31/03/2016, 21:31
—Ya le he dicho que estoy bien. ¡No tengo nada! —protestaba por enésima vez en aquella tarde.
Sin embargo, como todas las veces anteriores, su disconformidad cayó en un saco roto. La médica volvió a palpar su abdomen y un latigazo de dolor recorrió su rostro cuando sus manos acertaron en el lugar donde la técnica de viento de Juro la había azuzado en el combate del día anterior.
—Lo sentimos, señorita Ayame, pero es nuestro deber asegurarnos de que todos los participantes se encuentran en plenas capacidades después de cada combate —le respondió, con infinita paciencia, y Ayame volvió a suspirar profundamente—. ¿Acaso no quieres darlo todo en la final?
—¡Claro que quiero! Pero lo que tengo sólo es una leve contusión que se me pasará en unos días...
—¿Acaso eres médico para asegurarlo?
No supo por qué, pero aunque aquellas palabras no estaban cargadas de ningún tipo de malicia, consiguieron encenderla.
—Yo no. Pero mi padre es el director de uno de los hospitales en Amegakure —replicó, y enseguida se ruborizó al pensar en lo arrogante e infantil que había sonado aquello. Agachó la mirada, y justo en ese momento la médica terminó con su inspección y la invitó a vestirse.
—Sin embargo, tu padre no está en acto de servicio ahora mismo y soy yo la encargada de tus cuidados mientras dure el Torneo de los Dojos —Ayame volvió a inflar los mofletes, aunque estaba más aliviada de poder bajarse de aquella condenada camilla y vestirse de nuevo—. Vas a seguir aplicándote ese antiinflamatorio que te recomendé ayer, ¿vale?
—Está bieeeeen...
—Y mucha suerte para la final. ¡Has llegado muy lejos, yo apuesto por ti!
Aquel súbito halago la hizo sonrojar. Ayame asintió, terriblemente avergonzada, y salió de la consulta tras despedirse con una afable sonrisa.
Después de todo, debía agradecerle sus servicios por mucho que le incordiaran.
Pronto lamentaría estar vestida, sin embargo.
—Ugh... qué calor... —como una auténtica bofetada, el aire caliente la golpeó y le arrancó el aire de los pulmones momentáneamente.
El sol brillaba como la verdadera esfera de fuego que era, y caía a plomo en el exterior del hospital, con una fuerza que Ayame jamás había conocido en toda su vida. El aire ondulaba a lo lejos e incluso el mismo suelo parecía hervir bajo sus sandalias. ¿Quién le habría dicho que echaría tanto de menos el frescor de la eterna lluvia de su tierra natal? Desde luego, aquello no parecía primavera. Ni siquiera parecía verano.
Parecía el infierno.
«Voy a necesitar agua pronto.» Reparó, al sentir la lengua seca como la suela de un zapato. Miró a su alrededor, acongojada, y comenzó a buscar algo que pareciera un puesto ambulante de bebidas, una tienda o similar...
Sin embargo su atención se vio inevitablemente atraída hacia una persona que se había detenido en mitad de la calle. Debía de tener más o menos su misma edad; pero, al contrario que en ella, nada en aquel era precisamente discreto. Empezando por el curioso contraste entre su piel oscura como el carbón y los mechones de cabello prácticamente blanquecino que asomaba por debajo de un amplio sombrero de paja, siguiendo por la evidente musculatura que debía de haber desarrollado con un intenso entrenamiento a lo largo de los años, y terminando con el llamativo tatuaje de una mujer-felina envuelta en fuego azul que adornaba su brazo.
Sin embargo, cuando Ayame se dispuso a continuar su camino, sus ojos se fijaron en la bandana que lucía en el mismo brazo. Era un ninja de Takigakure.
«Como Naruto... O como Pantsue...» Los dientes le rechinaron de solo pensar en aquel condenado...
Sin embargo, como todas las veces anteriores, su disconformidad cayó en un saco roto. La médica volvió a palpar su abdomen y un latigazo de dolor recorrió su rostro cuando sus manos acertaron en el lugar donde la técnica de viento de Juro la había azuzado en el combate del día anterior.
—Lo sentimos, señorita Ayame, pero es nuestro deber asegurarnos de que todos los participantes se encuentran en plenas capacidades después de cada combate —le respondió, con infinita paciencia, y Ayame volvió a suspirar profundamente—. ¿Acaso no quieres darlo todo en la final?
—¡Claro que quiero! Pero lo que tengo sólo es una leve contusión que se me pasará en unos días...
—¿Acaso eres médico para asegurarlo?
No supo por qué, pero aunque aquellas palabras no estaban cargadas de ningún tipo de malicia, consiguieron encenderla.
—Yo no. Pero mi padre es el director de uno de los hospitales en Amegakure —replicó, y enseguida se ruborizó al pensar en lo arrogante e infantil que había sonado aquello. Agachó la mirada, y justo en ese momento la médica terminó con su inspección y la invitó a vestirse.
—Sin embargo, tu padre no está en acto de servicio ahora mismo y soy yo la encargada de tus cuidados mientras dure el Torneo de los Dojos —Ayame volvió a inflar los mofletes, aunque estaba más aliviada de poder bajarse de aquella condenada camilla y vestirse de nuevo—. Vas a seguir aplicándote ese antiinflamatorio que te recomendé ayer, ¿vale?
—Está bieeeeen...
—Y mucha suerte para la final. ¡Has llegado muy lejos, yo apuesto por ti!
Aquel súbito halago la hizo sonrojar. Ayame asintió, terriblemente avergonzada, y salió de la consulta tras despedirse con una afable sonrisa.
Después de todo, debía agradecerle sus servicios por mucho que le incordiaran.
Pronto lamentaría estar vestida, sin embargo.
—Ugh... qué calor... —como una auténtica bofetada, el aire caliente la golpeó y le arrancó el aire de los pulmones momentáneamente.
El sol brillaba como la verdadera esfera de fuego que era, y caía a plomo en el exterior del hospital, con una fuerza que Ayame jamás había conocido en toda su vida. El aire ondulaba a lo lejos e incluso el mismo suelo parecía hervir bajo sus sandalias. ¿Quién le habría dicho que echaría tanto de menos el frescor de la eterna lluvia de su tierra natal? Desde luego, aquello no parecía primavera. Ni siquiera parecía verano.
Parecía el infierno.
«Voy a necesitar agua pronto.» Reparó, al sentir la lengua seca como la suela de un zapato. Miró a su alrededor, acongojada, y comenzó a buscar algo que pareciera un puesto ambulante de bebidas, una tienda o similar...
Sin embargo su atención se vio inevitablemente atraída hacia una persona que se había detenido en mitad de la calle. Debía de tener más o menos su misma edad; pero, al contrario que en ella, nada en aquel era precisamente discreto. Empezando por el curioso contraste entre su piel oscura como el carbón y los mechones de cabello prácticamente blanquecino que asomaba por debajo de un amplio sombrero de paja, siguiendo por la evidente musculatura que debía de haber desarrollado con un intenso entrenamiento a lo largo de los años, y terminando con el llamativo tatuaje de una mujer-felina envuelta en fuego azul que adornaba su brazo.
Sin embargo, cuando Ayame se dispuso a continuar su camino, sus ojos se fijaron en la bandana que lucía en el mismo brazo. Era un ninja de Takigakure.
«Como Naruto... O como Pantsue...» Los dientes le rechinaron de solo pensar en aquel condenado...