19/04/2016, 10:38
Sin embargo, lo que en un principio se había planteado como una cuestión interesante, enseguida comenzó a retorcerse de una manera que Ayame jamás podría haber previsto.
Kaido clavó sus ojos sobre los de la recién llegada, aunque el gesto de su rostro parecía mostrar que lo que en realidad quería clavar en ella eran las navajas que llevaba por dientes.
—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío.
«¿Amigo? ¿Pero no era una chica?» Se preguntó una confundida Ayame.
—Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —prosiguió su compañero de aldea, y con cierta sorna añadió—: Pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.
«Oh, no...» Algo dentro de ella se revolvió, inquieta como una anguila.
No contento con aquella provocación, Kaido miró de arriba a abajo a la kunoichi de Takigakure.
—¿O quizás ambos?
La tensión podía palparse en el aire. Podía sentirse en el rostro ofendido de la aludida kunoichi. Podía escucharse en el rechinar de sus dientes. Y, sobre todo, podía verse palpitar en la vena de su sien.
—Ah, tuviste que hacerlo. Tuviste que hacerlo —replicó, resignada—. Para eso siempre llevo conmigo a mis dos fieles compañeros —Ayame tensó todos los músculos del cuerpo cuando la vio alzar ambos puños, y se llevó el derecho junto al oído—. ¿Qué dices? ¿Que quieres resolverle su duda a nuestro marítimo socio? Sí, creo que lo está pidiendo a gritos.
La chica se adelantó un par de pasos, hasta colocarse a apenas unos centímetros de Kaido.
—No he podido participar en el Torneo, así que llevo unas semanas de lo más aburridas. Tu comentario ha sido muy gracioso, así que me gustaría oírlo otra vez —siseó, amenazadora—. Venga, sardina de mierda, alégrame el día.
Para aquel entonces, Ayame prácticamente se había olvidado de la presencia de Yota.
—¡Esperad, esperad! ¡No os peleéis, por favor! —su cuerpo prácticamente se había movido solo y había terminado con las manos alzadas junto a los dos shinobis que se habían enzarzado de aquella manera. Sin embargo, no se atrevió a tocarlos ni a intentar separarlos. En lugar de eso, Ayame dirigió una apurada mirada a su compañero de aldea—. Kapelin-san, eso no ha estado bien. Deberías disculparte. No estamos aquí para hacer enemigos... —le suplicó.
Kaido clavó sus ojos sobre los de la recién llegada, aunque el gesto de su rostro parecía mostrar que lo que en realidad quería clavar en ella eran las navajas que llevaba por dientes.
—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío.
«¿Amigo? ¿Pero no era una chica?» Se preguntó una confundida Ayame.
—Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —prosiguió su compañero de aldea, y con cierta sorna añadió—: Pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.
«Oh, no...» Algo dentro de ella se revolvió, inquieta como una anguila.
No contento con aquella provocación, Kaido miró de arriba a abajo a la kunoichi de Takigakure.
—¿O quizás ambos?
La tensión podía palparse en el aire. Podía sentirse en el rostro ofendido de la aludida kunoichi. Podía escucharse en el rechinar de sus dientes. Y, sobre todo, podía verse palpitar en la vena de su sien.
—Ah, tuviste que hacerlo. Tuviste que hacerlo —replicó, resignada—. Para eso siempre llevo conmigo a mis dos fieles compañeros —Ayame tensó todos los músculos del cuerpo cuando la vio alzar ambos puños, y se llevó el derecho junto al oído—. ¿Qué dices? ¿Que quieres resolverle su duda a nuestro marítimo socio? Sí, creo que lo está pidiendo a gritos.
La chica se adelantó un par de pasos, hasta colocarse a apenas unos centímetros de Kaido.
—No he podido participar en el Torneo, así que llevo unas semanas de lo más aburridas. Tu comentario ha sido muy gracioso, así que me gustaría oírlo otra vez —siseó, amenazadora—. Venga, sardina de mierda, alégrame el día.
Para aquel entonces, Ayame prácticamente se había olvidado de la presencia de Yota.
—¡Esperad, esperad! ¡No os peleéis, por favor! —su cuerpo prácticamente se había movido solo y había terminado con las manos alzadas junto a los dos shinobis que se habían enzarzado de aquella manera. Sin embargo, no se atrevió a tocarlos ni a intentar separarlos. En lugar de eso, Ayame dirigió una apurada mirada a su compañero de aldea—. Kapelin-san, eso no ha estado bien. Deberías disculparte. No estamos aquí para hacer enemigos... —le suplicó.