6/04/2016, 23:50
—Vaia vaia... —Aquella voz áspera y socarrona había sonado justo a su espalda y le hizo pegar un pequeño bote por el susto. Cuando fue a darse la vuelta, se encontró cara a cara y cruzado de brazos con alguien al que hacía eones que no veía—. Pero si es la famosa finalista del Torneo de los Dojos.
Ayame abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua. Si aquel hubiese sido cualquier otra persona, era muy probable que le hubiese costado reconocerlo. Pero era imposible no recordar los rasgos de aquel chico. Piel de un enfermizo color azulado, ojos cristalinos, cabellos largos y aún más azulados, gesto amenazador... Eran los rasgos de una criatura de las profundidades marinas...
—T... tú... —balbuceó Ayame, con su cerebro trabajando a toda velocidad para recuperar el recuerdo del nombre de su compañero de aldea. Puede que su rostro fuese inconfundible, pero su nombre seguía siendo tan volátil para ella como el del resto.
—¿Me daría usted un autógrafo? —sonrió, y la hilera de dientes como cuchillos brillaron entre sus labios.
Ayame volvió a sobresaltarse, sorprendida ante lo inverosímil de la situación.
—¿Un autógrafo? —respondió con candidez—. No tengo un boli, l...
—¡CUIDADO!
Una nueva voz. Pero antes de que pudiera reaccionar, algo cayó sobre ella. Y la fuerza del impacto le arrancó el aliento de los pulmones. Su cuerpo se desplomó como un títere al que le hubiesen cortado las cuerdas. Se sintió aplastarse contra el suelo. Una serie de voces comenzaron a aglomerarse a su alrededor, pero Ayame estaba tan aturdida que era incapaz de comprenderlas. Ni siquiera identificarlas. La presión que hundía su torso contra el asfalto desapareció repentinamente.
—Ugh... L... lo siento, Ayame, ¿estás bien?
Ayame apenas respondió con un débil gemido. Se acababa de dar cuenta de que la contusión que le había provocado Juro en el pecho durante el combate le dolía. Y mucho.
—¡Me cago en...! ¿¡Pero qué cojones haces, loco!?
Otra voz más. En aquella ocasión femenina.
Ayame entreabrió los ojos ligeramente, aún con aquel extraño zumbido en la cabeza. El shinobi encapuchado de los tatuajes en el que se había fijado antes se acercaba a ellos. Con un nuevo quejido, apoyó las manos sobre el asfalto y puso todo su esfuerzo en incorporarse. Al menos pudo llegar a sentarse antes de que un nuevo latigazo de dolor explotara en su pecho.
—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?
Se llevó una mano a la cabeza, terriblemente dolorida y mareada. Entre continuos parpadeos se dio cuenta de que cerca de su posición, un chico de brillantes cabellos rojos como la sangre y ojos más rojos aún, la miraba con preocupación.
Ayame abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua. Si aquel hubiese sido cualquier otra persona, era muy probable que le hubiese costado reconocerlo. Pero era imposible no recordar los rasgos de aquel chico. Piel de un enfermizo color azulado, ojos cristalinos, cabellos largos y aún más azulados, gesto amenazador... Eran los rasgos de una criatura de las profundidades marinas...
—T... tú... —balbuceó Ayame, con su cerebro trabajando a toda velocidad para recuperar el recuerdo del nombre de su compañero de aldea. Puede que su rostro fuese inconfundible, pero su nombre seguía siendo tan volátil para ella como el del resto.
—¿Me daría usted un autógrafo? —sonrió, y la hilera de dientes como cuchillos brillaron entre sus labios.
Ayame volvió a sobresaltarse, sorprendida ante lo inverosímil de la situación.
—¿Un autógrafo? —respondió con candidez—. No tengo un boli, l...
—¡CUIDADO!
Una nueva voz. Pero antes de que pudiera reaccionar, algo cayó sobre ella. Y la fuerza del impacto le arrancó el aliento de los pulmones. Su cuerpo se desplomó como un títere al que le hubiesen cortado las cuerdas. Se sintió aplastarse contra el suelo. Una serie de voces comenzaron a aglomerarse a su alrededor, pero Ayame estaba tan aturdida que era incapaz de comprenderlas. Ni siquiera identificarlas. La presión que hundía su torso contra el asfalto desapareció repentinamente.
—Ugh... L... lo siento, Ayame, ¿estás bien?
Ayame apenas respondió con un débil gemido. Se acababa de dar cuenta de que la contusión que le había provocado Juro en el pecho durante el combate le dolía. Y mucho.
—¡Me cago en...! ¿¡Pero qué cojones haces, loco!?
Otra voz más. En aquella ocasión femenina.
Ayame entreabrió los ojos ligeramente, aún con aquel extraño zumbido en la cabeza. El shinobi encapuchado de los tatuajes en el que se había fijado antes se acercaba a ellos. Con un nuevo quejido, apoyó las manos sobre el asfalto y puso todo su esfuerzo en incorporarse. Al menos pudo llegar a sentarse antes de que un nuevo latigazo de dolor explotara en su pecho.
—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?
Se llevó una mano a la cabeza, terriblemente dolorida y mareada. Entre continuos parpadeos se dio cuenta de que cerca de su posición, un chico de brillantes cabellos rojos como la sangre y ojos más rojos aún, la miraba con preocupación.