28/04/2016, 10:24
A Kaido no le sorprendió en lo absoluto que Eri estuviera en contra de su proposición, teniendo en cuenta que alguien tan débil e inocente como ella no estaría, probablemente; muy entusiasmada de ver una garganta borbotando sangre a montones. Tampoco es que al tiburón le fascinase semejante imagen ni mucho menos pero en algún momento tendría que acostumbrarse a ver esas cosas, ¿no?
Además: para él los débiles eran un estorbo y tarde o temprano perecerían, con o sin la ayuda del filo de su propia arma. Tan sólo le estaba haciendo un favor al farsante que se encontraba postrado, derrotado, ante tres simples mocosos.
«Le han derrotado tres simples críos: ¿cómo se ha de sentir?» —meditó, un tanto divertido con su propia interrogante.
De cualquier forma, la peliazul se animó a proponer que dejasen que los ciudadanos de Yachi tomaran la decisión sobre el destino de Shinzo. El gyojin volteó a ver a Yota porque probablemente atendería encantado las palabras de su compañera de aldea y en efecto, así fue; pues a pesar de alegar que se veía tentado con su proposición terminó aceptando el camino propuesto con Eri. Le amarró las manos a dientes de sable y apartó la mano del tiburón como si toda la victoria hubiese sido suya y trató de mover al hombre que ya habiéndose recuperado del golpe en la entrepierna parecía poco dispuesto a continuar la batalla.
El tiburón alzó una ceja. Y también los hombros, mientras veía a Eri con cara de póquer. Yota parecía muy orgulloso de lo que había hecho y se veía más entusiasmado incluso con la posibilidad de una ejecución que el mismísimo escualo.
—Andando, gilipollas.
—¡Uy pero que rencoroso que eres Yota!
No avanzaron demasiado hasta que los ciudadanos comenzaron a salir del resguardo de sus hogares. La voz se había corrido: un par de ninjas habían pateado el trasero al grupo de Shinzo y con ello habían hecho desaparecer el yugo que el hombre les había impuesto a través del temor y el número de maleantes con los que contaba. La mayoría miró sorprendido como el tipo caminaba sin su máscara, con cara de frustración y vergüenza; y uno que otro aplaudió tímido a la actuación de los niños desconocidos que les habían liberado.
Uno de ellos habló, en nombre de todos.
—Os agradezco que hayáis tenido el valor de plantar cara a ese hombre. Muchos de los nuestros lo intentaron pero como podrán ver aquí la mayoría somos simples cultivadores de calabazas. ¡Pero ustedes, que portan la bandana de dos de las grandes aldeas!
»¡Gracias, os habéis desecho de un gran tormento para nuestra ciudad!
—Gracias mis cojones, con eso no como nada —espetó grosero—. son mil ryos. Por cabeza.
El hombre lució atónito ante la respuesta del chico azul e intentó refugiarse en la mirada de Eri, quien lucía más amable que el tiburón. Aunque poco después el propio Kaido dejó escapar una sonora carcajada e intentó quitarle la tensión al momento.
—Es broma hombre, relájate —luego señaló a Yota e hizo un gesto con la mano—. lo único que tenéis que hacer ahora es decidir sobre lo que va a pasar ahora con vuestro atormentador. He querido encargarme de él yo mismo pero mis compañeros están convencidos de que es vuestra decisión, así que... ¿qué va a ser?
El hombre consultó con la mirada a la gran cantidad de personas que les rodeaban, curiosos, y no tardó demasiado en volver con una respuesta.
—Le llevaremos a las autoridades feudales para que sea encerrado por sus crímenes. Es lo más indicado, ¿no creen?...
El tiburón chasqueó la lengua y alzó los hombros, resignado. Dio vuelta y dejó que sus compañeros dieran respuestas, ya él había dicho lo que tenía que decir.
Además: para él los débiles eran un estorbo y tarde o temprano perecerían, con o sin la ayuda del filo de su propia arma. Tan sólo le estaba haciendo un favor al farsante que se encontraba postrado, derrotado, ante tres simples mocosos.
«Le han derrotado tres simples críos: ¿cómo se ha de sentir?» —meditó, un tanto divertido con su propia interrogante.
De cualquier forma, la peliazul se animó a proponer que dejasen que los ciudadanos de Yachi tomaran la decisión sobre el destino de Shinzo. El gyojin volteó a ver a Yota porque probablemente atendería encantado las palabras de su compañera de aldea y en efecto, así fue; pues a pesar de alegar que se veía tentado con su proposición terminó aceptando el camino propuesto con Eri. Le amarró las manos a dientes de sable y apartó la mano del tiburón como si toda la victoria hubiese sido suya y trató de mover al hombre que ya habiéndose recuperado del golpe en la entrepierna parecía poco dispuesto a continuar la batalla.
El tiburón alzó una ceja. Y también los hombros, mientras veía a Eri con cara de póquer. Yota parecía muy orgulloso de lo que había hecho y se veía más entusiasmado incluso con la posibilidad de una ejecución que el mismísimo escualo.
—Andando, gilipollas.
—¡Uy pero que rencoroso que eres Yota!
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No avanzaron demasiado hasta que los ciudadanos comenzaron a salir del resguardo de sus hogares. La voz se había corrido: un par de ninjas habían pateado el trasero al grupo de Shinzo y con ello habían hecho desaparecer el yugo que el hombre les había impuesto a través del temor y el número de maleantes con los que contaba. La mayoría miró sorprendido como el tipo caminaba sin su máscara, con cara de frustración y vergüenza; y uno que otro aplaudió tímido a la actuación de los niños desconocidos que les habían liberado.
Uno de ellos habló, en nombre de todos.
—Os agradezco que hayáis tenido el valor de plantar cara a ese hombre. Muchos de los nuestros lo intentaron pero como podrán ver aquí la mayoría somos simples cultivadores de calabazas. ¡Pero ustedes, que portan la bandana de dos de las grandes aldeas!
»¡Gracias, os habéis desecho de un gran tormento para nuestra ciudad!
—Gracias mis cojones, con eso no como nada —espetó grosero—. son mil ryos. Por cabeza.
El hombre lució atónito ante la respuesta del chico azul e intentó refugiarse en la mirada de Eri, quien lucía más amable que el tiburón. Aunque poco después el propio Kaido dejó escapar una sonora carcajada e intentó quitarle la tensión al momento.
—Es broma hombre, relájate —luego señaló a Yota e hizo un gesto con la mano—. lo único que tenéis que hacer ahora es decidir sobre lo que va a pasar ahora con vuestro atormentador. He querido encargarme de él yo mismo pero mis compañeros están convencidos de que es vuestra decisión, así que... ¿qué va a ser?
El hombre consultó con la mirada a la gran cantidad de personas que les rodeaban, curiosos, y no tardó demasiado en volver con una respuesta.
—Le llevaremos a las autoridades feudales para que sea encerrado por sus crímenes. Es lo más indicado, ¿no creen?...
El tiburón chasqueó la lengua y alzó los hombros, resignado. Dio vuelta y dejó que sus compañeros dieran respuestas, ya él había dicho lo que tenía que decir.