23/04/2016, 17:30
(Última modificación: 23/04/2016, 17:30 por Aotsuki Ayame.)
Gracias a Ame no Kami, Daruu consiguió retroceder justo a tiempo de evitar que el martillo que el matón tenía por puño alcanzase su rostro. Y no sólo eso, por el rabillo del ojo y a través de la capa de niebla que había comenzado a nublar su visión, Ayame alcanzó a ver un extraño destello verdoso que parecía envolver la mano que su compañero de aldea estampó contra el rostro del demente maleante y lo envió volando hacia atrás entre chillidos de dolor y quedara finalmente tirado en el suelo como un simple muñeco de trapo.
«¿El... Shōsen... de papá...?» Alcanzó a pensar, atontada.
—Da...
Intentaba por todos los medios comunicarse con Daruu, incluso buscó con sus iris el contacto del maleante que estaba ejerciendo aquel abrazo de pitón sobre ella. Pero le era completamente imposible. Los pulmones le ardían, el cuerpo le pesaba cada vez más y apenas era capaz de tomar una bocanada de aire sin tener que hacer uso de toda la fuerza de su caja torácica. Al final, todo a su alrededor se oscureció paulatina pero irremediablemente y la voz de Daruu se perdió en un remolino de oscuridad.
—¡¡Condenados criajos del demonio!! —rugió el hombre de los tatuajes, y su puño crujió cuando agarró con aún más fuerza la porra que enarbolaba.
—Jefe, quizásss deberíamossss...
—¡¡¡JAMÁS!!! ¡Esto ya no es sólo una cuestión de dinero, Mōhebi! ¡SE HA CONVERTIDO EN ALGO PERSONAL! —con un característico chisporroteo, el arma se cubrió de serpenteantes y finas hebras de electricidad que bailaban erráticas y siseaban cada vez que una entraba en contacto con otra. Apuntó con ella directamente hacia el pecho de Daruu, y cuando sus pequeños ojillos se dirigieron hacia la muchacha que yacía completamente inmóvil en el suelo, su crispado rostro se retorció en una maléfica sonrisa—. ¡JA! Nosotros no queríamos llegar tan lejos, chico... —se lamentó, aparentemente afligido. Pero la sonrisa se ensanchó en uno de los extremos de sus labios, afilada como una navaja—. ¡Pero al final resulta que la vas a matar tú solo! Me pregunto cuanto podrá aguantar sin respirar...
La tensión en el cuerpo del líder se relajó. No pensaba moverse del sitio. A lo lejos, las risillas de Mōhebi seguían inundando el ambiente. Y el rostro de Ayame, cada vez más amoratado. Su espalda ya no subía y bajaba. Había dejado de respirar.
«¿El... Shōsen... de papá...?» Alcanzó a pensar, atontada.
—Da...
Intentaba por todos los medios comunicarse con Daruu, incluso buscó con sus iris el contacto del maleante que estaba ejerciendo aquel abrazo de pitón sobre ella. Pero le era completamente imposible. Los pulmones le ardían, el cuerpo le pesaba cada vez más y apenas era capaz de tomar una bocanada de aire sin tener que hacer uso de toda la fuerza de su caja torácica. Al final, todo a su alrededor se oscureció paulatina pero irremediablemente y la voz de Daruu se perdió en un remolino de oscuridad.
—¡¡Condenados criajos del demonio!! —rugió el hombre de los tatuajes, y su puño crujió cuando agarró con aún más fuerza la porra que enarbolaba.
—Jefe, quizásss deberíamossss...
—¡¡¡JAMÁS!!! ¡Esto ya no es sólo una cuestión de dinero, Mōhebi! ¡SE HA CONVERTIDO EN ALGO PERSONAL! —con un característico chisporroteo, el arma se cubrió de serpenteantes y finas hebras de electricidad que bailaban erráticas y siseaban cada vez que una entraba en contacto con otra. Apuntó con ella directamente hacia el pecho de Daruu, y cuando sus pequeños ojillos se dirigieron hacia la muchacha que yacía completamente inmóvil en el suelo, su crispado rostro se retorció en una maléfica sonrisa—. ¡JA! Nosotros no queríamos llegar tan lejos, chico... —se lamentó, aparentemente afligido. Pero la sonrisa se ensanchó en uno de los extremos de sus labios, afilada como una navaja—. ¡Pero al final resulta que la vas a matar tú solo! Me pregunto cuanto podrá aguantar sin respirar...
La tensión en el cuerpo del líder se relajó. No pensaba moverse del sitio. A lo lejos, las risillas de Mōhebi seguían inundando el ambiente. Y el rostro de Ayame, cada vez más amoratado. Su espalda ya no subía y bajaba. Había dejado de respirar.