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Karamaru no tenía reparos en probar la comida de aquél sitio según dio a entender. Ya no era cosa de que le gustase o no el picante, ahora era cosa de que el local estaba autoproclamandose creador del curry mas picante de la aldea. ¿De verdad tan poco apego le tenía a su paladar? Al menos la chica pensó que el joven se dejaría hasta la última gota de sudor con un picante tan fuerte, qué mínimo a que perdería el placer de saborear el resto de comidas por siempre...
Tragó saliva, y continuó caminando como si nada. —Sobre gustos dicen que no hay nada escrito...—
A cada paso que daban, el intenso olor a especias se hacía mas y mas intenso. Casi se le saltaban las lágrimas a la chica, pero a su acompañante eso no pareció ni inmutarlo. Él continuó con su decisión tomada, hecho a valorar, y se presentó ante la chica que estaba encargada del establecimiento. La chica tomó a ambos con la calificación de pareja, y aunque Karamaru intentó arreglar la confusión, la chica no pareció querer hacerle caso.
« ¿Pareja... en serio? »
Miró a Karamaru, y no pudo evitar que un escalofrío recorriese su espalda de principio a fin.
« Ni por asomo... »
Sin embargo, no pronunció una sola palabra acerca de lo que pensaba. Quizás su gesticulación la había delatado, o su mirada. Sin duda Katomi era bastante expresiva, era imposible que pudiese ocultar aquel sentimiento de rechazo hacia Karamaru. Sin embargo, no fue porque él no intentase arreglar la situación, la tendera no prestaba atención alguna a los clientes. Al cliente, mejor dicho.
—Es irónico. El cliente siempre tiene la razón, pero si no escuchan a la clientela, son ellos los que la llevan... ¿no? Quizás ni sea la comida mas picante de la aldea, no creo que hayan escuchado la opinión de los comensales...
La chica no dudó en dejar caer una crítica sobre el trato de la tendera hacia ellos. Si había algo en lo que pecase, era en ser demasiado sincera.
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El gesto de reprobación hacía las palabras de la empleada por parte de Katomi se hacía bastante claro. Sin siquiera mediar palabras la muchacha se había dado a entender y Karamaru lo había captado sin problemas y solamente pudo soltar una sonrisa de gracia. No sabía que decir en ese momento, solamente había que esperar a que su pedido estuviese listo y ya. Probablemente sería un momento un poco incómodo pero la peliblanca lo impidió y rompió el corto silencio.
Es irónico. El cliente siempre tiene la razón, pero si no escuchan a la clientela, son ellos los que la llevan... ¿no? Quizás ni sea la comida mas picante de la aldea, no creo que hayan escuchado la opinión de los comensales...
Parecía mentira pero Karamaru estaba de acuerdo. Tal vez por primera vez concordaba completamente con lo dicho por la kunoichi, suficientemente de acuerdo como para sentirse orgulloso de responder a tal comentario.
Sin lugar a dudas. Dudo que en un lugar tan atareado como lo es esta ciudad les importe mucho lo que opinen los compradores. Después de todo, con la cantidad de gente que vive aquí no creo que les duela mucho perder a un cliente más que casual.
Pero también hay que mirar un poco sus intenciones, ¿No? Seguramente no es la comida más picante pero con algo deben de hacer publicidad. Viven a sus clientes y su dinero, de alguna manera los tienen que atraer.
Karamaru dejaba el momento para que Katomi respondiese pero justo después de terminar sus palabras la morocha se hizo presente con un palito en cada mano y tres bolas de color caramelo incrustados en ellos.
He aquí las delicias de la casa. Son tan solo unos dos ryos cada uno.
El monje, lejos de acordarse en que Katomi era la que iba a invitar, metió la mano en su bolsillo y si nada se lo impedía dejaría dos monedas sobre el mostrador y tomaría el alimento para dirigirse a la salida del lugar.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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El calvo pensaba de manera distinta a la peliblanco, y así se hizo mostrar dando a conocer su opinión. Para él, la opinión de los compradores no valía demasiado, menos aún si eran meros compradores casuales, no perdían nada. Se equivocaba, y demasiado. Quizás la chica se dio cuenta de ese error por haber estado investigando mucho el ámbito financiero y estar dándole vueltas constantemente en cómo poder llevar un negocio hacia lo mas alto. Incluso sabiendo que podía corregirlo, decidió esperar a que éste terminase de decir todo lo que tenía en mente.
No, al menos sobre eso no había mas en su cabeza, o al menos no quiso hacerlo público. Contestó a la chica sobre sus otras palabras, esas que hacían referencia al nombre del local. Karamaru en ésta ocasión parecía bastante en lo cierto, buscar un nombre que atraiga a la clientela es uno de los principios básicos del buen encargado de negocios. No estaba mal, para nada, era uno de los sistemas con los que mas porcentaje de éxito se llegaba a sacar. ¿Quién lo iba a decir? Un mero nombre sacaba un margen de beneficio mensual de casi el 15%.
