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Él solo quería un si como respuesta pero, en cambio, obtuvo una peliblanca más enojada de lo normal y algunas miradas de algunos transeúntes. El calvo encogió un poco sus hombros mientras sus mejillas tomaban un tono colorado que contrastaba su piel clara. La reacción a las miradas de esas personas no era más que vergüenza porque ahora creían que estaban frente a un pervertido.
«¿Por qué debo ponerme retos difíciles? ¿Por qué no pensar solo en entrenar y ya?»
Había tratado de hablar directa e indirectamente, amablemente y un poco más acosador pero con ninguna de sus palabras daba en el clavo. En ningún momento le había faltado al respeto ni había subido su tono de voz ni la había tratado de mala manera, ¿Por qué debía de enojarse así?
Tal vez lo mejor en ese momento era solamente andar sin vueltas, hablar sin rodeos y decir exactamente lo que pasaba por su cabeza. Tal vez que así podía hacer que las miradas de la gente mirasen a otro lado.
¿Qué coño pretendo? Te juro que ya no lo sé, en serio, solo quería ser amable y caerle bien a la gente. No, no soy un pervertido, no, no estaba pidiendo una cita ni tampoco decía que no aceptada porque eres una mujer. Tampoco soy un "machote" y mucho menos trato de hacerte enfadar y ofenderte.
Solo quiero llevarme bien con las personas con la que posiblemente en un futuro trabaje. Dime que decir porque la verdad yo ya ando perdido.
Su carita de bebe perdido se hacía más visible a medida que sacaba de su boca cada una de sus palabras. Quería disculparse con la peliblanca pero cada vez que trataba de hacerlo giraba un poco más la bola de nieve que se hacía más y más grande y en algún momento debía de chocar contra algo. Tal vez con sus palabras más sinceras podría hacer cambiar la opinión de esa mujer y si no, siempre habría una segunda oportunidad.
No tenían porque ser amigos en ese momento, siempre puede haber un segundo encuentro y la vida es larga. Karamaru se prometió hacerse amigo de esa kunoichi, sea en ese momento o 50 años más tarde.
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Cuando las miradas se clavaban en ellos aún mas fuerte que la lluvia en sus ropajes, el chico enrojeció mas que el mismo astro rey. Se ruborizó de tal manera, que parecía ir a explotar en cualquier momento, o era un mero efecto visual de su extrema palidez. Fuera como fuera, sin duda quedar como pervertido ante todos le había dejado en shock por un instante.
Pese a ello, y ante la histérica mirada de Katomi, el chico se defendió con uñas y dientes. Según decía, solo intentaba llevarse bien con ella, así como con todo el mundo. No había tenido la mejor de las labias, pero al menos en ese último intento se había explicado bastante mejor. Tanto era así, que hasta Katomi lo entendió. Simplemente le había malinterpretado.
La chica quedó en silencio por un instante, y bajó los brazos. Ya no intentaba ponerse en una posición defensiva siquiera, parecía hasta relajada.
—¿Y no te hubiera sido mas sencillo explicarte desde un principio? Chico, eres tela de raro...—
Pese a ello, no se acercó tampoco. Aunque parecía haber entendido la situación, tampoco quería arriesgar a acercarse a ese sujeto, ante todo la seguridad. Tomó aire, y se mantuvo allí en pie. Mirándolo por el lado bueno, al menos no había salido corriendo o le había lanzado un katon.
—Mi nombre... es Katomi.—
Si, probablemente eso era lo mas cercano a una disculpa a lo que podía aspirar en esos momentos el pelado.
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El silencio era lo que reinaba entre esos dos gennins de Amegakure en ese momento en el que la gente comenzaba a despejar la zona poquito a poco. Aunque mejor dicho, la calle seguía abarrotada de personas, el cambio era que ya no miraban los ojos del pelado. Un pelado un poco ruborizado y con una mirada directa y sincera que observaba los ojos de sangre de la peliblanca. Esperaba con todas sus almas unas palabras de buena fe, un cambio de opinión por la muchacha del clan Sarutobi, para no formar una mala relación con compañeros de trabajo.
«¿No me diras n....?»
