin embargo, eso no quitaba valor a la comida. Por eso mismo, Anzu había llegado a la conclusión de que el eructo era un mecanismo del propio cuerpo, mucho más instintivo y natural a la hora de indicar que habías disfrutado de un buen almuerzo.
Claro que, estaba el asunto de toda esa gente que ocupaba la mayor parte de la plaza. Esperaban algo, o a alguien, para empezar el recital. La Yotsuki nunca se había sentido atraída por aquella clase de cosas, fundamentalmente porque desde pequeña su vida había transcurrido lo suficientemente cerca de las letras como para saber leer, escribir y expresarse correctamente; pero ni un poco más. Todavía menos le interesaban ahora, que se consideraba ya una kunoichi de pleno derecho. Sin embargo, ahora había terminado su ramen, y la conversación con los ninjas de Amegakure no parecía tan interesante como ella había creído en un principio. Mogura era agradable, sí, pero hablaba y pensaba como un viejo. Len, directamente, parecía ausente, perdido en sus quien sabe qué pensamientos.
—¿Qué es eso del 'rakugo'? —preguntó Anzu a su compañero ninja, con aire distraído, mientras recorría la abarrotada plaza con su mirada—. Mogura-san, ¿crees que será interesante? Nunca me ha gustado la poesía, pero si tanta gente está aquí esperando... ¿Nos acercamos?
Casi sin esperar respuesta, y habiendo pagado ya su bol de ramen, la Yotsuki se puso en pie con un pequeño saltito. Estiró las piernas, ligeramente entumecidas tras tanto rato sentada. Justo en ese momento una figura subió a la tarima de madera y el inmenso público empezó a aplaudir. Fue entonces cuando Anzu se dio cuenta de que la multitud abarcaba mucho más allá de sus narices, hasta casi ocupar la Plaza de la Estatua por completo. Está claro que esta gente lleva mucho tiempo esperando lo que sea que va a pasar aquí. Quizás sí que merezca la pena echar un vistazo.
Claro que, estaba el asunto de toda esa gente que ocupaba la mayor parte de la plaza. Esperaban algo, o a alguien, para empezar el recital. La Yotsuki nunca se había sentido atraída por aquella clase de cosas, fundamentalmente porque desde pequeña su vida había transcurrido lo suficientemente cerca de las letras como para saber leer, escribir y expresarse correctamente; pero ni un poco más. Todavía menos le interesaban ahora, que se consideraba ya una kunoichi de pleno derecho. Sin embargo, ahora había terminado su ramen, y la conversación con los ninjas de Amegakure no parecía tan interesante como ella había creído en un principio. Mogura era agradable, sí, pero hablaba y pensaba como un viejo. Len, directamente, parecía ausente, perdido en sus quien sabe qué pensamientos.
—¿Qué es eso del 'rakugo'? —preguntó Anzu a su compañero ninja, con aire distraído, mientras recorría la abarrotada plaza con su mirada—. Mogura-san, ¿crees que será interesante? Nunca me ha gustado la poesía, pero si tanta gente está aquí esperando... ¿Nos acercamos?
Casi sin esperar respuesta, y habiendo pagado ya su bol de ramen, la Yotsuki se puso en pie con un pequeño saltito. Estiró las piernas, ligeramente entumecidas tras tanto rato sentada. Justo en ese momento una figura subió a la tarima de madera y el inmenso público empezó a aplaudir. Fue entonces cuando Anzu se dio cuenta de que la multitud abarcaba mucho más allá de sus narices, hasta casi ocupar la Plaza de la Estatua por completo. Está claro que esta gente lleva mucho tiempo esperando lo que sea que va a pasar aquí. Quizás sí que merezca la pena echar un vistazo.