31/03/2016, 22:58
««¡¿Que qué?!»»
El grito inundó la humilde recepción del Hostal Dangai, lugar donde el tiburón pudo conseguir habitación la misma noche que llegó a los Dojos. Se trataba de, quizás, el sitio menos lujoso de la zona, y sin embargo; le había servido de hospedaje para descansar los pies y la espalda, que le estaban matando por la larga caminata que optó por seguir una vez decidida su partida de la ciudad de Taikarune.
Pero si bien estaba conforme con su cuarto, ni él ni los dueños del pequeño motel fueron capaces de prever el empalagoso calor que iba a hacer esa mañana. Y es que, a pesar del par de ventiladores que soplaban aire desde el techo de la habitación, semejante minucia de frescor era insuficiente para calmar las altas temperaturas que el liberado sol del País del Fuego arrojaba impaciente sobre los ciudadanos de la transitada ciudad del Combatiente.
No obstante, Kaido entendía que aquello no estaba en manos de nadie. Probablemente, se tratase de un Dios tan caprichoso como el mismísimo Ame no Kami quien hacía llover día y noche sobre Amegakure; pero a diferencia de éste, apostaba por freír a sus mortales y no humedecerlos, como sucedía en las tierras de la Tormenta.
—¡¿Cómo que no tienes más agua, mujer?!
Y es que, el escualo llevaba toda la mañana pidiendo jarrón de agua tras jarrón. Bebía y bebía impaciente, cada treinta minutos, como si su condición de pescado le estuviera pasando una mala jugada, aunque su insaciable sed se debía más al hecho de ser un Hozuki que el de lucir como un puto pescado.
—Te has acabado todo el botellón, ya te dije. El proveedor no viene hasta la noche así que tendrás que ir a buscar más agua a otro lado —exclamó la mujer, sin pelos en la lengua—. y aprovecha a revisarte la vejiga mutante esa que tienes, ¿cómo puedes beber tanto?
Si ella no hubiese tenido tetas —muy bonitas, redondas y plácidamente bien ubicadas, por cierto—, probablemente le habría dado una ostia. Pero necesitaba llenar su termo, urgente, y allí no iba a conseguirlo.
Arrastró los pies calle tras calle hasta conseguir la salida a uno de los caminos más amplios de la zona, curiosamente aledaño al gran edificio de color mármol que servía de hospital para los heridos del torneo. Kaido había intentado escabullirse por alguna ventana tras ser rechazado un par de veces por no ser familiar de ninguno de los pacientes, pero evidentemente no lo había conseguido.
Lo habría intentado una vez más, dada la cercanía con el edificio, pero primero necesitaba un lugar para tomar algo de agua y coger un poco de sombra, también, porque de estar un par de minutos más expuesto al los infalibles rayos solares, se convertiría probablemente en un delicioso y crujiente róbalo frito.
Pero antes de poder siquiera pensar en dar un vistazo a su alrededor a fin de encontrar algún local abierto, el pez se vio distraído por la menuda figura de una muchacha extrañamente familiar. No podía decirlo con certeza, claro está, pero el que hubiese salido de las puertas del gran Hospital sí que le decía algo. Y unió cabos, sabiendo sus compañeros de aldea se encontraban aún, probablemente, sanando dentro de aquellos muros, pero uno de ellos había salido.
«¿Quién será?» meditó en su interior, a la vez que daba unas cuantas zancadas para acortar distancia y acercarse lo suficiente a la muchacha para verle el rostro.
Sólo pudo entrecerrar los ojos misteriosamente cuando vio el rostro de Ayame.
—Baia baia... —luego entrecruzó sus brazos y continuó—. pero si es la famosa finalista del Torneo de los Dojos.
Pronto dejó relucir su flamante sonrisa, gesto característico de su persona.
»¿Me daría usted un autógrafo?
El grito inundó la humilde recepción del Hostal Dangai, lugar donde el tiburón pudo conseguir habitación la misma noche que llegó a los Dojos. Se trataba de, quizás, el sitio menos lujoso de la zona, y sin embargo; le había servido de hospedaje para descansar los pies y la espalda, que le estaban matando por la larga caminata que optó por seguir una vez decidida su partida de la ciudad de Taikarune.
Pero si bien estaba conforme con su cuarto, ni él ni los dueños del pequeño motel fueron capaces de prever el empalagoso calor que iba a hacer esa mañana. Y es que, a pesar del par de ventiladores que soplaban aire desde el techo de la habitación, semejante minucia de frescor era insuficiente para calmar las altas temperaturas que el liberado sol del País del Fuego arrojaba impaciente sobre los ciudadanos de la transitada ciudad del Combatiente.
No obstante, Kaido entendía que aquello no estaba en manos de nadie. Probablemente, se tratase de un Dios tan caprichoso como el mismísimo Ame no Kami quien hacía llover día y noche sobre Amegakure; pero a diferencia de éste, apostaba por freír a sus mortales y no humedecerlos, como sucedía en las tierras de la Tormenta.
—¡¿Cómo que no tienes más agua, mujer?!
Y es que, el escualo llevaba toda la mañana pidiendo jarrón de agua tras jarrón. Bebía y bebía impaciente, cada treinta minutos, como si su condición de pescado le estuviera pasando una mala jugada, aunque su insaciable sed se debía más al hecho de ser un Hozuki que el de lucir como un puto pescado.
—Te has acabado todo el botellón, ya te dije. El proveedor no viene hasta la noche así que tendrás que ir a buscar más agua a otro lado —exclamó la mujer, sin pelos en la lengua—. y aprovecha a revisarte la vejiga mutante esa que tienes, ¿cómo puedes beber tanto?
Si ella no hubiese tenido tetas —muy bonitas, redondas y plácidamente bien ubicadas, por cierto—, probablemente le habría dado una ostia. Pero necesitaba llenar su termo, urgente, y allí no iba a conseguirlo.
[...]
Arrastró los pies calle tras calle hasta conseguir la salida a uno de los caminos más amplios de la zona, curiosamente aledaño al gran edificio de color mármol que servía de hospital para los heridos del torneo. Kaido había intentado escabullirse por alguna ventana tras ser rechazado un par de veces por no ser familiar de ninguno de los pacientes, pero evidentemente no lo había conseguido.
Lo habría intentado una vez más, dada la cercanía con el edificio, pero primero necesitaba un lugar para tomar algo de agua y coger un poco de sombra, también, porque de estar un par de minutos más expuesto al los infalibles rayos solares, se convertiría probablemente en un delicioso y crujiente róbalo frito.
Pero antes de poder siquiera pensar en dar un vistazo a su alrededor a fin de encontrar algún local abierto, el pez se vio distraído por la menuda figura de una muchacha extrañamente familiar. No podía decirlo con certeza, claro está, pero el que hubiese salido de las puertas del gran Hospital sí que le decía algo. Y unió cabos, sabiendo sus compañeros de aldea se encontraban aún, probablemente, sanando dentro de aquellos muros, pero uno de ellos había salido.
«¿Quién será?» meditó en su interior, a la vez que daba unas cuantas zancadas para acortar distancia y acercarse lo suficiente a la muchacha para verle el rostro.
Sólo pudo entrecerrar los ojos misteriosamente cuando vio el rostro de Ayame.
—Baia baia... —luego entrecruzó sus brazos y continuó—. pero si es la famosa finalista del Torneo de los Dojos.
Pronto dejó relucir su flamante sonrisa, gesto característico de su persona.
»¿Me daría usted un autógrafo?