3/04/2016, 20:45
La Yotsuki asistió con sublime atención a la explicación que le daba Mogura acerca del rakugo. Al principio no le pareció demasiado interesante, pero cuando 'Rōjin' ejemplificó lo que quería decir con una breve pero cómica representación, Anzu no tuvo más remedio que echarse a reír de forma sincera. Parece como si de repente este chico hubiera rejuvenecido veinte años. ¿Por qué no será así de divertido siempre? A lo mejor simplemente es tímido. Las carcajadas duraron un buen rato, y se vieron intensificadas cuando el otro shinobi, Len, empezó a discutir con Takeshi. Ambos parecían mantener una especie de relación amor-odio que a la Yotsuki le resultaba muy divertida. Carcajeándose sin disimulo, la kunoichi tomó a Len del brazo y lo arrastró en dirección contraria a la barra.
—Todo controlado, Mogura-san —le susurró al otro gennin de Ame, guiñándole un ojo. Ella tampoco habría querido que un compañero de Aldea formara alboroto en público, a no ser que fuese para servir de ejemplo de la superioridad marcial de la Cascada—. Venga, ¡vamos a ver si hay algún 'rakugoísta'!
Se acababa de inventar aquel término, y tampoco le importó.
Diligente, arrastró al amegakureñó guapo hacia la multitud, esperando que su compañero Mogura les siguiera. Avanzaron durante un rato que a Anzu se le hizo eterno, abriéndose camino a duras penas entre la inmensa cantidad de gente que había allí congregada.
—¡Damas y caballeros! ¡Bienvenidos al Decimoctavo Recital de Poesía Clásica de los Dojos del Combatiente!
Aquella voz sobresaltó a la kunoichi, que se detuvo en seco, soltando el agarre que todavía ejercía sobre el brazo de Len. Alzó la vista, buscando al emisor de aquellas palabras, que parecían amplificadas mediante algún tipo de técnica. Lo halló sobre la tarima de madera: un tipo de corta estatura, melena teñida de verde y apariencia del todo extravagante. Vestía con ropas de varios colores y llevaba, sobre los hombros, una capa del mismo color que su pelo. A pesar de ser bajito y raruno, ¡menudo torrente tiene! Se le debe escuchar en todo Hi no Kuni. En efecto, la potencia sonora de la garganta de aquel tipo era extraordinaria.
Siguió hablando durante un rato, anunciando a los participantes y también haciendo alguna que otra mención a ricos nobles que habían recaudado los fondos necesarios para celebrar el certámen.
—¡Como todos saben, en esta ocasión, y con motivo de la visita de las Tres Grandes Aldeas, el Decimoctavo Recital de Poesía Clásica de los Dojos del Combatiente rinde homenaje a los valientes guerreros shinobi!
Cada vez que aquel extraño personaje repetía el nombre completo del certámen —es decir, siempre que tenía ocasión— parecía que iba a quedarse sin aliento; y, sin embargo, siempre conseguía terminar la frase. Lo que sorprendió a Anzu no fue eso, sino el recordatorio de que aquel 'concurso' de poesía estaba ambientado en Uzu, Ame y Taki. Espero que Takigakure salga mejor parada que en el Torneo... No pudo evitar aquellos pensamientos, que le produjeron un escozor amargo en la garganta.
—¡Y ahora, demos la bienvenida a nuestro primer participante! ¡Dekigura Masame, de Takigakure no Sato!
La multitud prorrumpió en aplausos, y un chico bastante joven, con pinta de noble, subió a la tarima. El presentador le recibió con una marcada inclinación, y abandonó el estrado. El poeta dedicó una reverencia similar a su público, que calló casi por completo en un instante, y recitó una poesía sobre la Aldea Oculta de la Cascada que a Anzu le pareció sumamente bella... Claro, que la Yotsuki no entendía una sola cosa de lírica. El público aplaudió, aunque tímidamente. Para un observador versado en aquellas lides, no había sido un poema digno de llamarse como tal.
Al tal Masame le siguieron dos concursantes más: un anciano que apenas podía mantenerse en pie, de Amegakure, pero que cautivó a todos sin excepción con unos versos tristes pero muy bellos. Y, luego, un chico de Uzushiogakure. Era alto, atlético y su pelo rubio bien cuidado le daban un porte excepcional. Debía ser también famoso, porque nada más subir al escenario de madera, sin siquiera hablar, arrancó elogios femeninos a lo largo y ancho de la plaza. Con gesto regio agradeció los halagos y luego recitó unos versos tan finamente elaborados, tan cálidos y armoniosos, que Anzu se sorprendió a sí misma aplaudiendo con fervor.
¿¡Pero qué demonios estoy haciendo!?
Del aplauso pasó a la tristeza, y luego a la rabia. Incluso en aquella absurda competición, Takigakure era vapuleada sin piedad. Los versos de Dekigura Masame no podían competir con los del anciano de la Lluvia, y mucho menos con los de aquel súper poeta-atleta-galán-todo de Uzushiogakure.
