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Riko caminaba tranquilamente por las hermosas calles de la villa, observando a ambos lados como los comercios anunciaban sus productos a los transeúntes que caminaban por el lugar, tratando de venderles su mercancía. Algunos se paraban a mirar las ofertas que tenían, otros iban directos en busca de lo que necesitaban, y otros, simplemente, seguían su camino, charlando entre ellos.
Él había llegado hasta allí sin si quiera haberlo pensado. Había terminado un pequeño entrenamiento y, como había madrugado, quizás demasiado, había acabado bastante antes de lo previsto, por lo que decidió hacer tiempo hasta la hora de la comida dando un pequeño paseo por la aldea, mezclándose con el gentío que recorría las calles, que aquel día era incluso excesivo.
El sol brillaba en lo alto del cielo, aumentando las temperaturas considerablemente, pero, aún así, el pelinegro no se deshacía de su sudadera negra y su bufanda roja, quizás éste era el motivo por el que muchos de los que pasaban por su lado se le quedaran mirando como si de un loco se tratara, y quizás tuvieran razón y solo se tratase de un loco, pero no iba a cambiar.
Su pequeño paseo le llevó a una pequeña placita a la que llegaban cuatro calles distintas. En el centro de la plaza se podía observar una pequeña fuente de la que salía un chorro de agua hacia arriba, para luego caer irremediablemente gracias al efecto de la gravedad, formando un pequeño arcoiris sobre ella.
Un pequeño grupo de niños, de no más de 5-6 años correteaban alrededor de la fuente, jugando al pilla-pilla y riendo de forma un tanto escandalosa. Sus madres los vigilaban desde los bancos que se encontraban a la sombra de los árboles que rodeaban la plaza, hacia uno de los cuales se dirigía Riko.
« Vaya, sí que hay gente por las calles. Es lo que tiene el verano supongo, el buen tiempo anima a cualquiera a salir a dar una vuelta.»
El muchacho se sentó en un banco de piedra, algo alejado de ese en el que se encontraban las mujeres sentadas hablando entre ellas, pues él estaba allí para relajarse un poco, no para escuchar una conversación ajena. Entonces se dedicó a mirar como los niños jugaban, uno corría tras el resto, tratando de pillarlos, y cuando lo conseguía, era otro el corría detrás del resto, y así sucesivamente, era algo muy parecido a la caza que tanto le gustaba a él.
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«¿Dónde diablos estás, Nii-san?»
Su hermano le había perdido la pista. Se adelantó, como de costumbre; y sólo consiguió que Kota se aburriera de buscarle. La Aldea era demasiado grande, los callejones muy confusos y como si no fuera poco, el verano trajo consigo a un gran número de transeúntes, locales y visitantes, que aprovechaban el calor de la estación para disfrutar del aire libre. No iba a encontrarle, no al menos en los próxima hora.
Así pues, decidió dirigirse a una de las plazas más más concurridas del Remolino. El espacio era perfecto para las familias, quienes solían llevar a los niños a corretear. También era asiduo ver a las mascotas con sus dueños e incluso a una casual pareja que disfruta de la compañía del otro. Él mismo había sido llevado allí por su madre y tenía buenos recuerdos, siendo el más especial cuando lanzó a Yota a la fuente para gastarle una jugarreta.
De cualquier forma, lo que esperaba de su visita era poder recostarse en la grama y tomar una siesta. Aún así, cuando llegó al lugar pudo ver un rostro familiar en uno de los bancos. Desde luego, era alguien con el que había compartido los días de la academia y con quien recibió la bandana el mismo día durante el acto de graduación. Su nombre era Riko, o eso creía recordar. Kota tuvo entonces la iniciativa de dirigirse hasta allí y ocupar sin permiso el puesto aledaño en pro de anunciar su llegada. Cruzó sus piernas, dispuso sus codos sobre sus propios muslos y reposó la barbilla sobre la palma de su mano derecha.
—Cuanta nostalgia —dijo, a modo de introducción—. —hace nada era yo el que correteaba inocentemente con mis compañeros en esta plaza. Y míranos ahora, observando a los críos hacer de las suyas.
El Uchiha sonrió y volvió a mirar a sus alrededores.
—Tu nombre es Riko, ¿cierto?
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Estuvo en aquel lugar apenas unos 10 minutos contemplando a los niños corretear, viendo como la gente disfrutaba del calor propio de aquella estación, todos ellos con ropas ligeras, camisetas de mangas cortas, pantalones cortos... Ninguno con bufanda, salvo él, que no se la quitaba nunca.
Al rato de estar allí y de observar a todos y cada uno de los transeúntes que por allí pasaban, intentando no mirarles fijamente, recordando su encuentro con Juro y la reacción de éste ante la mirada fija que le lanzó, consiguió distinguir un rostro conocido, un compañero de la academia, pero estaba solo, y eso le extrañó, pues siempre que le veía en la academia andaba acompañado de su hermano, y en aquel instante no conseguía recordar quien era quien...
« Oh Dios, no puede ser, ¿y si se acerca y me equivoco de nombre? Cómo era... ¿Yota? ¿Kota? No lo recuerdo...»