Antes de que se le cruzara por completo por la mente la boca que adornaba la blanca piel se movió y alivió al cenobita. No estaba del todo de acuerdo, pero por lo menos era una respuesta. Karamaru había sido sencillo todo el tiempo, la que daba vuelta las cosas y se enfadaba era la Sarutobi, pero esa discusión sería definitivamente para otro día. E incluso iba para más, porque si consideraba al monje bastante raro era por que nunca se había mirado a un espejo o se sentía demasiado bien con su personalidad.
Mi nombre... es Katomi.
La posición defensiva y a la vez agresiva parecía haber disipado un poco dándole a Karamaru la oportunidad de poder comenzar de cero, justo como él quería. La vergüenza en su cuerpo también se diluía con la pérdida de atención de los transeúntes y la percepción de pervertido que podrían llegar a tener sobre él. A partir de ahora su boca tendría que sonar en tonos completamente delicados y largar las mejores palabras para no perder ese momento que le podría permitir cumplir su desafío. Un desafío social un poco alejado de lo que acostumbraba.
Un placer Katomi... Debo suponer que ya conoces ya de sobra mi nombre- lejos estaba de tratar de decirlo cómicamente mostrándose en una posición de respeto. Su vista se clavaba al suelo empapado y su columna inclinada mostraban su movimiento del tren superior del cuerpo, con sus brazos pegados a el, que daba a entender una disculpa al igual que un saludo.
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Épico encuentro donde los haya. Seguro que ese chico no olvidaría pronto a la peliblanco, pero también era normal. Los malentendidos habían sido varios, quizás no tenía demasiado don de palabras para tratar con Katomi. Realmente nunca había tenido demasiado problemas la chica para relacionarse, lo cual dejaba en duda a una sola persona... la que no conocía.
Lejos de pegarle un puñetazo, el chico aceptó las "disculpas" de Katomi. Contestó con algo parecido a una broma, y realizó una clara reverencia en pos de saludar o disculpar. Esos detalles de etiqueta realmente le caían gordos, pero bueno, sería mejor dejarlo estar y evitar mas conflicto con ese monje rapado.
—Algo así..— Dejó escapar en respuesta.
Algo nerviosa, comenzó a arremolinar un mechón de su blanca cabellera, el cuál caía por el lado diestro de su rostro. Casi acudió a morderse también la uñas, pero quizás eso habría sido un exceso. Tampoco estaba tan nerviosa, solo un poco.
Sin saber demasiado bien qué hacer, la chica se acercó muy despacio, a pies de plomo. Evidentemente, no se excedió en ello, dejó una prudente distancia de seguridad. Pese a que parecían haber hecho las paces, y que eran compañeros de oficio, no le terminaba de convencer. Ese pelado era demasiado raro para su comprensión.
—Bueno, ¿entonces qué?— Preguntó con su mechón de pelo aún un proceso de rizo. —Te debo un aperitivo de esos, pero a mi no me apetece comer. Si quieres te acompaño y te invito.—
Quizás se había excedido en la oferta, pero oye, que había sido ella la que le había tirado el dichoso palo ese. Mala pata la suya...
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Reincorporó su cuerpo a su posición habitual para ver con mirada fija y seria el pálido rostro de la peliblanca. Ambos mojados bajo la eterna lluvia de Ame comenzaban una relación de encuentros y desencuentros que quién sabe hasta cuando duraría, si el calvo no metía la pata en ese momento. Karamaru quería hacer amigos, su vida fuera del templo se le hacía aburrida, sobretodo cuando realizaba esas caminatas largas por las calles de su aldea en solitario. Sin Sol que alegre sus días, ni personas con la pasar buenos momentos solo se dedicaba a entrenar, entrenar y entrenar.
Se le cruzaba por su cabeza su objetivo inicial de entretenerse por la ciudad antes de ir al torneo y que tanto se había alejado de ese punto de partida. Por lo menos el recorrido por la ciudad no era aburrido, y además, había conocido a alguien nuevo. Con poco tiempo para gastar en divagaciones, vio a la peliblanca acercarse lenta y seguramente al encuentro del cenobita. Una prudente distancia los separaba.
¿Ahora qué será?
