18/04/2016, 16:45
(Última modificación: 18/04/2016, 16:46 por Amedama Daruu.)
Levantó la pierna y estampó el talón contra la placa de madera, que se resquebrajó un poco más. El pie también le dolería un poco más durante un rato. Gruñó, y resolló, y apoyó las manos en las rodillas y jadeó él sólo sobre aquella plaza redonda de piedra sobre la que había conocido a Anzu.
Las quemaduras se habían curado, al menos, casi del todo. El cuerpo ya no le dolía, si tomamos como excepción las magulladuras que se había hecho aquél día, pero esas eran consecuencia del entrenamiento. De modo que se había levantado temprano, se había vestido con un sencillo uwagi de color gris, unos pantalones plateados y sus zapatos habituales de servicio, y se había plantado allí para endurecerse.
Quedaba un día para la final finalísima del Torneo. Y todavía le molestaba no estar ahí dentro. El día de las semifinales, se había planteado no asistir, porque sentía que si lo hacía iba a sentirse peor. Por supuesto, asistió porque quería ver qué tal se le daba a Ayame. Al final, ambos combates habían resultado bastante entretenidos. El chico con el que se encontró con el chamán loco aquél contra aquella niñita que resultó ser temible, Eri, creía recordar que se llamaba. Y el de Ayame contra aquél muchacho de Uzushiogakure, Juro.
«Me prometió que ganaría por mí», se repitió, sólo para convencerse a sí mismo de que no sentía nada más por ella.
A la vez, tenía la necesidad de hacerse fuerte por ella, también. De superarla, de ganar aquella estúpida apuesta de Zetsuo.
Al pensar en ello, golpeó con el puño la madera. La resquebrajó un poco más, y un nuevo calambrazo de dolor recorrió falanges, muñeca, codo y hombro.
Estuvo a punto de rendirse, de sentarse en el suelo e intentarlo más tarde, de derrumbarse. Luego recordó cómo se había sentido al verse allí, débil, flojo, en la cama de un hospital. Al no haber podido ganar y pasar a la siguiente ronda, con los demás, donde quizás podría haber ganado la apuesta. Recordó que quizás, si Ayame había pasado y él no, era porque Ayame debía ser más fuerte que él, como insistía Zetsuo. Y recordó lo impotente que se había sentido, derrumbado, agotado, por aquella garra espectral que el mercenario Jin había aferrado a su cuello con sólo liberar su chakra.
Y golpeó la madera, que resquebrajó y partió por la mitad y cayó al suelo, entre los otros dos montones más gruesos que había formado con su técnica.
Las quemaduras se habían curado, al menos, casi del todo. El cuerpo ya no le dolía, si tomamos como excepción las magulladuras que se había hecho aquél día, pero esas eran consecuencia del entrenamiento. De modo que se había levantado temprano, se había vestido con un sencillo uwagi de color gris, unos pantalones plateados y sus zapatos habituales de servicio, y se había plantado allí para endurecerse.
Quedaba un día para la final finalísima del Torneo. Y todavía le molestaba no estar ahí dentro. El día de las semifinales, se había planteado no asistir, porque sentía que si lo hacía iba a sentirse peor. Por supuesto, asistió porque quería ver qué tal se le daba a Ayame. Al final, ambos combates habían resultado bastante entretenidos. El chico con el que se encontró con el chamán loco aquél contra aquella niñita que resultó ser temible, Eri, creía recordar que se llamaba. Y el de Ayame contra aquél muchacho de Uzushiogakure, Juro.
«Me prometió que ganaría por mí», se repitió, sólo para convencerse a sí mismo de que no sentía nada más por ella.
A la vez, tenía la necesidad de hacerse fuerte por ella, también. De superarla, de ganar aquella estúpida apuesta de Zetsuo.
Al pensar en ello, golpeó con el puño la madera. La resquebrajó un poco más, y un nuevo calambrazo de dolor recorrió falanges, muñeca, codo y hombro.
Estuvo a punto de rendirse, de sentarse en el suelo e intentarlo más tarde, de derrumbarse. Luego recordó cómo se había sentido al verse allí, débil, flojo, en la cama de un hospital. Al no haber podido ganar y pasar a la siguiente ronda, con los demás, donde quizás podría haber ganado la apuesta. Recordó que quizás, si Ayame había pasado y él no, era porque Ayame debía ser más fuerte que él, como insistía Zetsuo. Y recordó lo impotente que se había sentido, derrumbado, agotado, por aquella garra espectral que el mercenario Jin había aferrado a su cuello con sólo liberar su chakra.
Y golpeó la madera, que resquebrajó y partió por la mitad y cayó al suelo, entre los otros dos montones más gruesos que había formado con su técnica.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)