3/05/2016, 01:13
Allá en el palco, ajenos a lo que ocurría abajo con el público y con los participantes, discutían airadamente. Los tres parecían visiblemente nerviosos, algo que chocaba. Ver a un líder shinobi tan nervioso no podía significar nada bueno.
—Pues piénsalo, ¡y rápido! Tiene que ser alguien fuerte y confiable, o alguien cercano a ti, o... ¡yo qué se, alguien, sólo que sea alguien ya!
Yubiwa paseaba con las manos en la espalda registrando las gradas, intentando localizar a siquiera uno de sus shinobis. Pero todo el estadio era un caos.
—¿Y por qué tiene que ser él? —protestó Yui—. ¿Y si nos traiciona, como Kenzou?
¡¡De los presentes, la única que ha traicionado mi confianza eres tú!! Además, o me corresponde a mí o le corresponde a él, y nos avisó del problema del Kyuubi. ¡Es justo!
Las dos kage seguían discutiendo, pero la mirada de Yubiwa estaba clavada en un punto en el centro del escenario.
—Oh, santa Amaterasu de todos los Kami, otra vez el cabrón de Datsue. ¡¡Ese capullo!! ¿Qué está tramando ahora? ¡¡Ese capullo!! —repitió, y brincó, apoyó un pie en la barandilla, y saltó al terreno de combate, de pronto olvidándose del colgante que derretía las baldosas del suelo y de todos los demás problema.
Shiona se encogió de hombros.
—Pues ese capullo tendrá que ser.
¿¿NO HAS HECHO YA SUFICIENTE PARA DESHONRAR A LA VILLA, IDIOTA?? —sentenció un Yubiwa enfurecido, que se acercó a toda velocidad a las espaldas de Datsue y le propinó un capón en toda la coronilla que lo tumbó en el suelo—. Disculpa, cielo. Joder, siempre me olvido que este cabrón es duro como una piedra —Cuando levantó la mirada y se disculpó con Ayame, su voz era un mundo distinto, plácida y tranquila.
Detrás de Yubiwa se acercaba la Uzukage, observando la situación con curiosidad, pero por su aspecto bastante impaciente. Parecía tener algo que decir.
»¡¡Mira, estaba pensando en tener una charla contigo desde el otro día, pero se me ocurre que te la voy a dar ahora con la suela de mi zapatilla!! —Allá íbamos otra vez—. Primero, pactas un amaño con otro participante, y ahora, ¿qué se supone que es este numerito? ¿¡Es que no ves que no es momento de juegueci...!?
Todo pareció suceder en un instante. Un ruido enorme, como una explosión. Un murmullo a todo volumen, como el rozar de miles de piedras contra otras miles de piedras. Un grito sádico, terrorífico, casi demoníaco.
La grada este se había derrumbado. La madera había crujido y las personas habían sucumbido bajo el material. Decenas de ellas habían muerto al instante, otras estaban heridas, y afortunadamente muchas sólo se habían llevado un buen golpe. Si las que habían fallecido o las que todavía podían pensar en lo que había sucedido eran las más afortunadas, eso habría que verlo.
Al enorme grito monstruoso le siguió el tañido de los cientos de gritos y gente desesperada que empezó a saltar por encima de los demás, pisando, arañando, mordiendo, huyendo de lo que a todas luces parecía el fin del mundo, el advenimiento de los seres del más allá que venían a por ellos. Los guardaespaldas actuaron rápido y se llevaron a los señores feudales, los kage actuaron el doble de rápido y se personaron en el centro del estadio, tratando de poner orden y coordinar a sus shinobi para que atendieran a los heridos.
—¡Yui, ocúpate de los heridos y la evacuación, por favor! ¡Nosotros nos ocuparemos de él!
—¿Estás segura de eso? ¿Podréis?
—Podré... —Shiona, de espaldas a Ayame, Datsue y Eri, chocó un puño contra la palma de su mano.
Un trozo de madera había aplastado los cuerpos de los guardias que se llevaban a Eri, y la onda de choque la había enviado de vuelta al centro del ring. Tanto ella como Ayame se habían visto paralizadas por un sentimiento ardiente, casi asfixiante, que crecía en su interior. El de Ayame era más intenso que el suyo, pero eso no significaba que para la chica del pelo azul la sensación fuese menos nostálgica, casi sentimental.
Era como si algo dentro de ellas rugiese de ira y llorase al mismo tiempo, y a la vez sintiera esperanza y felicidad e ilusión. Y después, ira de nuevo, y el vuelco de enamorarse, y la angustia del vértigo por las alturas.
Era indescriptible.
—Yubiwa, ¿has dicho que este niño tuyo, Datsue se llamaba, no? ¿Has dicho que es duro?
—Sí, ¿por...? —comenzó, pero cayó en la cuenta a medio camino—. Espera, ¡preferiría castigarle, no darle un premio por su comportamiento!
Shiona alzó la mirada a lo que se cernía sobre ellos, y cerró los ojos con pesadumbre.
—No estoy tan seguro de que soportar este peso sea un premio.
Premio o castigo, una mezcla de oso y tanuki gigantesco les sonreía con malicia donde antes había una grada. Tenía una cola gigantesca formada pequeñas espinas, y alzaba el brazo hacia ellos preparado para atacarles.
—Eri, Jinchuriki de Amegakure —anunció Shiona, por sorpresa, porque se supone que nadie conocía la verdadera identidad de Ayame—. Haríais bien en buscar a vuestros seres queridos y abandonar este lugar. ¡Rápido!
