11/04/2016, 11:43
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de la kunoichi cuando sus compañeros, uno por afirmación y otro por omisión, aceptaron ayudarla en su noble empresa de bajarle los humos a aquel finolis de Uzushiogakure. Justo en ese momento el galán bajaba del escenario, entre aplausos, gritos femeninos —y alguno masculino— y alabanzas. Anzu lo perforó con la mirada, destilando rabia y malicia. Veremos cómo escribes cuando te parta las manos. Empezó a andar hacia la parte trasera de la tarima, por donde habían desaparecido todos los participantes, girándose de vez en cuando para comprobar que Mogura y Len la seguían.
El trayecto fue lento y pesado, porque a cada tanto había que ir esquivando o apartando a alguien del público, pero finalmente los gennin llegaron a una parte menos concurrida de la plaza. Junto a la tarima se habían colocado varios biombos para crear una zona de acceso exclusivo a los participantes y organizadores del evento, donde podían descansar, comer y beber. Sorprendentemente, no había más que un hombre rechoncho y canoso vigilando la entrada a dicho recinto. Probablemente en este tipo de concursos no se esperen demasiados problemas... Me da en la nariz que para el siguiente mejorarán la seguridad.
Anzu se colocó distraídamente a una buena distancia de la entrada y su viejo guardián, suficientemente cerca para ver si el poeta de Uzushio salía, pero lo bastante lejos como para no llamar la atención. Una vez sus recientes amigos de la Lluvia estuvieron con ella, pasó a explicarles la estrategia de ataque.
—El plan es simple: matar al murciélago —miró atentamente a sus compañeros, y luego rompió a reír—. Era una broma, una broma... Va, entramos, agarramos a ese remilgado sabelotodo y lo cagamos a golpes...
De repente tuvo una revelación. Su rostro se iluminó con la clarividencia de un sacerdote que acaba de ver a sus dioses, y con un rápido gesto de su mano derecha, quiso borrar todo y elaborar un nuevo plan.
—¡Olvidadlo todo! Se me acaba de ocurrir algo mucho, mucho mejor —sonreía, y sus ojos brillaban otra vez con aquella maligna seguridad—. Uno de nosotros tiene que encargarse de distraer a ese carcamal —dijo, señalando al viejo que hacía las veces de guardia—. El otro, que coja y se lleve al rubito de Uzu 'a dar un paseo'. ¿Me seguís? Lo único que hace falta es que no esté para cuando le llegue su turno...
Se pasó una mano por el pelo, seco y plateado. Ahora llegaba el papel estrella, su papel; todo gracias al estafador, charlatán y condenadamente ingenioso Uchiha de Takigakure.
—Y luego yo me encargaré de que ese tío salga de aquí bien escocido.
Sonrió. Se había acordado, por fin, de los versos de Datsue.
El trayecto fue lento y pesado, porque a cada tanto había que ir esquivando o apartando a alguien del público, pero finalmente los gennin llegaron a una parte menos concurrida de la plaza. Junto a la tarima se habían colocado varios biombos para crear una zona de acceso exclusivo a los participantes y organizadores del evento, donde podían descansar, comer y beber. Sorprendentemente, no había más que un hombre rechoncho y canoso vigilando la entrada a dicho recinto. Probablemente en este tipo de concursos no se esperen demasiados problemas... Me da en la nariz que para el siguiente mejorarán la seguridad.
Anzu se colocó distraídamente a una buena distancia de la entrada y su viejo guardián, suficientemente cerca para ver si el poeta de Uzushio salía, pero lo bastante lejos como para no llamar la atención. Una vez sus recientes amigos de la Lluvia estuvieron con ella, pasó a explicarles la estrategia de ataque.
—El plan es simple: matar al murciélago —miró atentamente a sus compañeros, y luego rompió a reír—. Era una broma, una broma... Va, entramos, agarramos a ese remilgado sabelotodo y lo cagamos a golpes...
De repente tuvo una revelación. Su rostro se iluminó con la clarividencia de un sacerdote que acaba de ver a sus dioses, y con un rápido gesto de su mano derecha, quiso borrar todo y elaborar un nuevo plan.
—¡Olvidadlo todo! Se me acaba de ocurrir algo mucho, mucho mejor —sonreía, y sus ojos brillaban otra vez con aquella maligna seguridad—. Uno de nosotros tiene que encargarse de distraer a ese carcamal —dijo, señalando al viejo que hacía las veces de guardia—. El otro, que coja y se lleve al rubito de Uzu 'a dar un paseo'. ¿Me seguís? Lo único que hace falta es que no esté para cuando le llegue su turno...
Se pasó una mano por el pelo, seco y plateado. Ahora llegaba el papel estrella, su papel; todo gracias al estafador, charlatán y condenadamente ingenioso Uchiha de Takigakure.
—Y luego yo me encargaré de que ese tío salga de aquí bien escocido.
Sonrió. Se había acordado, por fin, de los versos de Datsue.