Bueno, ¿entonces qué? Te debo un aperitivo de esos, pero a mi no me apetece comer. Si quieres te acompaño y te invito.
Pensaba en un golpe o solamente un simple y llano insulto antes de alejarse y dejar al calvo pensando en un reencuentro, pero a sorpresa de este, unas suaves palabras, que alegraron instantemente al monje, salieron de las palabras de la ojos rojos. Había cautivado y sensibilizado el corazón de esa mujer y ahora tenía otra oportunidad de cumplir su desafío de lograr amigos.
Si uno lo piensa bien, sería de mala educación rechazar una invitación tan amable. No tengo motivos para decir que no. ¿Deseas ir a algún lugar específico?
Karamaru no tenía hambre, él tampoco quería comer pero si rechazaba tiraría por la borda lo que había conseguido. Tal vez unas simples palabras cautas y un poco de educadas y benevolentes mentiras complacerían la mente de la Sarutobi.
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24/03/2016, 23:55
(Última modificación: 24/03/2016, 23:55 por Aiko.)
Katomi quedó expectante por un momento, tan solo por unas palabras complacientes por parte del pelado. Al fin, el chico hizo lo que debía y contestó. En ésta ocasión, no hizo ningún comentario raro, y hasta pareció amable. ¿De veras hay que ponerse de malas para que te traten como a una persona? Realmente ese pensamiento abordaba la cabeza de la Sarutobi, mas hizo por alejarlo o evadirlo, al menos por un rato.
La chica sonrió levemente, y quedó en silencio por un rato mas. Eso si, se llevó el índice a la mandibula, y elevó la mirada hacia algún punto entre dos rascacielos de la urbe. No miraba realmente éstos, simplemente meditaba donde podían ir. Tras un breve instante, la chica devolvió la mirada al calvo, y chasqueó los dedos. Eureka, ya sabía donde podían ir.
—Ya se donde podemos ir.— Contestó de pronto. —La panadería de Ubiko-chan. Allí tienen todo tipo de aperitivos, casi parece mas una tienda multipropósito a una panadería.—
Ciertamente, la panadería era conocida, al menos por la peliblanco. La verdad, no sabía si el pelado conocía ese local, pero estaba segura de haber visto ese tipo de aperitivos que comía el chico hacía poco. Con un poco de suerte, podía quedar con su deuda zanjada.
Sin previo aviso, la chica se giró de nuevo, y alzó la mano señalando el fondo del callejón.
—Está cerca, al final de la calle, girando a la izquierda. ¿Alguna vez has ido?—
Nuevamente, se giró para ver la contestación del chico. Quizás hasta sabía del lugar que hablaba la Sarutobi, pero qué mejor manera de averiguarlo que preguntar. Contestase de manera positiva o negativa, ya casi tenían fijado el rumbo, solo quedaba terminar la misión.
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Las palabras del calvo habían sido lo suficientemente satisfactorias para Katomi como para que no le volviera a gritar. Todo indicaba que el movimiento que estaba dando en esa lucha para mantener la estabilidad de la mujer era el correcto, finalmente. Unos segundos después de cerrar la boca y ver fijamente la cabellera blanca vio como su mirada se perdía en las alturas. Se podía percibir rápida y fácilmente que estaba tratando de pensar o recordar pero casi por instinto el monje giro su cabeza y trató de ver al mismo lugar que lo hacia la kunoichi.
«Seré tarado...» pensó luego de ver solamente edificios y nubes.
Expectante esperaba la sentencia de la dama que sin demorar mucho tiempo ya proponía el destino de su pequeña caminata juntos.
«¿Ubiko? ¿Y ese quién será?»
Está cerca, al final de la calle, girando a la izquierda. ¿Alguna vez has ido?
No realmente, ni siquiera conozco el lugar. La verdad que no soy de venir mucho a la ciudad, vivo en una pequeña casa a las afueras, por los campos.
No hacía falta una aceptación o negación por parte del cenobita y sabiendo las indicaciones para llegar a esa panadería comenzó a caminar esperando que le acompañasen. Tenía una calle por delante y tan solo unos pocos minutos para no cagar lo que ya había hecho. No recordaba a las mujeres siendo tan complicadas pero tal vez ella era una excepción o solo la primera impresión.
