24/04/2016, 00:59
—¡Más te vale que la sueltes, porque si le pasa algo, te juro que te mataré, os mataré a ambos! —rugió Daruu de pura ira—. ¡¡Sois unos hijos de puta, todo esto por una maldita mierda de dinero!!
La sonrisa del matón se ensanchó aún más, si es que aquello era posible, y terminó por relamerse los labios. Estaba paladeando el sufrimiento de su víctima, y no parecía dispuesto a dejar escapar aquel placer recién descubierto.
—¡Oh! ¿Estás intentando culparnos a nosotros, chico? ¿Es eso? Pero eso no está bien... debes asumir las consecuencias de tus errores —con una sonora carcajada, el matón comenzó a balancear la porra adelante y atrás, para terminar apuntándole de nuevo con el arma—. ¡No soy yo el que está ahí plantado sin hacer nada como un jodido geranio! ¿O es que tienes miedo de venir a defender a tu chica...?
Volvió a pasarse la lengua por los dientes, sus ojos enloquecidos fijos en la figura del muchacho. Pero Daruu se dio media vuelta y se agachó junto a la inerte Ayame. Trató de levantarla, pero era como si de repente la chiquilla pesara más de una tonelada, como si estuviera pegada al suelo. De hecho, cuando apoyó la mano sobre ella sintió una repentina y brutal corriente de viento que le empujaba hacia abajo con todas sus fuerzas. Era aquella la fuente de la inmovilización de Ayame. Y era aquella la que le había robado la capacidad de respirar.
—¡¡Ayame!! ¡¡Ayame!! ¡¡Levántate!! ¡¡Me prometiste ganar el torneo, Ayame!! ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡No puedes caer ahora!! ¡¡Noooo!!
Daruu golpeó el suelo cerca de Ayame, pero ella no hizo ninguna señal de que lo hubiese sentido. Su rostro seguía marmóreo, lívido y sus labios azulados delataban la falta de oxígeno que estaba sufriendo. La atmósfera, antes fresca y agradable, comenzó a caldearse rápidamente, pero ninguno de los bandidos pareció darse cuenta del fenómeno. Mōhebi soltó una sibilante risilla que resonó por toda la plazoleta cuando Daruu rompió a llorar.
—Soltadla... Soltadla... Soltadla...
El líder resopló sonoramente y escupió con desdén hacia un lado. El aire parecía burbujear a su alrededor.
—Patéticos... ¡¡¡LOS NINJAS DE AMEGAKURE SON UNOS CRÍOS PATÉTICOS!!! —gritó, y en apenas un parpadeo se plantó frente a Daruu asiendo la porra electrificada para machacar el rostro del chico de un solo golpe.
Pero algo estalló repentinamente a la espalda de Daruu. Ayame tomó aire con brusquedad. Sus pulmones se llenaron de vida con la primera y ansiada bocanada de aire. Y aún más rápida que el propio gigante se levantó sobre sus cuatro patas. Se plantó frente a él con el brazo derecho monstruosamente inflado y clavó en su aterrorizado y confundido rostro una última mirada de aguamarina bañada en sangre antes de golpearle con la fuerza de un martillo hidráulico impulsado con un inhumano grito de guerra y mandarle volando hasta la posición de su compañero. El ambiente se había convertido en un auténtico hervidero de energía.
—¡¡JEFE!! ¡¡JEFE!! ¿¡Qué essss esssto!? No... ¡¡¡NO PUEDO CONTENERLA!!! —Mōhebi tenía las manos entrelazadas agarrotadas por la impresión. Intentaba por todos los medios volver a subyugar a Ayame con su técnica de viento, pero la muchacha seguía con los brazos y las piernas firmementes ancladas al suelo, sosteniéndose sobre ellas como si de una criatura no humana se tratara.
Dirigió hacia él sus ojos y un feroz gruñido brotó desde lo más profundo de su pecho...
La sonrisa del matón se ensanchó aún más, si es que aquello era posible, y terminó por relamerse los labios. Estaba paladeando el sufrimiento de su víctima, y no parecía dispuesto a dejar escapar aquel placer recién descubierto.
—¡Oh! ¿Estás intentando culparnos a nosotros, chico? ¿Es eso? Pero eso no está bien... debes asumir las consecuencias de tus errores —con una sonora carcajada, el matón comenzó a balancear la porra adelante y atrás, para terminar apuntándole de nuevo con el arma—. ¡No soy yo el que está ahí plantado sin hacer nada como un jodido geranio! ¿O es que tienes miedo de venir a defender a tu chica...?
Volvió a pasarse la lengua por los dientes, sus ojos enloquecidos fijos en la figura del muchacho. Pero Daruu se dio media vuelta y se agachó junto a la inerte Ayame. Trató de levantarla, pero era como si de repente la chiquilla pesara más de una tonelada, como si estuviera pegada al suelo. De hecho, cuando apoyó la mano sobre ella sintió una repentina y brutal corriente de viento que le empujaba hacia abajo con todas sus fuerzas. Era aquella la fuente de la inmovilización de Ayame. Y era aquella la que le había robado la capacidad de respirar.
—¡¡Ayame!! ¡¡Ayame!! ¡¡Levántate!! ¡¡Me prometiste ganar el torneo, Ayame!! ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡No puedes caer ahora!! ¡¡Noooo!!
Daruu golpeó el suelo cerca de Ayame, pero ella no hizo ninguna señal de que lo hubiese sentido. Su rostro seguía marmóreo, lívido y sus labios azulados delataban la falta de oxígeno que estaba sufriendo. La atmósfera, antes fresca y agradable, comenzó a caldearse rápidamente, pero ninguno de los bandidos pareció darse cuenta del fenómeno. Mōhebi soltó una sibilante risilla que resonó por toda la plazoleta cuando Daruu rompió a llorar.
—Soltadla... Soltadla... Soltadla...
El líder resopló sonoramente y escupió con desdén hacia un lado. El aire parecía burbujear a su alrededor.
—Patéticos... ¡¡¡LOS NINJAS DE AMEGAKURE SON UNOS CRÍOS PATÉTICOS!!! —gritó, y en apenas un parpadeo se plantó frente a Daruu asiendo la porra electrificada para machacar el rostro del chico de un solo golpe.
Pero algo estalló repentinamente a la espalda de Daruu. Ayame tomó aire con brusquedad. Sus pulmones se llenaron de vida con la primera y ansiada bocanada de aire. Y aún más rápida que el propio gigante se levantó sobre sus cuatro patas. Se plantó frente a él con el brazo derecho monstruosamente inflado y clavó en su aterrorizado y confundido rostro una última mirada de aguamarina bañada en sangre antes de golpearle con la fuerza de un martillo hidráulico impulsado con un inhumano grito de guerra y mandarle volando hasta la posición de su compañero. El ambiente se había convertido en un auténtico hervidero de energía.
—¡¡JEFE!! ¡¡JEFE!! ¿¡Qué essss esssto!? No... ¡¡¡NO PUEDO CONTENERLA!!! —Mōhebi tenía las manos entrelazadas agarrotadas por la impresión. Intentaba por todos los medios volver a subyugar a Ayame con su técnica de viento, pero la muchacha seguía con los brazos y las piernas firmementes ancladas al suelo, sosteniéndose sobre ellas como si de una criatura no humana se tratara.
Dirigió hacia él sus ojos y un feroz gruñido brotó desde lo más profundo de su pecho...