21/04/2016, 19:05
Ayame reprimió un quejido, y una gota de sudor frío se deslizó por su sien. Trataba por todos los medios no dejarse vencer por la gravedad, pero la presión sobre su espalda hacía que su cuerpo se hundiera sin remedio alguno y sus piernas habían comenzado a temblar del esfuerzo. Se habría transformado en agua si no estuviese convencida de que sería un gesto inútil. Quizás bastara para sorprenderlos momentáneamente, pero el aire seguiría aplastándola contra el suelo y sería incapaz de moverse siquiera. Además, no sabía si alguno de los delincuentes era usuario de Raiton.
Por el rabillo del ojo vio que una silueta se acercaba con lentitud hacia la espalda de los bandidos y una extraña sensación de vergüenza la invadió cuando reconoció los rasgos de Daruu. Sin embargo, el chico le estaba mostrando la palma de la mano, pidiendo discreción, y Ayame se apresuró a mirar hacia otro lado para no delatarle.
—Vamos, canija, no tenemos todo el día —protestó el líder, y su compañero rechoncho hizo crujir los nudillos.
—¡A mí se me ocurre una respuesta más rápida! —se pasó la lengua por los labios, y en aquella ocasión Ayame no pudo silenciar la exclamación que brotó de sus labios.
—¡¡Mizuame!!
La voz de Daruu llegó como una campana de salvación hasta sus oídos y prácticamente de forma instantánea, Ayame acumuló el chakra en una capa bajo sus pies. Sin embargo, no fue la única que lo escuchó.
Un chorro de agua surgió desde la espalda de los asaltantes. El líder y el secuaz rechoncho se vieron atrapados de lleno en la técnica, pero el larguirucho pegó un salto para escabullirse y se apoyó en una pared cercana. Ayame respiró hondo cuando la presión desapareció y se reincorporó de golpe, con las manos muy juntas por si tuviera que realizar sellos con ellas. Justo después, una serie de pilares de madera surgieron del mismo suelo y encarcelaron a los dos maleantes que había logrado capturar.
—Dadme una buena excusa para que no os traiga a los guardias.
Para su sorpresa, los hombres se echaron a reír entre estruendosas carcajadas.
—Oh, pero qué tenemos aquí... ¡El otro chico de Amegakure! ¿Os acordabais de él? —soltó el jefe.
—Yo ssssí. Me hizo perder una buena cantidad de dinero en la primera ronda del torneo... —replicó el larguirucho, con un siseo irritado—. ¡Nuesssstro Uchiha empató con esssste jodido mequetrefe! ¿Qué classsse de locura essss essssa?
Ayame apretó sendos puños junto a sus costados.
—No os vais a salir con la vuestra. Os llevaremos ante las autoridades del valle y... ¡AH!
El hombre de la cresta había vuelto a unir sus manos, y en aquella ocasión la presión fue tan fuerte que la derribó sin oportunidad alguna de resistirse a su poder. Prácticamente al mismo tiempo, el toro cargado de tatuajes realizó otra serie de sellos y las rocas que se encontraban debajo de Daruu se fracturaron y se revolvieron para atraparle como si de una trampa para zorros se tratara.
—¡¡¡JAJAJAJAJAJA! —el subordinado más bajito había roto a reír, preso de la locura. con un simple movimiento de su brazo, lanzó un brutal puñetazo contra los barrotes de madera y los rompió como si no fueran más que simples ramitas. Con un golpe más, resquebrajó el suelo, levantó el agua y liberó tanto al líder como a sí mismo. Y entonces se lanzó a por Daruu con el brazo en alto.
Y mientras su secuaz jugaba con el shinobi de Amegakure, el hombre de los tatuajes se giró hacia una Ayame tirada de cualquier manera en el suelo y, ante sus aterrorizados ojos, sacó de su gabardina una larga porra de metal.
—¡Siempre nos obligáis a hacer las cosas por las malas! Luego decís que somos unas malas personas... —se lamentó, mientras avanzaba hacia ella golpeteando el arma contra la palma de su mano. Ayame contenía la respiración—. ¡Pero no me mires con esos ojillos, dulzura! Para que veas que sigo teniendo corazón sólo te romperé dos o tres huesos.