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Con las indicaciones del lugar, y el nombre del local, las directrices parecían quedar bastante claras. Un asunto menos que tratar, si es que el chico no se disponía en desacuerdo. La panadería de Ubiko era un lugar realmente bueno para tomar aperitivos, quizás de los mejores artesanos de la urbe. Al menos para la golosa de Katomi era así, pese a no haber probado muchos otros lugares.
Cuando el calvo dio acto de presencia con palabras, todo quedó confirmado. Afirmaba no ser de la aldea, si no que vivía en un lugar apartado, en una casucha a las afueras según decía. Lejos de comentar algo ofensivo, pues se le pasó por la mente, la chica permaneció en silencio por un breve instante.
Eso explica muchas cosas...
Antes de haberse puesto en marcha, la kunoichi se aseguró de no haberse equivocado en las instrucciones de hacia donde debían ir. Rápidamente miró hacia la callejuela, y tan solo al observar el letrero de la tienda de al fondo, se sintió reafirmada.
— Entiendo.— Afirmó por fin a las palabras del pelado. — Pues es una panadería que tiene un poco de todo, y la mayoría de los productos son artesanales. Es un buen sitio para tomar un tentempié, o un refresco.—
Con esas palabras, por fin puso inicio a la marcha.
Comenzó andando ella, y a ésta la siguió casi a la par el muchacho. Ambos avanzaron con tranquilidad por la calle, como si no acabasen de armar el barullo que habían formado hacía nada. Paulatinamente la gente había perdido interés en la pareja de alborotadores, así que el asunto quizás había quedado en el olvido.
— Así que eres de fuera... ¿y cómo es que llegaste a hacerte shinobi? ¿Tus padres lo eran y te incitaron a serlo?—
Sin duda, no pensaba callarse por el camino. Un camino acompañada, y en silencio, es de lo más tétrico y perturbador. Fuera una cosa u otra, algo había de preguntarle. Evidentemente, le preguntó por algo que había dejado caer casi inconscientemente, su extranjerismo.
Cuando llegaron a girar hacia la derecha, a mitad de camino podía distinguirse una enorme fila de gente. Si, la fama de esa panadería quizás estaba llegando a ser demasiada.
— Pufff....— Se quejó la chica al ver eso.
La tienda apenas llegaba a apreciarse todavía, pero el letrero rojo y enorme era imposible de eludir.
Las paredes del local estaban pintadas del mismo tono, y el interior de color negro. Quizás era una combinación de colores poco frecuentes, pero les iba bien, y eso se notaba a la legua. La encargada, Ubiko, había contratado a mas de cuatro trabajadores desde que hacía memoria la kunoichi. No paraba, era un negocio que iba viento en popa. Quizás era una de las mejores consejeras que podía tomar en busca de multiplicar sus ahorros. Pero eso ya es otra historia...
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Acercándose poquito a poco a la aceptación por parte de Katomi, Karamaru caminaba a la par tratando de pensar en que hablar para no hacer un camino incómodo. El problema era que no sabía que decir para no meter la pata de nuevo ni parecer que hablaba por compromiso. La calle no era tan larga como para hacer una conversación duradera y cuando se le ocurrió una pequeña pregunta para conocer un poco más a la peliblanca ya se le habían anticipado.
Así que eres de fuera... ¿y cómo es que llegaste a hacerte shinobi? ¿Tus padres lo eran y te incitaron a serlo?
Se puede decir que seguí el mismo camino que hicieron todos- comenzó el calvo-Mi abuelo me entrenó en mis primeros años de vida y al cumplir seis años me llevó a la academia.
Mis padres no siguieron la profesión pero gracias a mi él llegué a lo que soy. Supongo que igualmente hubiese llegado a graduarme, no sería raro que los maestros me mandaran a aprender este arte a la gran ciudad, pero me gusta pensar que mi abuelo fue y es todo para mí.
No había mencionado nada del templo, supuso que no era necesario y que tampoco le interesaría saber toda su vida y como tenía que caminar por un campo minado con sus palabras mejor ser corto y conciso.
¿Y t...?
