7/04/2016, 01:00
¿Tú...? ¡¿sólo eso dirás, lirio de mierda?! —meditó, quizás hasta ofendido.
O la maleducada finalista no acordaba de su nombre —lo que era bastante probable—, o por el contrario; le tenía tanto pavor al tiburón que hasta le costaba decirlo. Y su rostro de sorpresa, aunado al par de balbuceos que emitió durante su respuesta sin duda alguna apoyaba esa teoría.
Kaido pudo habérselo recriminado groseramente, como podía esperarse de él. No obstante, no tuvo ni el tiempo ni las ganas necesarias como para liar a la pobre Ayame, menos estando en sus posibles días de descanso después de lo que pudo haber sido una rigurosa batalla de semifinales para conseguir el pase a la última instancia del torneo. Aunque ganas no le faltaban de lisiar a la pobre muchacha de por vida, como venganza hacia su aldea por no haber podido participar en el torneo.
Sonrió ante la idea y aunque sabía perfectamente que era una broma, no dejaba de hacerle gracia.
Pero pronto le sacó de su propia introspectiva el hecho de que la muchacha realmente considerase en darle un autógrafo. Estaba a punto de decir que no tenía un bolígrafo, o eso creyó él, antes de que el grito desesperado llegara como una bofetada desde las alturas; vaticinando lo que sería una de las escenas más graciosas que había podido presenciar en un buen tiempo.
El pez increpó su mirada hacia donde provenía aquella voz, pero no cayó en cuenta de que se trataba de un conocido hasta que ya Yota se encontraba desparramado como flan sobre una delicada Ayame que ahora mismo se encontraba conociendo al señor suelo; aquel que solo te encuentras cuando eres derrotado en una batalla, o estas tan borracho que tienes duermes allí antes de poder llegar a casa.
Pronto Yota pidió disculpas e intentó ver si la muchacha estaba bien. Acto seguido, un niño de piel oscura; de edad similar a la suya, dejó muy en claro lo que pensaba acerca del shinobi de Uzushiogakure. Que sí, que era un puto loco, de eso no cabía duda.
—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?
—Pues que el idiota de Yota se ha lanzado de no sé donde y ha caído sobre ti a posta —exclamó, risueño—. eso, o es que de pronto han comenzado a llover pelirrojos en el país del fuego, yo qué se.
Kaido sonrió y dejó entrever sus pequeñas diente-navajas. Sería un día divertido, el gyojin lo presentía.
O la maleducada finalista no acordaba de su nombre —lo que era bastante probable—, o por el contrario; le tenía tanto pavor al tiburón que hasta le costaba decirlo. Y su rostro de sorpresa, aunado al par de balbuceos que emitió durante su respuesta sin duda alguna apoyaba esa teoría.
Kaido pudo habérselo recriminado groseramente, como podía esperarse de él. No obstante, no tuvo ni el tiempo ni las ganas necesarias como para liar a la pobre Ayame, menos estando en sus posibles días de descanso después de lo que pudo haber sido una rigurosa batalla de semifinales para conseguir el pase a la última instancia del torneo. Aunque ganas no le faltaban de lisiar a la pobre muchacha de por vida, como venganza hacia su aldea por no haber podido participar en el torneo.
Sonrió ante la idea y aunque sabía perfectamente que era una broma, no dejaba de hacerle gracia.
Pero pronto le sacó de su propia introspectiva el hecho de que la muchacha realmente considerase en darle un autógrafo. Estaba a punto de decir que no tenía un bolígrafo, o eso creyó él, antes de que el grito desesperado llegara como una bofetada desde las alturas; vaticinando lo que sería una de las escenas más graciosas que había podido presenciar en un buen tiempo.
¡CUIDADO!
El pez increpó su mirada hacia donde provenía aquella voz, pero no cayó en cuenta de que se trataba de un conocido hasta que ya Yota se encontraba desparramado como flan sobre una delicada Ayame que ahora mismo se encontraba conociendo al señor suelo; aquel que solo te encuentras cuando eres derrotado en una batalla, o estas tan borracho que tienes duermes allí antes de poder llegar a casa.
Pronto Yota pidió disculpas e intentó ver si la muchacha estaba bien. Acto seguido, un niño de piel oscura; de edad similar a la suya, dejó muy en claro lo que pensaba acerca del shinobi de Uzushiogakure. Que sí, que era un puto loco, de eso no cabía duda.
—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?
—Pues que el idiota de Yota se ha lanzado de no sé donde y ha caído sobre ti a posta —exclamó, risueño—. eso, o es que de pronto han comenzado a llover pelirrojos en el país del fuego, yo qué se.
Kaido sonrió y dejó entrever sus pequeñas diente-navajas. Sería un día divertido, el gyojin lo presentía.