3/05/2016, 16:31
El ventilador daba vueltas lenta y pausadamente, chirriando como si fuera a caer del techo en cualquier momento. Era viejo, la madera de las aspas estaba podrida en algunas zonas y cada tanto dejaba caer algo de polvo en el suelo, haciendo toser al tiburón. Pero semejante nimiedad no era problema para Kaido, teniendo en cuenta lo acostumbrado que estaba a vivir en precariedades similares a la del Hostal en el que había decidido hospedarse a su llegada a los Dojos del Combatiente. No era ni el más famoso, costoso; o cómodo de los tantos locales de hospedaje que la ciudad ofrecía a los numerosos visitantes extranjeros, pero tampoco era el peor.
Y si no era el peor, probablemente algunos estarían durmiendo entre ratas y moho. En condiciones inhabitables, probablemente. Así que lidiar con un poco de polvo no era nada.
Pero si permanecía mucho tiempo allí adentro seguro se iba a enfermar. Y necesitaba desayunar, por lo que dejó el local a eso de la nueve de la mañana, cuando los rayos insoportables del sol fatigaban aún con las cortinas cerradas. Finalmente se animó a visitar el centro de la ciudad donde un sin fin de locales se encontraban en plenitud para abastecer al centenar de invitados, deleitándolos con sus comidas y platillos típicos, aunque el verdadero corazón de la zona yacía en las que se hacían llamar casas de apuestas; donde el dinero parecía moverse mucho más rápido por el avidente acontecimiento que estaba próximo a suceder.
La final del Torneo de los Dojos.
Pero Kaido sabía la verdad, a diferencia de el espectador común. Sabía quién era Ayame, quién era Eri; aunque desconocía realmente si en el campo de batalla eran igual de insulsas que en su día a día. Quizás podría pecar de ingenuo, pero si tendría que apostar: diría que la final no iba a ser tan vistosa como algunas de las rondas anteriores.
«Y dos niñas, además... ¿en qué mundo vivimos?»
Celos, puros celos. Odiaba la idea de que ellas hubiesen podido participar y él no. Odiaba que el enclenque de Daruu no hubiese llegado a la final habiéndole él ayudado a entrenar cuando se encontraron en Yachi y odiaba, también, que Yota no tuviese los cojones para ganarle a su enamorada durante su pelea.
Pero no era culpa de ellos. Así que no les iba a rajar la garganta, por el momento.
Entre tanta dubitativa, llegó a un local de empanadas atendido por una linda viejita; y sus nietos. Kaido pidió unas cinco y se dedicó a esperar en una de las mesas de afuera, con su termo en mano y bebiendo un par de sorbos cada vez que tenía la boca seca. Y miró de un lado a otro como si esperase que alguien conocido se cruzase en su camino, pues en los días que llevaba allí aún no había podido ver ni hablar con ninguno de sus compañeros de aldea u/o conocidos de las otras.
Y si no era el peor, probablemente algunos estarían durmiendo entre ratas y moho. En condiciones inhabitables, probablemente. Así que lidiar con un poco de polvo no era nada.
Pero si permanecía mucho tiempo allí adentro seguro se iba a enfermar. Y necesitaba desayunar, por lo que dejó el local a eso de la nueve de la mañana, cuando los rayos insoportables del sol fatigaban aún con las cortinas cerradas. Finalmente se animó a visitar el centro de la ciudad donde un sin fin de locales se encontraban en plenitud para abastecer al centenar de invitados, deleitándolos con sus comidas y platillos típicos, aunque el verdadero corazón de la zona yacía en las que se hacían llamar casas de apuestas; donde el dinero parecía moverse mucho más rápido por el avidente acontecimiento que estaba próximo a suceder.
La final del Torneo de los Dojos.
Pero Kaido sabía la verdad, a diferencia de el espectador común. Sabía quién era Ayame, quién era Eri; aunque desconocía realmente si en el campo de batalla eran igual de insulsas que en su día a día. Quizás podría pecar de ingenuo, pero si tendría que apostar: diría que la final no iba a ser tan vistosa como algunas de las rondas anteriores.
«Y dos niñas, además... ¿en qué mundo vivimos?»
Celos, puros celos. Odiaba la idea de que ellas hubiesen podido participar y él no. Odiaba que el enclenque de Daruu no hubiese llegado a la final habiéndole él ayudado a entrenar cuando se encontraron en Yachi y odiaba, también, que Yota no tuviese los cojones para ganarle a su enamorada durante su pelea.
Pero no era culpa de ellos. Así que no les iba a rajar la garganta, por el momento.
Entre tanta dubitativa, llegó a un local de empanadas atendido por una linda viejita; y sus nietos. Kaido pidió unas cinco y se dedicó a esperar en una de las mesas de afuera, con su termo en mano y bebiendo un par de sorbos cada vez que tenía la boca seca. Y miró de un lado a otro como si esperase que alguien conocido se cruzase en su camino, pues en los días que llevaba allí aún no había podido ver ni hablar con ninguno de sus compañeros de aldea u/o conocidos de las otras.