No pudo terminar de preguntar que un leve sonido salió de la boca de la mujer tras doblar la esquina y ver una larga fila de gente esperando para entrar a un local. Por su reacción y el gran cartel luminoso se podía deducir fácilmente que ese era su destino, lamentablemente.
«¿Y ahora? Tal vez sea mejor...»
El local estaba lleno y estaba seguro que ninguno de los dos quería esperar tanto en una fila tan larga. Solo una cosa se le había ocurrido al pelado para recorrer la ciudad de punta a punta. Con un poco de inocencia y completamente nada de vergüenza sacó una palabras de su boca que lo más probable es que pocas mujeres recibieran de buena manera. Y aún más una con la que recién se había conocido de una manera bastante complicada.
Si quieres podemos comer algo en mi casa, tengo comida y alguna que otra bebida.
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La chica se embajonó por completo al ver el panorama. La panadería realmente estaba hasta los topes, no cabía ni un alfiler entre persona y persona. Realmente era una locura pensar en la opción de esperar turno en esa muchedumbre, absurdo. Como mucho podían acudir a una panadería diferente, o simplemente desistir.
Lejos de las opciones que rondaban la cabeza de la chica, Karamaru lanzó su propuesta. Atrás quedaba el chico que casi empezaba a parecer normal, mucho cambió de nuevo su perspectiva acerca de un chico normal y corriente que había tomado como ejemplo a seguir a su abuelo... ¿Sería un pervertido ese viejo del que hablaba? Diablos, qué ejemplo...
Dejó caer un suspiro tras esa propuesta. Ni por asomo pensaba ir a casa de un desconocido que solo hacía decir cosas disparatadas y parecía una especie de maníaco sexual. ¿Qué clase de chico se había formado en esa aldea sin ningún tipo de bochorno social ante ese tipo de proposiciones? Se llevó la mano de nuevo hacia el pelo, y nuevamente se echó la cabellera excedente hacia detrás, quizás estaba siendo su manera de calmarse e intentar no ser una bruta.
—Mira, Karamaru... no estoy interesada en ir a tu casa. Quizás podamos encontrar otro sitio, no será por falta de sitios para comprar ese aperitivo que te hice tirar.—
Sin mas, comenzó a andar de nuevo, ésta vez en busca de otra tienda algo menos abarrotada. Obviamente, no pensaba ir a casa del chico. Entre tanto, miraba de un lado a otro, buscando una tienda que tuviese ese maldito aperitivo del infierno.
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Karamaru se encogió de hombros y levantó las cejas como diciendo corporalmente "¿Qué se yo?". Solamente pensaba en voz alta y no esperaba otra cosa que no fuese una negación por parte de la peliblanca. Después de todo, en una ciudad como Amegakure nunca faltaría un lugar vacío en el que comer.
«Ni que fuese a secuestrarla. Pero bueno, probablemente hubiese reaccionado de la misma manera, así que no soy quien para juzgar»
Juzgar al resto de personas, y aun más pre-juzgarlas, era algo que estaba en grande en su lista mental de "Cosas que no hay que hacer". Entre memorias y experiencias esa lista se iba agrandando y, por ejemplo, tener cuidad con la chica de ojos rojos llamada Katomi entraba en ese listado desde ese día.
Estaba por decir lo mismo, en esta aldea comida sobra seguramente. Pero tampoco te sientas con la obligación de hacer esto, no quiero ser el culpable de angustia, molestia, enojo y rabia...
«...aunque entiendo que quieras saldar tu deuda para no verme nunca más»
El silencio reinó entre ambos y sin respuesta alguna la mujer comenzó a caminar con el calvo tras sus huellas. Unos charquitos y poquitos metros después Karamaru levantó el brazo y señaló con el índice un pequeño cartel rojo al final de la otra calle. No llegaba a distinguir el nombre exacto pero estaba seguro de haber leído la palabra comida en el cartel.
¿Ahí tal vez?- preguntó sin mucha seguridad.
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La kunoichi se reservó el derecho de contestar al chico sin cabellera, de hecho, ya le había respondido hacía no demasiado a esa misma cuestión en sí. No era por no repetirse, mas que nada quería evitar rondar de nuevo el anterior encontronazo, con uno había sido suficiente. Katomi no era persona de llevarse mal con el resto, pero éste tipo tenía una facilidad increíble para hacerla salir de sus casillas. Mejor no tentar.
