3/04/2016, 17:26
Aunque la cabeza de Daruu estaba llena de dudas, en aquella ocasión no se podía echar atrás. No tenía claro que involucrarse en aquellos asuntos fuera bueno para él. Al fin y al cabo, él sólo era un ninja al servicio de su aldea, ¿verdad? Cobraba por prestar un servicio a quien le pagase un dinero. No era más que un mercenario, excepto cuando se trataba de ayudar a los suyos. Pero aquél hombre no era de los suyos, de modo que, ¿por qué se había obligado a ir con Anzu? ¿Se sentía culpable de no ser el egoísta que el cerebro le decía que tenía que ser? ¿Y en el futuro, y si tenía que soportar ver más injusticias como aquellas? ¿Y si tenía que cometerlas él mismo?
Entonces se imaginó la clase de cosas que podrían hacerle a Satoru, como torturarlo. Y se le pasó.
Frunció el ceño y dio un paso más adelante.
Los jóvenes salieron de la plaza y atravesaron una amplia calle llena de puestos, acá y allá. A trompicones con el gentío, Anzu y Daruu se separaron varias ocasiones, y Daruu rezó para que la muchacha estuviera todavía siguiéndole el rastro a sus objetivos, porque él hacía tiempo que había dejado de verlos.
No sabía muy bien qué había pasado cuando la gente empezó a moverse, nerviosa, y pronto se desataron gritos. Daruu intentó empujar y abrirse camino, pero por la izquierda y por la derecha le golpeaban los hombros, y por poco cayó al suelo, de hecho no lo hizo porque alguien más le empujó por detrás.
—¿Anzu? ¡¡Anzu!! —gritó, y entonces vio por el rabillo del ojo un pequeño tumulto siendo empujado y arrollado, y decidió confiar que por allí encontraría a su compañera. Corrió y apartó él también a la gente, tropezó con una bolsa de manzanas que algún capullo había tirado al suelo, y arrastró la cara por tierra cuando aterrizó de morros, y sus malogradas quemaduras tiraron de la piel.
Con esfuerzo, se levantó y vio que Anzu se metía en un callejón. Daruu la siguió y giró la esquina, sólo por encontrar a su compañera de Takigakure en un pasillo sin salida lleno de cajas, y un cubo de basura metálico al final del todo.
—Os he perdido por el camino —jadeó el chico—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?
Entonces se imaginó la clase de cosas que podrían hacerle a Satoru, como torturarlo. Y se le pasó.
Frunció el ceño y dio un paso más adelante.
Los jóvenes salieron de la plaza y atravesaron una amplia calle llena de puestos, acá y allá. A trompicones con el gentío, Anzu y Daruu se separaron varias ocasiones, y Daruu rezó para que la muchacha estuviera todavía siguiéndole el rastro a sus objetivos, porque él hacía tiempo que había dejado de verlos.
No sabía muy bien qué había pasado cuando la gente empezó a moverse, nerviosa, y pronto se desataron gritos. Daruu intentó empujar y abrirse camino, pero por la izquierda y por la derecha le golpeaban los hombros, y por poco cayó al suelo, de hecho no lo hizo porque alguien más le empujó por detrás.
—¿Anzu? ¡¡Anzu!! —gritó, y entonces vio por el rabillo del ojo un pequeño tumulto siendo empujado y arrollado, y decidió confiar que por allí encontraría a su compañera. Corrió y apartó él también a la gente, tropezó con una bolsa de manzanas que algún capullo había tirado al suelo, y arrastró la cara por tierra cuando aterrizó de morros, y sus malogradas quemaduras tiraron de la piel.
Con esfuerzo, se levantó y vio que Anzu se metía en un callejón. Daruu la siguió y giró la esquina, sólo por encontrar a su compañera de Takigakure en un pasillo sin salida lleno de cajas, y un cubo de basura metálico al final del todo.
—Os he perdido por el camino —jadeó el chico—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?