Asintió la chica, bastante de acuerdo con Karamaru. —Si, la verdad es que en eso te doy la razón, Karamaru.— Pero no pudo callarse. —Peeeeero sobre lo de pasar de la opinión de la clientela, tengo que decirte que no es así. ¿Qué es lo que hace que un cliente casual se convierta en cliente constante? El buen trato, el buen servicio, y un buen producto. Tratando así a los cliente, lo único que hacen es reducir sus probabilidades de éxito en el mundo de los negocios, y le ceden ese beneficio a sitios como el que antes hemos visto...
Justo en ese instante llegaba la chica del local, con dos palos que portaban hincadas tres bolas de color caramelo. Ésto sin embargo no produjo que la peliblanco se contuviese tan siquiera un poquito en su argumento con Karamaru, para nada, ante todo sinceridad.
Cuando Katomi volvió la mirada a Karamaru, éste estaba con la cartera en la mano, dispuesto a pagar lo que había pedido. La chica miró al joven con un ganas de retorcerle la cabeza y hacérsela girar varias veces, para luego sacársela hacia arriba arrastrando con ella las tripas y todo lo que viniese...
—Karamaru...
Realmente no hacían falta mas palabras, todo estaba mas que dicho, y su mirada terminaba de aclarar el resto. Sacó su cartera color caoba, con numerosos gatos chibi adornándola por toda su cubierta, y de ésta tomó una moneda de 500 ryos. Sin mediar palabra la puso sobre el mostrador, y la arrastró hasta lo mas cerca que podía de la chica que había tras de éste.
—Aquí tiene, señora.— Escupió con la misma seriedad, o quizás algo mas.
Se cruzó de brazos, y esperó a que Karamaru tomase la comida y así pues la chica pudiese coger el dinero y tomarse lo debido.
—Karamaru, al final saldrás ganando y todo... pues te vas a tomar dos pinchitos en vez de uno... jajaja.
Tan solo le faltó a la paliblanco taparse la boca levemente y darle un tono mas siniestro a su risa para parecer una auténtica malvada. Aunque si lo pensaba bien, había salido perdiendo ella, eso no era bueno... Karamaru solo le traía problemas... vaya chico...
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La respuesta de la peliblanca antes de que los dangos fueran traídos frente a ellos fue un poco seria. Era como si supiese de lo que hablaba, como si entendiese de negocios y como tratar a los clientes. Argumentos sacados de manuales y lo concisa de su respuesta la avalaban. El calvo no podía contradecir eso, se le hacía imposible replicar de forma negativa en contra de alguien que parecía saber más que él.
Si.... Tienes razón....- se limitó a decir.
Se acercó la morocha pidiendo el dinero, dispuesta a entregar el encargo, y el monje no podría pagar. Tal vez era el olvido o tal vez solamente quería pagar él, pero estaba sacando el dinero cuando Katomi se le adelantó. Y de que manera. Karamaru estaba por sacar sus humildes cuatro ryos cuando de pronto arriba del mostrador postraban unos 500 brillantes. Los ojos del cenobita estaban como platos, saliendo de sus cuencas. La empleada se encontraba de la misma manera. Cruzaron miradas, atónitos, sin poder creerlo. El pelado dirigió una mirada de sorpresa hacia su acompañante y recibió solo una respuesta.
Karamaru, al final saldrás ganando y todo... pues te vas a tomar dos pinchitos en vez de uno... jajaja.
Karamaru se quedó sin contestar, prefería cederle la palabra a la morocha del mostrador. Unos segundos de silencio siguieron a las palabras de Katomi.
Disculpe, ¿Pero no tiene cambio? Solo son cuatro ryos lo que hay que pagar
Tanto ella como Karamaru se quedaron expectantes de la respuesta que darían esos labios acompañantes de esos siniestros ojos rojos. ¿Acaso esa mujer era millonaria?
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Cuando el calvo escuchó el argumento de la bien informada peliblanco, no le quedó mas opciones que admitir que tenía razón. Como mínimo le cedió la razón, puede que porque la llevase, o simplemente porque era una chica... Ya se sabe que siempre llevan la razón, y si no, mejor dársela para no escucharlas. Fuera como fuera, quizás ni estaba bien metido en el tema de llevar un negocio, pero había sonado bien contundente y decidida, lo cuál hacía que su argumento obtuviese una credibilidad monumental. No soltó apenas prenda, tan solo le dio la razón.