Avanzaban por la calle, y el fúnebre silencio no tardaría demasiado en desaparecer. La chica ya había dado su opinión de que comida sobraba en la ciudad, y así mismo lo confirmó su compañero. Aunque no esperaba que fuese tan rápido de vista, quizás demasiado. Había avistado un cartel en la lejanía, rojo como el fuego de un dragón, y se había lanzado a confirmar que era un sitio donde comprar comida, arrojándose con una pregunta. Lo que él no sabía quizás, era que esa tienda también la había visto alguna vez mas la chica... y era una tienda de comida, pero de comida picante.
—¿Allí...? ¿Te gusta la comida picante entonces?
No conocía de nada al calvo, pero a lo mejor era de gustos exóticos y picantes, a saber. Otra opción es que ni supiese de qué tipo de tienda se trataba, de ahí que la chica le preguntase. Siempre se ha dicho; es mejor prevenir que lamentar.
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En una caminata tan simple como el calvo se había propuesto seguramente nunca pensaría tener tantos dilemas en la cabeza. Parecía que ese día no terminaba más pero por lo menos la fuerza de voluntad para seguir nunca le faltaba, y menos cuando tenía un desafío por delante. La peliblanca parecía ser un poco de humores más oscuros, de una personalidad bastante seria o solitaria, o por lo menos, no era de esas personas que le ponen una sonrisa a la vida. Pero eso no impediría que el monje se echase para atrás en su afán de tratar de ganarse su favor.
No sabía cómo, pero Katomi había leído el cartel desde una distancia que Karamaru no podía. Y eso trajo una buena y mala noticia. La buena era que su vista no le erraba y había leído correctamente la palabra "comida" en el cartel. Que siempre puede ser que termines leyendo cosas que no son y terminasen por ir a una lencería por error. La mala era que nunca había probado comida realmente picante. Conocía un poco el gusto, un simple condimento para darle más sabor a ciertos alimentos. ¿Pero llamarlos picantes? Tuvo que dudar un poco antes de contestar.
Si claro, cómo no. Es un rico sabor ¿Verdad? ¿Qué te parece a vos?
No le estaba mintiendo, hasta donde había probado era delicioso pero tampoco le podía decir que no después de las situaciones fructuosas por las que habían pasado. Solo quedaba acelerar un poco el paso y caminar con decisión hacía el local de rojo cartel. Tal vez la mujer cambiaba de actitud de una vez por todas o tal vez la travesía comenzaba a concluirse y Karamaru se quedaría con las ganas para otra ocasión de conocer un poco más a la muchacha de ojos rojos.
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Se acercaron al local y Karamaru aumentaba cada vez más su convicción de comer comida picante. Fue ese momento en el que se dio cuenta que nunca había probado comida de este tipo. Toda su vida comiendo lo mismo y nunca se daba cuenta que hay un mundo entero para llenar de placer a tu paladar que él no conocía. Siempre hay una primera vez para todo, y tal vez que después de todo le terminase gustando.
Vio el cartel de Yuki-Yuki y luego el interior del local que se encontraba completamente vacío. Por lo menos el asunto sería rápido y el calvo se iría con una experiencia nueva.
En fin, tu mismo... yo no tengo apetito, mucho menos comería en un local que presume del curry mas picante de la aldea...
«Allá vos...»
Okey no hay problema, la verdad que me dan ganas de probar ahora.
Sin mucha espera en la puerta del lugar el monje se refugió de la lluvia bajo su techo. Se sacudió un poco para sacarse innecesariamente algunas gotas de su vestimenta y se dirigió a un mostrador donde atendía una mujer carismática bastante adulta morocha y de ojos azabaches.
Bienvenidos pareja. ¿Puedo ayudarlos en algo?
No... no somos pareja..... ¿Tienes dangos picantes?
Marchan dos porciones enseguida
Solo un...
La muchacha había desaparecido para el fondo del local y Karamaru se quedaba solo con Katomi a la que le dirigiría una mirada para ver su reacción. Ahora el cenobita no probaría una porción de comida picante si no dos.
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