12/04/2016, 00:33
(Última modificación: 12/04/2016, 00:38 por Umikiba Kaido.)
Todo se esclareció cuando el shinobi del remolino optó por explicar la razón de su caída. Y es que culpó a un aparente pinchazo en su espalda, lo que secundó que perdiera la concentración y por tanto el agarre de sus pies sobre la pared del hospital del que se encontraba huyendo por quién sabe qué razón.
Un cúmulo de casualidades intercedieron, evidentemente; pues tuvo que haber caído justo sobre Ayame y rodeado, además, de un conocido y otro espectador indeseable. Pero para la suerte de todos, tanto él como la kunoichi lucían en perfecto estado sin ninguna herida visible o el dolor de algún hueso roto, lo que resultó extraño pues la caída había sido desde una altura considerable. Le extraño que Ayame no se hubiese roto como una galleta o que Yota no se estuviese quejando de una recaída por la buena paliza que Eri le había metido en la última ronda.
Pena debería darte, arañita... ¡te ha ganado la llorona de Eri! — Kaido pensó en molestarlo por ello, pero lamentablemente no tuvo tiempo de intervenir. Pronto Ayame inquirió en la salud de su interlocutor quien respondió poco después, y anzu, finalmente; hizo uso de su aparente buen sentido del humor para romper el hielo y sumergirse de pleno en la conversación.
Le llamó pescado, lo que no era nada nuevo. E indagó en si se trataba de una especie de técnica secreta de Amegakure. El tiburón no pudo hacer más que encontrar sus orbes color mar con el pálido grisáceo de los de Anzu y soltar su tan práctica cara de pocos amigos.
—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío. Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —exclamó con gracia y prosiguió—. pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.
Le miró de arriba a abajo, tal como ella —o él— lo había hecho.
—¿O quizás ambos? —un sin precedente que sería gracioso presenciar, desde luego. Pero su pregunta era más para molestar a la muchacha que porque creyese que en realidad fuese un niño, aunque lucía como tal.
No obstante, podía ver indicios de unas pequeñas tetas asomándose en el camisón. Era mujer, después de todo.
Un cúmulo de casualidades intercedieron, evidentemente; pues tuvo que haber caído justo sobre Ayame y rodeado, además, de un conocido y otro espectador indeseable. Pero para la suerte de todos, tanto él como la kunoichi lucían en perfecto estado sin ninguna herida visible o el dolor de algún hueso roto, lo que resultó extraño pues la caída había sido desde una altura considerable. Le extraño que Ayame no se hubiese roto como una galleta o que Yota no se estuviese quejando de una recaída por la buena paliza que Eri le había metido en la última ronda.
Pena debería darte, arañita... ¡te ha ganado la llorona de Eri! — Kaido pensó en molestarlo por ello, pero lamentablemente no tuvo tiempo de intervenir. Pronto Ayame inquirió en la salud de su interlocutor quien respondió poco después, y anzu, finalmente; hizo uso de su aparente buen sentido del humor para romper el hielo y sumergirse de pleno en la conversación.
Le llamó pescado, lo que no era nada nuevo. E indagó en si se trataba de una especie de técnica secreta de Amegakure. El tiburón no pudo hacer más que encontrar sus orbes color mar con el pálido grisáceo de los de Anzu y soltar su tan práctica cara de pocos amigos.
—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío. Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —exclamó con gracia y prosiguió—. pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.
Le miró de arriba a abajo, tal como ella —o él— lo había hecho.
—¿O quizás ambos? —un sin precedente que sería gracioso presenciar, desde luego. Pero su pregunta era más para molestar a la muchacha que porque creyese que en realidad fuese un niño, aunque lucía como tal.
No obstante, podía ver indicios de unas pequeñas tetas asomándose en el camisón. Era mujer, después de todo.