Sonrió y levantó el brazo contra ella. El sol arrancó destellos de metal de la vara que ya había sido manchada con sangre con anterioridad.
Por el rabillo del ojo vio que una silueta se acercaba con lentitud hacia la espalda de los bandidos y una extraña sensación de vergüenza la invadió cuando reconoció los rasgos de Daruu. Sin embargo, el chico le estaba mostrando la palma de la mano, pidiendo discreción, y Ayame se apresuró a mirar hacia otro lado para no delatarle.
—Vamos, canija, no tenemos todo el día —protestó el líder, y su compañero rechoncho hizo crujir los nudillos.
—¡A mí se me ocurre una respuesta más rápida! —se pasó la lengua por los labios, y en aquella ocasión Ayame no pudo silenciar la exclamación que brotó de sus labios.
—¡¡Mizuame!!
La voz de Daruu llegó como una campana de salvación hasta sus oídos y prácticamente de forma instantánea, Ayame acumuló el chakra en una capa bajo sus pies. Sin embargo, no fue la única que lo escuchó.
Un chorro de agua surgió desde la espalda de los asaltantes. El líder y el secuaz rechoncho se vieron atrapados de lleno en la técnica, pero el larguirucho pegó un salto para escabullirse y se apoyó en una pared cercana. Ayame respiró hondo cuando la presión desapareció y se reincorporó de golpe, con las manos muy juntas por si tuviera que realizar sellos con ellas. Justo después, una serie de pilares de madera surgieron del mismo suelo y encarcelaron a los dos maleantes que había logrado capturar.
—Dadme una buena excusa para que no os traiga a los guardias.
Para su sorpresa, los hombres se echaron a reír entre estruendosas carcajadas.
—Oh, pero qué tenemos aquí... ¡El otro chico de Amegakure! ¿Os acordabais de él? —soltó el jefe.
—Yo ssssí. Me hizo perder una buena cantidad de dinero en la primera ronda del torneo... —replicó el larguirucho, con un siseo irritado—. ¡Nuesssstro Uchiha empató con esssste jodido mequetrefe! ¿Qué classsse de locura essss essssa?
Ayame apretó sendos puños junto a sus costados.
—No os vais a salir con la vuestra. Os llevaremos ante las autoridades del valle y... ¡AH!
El hombre de la cresta había vuelto a unir sus manos, y en aquella ocasión la presión fue tan fuerte que la derribó sin oportunidad alguna de resistirse a su poder. Prácticamente al mismo tiempo, el toro cargado de tatuajes realizó otra serie de sellos y las rocas que se encontraban debajo de Daruu se fracturaron y se revolvieron para atraparle como si de una trampa para zorros se tratara.
—¡¡¡JAJAJAJAJAJA! —el subordinado más bajito había roto a reír, preso de la locura. con un simple movimiento de su brazo, lanzó un brutal puñetazo contra los barrotes de madera y los rompió como si no fueran más que simples ramitas. Con un golpe más, resquebrajó el suelo, levantó el agua y liberó tanto al líder como a sí mismo. Y entonces se lanzó a por Daruu con el brazo en alto.
Y mientras su secuaz jugaba con el shinobi de Amegakure, el hombre de los tatuajes se giró hacia una Ayame tirada de cualquier manera en el suelo y, ante sus aterrorizados ojos, sacó de su gabardina una larga porra de metal.
—¡Siempre nos obligáis a hacer las cosas por las malas! Luego decís que somos unas malas personas... —se lamentó, mientras avanzaba hacia ella golpeteando el arma contra la palma de su mano. Ayame contenía la respiración—. ¡Pero no me mires con esos ojillos, dulzura! Para que veas que sigo teniendo corazón sólo te romperé dos o tres huesos.
Sonrió y levantó el brazo contra ella. El sol arrancó destellos de metal de la vara que ya había sido manchada con sangre con anterioridad.