7/05/2016, 18:12
(Última modificación: 9/05/2016, 21:53 por Amedama Daruu.)
—Es mejor que no hablemos de eso —respondió Daruu. Y a Ayame no le pasó por alto que había apretado los puños junto a sus costados—. Aún no puedo creerme lo que pasó con Kusagakure. Y prefiero no pensar en ello. Me hace más fácil seguir órdenes.
Ayame hundió la mirada, con un terrible peso en el pecho en el lugar donde debía estar su corazón. A aquellas alturas no estaba muy segura de lo que Daruu pensaría sobre ella y sobre su actuación sobre Kusagakure. Una y otra vez le habían repetido que ella no había tenido la culpa, que ella no había hecho nada, que había sido el Gobi, que la sustituta de Yui la había manipulado... pero era ella quien sentía las manos manchadas de sangre. Era ella quien había sufrido aquellas pesadillas durante varios interminables meses. Algo dentro de ella quería refugiarse en las palabras afables de las personas que la rodeban, pero otra parte era incapaz de creerles.
—¿...De todas formas, a quién pretendo engañar? —la voz de Daruu logró arrancarla de sus oscuros pensamientos—. ¿Habríamos podido hacer algo? ¿Alguno de nosotros? Somos peones. Arenilla al lado de montañas. No estamos en las altas esferas. Ni estamos... ni se nos espera.
—Supongo que no... —respondió con un suspiro pesaroso—. Pero odio sentirme como una marioneta...
No pretendía que la malinterpretara, aunque sus palabras pudiera parecer significar mil cosas. No dudaría ni un solo segundo si debía dar la vida para proteger la vida de su aldea o de sus seres queridos. Lo que ella no quería es que la utilizaran como una simple arma, o como el simple contenedor que esconde un arma de destrucción masiva. No quería que volvieran a obligarla a utilizar el bijuu para destruir y no estaba dispuesta a permitirlo de nuevo.
—¿Te apetece cenar conmigo? —soltó Daruu. De repente. Sin aviso previo. Como un frío aguacero en una tarde de verano.
«Primero me besa y ahora me invita a... ¿una cita?» Ayame había congelado en el sitio, mirándole con cierta incredulidad y las mejillas arreboladas. Sin embargo, acababan de matar a tres hombres y su muerte aún pesaba sobre sus pensamientos como una enorme losa. No se podía decir que aquel era el momento más román... adecuado para ello.
—C... ¿Cenar...? C... ¿Contigo...? —balbuceó, con el fuego inundando su pecho—. ¿Crees que... es buena idea...?
No se había dado cuenta de ello, pero había comenzado a jugar con sus manos de forma nerviosa.
Ayame hundió la mirada, con un terrible peso en el pecho en el lugar donde debía estar su corazón. A aquellas alturas no estaba muy segura de lo que Daruu pensaría sobre ella y sobre su actuación sobre Kusagakure. Una y otra vez le habían repetido que ella no había tenido la culpa, que ella no había hecho nada, que había sido el Gobi, que la sustituta de Yui la había manipulado... pero era ella quien sentía las manos manchadas de sangre. Era ella quien había sufrido aquellas pesadillas durante varios interminables meses. Algo dentro de ella quería refugiarse en las palabras afables de las personas que la rodeban, pero otra parte era incapaz de creerles.
—¿...De todas formas, a quién pretendo engañar? —la voz de Daruu logró arrancarla de sus oscuros pensamientos—. ¿Habríamos podido hacer algo? ¿Alguno de nosotros? Somos peones. Arenilla al lado de montañas. No estamos en las altas esferas. Ni estamos... ni se nos espera.
—Supongo que no... —respondió con un suspiro pesaroso—. Pero odio sentirme como una marioneta...
No pretendía que la malinterpretara, aunque sus palabras pudiera parecer significar mil cosas. No dudaría ni un solo segundo si debía dar la vida para proteger la vida de su aldea o de sus seres queridos. Lo que ella no quería es que la utilizaran como una simple arma, o como el simple contenedor que esconde un arma de destrucción masiva. No quería que volvieran a obligarla a utilizar el bijuu para destruir y no estaba dispuesta a permitirlo de nuevo.
—¿Te apetece cenar conmigo? —soltó Daruu. De repente. Sin aviso previo. Como un frío aguacero en una tarde de verano.
«Primero me besa y ahora me invita a... ¿una cita?» Ayame había congelado en el sitio, mirándole con cierta incredulidad y las mejillas arreboladas. Sin embargo, acababan de matar a tres hombres y su muerte aún pesaba sobre sus pensamientos como una enorme losa. No se podía decir que aquel era el momento más román... adecuado para ello.
—C... ¿Cenar...? C... ¿Contigo...? —balbuceó, con el fuego inundando su pecho—. ¿Crees que... es buena idea...?
No se había dado cuenta de ello, pero había comenzado a jugar con sus manos de forma nerviosa.