Por otro lado, cuando la chica hizo por pagar la cuenta, quedó algo intrigada ante la reacción del chico y la mesera. Ambos quedaron boquiabiertos ante la presencia del billete que había soltado, y eso que no era el mayor de su cartera. Alzó una ceja, e intentó comprender lo que sucedía sin éxito. Miró a ambos, y se encogió de hombros.
Antes de que llegase a preguntar qué sucedía, la chica que los atendió aclaró la situación. El billete era demasiado grande para la poca actividad de la tienda, y seguro que ni tenían cambio. La chica se llevó la mano a la nuca, y se frotó la parte baja de la cabellera por un instante.
—Si, creo que tengo un billete menor...
Sin perder la compostura, la chica tomó de nuevo su cartera, la abrió y sacó de ella un billete de 50 ryos. No, no los tenía de menos. De hecho... ¿Existían billetes de menos cantidad que 50? Ni lo sabía ni le importaba demasiado. Su objetivo desde hacía bastante había sido ahorrar, no tenía vista para minucias en éste ámbito, el monetario.
Dejó el nuevo billete justo al lado del que anteriormente había ofrecido, y recogió el billete rechazado. El pobre no había tenido culpa, pero había sido rechazado por esa chica. En fin, cosas peores se han visto.
—¿Ves Karamaru? Si tuviesen en cuenta lo que te dije, seguro que tendrían para dar el cambio al billete que he ofrecido antes... Pero con esa manera de tratar a los clientes, no.
Evidentemente, el comentario llevaba una gran puntillita para clavar en la chica que debiere haber escuchado. No tenía recelos la peliblanca en dar a conocer su opinión, no era una mentirosa o una cobarde. Tampoco buscaba bronca, pero sí que era cierto que odiaba a quien ostentaba una situación como ser propietario de un negocio y no aprovecharlo.
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No era una situación común que uno se manejara con tanto dinero, por lo menos no para Karamaru que acostumbraba a tener y usar lo justo y necesario para comprar comida. Se podía permitir el lujo de tomar té pero hasta ahí llegaba la cosa, después de todo tenía que enviar el poco dinero que conseguía a su templo. Vio el billete de 50 ryos y le dio la sensación de gusto al ver dinero, tal vez podría hacer una misión y empezar a elevar su capital con ingresos.
Cuestión que la diferencia de billete se cambiaba borrando un cero y ahora la morocha miraba mas tranquila esos penetrantes ojos rojos. Buscó en los estantes de debajo del mostrador y sacó unos cuantos billetes de bajo valor.
10... 20... 40... 50... Aquí tienes, sírvete.
Estiró su mano y esperó a la kunoichi le tomase el vuelto. Karamaru aprovechó el momento y se zampó un de los dangos que tenía el palito que sostenía su mano derecha. Un sabor dulce al principio que luego lo acompaño un gusto desconocido que le picaba levemente la lengua. Karamaru abrió los ojos y solo se pudo expresar con un largo...
Mmmmmmmmmh... Delicioso
Pero como no podía ser de otra manera a Katomi se le había ocurrido otra crítica para ese negocio, algo que a Karamaru se le estaba haciendo cómicamente común. Supuestamente ahora ese local se convertía en un mal negocio por tener cambio de billetes de valores altos. Podría ser cierto o no, pero lo importante en ese momento es que a pesar de ser buenos o malos hacían unos dangos riquísimos. Por lo menos para el inexperto paladar del pelado.
¿Sabes qué?- dijo tras tragar y comenzar a caminar hacía la salida- Me da curiosidad una cosa. Parece que cuestionas mucho el negocio, ¿Tenes alguna experiencia en esto de vender productos a clientes?
Karamaru llegó a la puerta para encontrarse nuevamente con la lluvia que salpicaba un poquito su alimento. Desde el portal de ese humilde comercio esperaba ansioso la respuesta de la joven.
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La chica tomó el recontado dinero que venía sobrando del producto comprado. Entre tanto, Karamaru no opuso resistencia a su instinto, y se jactó del sabor del dango. Al parecer le había gustado, al menos eso decía con un profundo y prolongado gemido de placer. «Justo como pensaba, o bien ese sabor no es nada picante... o bien éste Karamaru es un bicho bien rarito...» Pensaba la chica mientras guardaba la vuelta en su monedero. No obstante, se frenó ante el impulso de volver a quejarse sobre el negocio, o sobre Karamaru.
Diablos, cuando estás en esos días, una se queja absolutamente por todo; todo molesta.
Katomi guardó su monedero justo como lo había sacado, en el mismo bolsillo. Tras de ello, el pelado atacó con una duda. La verdad, no era para menos. La chica había atacado con fundamentos la manera en que ese negocio estaba siendo llevado, y eso le conllevaba una clara duda al calvo... ¿Por qué sabia tanto?