—Pues piénsalo, ¡y rápido! Tiene que ser alguien fuerte y confiable, o alguien cercano a ti, o... ¡yo qué se, alguien, sólo que sea alguien ya!
Yubiwa paseaba con las manos en la espalda registrando las gradas, intentando localizar a siquiera uno de sus shinobis. Pero todo el estadio era un caos.
—¿Y por qué tiene que ser él? —protestó Yui—. ¿Y si nos traiciona, como Kenzou?
¡¡De los presentes, la única que ha traicionado mi confianza eres tú!! Además, o me corresponde a mí o le corresponde a él, y nos avisó del problema del Kyuubi. ¡Es justo!
Las dos kage seguían discutiendo, pero la mirada de Yubiwa estaba clavada en un punto en el centro del escenario.
—Oh, santa Amaterasu de todos los Kami, otra vez el cabrón de Datsue. ¡¡Ese capullo!! ¿Qué está tramando ahora? ¡¡Ese capullo!! —repitió, y brincó, apoyó un pie en la barandilla, y saltó al terreno de combate, de pronto olvidándose del colgante que derretía las baldosas del suelo y de todos los demás problema.
Shiona se encogió de hombros.
—Pues ese capullo tendrá que ser.
···
¿¿NO HAS HECHO YA SUFICIENTE PARA DESHONRAR A LA VILLA, IDIOTA?? —sentenció un Yubiwa enfurecido, que se acercó a toda velocidad a las espaldas de Datsue y le propinó un capón en toda la coronilla que lo tumbó en el suelo—. Disculpa, cielo. Joder, siempre me olvido que este cabrón es duro como una piedra —Cuando levantó la mirada y se disculpó con Ayame, su voz era un mundo distinto, plácida y tranquila.
Detrás de Yubiwa se acercaba la Uzukage, observando la situación con curiosidad, pero por su aspecto bastante impaciente. Parecía tener algo que decir.
»¡¡Mira, estaba pensando en tener una charla contigo desde el otro día, pero se me ocurre que te la voy a dar ahora con la suela de mi zapatilla!! —Allá íbamos otra vez—. Primero, pactas un amaño con otro participante, y ahora, ¿qué se supone que es este numerito? ¿¡Es que no ves que no es momento de juegueci...!?
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Todo pareció suceder en un instante. Un ruido enorme, como una explosión. Un murmullo a todo volumen, como el rozar de miles de piedras contra otras miles de piedras. Un grito sádico, terrorífico, casi demoníaco.
La grada este se había derrumbado. La madera había crujido y las personas habían sucumbido bajo el material. Decenas de ellas habían muerto al instante, otras estaban heridas, y afortunadamente muchas sólo se habían llevado un buen golpe. Si las que habían fallecido o las que todavía podían pensar en lo que había sucedido eran las más afortunadas, eso habría que verlo.
Al enorme grito monstruoso le siguió el tañido de los cientos de gritos y gente desesperada que empezó a saltar por encima de los demás, pisando, arañando, mordiendo, huyendo de lo que a todas luces parecía el fin del mundo, el advenimiento de los seres del más allá que venían a por ellos. Los guardaespaldas actuaron rápido y se llevaron a los señores feudales, los kage actuaron el doble de rápido y se personaron en el centro del estadio, tratando de poner orden y coordinar a sus shinobi para que atendieran a los heridos.
—¡Yui, ocúpate de los heridos y la evacuación, por favor! ¡Nosotros nos ocuparemos de él!
—¿Estás segura de eso? ¿Podréis?
—Podré... —Shiona, de espaldas a Ayame, Datsue y Eri, chocó un puño contra la palma de su mano.
Un trozo de madera había aplastado los cuerpos de los guardias que se llevaban a Eri, y la onda de choque la había enviado de vuelta al centro del ring. Tanto ella como Ayame se habían visto paralizadas por un sentimiento ardiente, casi asfixiante, que crecía en su interior. El de Ayame era más intenso que el suyo, pero eso no significaba que para la chica del pelo azul la sensación fuese menos nostálgica, casi sentimental.
Era como si algo dentro de ellas rugiese de ira y llorase al mismo tiempo, y a la vez sintiera esperanza y felicidad e ilusión. Y después, ira de nuevo, y el vuelco de enamorarse, y la angustia del vértigo por las alturas.
Era indescriptible.
—Yubiwa, ¿has dicho que este niño tuyo, Datsue se llamaba, no? ¿Has dicho que es duro?
—Sí, ¿por...? —comenzó, pero cayó en la cuenta a medio camino—. Espera, ¡preferiría castigarle, no darle un premio por su comportamiento!
Shiona alzó la mirada a lo que se cernía sobre ellos, y cerró los ojos con pesadumbre.
—No estoy tan seguro de que soportar este peso sea un premio.
Premio o castigo, una mezcla de oso y tanuki gigantesco les sonreía con malicia donde antes había una grada. Tenía una cola gigantesca formada pequeñas espinas, y alzaba el brazo hacia ellos preparado para atacarles.
—Eri, Jinchuriki de Amegakure —anunció Shiona, por sorpresa, porque se supone que nadie conocía la verdadera identidad de Ayame—. Haríais bien en buscar a vuestros seres queridos y abandonar este lugar. ¡Rápido!
Fin del post. Continuaremos en una megagrupal cuando acabe el combate de Yota y Juro.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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