—Puto... —masculló la Yotsuki, volviéndose hacia sus compañeros, a quienes casi había olvidado en el fragor de la poesía—. Mogura-san, Len-san... ¿No creéis que deberíamos enseñarle una lección a Don Perfecto?
En sus ojos se reflejaba la más pura malicia sin refinar.
—Todo controlado, Mogura-san —le susurró al otro gennin de Ame, guiñándole un ojo. Ella tampoco habría querido que un compañero de Aldea formara alboroto en público, a no ser que fuese para servir de ejemplo de la superioridad marcial de la Cascada—. Venga, ¡vamos a ver si hay algún 'rakugoísta'!
Se acababa de inventar aquel término, y tampoco le importó.
Diligente, arrastró al amegakureñó guapo hacia la multitud, esperando que su compañero Mogura les siguiera. Avanzaron durante un rato que a Anzu se le hizo eterno, abriéndose camino a duras penas entre la inmensa cantidad de gente que había allí congregada.
—¡Damas y caballeros! ¡Bienvenidos al Decimoctavo Recital de Poesía Clásica de los Dojos del Combatiente!
Aquella voz sobresaltó a la kunoichi, que se detuvo en seco, soltando el agarre que todavía ejercía sobre el brazo de Len. Alzó la vista, buscando al emisor de aquellas palabras, que parecían amplificadas mediante algún tipo de técnica. Lo halló sobre la tarima de madera: un tipo de corta estatura, melena teñida de verde y apariencia del todo extravagante. Vestía con ropas de varios colores y llevaba, sobre los hombros, una capa del mismo color que su pelo. A pesar de ser bajito y raruno, ¡menudo torrente tiene! Se le debe escuchar en todo Hi no Kuni. En efecto, la potencia sonora de la garganta de aquel tipo era extraordinaria.
Siguió hablando durante un rato, anunciando a los participantes y también haciendo alguna que otra mención a ricos nobles que habían recaudado los fondos necesarios para celebrar el certámen.
—¡Como todos saben, en esta ocasión, y con motivo de la visita de las Tres Grandes Aldeas, el Decimoctavo Recital de Poesía Clásica de los Dojos del Combatiente rinde homenaje a los valientes guerreros shinobi!
Cada vez que aquel extraño personaje repetía el nombre completo del certámen —es decir, siempre que tenía ocasión— parecía que iba a quedarse sin aliento; y, sin embargo, siempre conseguía terminar la frase. Lo que sorprendió a Anzu no fue eso, sino el recordatorio de que aquel 'concurso' de poesía estaba ambientado en Uzu, Ame y Taki. Espero que Takigakure salga mejor parada que en el Torneo... No pudo evitar aquellos pensamientos, que le produjeron un escozor amargo en la garganta.
—¡Y ahora, demos la bienvenida a nuestro primer participante! ¡Dekigura Masame, de Takigakure no Sato!
La multitud prorrumpió en aplausos, y un chico bastante joven, con pinta de noble, subió a la tarima. El presentador le recibió con una marcada inclinación, y abandonó el estrado. El poeta dedicó una reverencia similar a su público, que calló casi por completo en un instante, y recitó una poesía sobre la Aldea Oculta de la Cascada que a Anzu le pareció sumamente bella... Claro, que la Yotsuki no entendía una sola cosa de lírica. El público aplaudió, aunque tímidamente. Para un observador versado en aquellas lides, no había sido un poema digno de llamarse como tal.
Al tal Masame le siguieron dos concursantes más: un anciano que apenas podía mantenerse en pie, de Amegakure, pero que cautivó a todos sin excepción con unos versos tristes pero muy bellos. Y, luego, un chico de Uzushiogakure. Era alto, atlético y su pelo rubio bien cuidado le daban un porte excepcional. Debía ser también famoso, porque nada más subir al escenario de madera, sin siquiera hablar, arrancó elogios femeninos a lo largo y ancho de la plaza. Con gesto regio agradeció los halagos y luego recitó unos versos tan finamente elaborados, tan cálidos y armoniosos, que Anzu se sorprendió a sí misma aplaudiendo con fervor.
¿¡Pero qué demonios estoy haciendo!?
Del aplauso pasó a la tristeza, y luego a la rabia. Incluso en aquella absurda competición, Takigakure era vapuleada sin piedad. Los versos de Dekigura Masame no podían competir con los del anciano de la Lluvia, y mucho menos con los de aquel súper poeta-atleta-galán-todo de Uzushiogakure.
—Puto... —masculló la Yotsuki, volviéndose hacia sus compañeros, a quienes casi había olvidado en el fragor de la poesía—. Mogura-san, Len-san... ¿No creéis que deberíamos enseñarle una lección a Don Perfecto?
En sus ojos se reflejaba la más pura malicia sin refinar.