31/03/2016, 00:06
(Última modificación: 31/03/2016, 00:06 por Uchiha Akame.)
Calor. Si había algo que distinguiese a ese día de cualquier otro en aquella semana, particularmente, se podía señalar con esa simple palabra: calor. No obstante, quizás 'calor' a secas no hiciese justicia a la subida que habían dado todos los termómetros de la ciudad, de modo que, en honor a la verdad y la precisión, debería ser: mucho calor. Parecía como si el Verano hubiera conseguido colarse furtivamente en el horario primaveral, porque aquel día, los Dojos del Combatiente habían amanecido con un cielo azul claro y el Sol brillando con desmedida fuerza. Lugareños y extranjeros no habían tardado en sufrir las consecuencias, y a aquellas horas —estaban a punto de dar las cuatro— no era raro ver a los chiquillos ocupando fuentes, riachuelos y demás puntos frescos del mapa urbano de los Dojos. La ocasión lo ameritaba.
En esas andaba Anzu, la valiente y siempre enérgica Yotsuki de Takigakure, caminando por una calle ancha y bien pavimentada. Al contrario que en otras zonas de la ciudad, aquella parecía especialmente tranquila y poco transitada. Qué alivio, leches, creo que nunca llegaré a acostumbrarme a la montonera que se forma en la Plaza de la Estatua a mediodía... La kunoichi se había vuelto cliente asidua de 'Los Ramones' y, por tanto, habituada a transitar entre la muchedumbre que solía concentrarse en la plaza a diario. Sin embargo, allí, caminaba a paso tranquilo pero con la vista atenta.
—Espero que no me haya tomado el pelo...
El movimiento analítico y rápido de sus ojos grises delataba que estaba buscando algo —o a alguien—. En efecto, su maestro le había comentado que justo ese día estaba en la ciudad una caravana ambulante, gente que se ganaba la vida viajando de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Cómicos, malabaristas, acróbatas... De todo. O al menos eso dice Hida-sensei. Pero lo cierto era que llevaba media hora caminando por los Dojos, y ni rastro. Tanto así, que Anzu empezaba a sospechar del talante bromista de su maestro.
Cruzó la calle y se topó justo de frente con un gran edificio blanco. Si no me equivoco, esto es... El hospital, nada menos. Por desgracia, al no participar en el Torneo, ella no había tenido ocasión de visitarlo; pero no era raro ver a los participantes por allí, además de a los usuarios habituales.
Anzu llevaba ese día pantalones cortos de tono rojo, dejando ver sus piernas fibrosas y llenas de marcas; sandalias ninja en los pies y una camiseta negra, sin mangas, en el torso. La mujer-gata demoníaca relucía, envuelta en llamas azuladas, en su brazo. Ella se caló el kasa de paja que llevaba en la cabeza, para protegerse del Sol, y se detuvo un momento a observar el lugar. Todavía no podía pensar en el Torneo sin sentir una rabia ciega en el estómago.
En esas andaba Anzu, la valiente y siempre enérgica Yotsuki de Takigakure, caminando por una calle ancha y bien pavimentada. Al contrario que en otras zonas de la ciudad, aquella parecía especialmente tranquila y poco transitada. Qué alivio, leches, creo que nunca llegaré a acostumbrarme a la montonera que se forma en la Plaza de la Estatua a mediodía... La kunoichi se había vuelto cliente asidua de 'Los Ramones' y, por tanto, habituada a transitar entre la muchedumbre que solía concentrarse en la plaza a diario. Sin embargo, allí, caminaba a paso tranquilo pero con la vista atenta.
—Espero que no me haya tomado el pelo...
El movimiento analítico y rápido de sus ojos grises delataba que estaba buscando algo —o a alguien—. En efecto, su maestro le había comentado que justo ese día estaba en la ciudad una caravana ambulante, gente que se ganaba la vida viajando de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Cómicos, malabaristas, acróbatas... De todo. O al menos eso dice Hida-sensei. Pero lo cierto era que llevaba media hora caminando por los Dojos, y ni rastro. Tanto así, que Anzu empezaba a sospechar del talante bromista de su maestro.
Cruzó la calle y se topó justo de frente con un gran edificio blanco. Si no me equivoco, esto es... El hospital, nada menos. Por desgracia, al no participar en el Torneo, ella no había tenido ocasión de visitarlo; pero no era raro ver a los participantes por allí, además de a los usuarios habituales.
Anzu llevaba ese día pantalones cortos de tono rojo, dejando ver sus piernas fibrosas y llenas de marcas; sandalias ninja en los pies y una camiseta negra, sin mangas, en el torso. La mujer-gata demoníaca relucía, envuelta en llamas azuladas, en su brazo. Ella se caló el kasa de paja que llevaba en la cabeza, para protegerse del Sol, y se detuvo un momento a observar el lugar. Todavía no podía pensar en el Torneo sin sentir una rabia ciega en el estómago.