14/05/2015, 08:02
«¿Dónde diablos estás, Nii-san?»
Su hermano le había perdido la pista. Se adelantó, como de costumbre; y sólo consiguió que Kota se aburriera de buscarle. La Aldea era demasiado grande, los callejones muy confusos y como si no fuera poco, el verano trajo consigo a un gran número de transeúntes, locales y visitantes, que aprovechaban el calor de la estación para disfrutar del aire libre. No iba a encontrarle, no al menos en los próxima hora.
Así pues, decidió dirigirse a una de las plazas más más concurridas del Remolino. El espacio era perfecto para las familias, quienes solían llevar a los niños a corretear. También era asiduo ver a las mascotas con sus dueños e incluso a una casual pareja que disfruta de la compañía del otro. Él mismo había sido llevado allí por su madre y tenía buenos recuerdos, siendo el más especial cuando lanzó a Yota a la fuente para gastarle una jugarreta.
De cualquier forma, lo que esperaba de su visita era poder recostarse en la grama y tomar una siesta. Aún así, cuando llegó al lugar pudo ver un rostro familiar en uno de los bancos. Desde luego, era alguien con el que había compartido los días de la academia y con quien recibió la bandana el mismo día durante el acto de graduación. Su nombre era Riko, o eso creía recordar. Kota tuvo entonces la iniciativa de dirigirse hasta allí y ocupar sin permiso el puesto aledaño en pro de anunciar su llegada. Cruzó sus piernas, dispuso sus codos sobre sus propios muslos y reposó la barbilla sobre la palma de su mano derecha.
—Cuanta nostalgia —dijo, a modo de introducción—. —hace nada era yo el que correteaba inocentemente con mis compañeros en esta plaza. Y míranos ahora, observando a los críos hacer de las suyas.
El Uchiha sonrió y volvió a mirar a sus alrededores.
—Tu nombre es Riko, ¿cierto?
Su hermano le había perdido la pista. Se adelantó, como de costumbre; y sólo consiguió que Kota se aburriera de buscarle. La Aldea era demasiado grande, los callejones muy confusos y como si no fuera poco, el verano trajo consigo a un gran número de transeúntes, locales y visitantes, que aprovechaban el calor de la estación para disfrutar del aire libre. No iba a encontrarle, no al menos en los próxima hora.
Así pues, decidió dirigirse a una de las plazas más más concurridas del Remolino. El espacio era perfecto para las familias, quienes solían llevar a los niños a corretear. También era asiduo ver a las mascotas con sus dueños e incluso a una casual pareja que disfruta de la compañía del otro. Él mismo había sido llevado allí por su madre y tenía buenos recuerdos, siendo el más especial cuando lanzó a Yota a la fuente para gastarle una jugarreta.
De cualquier forma, lo que esperaba de su visita era poder recostarse en la grama y tomar una siesta. Aún así, cuando llegó al lugar pudo ver un rostro familiar en uno de los bancos. Desde luego, era alguien con el que había compartido los días de la academia y con quien recibió la bandana el mismo día durante el acto de graduación. Su nombre era Riko, o eso creía recordar. Kota tuvo entonces la iniciativa de dirigirse hasta allí y ocupar sin permiso el puesto aledaño en pro de anunciar su llegada. Cruzó sus piernas, dispuso sus codos sobre sus propios muslos y reposó la barbilla sobre la palma de su mano derecha.
—Cuanta nostalgia —dijo, a modo de introducción—. —hace nada era yo el que correteaba inocentemente con mis compañeros en esta plaza. Y míranos ahora, observando a los críos hacer de las suyas.
El Uchiha sonrió y volvió a mirar a sus alrededores.
—Tu nombre es Riko, ¿cierto?