— La verdad, no tengo demasiada experiencia. Pero quiero montar mi propio negocio, y ando estudiando mucho el mercado, los negocios con mas beneficios, y un largo etcétera. Por eso me duele cada vez que veo un negocio que no prospera por parte de un mal mantenimiento y servicio... me da mucha rabia que ellos tengan esa magnífica oportunidad y no sepan aprovecharla...
La sinceridad a veces la mataba. Pero en fin, mejor ser sincera y arder en una hoguera condenada por brujería, a vivir bajo la falda de algún rey susurrándole mentiras al oído. De ninguna manera iba a vivir de esa manera. Ruda, sincera, y contundente. A quien no le guste, que pille puerta... y como se pase, hasta la puerta saldrá ardiendo.
— Bueno, deuda saldada... ¿no? Creo que estamos en paz ahora.— Aclaró, por si las moscas.
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7/06/2016, 22:20
(Última modificación: 7/06/2016, 22:22 por Karamaru.)
En pocos segundos la lluvia salpicaba las ropas de ambos. Tanto Katomi como Karamaru estaban en la entrada viendo a la gente pasar y ninguno con intenciones de entrar a ese local. Una lástima, pensó el calvo, no serían los más picantes pero eran ricos e igualmente tenían ese sabor que picaba la lengua.
Estaban por despedirse, por volver a ser uno más en la gigante cantidad de gente que llevaba sus vidas sobre esos suelos. Solo quedaba la última pregunta por responderse, una que tal vez hiciese que se volviesen a juntar, y Katomi no se haría de rogar para responder.
La verdad, no tengo demasiada experiencia. Pero quiero montar mi propio negocio, y ando estudiando mucho el mercado, los negocios con mas beneficios, y un largo etcétera. Por eso me duele cada vez que veo un negocio que no prospera por parte de un mal mantenimiento y servicio... me da mucha rabia que ellos tengan esa magnífica oportunidad y no sepan aprovecharla...
«Montar un negocio propio.... el sueño de toda kunoichi...»
Karamaru se reía por dentro de su sarcasmo. No era quién para juzgar y además le parecía una idea noble. ¿En donde estaba escrito que los shonibi y kunoichi no podían tener dos profesiones? Era una idea que a Karamaru le agradó y le llamo bastante la atención, pero sin saber que responder se limitó a permanecer en silencio y pensar.
Bueno, deuda saldada... ¿no? Creo que estamos en paz ahora.
Yo sé que no fue la mejor presentación de todas, pero espero que no me recuerdes de mala manera.
Es más, si alguna vez necesitas alguna mano extra no dudes en tratar de localizarme. Voluntad es justo lo que no falta.
Nos vemos.
Agachó un poco la cabeza para acompañar su adiós y empezó a caminar en dirección opuesta por donde venían. Era el turno de volver a casa a descansar y de terminar de disfrutar de esos dangos. Ya sería otro el momento para recordar ese encuentro fructuoso.
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Ante la respuesta de la Sarutobi, el chico no quiso añadir argumento alguno, o confirmar lo que ésta había dicho. Simplemente quedó en silencio, pareciendo que ni fu ni fa. Quizás ni le había interesado la respuesta, pues no hacía gesto siquiera que diese a entender que le había escuchado al menos. Pero lejos de enfadarla, a la chica le dio exactamente igual. Tenía bien claro sus prioridades, y caerle bien a alguien no era uno de sus mas importantes objetivos.
«En fin...»
No tardó en dar el primer paso para la despedida, la cual quedaba con una deuda saldada. Karamaru intentó al menos dejar la despedida en paz, añadiendo que si en algún momento tenía necesidad de una mano extra, él podía ayudar. La verdad, la oferta no era del todo interesante... pero oye, menos da una piedra. Al menos ahí tenía una persona que arrimaría supuestamente el hombro en caso de ser necesario.
Lo único malo, es que no se puede confiar en todo el mundo para el tipo de negocio que la chica tenía en mente montar. Aún no lo tenía claro, pero comerciar con opio era uno de los negocios que más beneficios podía darle en poco tiempo. No era uno de los negocios mas sencillos, y mucho menos relajado.
La chica imitó a su antagonista, doblando levemente su compostura en una disimulada reverencia. —Muchas gracias por la oferta, lo tendré en cuenta. Aunque aún falta bastante para que pueda hacerlo... en fin. Un placer.
Y al igual que Karamaru había comenzado a hacer, la chica tomó la calle, en dirección opuesta a la del calvo. No porque no quisiera seguirlo en una incómoda situación de despedida falsa, si no porque su camino iba mejor por ese otro lado. Se dirigía hacia el torreón, quizás a entrenar un poco mas, y esa era la dirección mas acorde a su destino. Eso, y porque en realidad tampoco le hacía ilusión compartir demasiado tiempo con ese tipo tan raro llamado Karamaru...
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