13/05/2015, 23:44
(Última modificación: 13/05/2015, 23:45 por Amedama Daruu.)
Estaba arrodillado sobre las sábanas de su cama, con el pelo todo alborotado y un rostro que ni un zombie envidiaría. Su mano rozaba a tientas la cuerda de la persiana, pero no alcanzaba a agarrarla con firmeza. Cuando finalmente lo consiguió, estiró y dejó que entrara la poca luz de los días nublados de Amegakure, gimió como un cerdo en un matadero y cayó de espaldas tapándose los ojos, dándose un buen golpe en la cocorota.
—Ay, ay, ay...
Se levantó, rozándose el golpe con una mano y caminando a tientas con la otra en dirección a la puerta de su habitación. Su madre ya había salido a trabajar a la pastelería, lo que indicaba que llegaba tarde. De nuevo. Se afanó por peinarse como pudo, a lavarse los dientes y a equiparse como es debido, y salió de su casa sin pasar por el establecimiento de su madre, todavía con un croissant en la boca.
«Bueno, si me doy prisa, todavía llego con antelación. Quizá no el primero de los tres, pero sí antes que el sensei».
¿Cómo sería su sensei? ¿Sería alto, bajo, gordo, flaco? ¿Tendría bigote? ¿Un enorme bigote de los que se decía que se llevaban en tierras del sur? Nunca había visto a la Uzukage en persona, pero casi se le cae el croissant de la boca al imaginársela con bigote. Un bigote enorme y pelirrojo de Uzumaki.
Y llegó a la academia. Y subió por las escaleras. Y abrió la puerta de clase.
—¡Oy! —Y cayó al suelo de morros tropezándose con el marco de la entrada.
Se levantó frotándose la nariz y se percató de que alguien ya estaba allí. Aotsuki Ayame, la muchacha que había conocido días antes, estaba sentada en el pupitre esperando a su sensei. Sonrió. Al menos, le había tocado alguien que le caía bien.
—El caso es, ¿por qué siempre que nos vemos tengo que pegármela? Normalmente no soy así, ¿eh? —dijo, y tomó asiento al lado de ella—. Menos mal que me ha tocado contigo, y no con esos bestias de clase que no hacen más que meterse con los demás. No habría ganado para puñetazos que repartir.
»Oh, aunque claro, no habría podido ser. No aprobaron el examen.
—Ay, ay, ay...
Se levantó, rozándose el golpe con una mano y caminando a tientas con la otra en dirección a la puerta de su habitación. Su madre ya había salido a trabajar a la pastelería, lo que indicaba que llegaba tarde. De nuevo. Se afanó por peinarse como pudo, a lavarse los dientes y a equiparse como es debido, y salió de su casa sin pasar por el establecimiento de su madre, todavía con un croissant en la boca.
«Bueno, si me doy prisa, todavía llego con antelación. Quizá no el primero de los tres, pero sí antes que el sensei».
¿Cómo sería su sensei? ¿Sería alto, bajo, gordo, flaco? ¿Tendría bigote? ¿Un enorme bigote de los que se decía que se llevaban en tierras del sur? Nunca había visto a la Uzukage en persona, pero casi se le cae el croissant de la boca al imaginársela con bigote. Un bigote enorme y pelirrojo de Uzumaki.
Y llegó a la academia. Y subió por las escaleras. Y abrió la puerta de clase.
—¡Oy! —Y cayó al suelo de morros tropezándose con el marco de la entrada.
Se levantó frotándose la nariz y se percató de que alguien ya estaba allí. Aotsuki Ayame, la muchacha que había conocido días antes, estaba sentada en el pupitre esperando a su sensei. Sonrió. Al menos, le había tocado alguien que le caía bien.
—El caso es, ¿por qué siempre que nos vemos tengo que pegármela? Normalmente no soy así, ¿eh? —dijo, y tomó asiento al lado de ella—. Menos mal que me ha tocado contigo, y no con esos bestias de clase que no hacen más que meterse con los demás. No habría ganado para puñetazos que repartir.
»Oh, aunque claro, no habría podido ser. No aprobaron el examen.