En lo que Riko se demoraba en intentar recordar el nombre del muchacho, él se acercó hasta donde se encontraba, se sentó a su lado y habló, recordando la infancia en la que era él el que jugaba en aquel lugar, y ahora ya habían crecido y eran ninjas, pues si Riko no recordaba mal, su acompañante también había conseguido la bandana el mismo día que él.
— Pues sí, la verdad que no hace tanto de la época en la que salíamos con nuestros padres a jugar por aquí, y ahora tenemos obligaciones como ninjas que somos, ¿eh? — Respondió Riko al comentario de su compañero.
— Sí, correcto, soy Shokkou Riko, tu eras...
« Mierda, mierda, piensa rápido, Yota-Kota-Yota-Kota....»
— ...Yota, ¿no? —
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Kota tenía sentimientos encontrados. Las obligaciones significaban mucho para él, se trataba de un conglomerado de situaciones que sólo le ayudarán a crecer. Crecer, desde luego; es una parte importante para alguien de su edad, más aún cuando ya la bandana de su aldea reposaba en su frente. Empezar a tomar en serio las cosas y trabajar en pro de un futuro era lo mejor que él y todos los jóvenes que alcanzaban los quince podían hacer. Aún así, los momentos de travesuras y jugarretas siempre se antojaban divertidos de hacer. El elemento de la cuestión estaba en si se podía seguir siendo un niño aún y con las responsabilidades de un shinobi.
La respuesta no le estaba muy clara aún, desde luego.
—¿Yota? —inquirió con el ceño fruncido, aunque no por ello estaba enojado.
Al parecer su acompañante le había confundido con su hermano. Fue allí cuando se preguntó si Yota había sido más popular que él en el colegio o algo de esa índole, para que todos continuaran llamándole como el otro mellizo y no con su verdadero nombre. No era muy difícil, debió preguntarse; siendo que el color de sus cabellos era más que suficiente para diferenciarlos. O él era muy alarmista o la gente era muy tonta. Una de dos.
—Joder, joder... jajaja. Mira, pelo blanco es igual a Kota. Osea, yo. Pelo negro, bajito y medio tontaco; ese es mi hermano. Aunque si lo ves algún día no le digas que le dije así porque se enoja.
Volvió a voltear con un deje de poca importancia y dispuso de su mirada nuevamente en el patio de juegos. Le llamó la atención que en tan sólo un par de minutos, ya una media docena de otros renacuajos se habían unido al desastre formado en el centro de la plaza.
—Pero en fin, que gusto verte por aquí. ¿Cómo te trata la vida de genin?
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La sorpresa en el rostro del peliblanco le hizo darse cuenta de su error, se había equivocado de hermano, tampoco había tenido mucha relación con ellos, por lo que no tenía obligación de saber cual es cual, pero aún así, la cara se le puso completamente roja, fruto de la vergüenza por su error.
« Joder, un 50% de posibilidades y me equivoco, manda narices, que tonto...»
— Esto... Siento la confusión... — Se disculpó, y aunque seguía rojo como un tomate, le salió una risa nerviosa, y escuchó la explicación que le dio el joven para distinguirle de su hermano, aunque, una vez aclarado, no era muy difícil, el color de pelo era un buen distintivo.
— Vale, vale, lo tendré en cuenta para próximos encuentros, y tranquilo, no le diré nada de lo de bajito y medio tontaco. — Y sonrió, ya con el color de su rostro de un tono normal al ver que no le había molestado ni nada por el estilo.
En la plaza cada vez había una mayor actividad, nuevos niños habían llegado a unirse a los juegos de los que ya estaban allí cuando él había llegado, y como consecuencia, el grupo de padres y madre era mayor y comenzaba a haber un murmullo en la plaza.
— Igualmente, Kota — Dijo haciendo énfasis en el nombre del chico, para remarcar que ya se lo había aprendido. — Pues por el momento no he hecho nada interesante, entrenar, entrenar y más entrenar, pero bueno, imagino que al principio esto es así, así que... ¿Tú qué? ¿Has hecho algo interesante desde que te convertiste en genin? —
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Su pregunta había sido tonta, no se podía dudar de ello. Porque, ¿qué tanto puede hacer un genin recién graduado, cuando técnicamente sigue haciendo lo mismo que en la academia pero con la seguridad de que no te castigarán en un rincón tal y como se hacía en la academia?...
Lo cierto es que no existía una diferencia sustancial entre un rango y otro, salvo para aquellos prodigios que entraban en acción demasiado pronto. Pero para ellos, un par de shinobi comunes sin las ansias imperiosas de sobresalir al resto, era una rutina que deberían transitar durante quizás un año más hasta estar listo para sus primeras misiones.
—Pues estoy como tú. No he hecho nada sobresaliente, tan sólo espero con paciencia que se me asigne mi primera misión. Supongo que a partir de allí ya la cosa se pondrá más interesante, ¿no? —indagó—. pero hasta que no llegue ese momento me tendré que conformar con hacerle la vida imposible a mi hermano y ese tipo de cosas.
«Aunque no sé cuanto tiempo lo soporte antes de buscar meterme en problemas»
—¿Eres hijo único?
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